Adicta a la estimulación anal

(Ilustrado). Mi nueva vecina, según ella terapeuta diplomada, insiste en hacerme una demostración de sus habilidades como masajista.

Adicta a la estimulación anal

(Ilustrado). Mi nueva vecina, según ella terapeuta diplomada, insiste en hacerme una demostración de sus habilidades como masajista.

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Acabo de cruzar el rellano que separa nuestras viviendas con el coño aun inundado de mi propio semen a causa del placer que como siempre me ha proporcionado Olga. Rápidamente me dirijo a la ducha, no vaya a ser que mi marido se presente en casa antes de lo previsto y me encuentre la entrepierna mojada.

Estoy tapada únicamente con un albornoz azul y llevo las bragas en un bolsillo, mi media melena, lisa y color caoba esta medio enmarañada. Aun no han vuelto a su estado natural mis erectos pezones, que sobresalen con descaro de mis algo mas que medianos pechos al contacto con la tela de la prenda.

Me llamo Eva, estoy casada con un maravilloso hombre que se llama Víctor, y desde que hace aproximadamente cuatro meses me puse en manos de mi vecina de enfrente, un día si y otro también, no hago mas que buscar el momento de hacer una pequeña visita a la masajista con la que compartimos el rellano.

Olga es tres años menor que yo, que tengo treinta, y según ella es una terapeuta profesional, con titulo y todo, obtenido en la universidad de Barcelona tras dejar un pequeño pueblo donde vivía con sus padres en la provincia de Huesca.

Cada vez que pone sus manos sobre mi cuerpo me clava cuarenta euros, pero os aseguro que yo los doy por bien empleados en compensación con el placer que me hace sentir sobre su mesa de masajes.

Ni yo me considero lesbiana ni ella es lo que se dice una tía cañón, es mas bien del montón, incluso podría decirse que le sobran algunos kilitos, acostumbra a llevar un peinado bastante ordinario y tiene una voz de pito que no pega ni con cola con su edad.

A mi me empezó a picar la curiosidad cuado, pocas semanas después de alquilar el piso en el que tiene instalado su negocio, comencé a ver que a su puerta llamaba cada vez con mas asiduidad gente distinta, habitualmente mujeres de cierta edad, y en ocasiones algún que otro hombre.

Cierto día que coincidí con ella en el ascensor, me atreví a entablar una conversación con ella, y ya frente a nuestras respectivas puertas me explico que era terapeuta, y que había establecido en el piso un pequeño salón de masajes en vistas de que no encontraba trabajo fuera de casa.

Poco a poco fuimos intimando como vecinas, hasta que un día que nos encontramos en la portería, se me ocurrió proponerle que se pasara por casa a tomar un café y me explicara las ventajas de los masajes contra el estrés.

Esa misma tarde, sentadas cómodamente en el sofá de mi salón, estuvimos hablando largo rato. Le conté cosas de mi marido Víctor, de su trabajo, de otros vecinos de la escalera y de mi trabajo a tiempo parcial en un mercado cercano.

Cuando le llego el turno de contarme cosas a ella se mostró tremendamente abierta y simpática, explicándome detenidamente algunas generalidades de su oficio y que tipo de dolencias podían verse aliviadas con un buen masaje.

Pero lo que mas me llamo la atención, fue la naturalidad con que me contó como muchas veces recibía visitas en la que tanto hombres como mujeres, le solicitaban sesiones mas "personalizadas" con objetivos claramente sexuales.

No te puedes imaginar la cantidad de señoras desatendidas por sus maridos que vienen a pedirme una sesión de masturbación en la entrepierna, impregnándolas de aceite corporal. – Me contaba totalmente desinhibida mientras yo la escuchaba atónita con la boca medio abierta. – He incluso tengo algunos clientes varones que me visitan cada semana.

Creo que el mero hecho de estar teniendo dicha conversación con Olga, me hizo sentir un recosquilleo en el bajo vientre que sin duda no paso inadvertido para mi vecina, aunque intente disimularlo lanzándole rápidamente la inapropiada pregunta de si no se consideraba en cierta manera una prostituta, aunque sin usar específicamente tal adjetivo.

Bueno, ¿Qué otra cosa puedo hacer? – Me contesto sin dar importancia a mis insinuaciones. – La vida es muy dura, y si una supuesta respetable ama de casa me da sesenta euros por que le frote un rato el chichi, pues se lo froto y punto, lo mismo que si un tío felizmente casado como tu "Víctor" me pide que me embadurne un dedo de aceite y se lo meta por el culo mientras le hago una paja. Al final pagan, y eso es lo que cuenta. Además, también tengo clientes que vienen únicamente por el masaje muscular.

Me quede mirándola estupefacta, con cara de boba, asimilando que justo frente a mi puerta estaba funcionando un burdel a pequeña escala y yo acababa de invitar a café en mi propia casa al la mesalina que lo regentaba.

Mira, Eva, cuando quieras me haces una visita. – Me soltó a bocajarro viendo sin duda que me habían impresionado sus explicaciones. – Para ti será gratis, en agradecimiento a la acogida que me has dado como vecina. Así podrás comprobar mis habilidades como terapeuta. Y no te preocupes, que soy infinitamente discreta.

No puedo menos que reconocer que esa conversación me dio bastante que pensar, principalmente el hecho de que hombres comprendidos entre los veinte y los sesenta años se habían cruzado conmigo en el portal tras pasar por las manos de Olga, y no precisamente con pinta de estar aquejados de dolor de espalda.

También volvieron a mi mente los fugaces cruces con señoras desconocidas en la puerta del ascensor, con frecuencia ataviadas con caros abrigos de pieles y ostentosas y llamativas joyas, con extraños perfumes con aroma a lavanda, que ahora sabia que se debían al óleo corporal.

Por otra parte, he de decir que con mi marido me consideraba bastante abierta en lo que a cuestiones sexuales se refiere. Solemos follar tres o cuatro veces por semana, practicamos diversos juegos de seducción, incluyendo sexo oral, tanto para uno como para otro, y esporádicamente hemos probado la penetración anal.

Víctor siempre usa vaselinas cuando pretende encularme, pero aun así, yo no suelo disfrutar en exceso cuando me introduce su verga tamaño "estándar" en el ano, ya que comienzo a sentir bastante dolor en el trasero y el se corre antes de que mi culo se dilate lo suficiente como para empezar a gozar de esa variedad.

Cuando eso ocurre, y es en la mayoría de las ocasiones en que me da por el culo, suele compensarme después con una lenta y pausada comida que coño, en lo que mi marido es un experto, y no saca la cabeza de entre mis piernas hasta que todos mis jugos impregnan sus mejillas y sus labios. Como yo le digo, posee un excelente "don de lenguas".

Pero en fin, el hecho es que tras dejar pasar unos días en los cuales no le conté a mi marido ni una sola palabra de lo que sucedía en el piso de enfrente, (no fuera que se animara a hacerle el una visita a Olga) cierto día me arme de valor y con mi mejor sonrisa llame al timbre de mi vecina para charlar un rato con ella.

Puedo jurar y perjurar que en el momento en que la masajista me abrió la puerta no tenia ni la mas mínima intención de averiguar si sus masajes eran tan excepcionales como ella me había hecho creer, ni los terapéuticos ni mucho menos los sexuales. Mi única intención era pasar un rato con ella aceptando el café que me ofreció en la anterior visita a mi domicilio.

Hola, Eva, me alegro de que vengas a verme. – Me dijo en el umbral de la puerta al tiempo que me indicaba que pasara hasta el comedor. – Estas de suerte, en estos momentos no tengo ningún cliente ni lo espero en lo que queda de día.

Primero me enseño todo el piso, los arreglos que había hecho y la habitación donde tenía la camilla de masajes. Después fuimos juntas a la cocina y Olga preparo un café para cada una que tomamos en el salón mientras comenzábamos una banal charla.

Tras unos minutos en los que realmente ni siquiera recuerdo de que estuvimos hablando, mi vecina me ofreció también un chupito de orujo de hiervas, que según ella era el mejor complemento tras el café, y que yo dude en si aceptar o no, ya que no soy lo que se dice una aficionada a las copas.

Es que te noto un poco nerviosa. – Me dijo Olga ante mi reticencia y llenándome ya el pequeño vasito. – Veras como con esto y la habilidad de mis manos vuelves a tu casa como nueva.

Creo que en ese momento se encendió en mi cerebro la luz de alarma, pro no se si es que no supe verla, o si realmente deseaba que la masajista me hiciese una demostración de sus aptitudes. Lo cierto es las dos nos tomamos el chupito de un solo trago mirándonos directamente a los ojos. Y después vino otro, y otro más.

Entre copa y copa, Olga me contaba como iría masajeando mis hombros y mi espalda previamente hidratados con aceite corporal, y que poco a poco yo notaria como la tensión muscular desaparecería lentamente dando paso a un estado de relajación soporífero.

Venga, anímate, ya veras como no te arrepientes. – Dijo tras la tercera copa y tomándome de la mano para que me levantara del sofá. – No te voy a cobrar nada, y de paso podrás recomendarme a tus amigas, si es que te gustan mis manos.

Con mis mejillas un poco sonrosadas debido al alcohol y aun un poco vacilante, me deje llevar hasta la habitación donde tenia instalado el "negocio" y tras entregarme un albornoz me dijo que me desnudara y la esperara ella se aseaba concienzudamente las manos.

Yo, siguiendo sus instrucciones, me quite toda la ropa a excepción de mis blancas braguitas, y tras colocarme la prenda que me había entregado, me senté en la camilla con las piernas colgando debido a la altura de la misma, esperando a que volviera a aparecer Olga y sin estar aun segura de si quería permanecer allí o salir por piernas hacia mi casa.

En escaso minuto y medio volvió a aparecer la masajista con una toalla en las manos, y tras ofrecerme su mejor sonrisa, sin el mas mínimo pudor me abrió el albornoz por delante y me indico que me tendiera boca abajo en la mesa camilla, dejando la prenda a la altura de mi cintura y con toda mi espalda al aire mientras me preguntaba que tipo de "terapia" me gustaría.

Pues…. No se. – Conteste yo titubeando un poco y vergonzosamente forzando una irreal sonrisa. – Lo dejo en tus manos, tu eres la "profesional", así que confiare en ti.

En esos momentos note como un calido líquido comenzaba a derramarse sobre mi espalda y las suaves manos de Olga lo extendían por mi piel con una lentitud parsimoniosa, deslizándose desde mis omoplatos hasta casi llegar a mi cintura.

Indudablemente, la chica sabía como dar un masaje relajante. En pocos minutos comencé a tener la sensación de que mi cuerpo casi flotaba encima de la camilla, mientas las manos de Olga se concentraban principalmente en mis hombros y la parte baja de mi nuca.

Una especie de sopor se fue apoderando de mí, e involuntariamente y con los ojos cerrados disfrute de las frotaciones que mi vecina me proporcionaba, bajando lentamente a lo largo de toda mi espalda con sus deslizantes manos totalmente abiertas, hasta mi cintura.

Yo me encontraba en el séptimo cielo, estaba tan concentrada en las placenteras señales que mi piel enviaba al cerebro, que apenas fui consciente de que en cada caricia, las manos de Olga se desplazaban un poquito mas abajo, así como a la hora de volver a subir hacia mis hombros, abriéndose unos centímetros mas en cada pasada, hasta el punto de que sus dedos acariciaban tímidamente la parte mas exterior de mis senos.

Víctor no es lo que se dice muy delicado en cuanto a caricias sexuales, el es más de… digamos "sexo bravo", y yo no estaba acostumbrada a una delicadeza y sensualidad como la que me estaba ofreciendo mi vecina, por lo que dichas sensaciones no tardaron en exteriorizarse erectando mis pezones contra la mesa camilla.

De improvisto, al tiempo que la masajista me informaba de que también me iba a poner aceite en las piernas, note como Olga retiraba la toalla que cubría mi trasero, y no pude evitar un amago de vergüenza al saber que ya solo las blancas bragas ocultaban mis vergüenzas a los ojos de Olga.

Volví a sentir como caía el óleo en la parte posterior de mis muslos, y rápidamente las manos de mi vecina comenzaron a extenderlo a lo largo de mis piernas, hasta más abajo de las rodillas.

Suavemente pero con firmeza, me hizo separar un poco las extremidades, comentándome que debía extender el aceite por la parte interior de mis piernas, y colocando sus manos prácticamente a la altura de los tobillos, separo mis miembros hasta que casi sobresalían de la mesa camilla, que debía de medir aproximadamente unos ochenta centímetros.

Yo no se si era por el masaje, por la postura o por los chupitos, pero lo cierto es que a esas alturas me encontraba cachonda perdida, y aunque hubiera sido incapaz de decírselo a Olga, estaba deseando que sus manos volvieran a recorrer la pare exterior de mis tetas.

Sin embargo, mi vecinita parecía encontrarse muy a gusto masajeando mis piernas, y sus calidas manos recorrían mi piel desde los talones hasta donde comenzaban mis nalgas, y de tanto en tanto, rozaba deliberadamente mi entrepierna por unos segundos, lo que multiplicaba mi calentura a cada roce.

No paso mucho tiempo hasta que, deslizando sus manos desde la parte trasera de mis rodillas, llegaba hasta mi respingon culito, y poco a poco sus pulgares se iban abriendo un poco mas de camino empujando unos milímetros mas la tela se mis bragas, presionando en esos instantes con un poco mas de fuerza, haciendo un ligero movimiento hacia fuera y provocando que mis glúteos se separaran hasta que volvían a descender.

Mi pudor me impedía decírselo, pero yo estaba loca por que mi vecina comenzara a masajearme el coño, tal como me había contado que hacia a algunas de sus clientas, cuando de pronto, tomando mis bragas por los extremos, las izo descender hasta mis rodillas.

Todo lo que yo pude hacer en esos instantes fue girar mi cabeza y con expresión de asombro ver como mi prenda intima se deslizaba a lo largo de las piernas, al tiempo que Olga me dedicaba una picara sonrisa y me guiñaba un ojo.

Sin darme tiempo a reaccionar, mi vecina volvió a embadurnarse las manos con aceite y esta vez se fue directa a mis cachas, comenzando un masaje circular de abajo hacia arriba presionando ahora un poco mas con los dedos para incrementas las sensaciones en mi piel.

Diciéndolo con claridad, ya me estaba sobando el culo de una forma descarada. La palma de sus manos comenzaba su recorrido a la altura exterior de mis caderas y se deslizaban por la parte mas baja de mis glúteos hasta que sus pulgares se unían para recorrer juntos la superficie externa de mis labios vaginales, alargando su recorrido hasta apenas rozarme el agujero del culo.

Yo volví a acomodar la cabeza sobre mis brazos dejándola hacer a su antojo, sin poder reprimir tímidos gemidos cada vez que sus dedos acariciaban mis partes mas intimas, lo que yo facilitaba entreabriendo las piernas en la medida en que me lo permitían las bragas en mis rodillas.

Después de media docena de pasadas sobre mi coño, una de las manos de la masajista decidió quedarse en mi entrepierna, presionando con un poco mas de firmeza ahora, hasta conseguir llegar con los dedos índice y corazón a mi ya abultado clítoris, que a esas alturas se encontraba completamente húmedo debido a las caricias de Olga.

Yo esperaba que mi vecina me obsequiara con una buena masturbación y reconozco que lo deseaba más que nada en el mundo, pero sus hidratados dedos tan solo se ocuparon unos segundos de mi vulva, para inmediatamente comenzar a introducirse en mi vagina con tanta suavidad que tenía la sensación de ser penetrada con un consolador de mantequilla.

A esas alturas yo ya no tenia ningún pudor y no hacia mas que jadear al tiempo que levantaba mi trasero unos centímetros para facilitar el trabajo a la masajista, y cada vez que sus dos dedos entraban por completo en mi coño y sentía el resto de sus nudillos apoyarse en mi entrepierna, de mi garganta escapaba un pequeño grito de placer.

Olga iba incrementando poco a poco el mete saca de sus dedos cuado de pronto sentí una leve presión en el agujero del ano que me hizo estremecer aun mas. Con su otra mano y el dedo pulgar completamente impregnado de aceite, dibujaba pequeños círculos sobre mi agujero trasero, presionando cada vez un poquito más.

El óleo hacia su trabajo a la perfección, y en unos segundos mi culo comenzaba a dilatarse sumisamente en espera de que aquel divino pulgar se fuera abriendo paso en su interior, y proporcionándome tal placer que ya no era capaz de mantenerme acostada en la camilla, sino que apoyada en los codos, volvía la cabeza para disfrutar la doble follada manual que me proporcionaba la vecina.

Tampoco podía mantener mis caderas quietas, y las movía rítmicamente al compás de las suaves embestidas de Olga, que aparte de tener dos de sus dedos dentro de mi coño y otro medio metido en mi culo, aun tenia habilidad para frotarme el clítoris con la palma de la misma mano que me follaba la vagina.

¡¡¡ Joder ¡!! Lo estaba pasando tan divinamente bien, que me es imposible calcular el tiempo durante el cual la masajista me estuvo perforando el culo y la vagina con sus dedos, lo único que puedo decir es que ni la mejor de las comidas de coño que me había hecho Víctor me había proporcionado tanto placer.

Pero Olga aun tenía guardadas algunas sorpresas para mi. Me imagino que por muy terapeuta profesional, o masajista, o puta, o como ella quisiera llamar a su dudosa profesión, el continuo mete y saca de mis agujeritos, debía de algún modo despertar en ella algo de calentura.

Sobre todo, porque en un momento dado, tanto mi ano como mi coño, completamente rebosante de aceite y fluidos vaginales, volvieron a quedar vacíos de sus hábiles dedos, e inmediatamente comencé a sentir una nueva sensación de humedad alrededor de mi entrada trasera.

Lo primero que note fe que las manos de mi vecina se aferraban a mis posaderas con los dedos totalmente abiertos y haciendo presión hacia fuera para dejar mi culo completamente a su merced. Al instante gire la cabeza justo a tiempo de ver como Olga hundía su cara entre mis nalgas y la punta de su lengua humedecía los alrededores de mi ano.

Sin cortarse ni un pelo, comenzó a juguetear y ensalivar mi agujero trasero, mientras yo podía notar su barbilla apoyada en la parte mas baja de mi espalda, así como sus voluminosos pechos cubiertos por su bata un poco mas arriba.

Con extrema facilidad su lengua hacia breves incursiones en mi culito, al tiempo que yo notaba como una pequeña descarga eléctrica en mi interior cada vez que ella hundía su cabeza entre mis cachas.

Muchas veces había yo disfrutado de tener la cabeza de mi marido entre las piernas, y pienso que tiene razón al jactarse de ser un gran "comecoños", pero lo cierto es que nunca había disfrutado de tal variante en mi culo, y la lengua de mi vecina ya estaba a punto de hacerme llegar al orgasmo.

Pasados unos instantes, Olga cambio de posición y en vez de seguir apoyada sobre mi espalda, decidió ponerse entre mis piernas. Sin perder un momento volvió a emplearse a fondo en la lamida de mis vergüenzas, recorriendo con su lengua el corto trayecto desde mi clítoris hasta el ano una y otra vez.

Yo jadeaba, gritaba y me aferraba con las manos fuertemente a la camilla, al tiempo que levantaba mi trasero para ofrecer a la masajista la mejor posición posible de mi entrepierna. De hecho, casi estaba a punto de romper mis bragas intentando abrir las piernas mas allá de lo que la delicada tela de estas lo permitía.

Mi orgasmo era cuestión de segundos. Olga me perforaba el culo con su lengua al tiempo que el pulgar de su mano izquierda volvía a introducirse una y otra vez en mi coño, aprovechando el movimiento para frotar con los dedos corazón y anular mi ya supersensible clítoris.

¡¡¡ La madre que la parió. Que manera de comerme el culo ¡!! Era como si la impulsara un motor de doscientos caballos. Sus mejillas chocaban contra mis posaderas embadurnadas de aceite y su lengua se adentraba todo lo que podía en mi agujero del culo.

Por otra parte, las frotaciones en mi vulva y la frenética follada de su dedo gordo me hacían recibir las mismas sensaciones que cuando mi marido me penetraba desde atrás, con la salvedad de que la mano de Olga era muchísimo mas rápida que la polla de Víctor.

Aunque lo intente con todas mis fuerzas, me fue imposible alargar por mas tiempo el delicioso "masaje", y un largísimo orgasmo exploto en lo mas hondo de mi coño, mezclando mi semen con el óleo de los dedos de mi vecina, que ahora había dejado de comerme el culo y tan solo se dedicaba a hundirme con fuerza dos de sus dedos en mi vagina, manteniéndolos allí unos instantes, para luego sacarlos hasta la punta y volver a metérmelos de un empujón hasta los nudillos.

Volví a apoyar mi cabeza contra la almohada de la camilla y comencé a relajarme mientras la masajista aun recorría con suavidad mis empapados labios vaginales y la entrada de mi culito. – ¿Esta es la terapia que les das a tus clientes? – Le pregunte cuando empecé a notar que los latidos de mi corazón volvían a su ritmo normal.

Esto y algunas otras cosas. – Me contesto sacando ya su mano de mi entrepierna. – Tengo ciertos "aparatitos" que son el no va mas de la estimulación anal, y no voy a dejarte marchar hasta que pruebes al menos uno de ellos.

Una vez mas, creo que mis mejillas se tornaron de color rojo sangre al escuchar el comentario de Olga. ¡¡¡ Joder ¡!! Esta tía cree que no he tenido suficiente y ahora me quiere meter un consolador por el culo. – Pensé yo mientras la escuchaba trastear sobre una mesa que había a un lado de la habitación.

Quitate las bragas, queridísima Eva. – Me soltó de improvisto sin darse la vuelta mientras rebuscaba en un pequeño maletín. – Cuando acerque este aparato a tu culito, te va a faltar camilla para abrir las piernas, bonita.

Aun hoy no me explico como sin rechistar ni abrir la boca la obedecí sumisamente. Tal como me había indicado, me quite las bragas y las deje caer bajo la camilla, colocándome otra vez acostada boca abajo y esta vez ya con las piernas entreabiertas.

Entonces mi vecina me mostró un pequeño aparatito blanco, no mas grande que un lápiz de labios, acabado en una redondeada puntita, y con un pequeño interruptor en uno de los lados.

Con una picara sonrisa en la cara, Olga puso el chisme en marcha y comenzó a sonar un leve zumbido típico de un motor pequeñito. Sin mas dilación, posando una de sus manos sobre mis nalgas, acerco el cilindro a mi culo y comenzó a moverlo por todo alrededor de mi agujerito.

Nada mas que la punta del consolador rozo mi piel, comencé a sentir como sus pequeñas pero insistentes vibraciones penetraban en mi interior, incluso podía sentir como mi clítoris comenzaba a temblar como si el chisme estuviera pegado a el.

El minúsculo pene eléctrico era extremadamente suave, la redondeada punta completamente lisa, y por los lados circulaban una especie de pequeñas bolitas que se iban desplazando en todas direcciones debido al motorcito interior.

Olga no se anduvo con rodeos, lentamente pero con firmeza me fue introduciendo por el culo aquel pequeño cipote hasta que los dedos que lo sujetaban se apoyaron en mi trasero, transmitiéndome unas sensaciones hasta entonces desconocidas para mi.

Aquello era como si miles y miles de pequeños alfileres estuviesen clavándose y desclavándose a vertiginosa velocidad dentro de mis entrañas. Era tal el placer que sentía que poco a poco fui levantando mi culo hasta quedar casi de rodillas sobre la camilla.

Como si eso no fuera suficiente, de nuevo la masajista comenzó a masturbarme frenéticamente el clítoris al tiempo que movía con lentitud el pequeño consolador por el interior de mi ano.

De tanto en tanto, uno o dos dedos de mi vecina realizaban esporádicas excursiones por dentro de mi coño, y yo podía sentir como las yemas de dichos dedos casi tomaban contacto con el vibrador a través de la fina pared que separaba mis dos agujeros.

No sabia como ponerme, si levantaba el culo me daba un inmenso gusto, si por el contrario apoyaba mi pelvis contra la camilla y doblaba las rodillas, mi agujero trasero parecía estrecharse y las sensaciones eran aun mayores pero imposibles de soportar por mas de un par de segundos.

En fin, que totalmente descontrolada y al borde del orgasmo, me movía hacia arriba y hacia abajo, me retorcía de derecha a izquierda y viceversa, hundía la cabeza en la camilla o volvía mi cuello hacia arriba hasta ver el techo con mis ojos abiertos como platos.

Puedo decir que no tarde ni cinco minutos en tener mi segundo orgasmo de la sesión, y esta vez fue una corrida de escándalo, incomparable con el mejor polvo con que me había obsequiado mi marido, ni mucho menos con mis esporádicas masturbaciones en la ducha.

Mi hábil masajista, perfectamente atenta a mi explosión de semen, hizo coincidir mi corrida en el momento justo en que el aparatito vibrador estaba en lo mas profundo de mi culo y sus incansables dedos se movían nerviosos dentro de mi coño, al tiempo que la palma de su mano me masajeaba frenéticamente el clítoris.

Creo que mi grito debió de oírse incluso fuera de la casa de Olga, aunque luego me tranquilizo comentándome que esa habitación en concreto estaba totalmente insonorizada. Mi cuerpo volvió a caer pesadamente sobre la mesa de masajes tan extenuada que tenia la sensación de llevar ocho horas follando.

La masajista libero mi trasero y mi chichi de sus eventuales ocupantes y fue a asearse las manos. Yo aun era incapaz de mover un solo músculo y el corazón me latía como si acabara de correr la maratón de la ciudad.

Unos minutos después, Olga me pasaba una suave toalla por entre las piernas mientras una de sus manos me aplicaba una mimosa caricia en la espalda. - ¿Qué te ha parecido? – Me pregunto cuando ya me levantaba de la camilla.

Ha sido una pasada. – Conteste sentándome frente a ella ya sin ningún rastro del pudor que me había embargado al principio de la sesión. – Creo que ha sido la mayor corrida de mi vida, dos orgasmos en apenas media hora. ¡¡¡ Joder ¡!! Lo dicho, ha sido una pasada.

Mientras me volvía a poner el albornoz prestado por Olga, me comento que podía volver cuando quisiera siempre que no tuviera algún cliente en su casa. Casi llegando a la puerta, me sorprendió con un tímido beso en los labios. Luego me metí en mi casa mas feliz que unas pascuas.

Y vaya que si he vuelto. Infinidad de veces. De hecho, creo que me he vuelto una adicta a la estimulación anal. Lo malo es que como Olga me dijo, no dejo de ser una "clienta" mas, y me estoy dejando un pastón en sus servicios. Por algo ella dice que soy su mejor clienta.

Por descontado que Víctor no sabe nada de este tema, y tengo la suerte de que el nunca mira nuestro estado de cuentas y no tiene la menor idea de lo que me cuesta la masajista.

Lo que si he conseguido, y no me costo mucho, es que ahora siempre que mi marido me come el coño, uno de sus dedos hurga en mi culito mientras su lengua me da placer en el clítoris. Y lo sigue haciendo muy bien.

Fin

Si os ha gustado este relato, o si no os ha gustado, agradecería comentarios en mi dirección de correo. Prometo contestar a todos y todas.

v_galan_g@yahoo.es

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Saludos, Víctor Galán.