Adela

Un accidente doméstico convirtió, a mi veterana vecina y amiga, en mi amante

Antes que nada, y siguiendo el esquema predominante en este sitio, voy a describirme un poco (ya que es mi primer relato, no es cosa de empezar rompiendo las reglas, jejejeje). Soy un tío normal, tengo 44 años, moreno canoso, mido 180 cm, con algo de sobrepeso (no gordo, pero sí con un poco de peso de más), ojos marrones, ni feo ni guapo. Vamos, el típico cuarentón de los que las mujeres se cruzan por la calle y no miran dos veces. Tampoco es que sea una persona extrovertida, ni mucho menos. Soy algo tímido, sin llegar a ser retraído.

Soy divorciado, con tres hijas, que no viven conmigo, y un perro, que sí lo hace (lo del perro tiene su interés porque es lo que me abrió las puertas de mi vecina, el resto ya se fue abriendo de otra manera). Tengo una novia, mayor que yo (me lleva 10 años, así que ya os podéis imaginar que me atraen, y mucho, las mujeres mayores que yo), con la que no convivo todo el tiempo, pero sí que pasa en mi casa varios días a la semana.

El caso es que, cuando me divorcié, mi ex se quedó con la casa común, algo lógico ya que también se quedó al cuidado de las niñas. Yo, como comprenderéis, tuve que buscarme algo donde vivir, que no era cosa de volver bajo las faldas de mamá. Así que, dado que mi situación financiera, sin ser para tirar cohetes, es desahogada, me busqué, y encontré, un apartamento en zona de playa (no hay nada mejor que vivir en una zona de playa en el mediterráneo para los que nos gusta el mar). Además, como por la puta pandemia me veo obligado a trabajar desde casa (salvo cuando tengo que reunirme con algún cliente o hacer algún tipo de gestión en persona, en que no me queda más remedio que salir de casa), el estar cerca del mar lo hace mucho más llevadero.

Así, una vez ya instalado en mi nuevo apartamento, comencé a disfrutar de los pequeños placeres que brinda la cercanía del mar y lo poco concurrido de la zona (salvo en verano, lógicamente, que entonces se llena). La urbanización en la que alquilé el apartamento está compuesta de tres bloques de varias alturas, con su piscina, su pista de tenis y de pádel, etc. Vamos, que para mí era (y sigue siendo) un paraíso. Suelo tender la ropa en la terraza de mi apartamento, puesto que es muy soleada, costumbre que también tienen la mayoría de los pocos vecinos que allí habitan durante todo el año (quitando un par de matrimonios con niños, el resto son personas de la tercera edad). Así es como conocí a Adela (vamos a llamarla así, aunque ya os podéis imaginar que ése no es su nombre real).

No os imaginéis que esto fue un te veo y te follo, en plan peli porno, porque no, fue todo mucho más lento y mucho más “inocente”, fue algo de meses. Uno de esos días en los que mi novia, que había pasado la noche conmigo, se fue a trabajar (es médico), me dejó puesta la lavadora antes de irse. Cuando me levanté, hice mi vida normal, ya sabéis, ducha, afeitado, café, sacar a dar un paseo al perro, etc. Y antes de sentarme a trabajar, saqué la ropa limpia de la lavadora para tenderla.

Ahí estaba yo haciendo de amo de casa, tendiendo la ropa, mientras mi perro (Pipa se llama) se empeñaba en que jugase con ella, cuando escucho una voz:

-          Hola Pipa… hola guapa! -a lo cual Pipa reaccionó como si hubiese visto a una amiga de toda la vida.

Era la protagonista de este relato, Adela. Yo, hasta ese momento, ni sabía de su existencia. Sí, sabía que en su apartamento vivía alguien, porque veía ropa tendida en su balcón de vez en cuando, pero eso era todo. Vamos a describirla para poneros en situación. Lo primero de todo, lo que más llama la atención, es su voz, pues tiene voz de niña, y si digo que llama la atención es porque no es, ni muchísimo menos, una niña. Adela tenía, en aquel momento, 71 años(aunque, siendo sinceros, no aparenta más allá de unos sesenta y pocos), así que os podéis imaginar mi sorpresa cuando escucho una voz de niña y al levantar la vista (vive en la planta superior a la mía, en el que sería mi apartamento colindante, haciendo esquina con mi terraza) me encuentro a una señora mayor. En cuanto a su físico, es alta, como de metro setenta y cinco, regordeta, sin ser obesa. Media melena, ondulada, rubia (de bote), con gafas, ojos verdes. Un pecho bastante grande, una 120 copa D, algo de tripa (sin ser exagerado), sin unas caderas muy pronunciadas, y un culo grande y redondo. Como es rellenita, no tiene casi arrugas, excepto un poco de patas de gallo, y alguna arruguilla en la comisura de los labios. Algo de flacidez en los brazos… En fin, una mujer normal de 71 años, salvo los ojos, que son verdes (eso ya lo he dicho), de un verde esmeralda con alguna motita marrón, y que te miran como si te analizasen hasta el último de tus átomos.

-          Buenos días –saludé yo, quedándome con cara de no saber muy bien qué pasaba, porque la voz que oía no cuadraba para nada con la persona que la emitía.

-          Es muy buena, y muy simpática. Siempre que me ve desde tu terraza, me saluda.

-          Sí que es buena, sí.

-          Pero, cuando te vas, a la pobre le da mucha pena, se pasa llorando un buen rato.

-          Espero que no te moleste –dije yo, temiéndome que era el comienzo de una bronca vecinal por los ruidos de mi perro.

-          No, no, para nada, es sólo que me da pena cuando la oigo llorar.

-          Es que aún es pequeña, tiene dos añitos, y no lleva muy bien quedarse sola. Intento que poco a poco se vaya acostumbrando, pero está costando conseguirlo.

-          Pobrecita… mira, si quieres, cuando tengas que irte, para que no se quede sola, me la subes a casa, que como yo también estoy sola, nos hacemos compañía la una a la otra.

Vaya, no sabía muy bien que pensar, porque hasta ese momento no la conocía de nada. Pero pensé que me vendría de maravilla, aunque sólo fuera para evitar quejas de otros vecinos. Mientras hablábamos, obviamente, no podía dejar de mirar de reojo ese enorme par de tetas (luego, con el tiempo, supe que se había dado cuenta, aunque no le dio mayor importancia). Es que me pierden las veteranas…, y si son tetonas, ya para qué contar.

-          Pues la verdad es que me haces un favor enorme, que no te voy a rechazar. Mira, mañana tengo que acudir a una reunión, y estaré fuera toda la mañana, así que antes de irme le doy un paseo y te la subo. Por cierto, que vaya maleducado soy, me llamo Ricardo, encantado.

-          Yo me llamo Adela, encantada también, y no te preocupes por el paseo, que yo tengo que salir a caminar por obligación, así que me la llevo y nos entretenemos.

-          Pues arreglado, mañana a las 8.00 te la subo. Ahora voy a ponerme a trabajar, que ya toca. Hasta luego.

-          Hasta luego. Y hasta mañana Pipa.

Así quedó la cosa. El resto del día fue uno como cualquier otro. No es que tuviera que ir corriendo ha masturbarme pensando en ella. Para nada. Había visto un buen par de tetas, de las que me comería con ansias sin dudarlo, pero tampoco había pasado absolutamente nada que me diese pie a pensar nada más allá.

Así fue como nos conocimos, y como empezó una relación, primero de buena vecindad, y después, al transcurrir del tiempo, de amistad, nada más que eso al principio. Al cabo del mes, me dio una copia de la llave de su casa, por si algún día tenía un problema (ya sabéis, que perdiese sus llaves, o que tuviese alguna caída en casa, lo normal). Obviamente, yo le di a ella una copia de la llave de mi casa, por los mismos motivos, que nunca se sabe.

Ya teníamos bastante confianza, puesto que, aunque no soy la persona más sociable del mundo, sí soy agradable con la gente que conozco, así que nunca me limitaba a dejar a Pipa y largarme o a recogerla y adiós y gracias. No, hablábamos bastante, de su vida, de la mía, de cómo está la situación con el maldito coronavirus, de lo sola que se sentía porque sus dos hijos viven fuera de España y no pueden venir a verla, etc.

Ella, por su parte, algunas tardes se pasaba por mi casa, simplemente para charlar un rato, a veces conmigo a solas, a veces conmigo y con mi novia si estaba en casa, o solas las dos con Pipa. Algún día comía en casa con nosotros, o nos traía algo que había cocinado (es una cocinera espectacularmente buena). De hecho, las dos se hicieron bastante amigas (y Marina, que así se llama mi novia y Adela, pasaban muchos ratos ellas solas).

Ya veis que, hasta ahora, nada de morbo (salvo las miradas que le echaba, cada vez que podía a su pecho, que sí que debo reconocer que me ponía mucho). Pero resulta que un día, una noche de un viernes más bien, estando ya a punto de irme a dormir (no era tarde, sobre las diez de la noche, pero había sido un día duro), suena mi teléfono. Era Adela, que por favor subiese a su casa, que había tenido un accidente y no sabía a quién llamar, a lo que le contesté que a mí, por supuesto, que para eso estaba.

Como no estaba la situación para andarse con tonterías, agarré la llave de su casa y subí tal cual estaba, es decir, con una camiseta de AC/DC que suelo llevar para andar por casa y los calzoncillos, unos bóxer sueltos que me vienen algo grandes pero que uso precisamente por eso, por la comodidad.

Cuando entré en su casa, me oyó entrar y me dijo:

-          Corre, ven al baño… ay qué dolor.

Se había resbalado al salir de la ducha. Estaba tirada en el suelo, con una pierna apoyada en la taza del wáter. Como buenamente había podido había agarrado la toalla y se había tapado lo más posible, pero no es que hubiese conseguido tapar mucho, porque no era una toalla de las grandes. Si se tapaba el pecho, dejaba a la vista gran parte de los muslos, casi hasta la entrepierna, de donde se intuía una mata de pelo considerable.

Sinceramente, me da vergüenza reconocerlo, pero verla así encendió algo en ese cerebro que tenemos los hombres entre las piernas, pero conseguí reprimirlo, porque la situación no era para bromas, que la pobre estaba tirada en el suelo y muy dolorida.

-          Voy a llamar a una ambulancia –dije yo.

-          No, no, Ricardo, no llames a nadie, que sólo me he doblado el tobillo y seguro que me he hecho un esguince. Ayúdame a levantarme y me llevas a la cama. Marina me ha contado que te enseñó a colocar vendajes, así que con eso bastará.

-          Pues va a ser que no, que puedes tener algo roto, que con una caída así es muy fácil romperse la cadera. Mejor llamo al 112 que vengan y te vean. Y si te tienes que ir para el hospital, no te preocupes que me voy contigo.

-          Sí, claro, y agarrar un bicho en el hospital por una simple torcedura de tobillo. Que hagas lo que te he dicho, leñe. Además, deja de tratarme como a una anciana, que no lo soy. Sabré yo si tengo algo roto o no.

No os lo he dicho, pero es la persona más terca que he conocido en mi vida. Así que cedí.

-          Vale, te llevo a la cama, y te vendo el tobillo, pero esta noche me quedo en el sillón de tu habitación, por si acaso, y eso no es discutible.

-          Está bien, está bien, anda, ayúdame y vamos a mi habitación

Ya os he dicho que es bastante rellenita, y que mide algo más de 170 cm, así que no fue fácil levantarla, pero ella ayudó todo lo que pudo con la pierna que sí podía apoyar, mientras a su vez intentaba taparse como podía con otra toalla, esta sí, más grande, que yo le había sacado del armario del baño, pero aun así, esta vez por fin vi una de sus dos enormes tetas. Fue sólo un momento, pero me encantó lo que vi, una teta, caída por la edad y el peso, pero muy blanca, con una aureola, color café con leche, como de unos cuatro o cinco centímetros de diámetro y un pezón gordito un poco más oscuro. Por unos segundos se me hizo la boca agua.

Ella lo notó, obviamente, y me dijo, entre bromas y veras:

-          Hijo, que no estoy como para que me miren las tetas ahora mismo, ni por edad, ni por la situación.

-          Joder, Adela, tienes razón, pero qué quieres, no me puedo tapar los ojos, que si me los tapo, menuda ayuda te voy a dar.

-          Tú mira para adelante, que eres muy listo tú…

Esto último lo dijo con una sonrisa en los labios.

Llegamos a su habitación y, tapada con la toalla, la tumbé en su cama, me dijo dónde guardaba su ropa interior y saqué de ahí unas bragas, de color blanco, de las típicas de abuela, pero de tela con encaje, que la hacía semi transparente. No es que las eligiera a propósito, es que era la primera que había, y por lo que vi, eran todas similares.

Se la pasé por la pierna mala, y le dije que iba a mi casa mientras ella terminaba de ponérsela para traer vendaje compresivo y una pomada antiinflamatoria.

Cuando volví, estaba tumbada en la cama, con las bragas puestas y tapada con la toalla. Le dije:

-          Voy a hacerte un pequeño masaje para ponerte la pomada antiinflamatoria y luego te coloco el vendaje compresivo.

-          Ay hijo… eres un sol, no sé cómo te dejó escapar tu ex, pero qué suerte tiene Marina de haberte encontrado.

-          No es oro todo lo que reluce Adela, que ya te habrá contado Marina que mi ex no me dejó escapar, me echó por ponerle los cuernos, y aunque me avergüence reconocerlo, fueron varias veces.

-          Ya, los hombres, cuando la entrepierna se os pone contenta, no os llega la sangre al cerebro.

-          Pues sí, para que voy a negarlo –mientras tanto, ya había terminado yo de masajear el tobillo, que estaba un tanto hinchado, pero no demasiado y estaba empezando a vendarlo–. Ahora, en cuanto te haya vendado, te echo un vistazo a ver si tienes algo más dañado, que el golpe debe haber sido duro.

-          Sí que lo ha sido. La verdad es que me duele bastante la zona de los riñones y tengo el culo dolorido de la caída.

-          Pues nada, ahora le echamos un vistazo. Date la vuelta.

Así lo hizo, y me encontré con que la parte alta de su muslo izquierdo y el cachete del culo, se estaban empezando a amoratar. Le dije:

-          Sí que te has dado un buen golpe. Está claro que la cadera no te la has roto, porque puedes apoyar la pierna izquierda y las dos las mueves normalmente, aunque yo no soy médico, pero debería ponerte alguna pomada en la zona para que no se amorate mucho. ¿tienes trombocid?

-          Sí, en el mueble de la salita, con mis medicinas, debe haber un tubo. Menos mal que Marina te enseñó primeros auxilios, que si no…

-          Pues voy a ponértela entonces, y luego te doy un masaje en la zona lumbar para aliviar el dolor de esa zona, ¿te parece?

-          Pues sí, pero me da cosa estar abusando de ti.

-          Para nada, eso ni lo pienses –ya había encontrado el tubo de trombocid–. Voy a bajarte las bragas.

-          Uuuuf, la de años que no oigo esa frase, jajajajaja.

-          Jajajajaja.

Estando, como estaba, boca abajo, le bajé las bragas para poder aplicar la pomada. Tenía las piernas un poco abiertas, y lo primero que noté era que, como ya había intuido, su mata de pelo era considerable, lo cual a mí, que soy un morboso, me vuelve loco.

Ahora sí que mi amigo el calvo se puso en posición de firmes. Pero como ella estaba tumbada boca abajo, yo estaba inclinado y los bóxer que llevaba no son ceñidos, no lo notó. Le apliqué la pomada en toda la zona que ya estaba amoratándose, recreándome más de lo debido en el culo, y yéndome un poco más de lo necesario hacia la cara interior del muslo. Adela no decía nada, pero su respiración se aceleró un poco.

-          Así que llevas muchos años sin que te digan que te van a bajar las bragas –dije yo, y os juro que no pretendía insinuar nada con la frase, pero es que me salió así, sin más.

-          Pues como tantos como los 15 que hace que falleció mi Manuel, más los casi cuatro que le costó morirse al pobre.

-          ¿Y nada, después de tu marido?

-          Bueno, algún escarceo, pero nada que merezca la pena ni siquiera recordar.

-          Uuuuuf, vaya, no sé cómo has podido aguantar.

-          Pues hijo, qué quieres que te diga, por un lado, con la edad se pierden un poco las ganas, aunque no tanto como creía que las perdería, y por otro lado… me da un poco de vergüenza decirlo, pero tengo un juguete en mi mesilla de noche y con eso, pues me saco las ganas.

-          Deberías darle alguna alegría al cuerpo de vez en cuando.

-          Ya me gustaría, pero con el panorama que hay…, ya has visto los vecinos que tenemos en la urbanización… para qué decir más.

-          Eh, que yo también soy un vecino de la urbanización –dije entonces sin pensar. Me quedé helado por lo que podía haber insinuado.

-          Tú podrías ser mi hijo, y además estás pillado ya –contestó ella–, así que para eso no cuentas.

El caso es que yo no contaría, pero no podía dejar de observar mientras seguía con mi, ya excesivo, masaje, que tenía la respiración acelerada, y que su zona genital estaba más húmeda de lo que la ducha habría justificado, a lo que hay que añadir que empezaba a desprender un olor a sexo, que sin ser excesivo, sí era muy penetrante, lo cual me estaba volviendo loco.

Así que sustituí la pomada por crema hidratante y me dediqué a masajear la zona lumbar, subiendo por la espalda. Pero, con toda la intención, me iba hacia los costados según subía por la espalda, llegando a acariciar por los lados esas dos monumentales tetas, aunque me cuidaba muy mucho de que pareciera casual. Adela, en ningún momento me dijo que parase y, cuando llegaba a las tetas, incluso, hacía ademán de levantarse un poco, y suspiraba cada vez que lo hacía. Yo, ya os podéis imaginar, estaba tan empalmado que me dolía y, o me vaciaba de alguna manera, o me iban a estallar los huevos.

Sin embargo, y aún con los suspiros y su más que evidente excitación, no dio señal alguna que me diera pie a hacer lo que más deseaba en ese momento, que era, para qué engañarnos, poseerla como si no hubiese un mañana. Así que, como a mí también la posición en la que estaba empezaba a cansarme, le dije:

-          Yo creo que, por hoy, ya hemos tenido bastante, deberías descansar, así que, si no te importa, voy a darme una ducha aquí y nos dormimos.

-          Me sabe mal que tengas que dormir en un sillón…

-          No te preocupes, que no hay problema.

-          Mejor te tumbas aquí en mi cama.

-          Que no, mujer, que yo me muevo mucho, y si te doy sin querer una patada por la noche te vas a quedar amarga –si seré gilipollas, a quién se le ocurre ser un caballero cuando una mujer te ofrece compartir la cama.

-          Bueno, vale, pero si estás incómodo te metes a la cama.

-          Ok, prometido.

Me fui a su baño para darme una ducha, y al entrar, ahí estaba la ropa interior que se había quitado antes de su accidentada ducha. Ni pude ni quise resistirme a llevarme las bragas sucias a la cara y olerlas. Tenían algunos pelillos, lo que me puso más caliente aún, y olían… lejanamente a orina y al sudor de la zona íntima de todo el día, lo que me calentó todavía más. El caso es que me las incrusté en la nariz y me hice una de las mejores pajas que recuerdo. Entre lo cachondo que me había puesto masajeando y el olor de esas bragas, me corrí echando semen como para donar a varias clínicas de fertilidad.

Me duché y me fui al sillón de su habitación. Ella ya estaba dormida. Normal, con lo que llevaba encima ese día. Su sillón era cómodo, así que me quedé dormido enseguida. Y así, sin más novedad transcurrió toda la noche.

Desperté sobre las ocho de la mañana. No habíamos bajado las persianas, así que la habitación estaba iluminada. Tenía una erección matutina de caballo, lo que en mí es normal, por otro lado. Y en la posición en la que estaba, se me veía perfectamente.

Abrí un poco los ojos y vi que ella ya estaba despierta y mirándome. No, no me miraba a los ojos. Así que me hice el dormido, y la dejé que siguiera mirando durante un rato, quería ver hasta donde llegaba. Como a los dos o tres minutos, empecé a escuchar cómo su respiración se hacía más fuerte, y de vez en cuando soltaba algún suspiro algo más fuerte. Entreabrí un poco los ojos, pues me pudo la curiosidad (pero intentando que no se diera cuenta), y vi que estaba tumbada boca arriba, un poco recostada, tapada con una sábana fina que permitía apreciar la forma de sus tetas caídas hacia los lados, marcándose sus pezones enhiestos y, por debajo de la sábana, se estaba masturbando.

Era una situación super morbosa. Una mujer se estaba masturbando mientras veía mi erección. En ese momento me habría bajado el bóxer y me hubiese tirado encima de ella. Pero conociéndola, sabía que algo así sólo rompería la magia del momento. Mejor dejar que las cosas fluyesen solas, a ver hasta dónde llegaban.

En un momento dado, fue como si dejase de respirar, mientras su mano se movía frenética bajo la sábana. Estaba claro que había tenido un orgasmo, lo cual me hizo sentir maravillosamente. Cuando noté que su respiración se volvía, poco a poco, a normalizar, empecé a moverme como si estuviera despertando.

-          Mmmmm, ¿qué tal te encuentras esta mañana? ¿te duele algo? –pregunté.

-          Pues sí que estoy mejor, la espalda ya casi no me duele y el tobillo, si no lo muevo, no lo noto.

-          Voy a retirar el vendaje, para ver cómo está, y lo vuelvo a poner. Y si quieres te hago otro masaje en las piernas y la espalda, ¿te parece?

-          Me encantaría, pero me sabe fatal abusar de ti, que tendrás que trabajar.

-          Te recuerdo que es sábado, y además no estás abusando de nada. Así que a masajear se ha dicho.

-          Gracias cariño. Eres un amor.

Si supieses lo que estoy pensando hacerte, no dirías que soy un amor ” pensé. Retiré el vendaje que había colocado la noche anterior y, para mi sorpresa (y la de ella), estaba mucho menos hinchado de lo que esperaba. Volví a vendarlo y le dije:

-          Está muchísimo mejor, creo. Date la vuelta y vamos al masaje.

Se dio la vuelta. Retiré la sábana y, fruto de su muy reciente masturbación, salió un olor a sexo femenino que, casi de inmediato, inundó la habitación y me transportó al cielo, aunque hice como si no oliese nada. Yo iba a bajarle las bragas, como había hecho la noche anterior, pero en el último momento lo pensé mejor y me dije “ vamos a no quitárselas, a ver qué dice ”. Buena decisión, pues nada más empezar, me dijo:

-          ¿No vas a bajar las bragas? Lo pregunto por evitar que se manchen con la crema hidratante, que luego es un follón retirarla.

-          “ jejejeje, pues sí que lo ha dicho ”. Tienes razón, y al igual que te dije anoche: te voy a bajar las bragas.

-          Jajajajajajaja.

-          Venga, vamos al lío.

Empecé a masajear, como la noche anterior, la pierna amoratada (ahora mucho menos, gracias a mi labor previa). Obviamente, no quise apretar, por no causar dolor. Ella abrió las piernas un poco, al igual que había hecho, y yo cada vez más excitado no podía dejar de contemplar lo que a la vista se me ofrecía, a la vez que de vez en cuando, como distraído, acercaba mi nariz un poco para oler lo que de su entrepierna salía. Ahora sí, con más luz, veía su vello púbico totalmente mojado, no húmedo, mojado. Pensé “ Diossss, esta mujer es una fuente, y cómo me gustaría beber de ella ”.

Decidí pasar a la otra pierna, la que estaba sana y que había sido ignorada la noche anterior. Ahí sí pude dar un masaje en condiciones. Subí desde el pie, sin prisas, recreándome y, al llegar al muslo, cada vez iba un poco más al interior. Sus suspiros se transformaban y subían de volumen cada vez que, apretando un poco de más el muslo, acariciaba su cara interior, por la zona en la que su vello púbico entraba en contacto con mi mano, aunque cuidándome mucho de no llegar más allá, pues no quería, aún, ser tan explícito.

Decidí subir un poco más arriba, a ver cómo era recibido, y me centré en su glúteo. Es un glúteo, como ya he dicho, muy grande, de los que no se abarcan con dos manos (y las mías son muy grandes), blandito y con una suavidad espectacular. Si me llego a rozar la polla en ese momento, me corro directamente, de lo cachondo que ya estaba.

Poco a poco me fui centrando en la zona interior del cachete del culo, hasta que, de forma totalmente intencionada, pasé directamente mis dedos por su ano. En ese momento, sus suspiros ya no fueron suspiros, fue directamente un gemido en toda regla. Ahora sí, ya estaba claro para los dos lo que iba a ocurrir, así que ahora ya no tenía prisa, podía recrearme en acariciar todo su cuerpo, y vaya si lo hice.

Volví a acariciar su zona anal, pero esta vez bajando por la entrada de su vagina, para llegar a su clítoris. En ese momento, ella levantó el culo para facilitarme el acceso a su botón. No me costó encontrarlo, estaba durísimo y en medio de una zona totalmente encharcada y que olía a sexo de una forma que casi mareaba. Me entretuve un par de minutos acariciándolo, dándole pequeños pellizcos, y a la vez metiendo mi dedo gordo en su vagina, hasta que, nuevamente, fue como si dejase de respirar, su cuerpo se tensó y con un temblor, tras unos segundos volvió a dejar caerse en la cama exhalando todo el aire que había retenido. Otro orgasmo, esta vez más fuerte que el anterior, y probablemente el más erótico que he visto jamás.

No quería que se acabase, pero tampoco sabía dónde tenía ella el límite (ahora sé que su límite está mucho más lejos), así que, me quité los bóxer, me senté a horcajadas sobre sus muslos, apoyando más el peso en la zona que no estaba lesionada, y empecé a acariciarle la espalda, al igual que la noche anterior, centrándome en los costados cerca de sus tetas. A la vez, tenía apoyado mi pene entre los cachetes de su culo empujando un poco cada vez, por lo que ella era totalmente consciente de mi excitación (y de mis pretensiones, claro).

No habíamos dicho una sola palabra hasta ese momento, y tampoco había hecho falta, por lo que continuamos en silencio. Yo disfrutando de la vista y de su contacto y ella, ahora, con los ojos cerrados y volviendo, cada vez un poco más a los suspiros que yo ya había aprendido a identificar como señal de excitación.

Volvió a levantar levemente el torso para que pudiese llegar a acariciar su pecho. Pero el volumen era tal que resultaba imposible. No me importó, ya habría tiempo para ello.

Me incliné hacia ella, mordisqueé el lóbulo de su oreja derecha, mientras mi miembro se paseaba rozándose por toda su entrepierna, y ella respondió con un temblor por todo el cuerpo. Ahora sí, le susurré al oído:

-          Bésame.

Me levanté de sobre su cuerpo para que pudiese darse la vuelta. Me miró con sus ojos verdes, agarró mi cara con las dos manos y, lentamente, acercó mi rostro al suyo, hasta que nuestros labios hicieron contacto. Abrió un poco sus labios y, respirando por la boca, sacó un poco la lengua. No pude resistirme e hice presa de ella. La acaricié con mis labios, la absorbí como el manjar más delicioso del mundo.

Ahora ya tenía sus tetas libres. Eran enormes, tanto como para no poder vencer la gravedad, pero eso es precisamente lo que más me gusta de ellas. Así que me dediqué, mientras nos comíamos las lenguas, a acariciarlos, pellizcando sus pezones. Eso la estaba volviendo loca, como después pude saber (es capaz de llegar al orgasmo sólo con que le toquen las tetas, si se lo hacen como a ella le gusta).

No quería dejar de besarla, pero necesitaba lamer, chupar, morder aquellas tetas que me estaban volviendo loco, así que bajé a ello. Sus gemidos se incrementaban, tanto en volumen como en frecuencia. No sé el tiempo que estuve jugando con mi boca en sus tetas, pero sí sé que no hubiera parado nunca. Pero también quería conocer el sabor de su vagina, así que bajé para poder, ahora sí, contemplarla y saborearla a mis anchas.

Su vello púbico era mucho, y muy negro, con algunas canas, claro, pero no muchas. Estaba tan mojado como si acabase de salir del agua. Pero no era agua, no con ese maravilloso olor. Jugué con mis dedos enredándose entre su vello, dándole algún tironcillo ocasional. Mientras ella, me miraba como si quisiese absorberme con su mirada y se pellizcaba los pezones.

Ahí ya no pude aguantar más, y me lancé a pasar mi lengua por toda la zona. Si su olor era embriagador, su sabor me fascinó. Salado y con un punto dulzón y amargo a la vez. No hay dos mujeres que tengan el mismo sabor, eso lo he comprobado después de muchos años (y dicen que tampoco hay dos hombres cuyo semen tenga exactamente el mismo sabor, aunque eso paso de comprobarlo), pero el sabor de Adela es adictivo.

Me tumbé, con los pies hacia su cabeza, abriendo sus piernas para que me dejase meter mi cara entre sus piernas. Ella, en ese momento abrió sus piernas y agarró mi pene. Comenzó una masturbación lenta, pero tan excitante que tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no correrme en ese mismo instante.

Sus gemidos continuaban, y cada vez me ponían más cachondo. En un momento dado, pasó su pierna sobre mi cabeza y se colocó en posición de 69. Qué maravilla, no había tenido ni que pedírselo y ella se había colocado en mi posición favorita. En ese momento, mientras yo me daba un atracón con sus jugos, que cada vez eran más abundantes, ella se metió mi polla en la boca. Así, sin preámbulos, sin besitos ni lametones. Directamente hasta la garganta. Estaba claro que sabía lo que hacía, y vaya si lo sabía, pues me dio una mamada, sencillamente perfecta. Sin rozar ni una sola vez con los dientes, profunda, pues se la metía hasta que su nariz tocaba mis testículos, graduando la velocidad para prolongar el placer.

Supuse, acertadamente, que quería que los dos llegásemos al orgasmo a la vez, así que cuando notó que su orgasmo era inminente, subió la intensidad de la succión y la velocidad. Así llegó, creí que estaba explotando, varias descargas de semen que fueron directamente a su garganta, sin dejar escapar una gota, mientras que yo, por mi parte, me bebía el rio que salía de su vagina, siendo apretado por sus muslos con toda la fuerza que tenía.

Nunca he sido de los de terminar con el sexo oral, y a lo largo de mi vida, cuando me ha ocurrido, me he quedado con la sensación de que me faltaba algo. Y esa vez no fue la excepción. Quería más, quería otro asalto, vaciándome dentro de ella mientras le miraba esos ojos de color verde esmeralda. Pero claro, con 44 años no se tiene la capacidad de recuperación que tenía a los 20, así que, sí o sí, tenía que dejar pasar un rato para recuperarme. Además, ella ya llevaba tres orgasmos casi seguidos, y no dejaba de ser una mujer de 71 años (iluso de mí, podría haber tenido otros cinco sin despeinarse, que no imagináis la energía que tiene esa mujer).

En fin, que me di la vuelta y me acerqué a ella, estábamos ahora tumbados de lado, frente a frente, por lo que no pude resistirme y le volví a plantar un beso de tornillo, beso que fue perfectamente correspondido por Adela. Ahora no teníamos prisa, ya no había urgencia por parte de ninguno de los dos, ahora podíamos recrearnos en conocer el cuerpo del otro con tranquilidad.

Así fui explorando el tacto de todo su cuerpo, a la vez que ella lo hacía con el mío, sin dejar de besarnos en ningún momento, como dos adolescentes que se besan por primera vez. No dejé de tocar ni un solo rincón de su cuerpo. Me maravillaban sus redondeces, esa tripita que tiene, su suavidad y el calor que desprende.

Estuvimos un buen rato así, algo más de media hora, creo. Y, aunque mi capacidad de recuperación esté algo mermada, no soy inmune a las caricias, por lo que cuando llevábamos así algo menos de 20 minutos ya estaba otra vez empalmado, y ella en ningún momento había dejado de estar empapada.

Claro, no era cosa de desaprovechar la ocasión, ya que tan generosamente se me brindaba. Y quería, no, anhelaba, penetrarla. Me puse encima de ella, a la vez que ella abría las piernas, invitándome a entrar de una vez. Pero ahora no había prisa por mi parte, así que me dediqué a rozar su clítoris con mi glande. Ella me miraba como si quisiese comerme. Estaba claro que me quería dentro, pero no necesitó decirlo, pues al estar acariciando con mi glande sus labios mayores ella misma dio un golpe de cadera mientras, a la vez, me empujaba hacia adentro. Y adentro que me fui, de una sola estocada. No soy de una dotación enorme (unos 17 cm así a ojo), pero sí que tiene un grosor más que decente, así que cuando entró se le abrieron los ojos como platos.

Por un momento, sólo un instante, se quedó como paralizada, mirándome. Después comencé a meter y sacar lentamente, despacio, disfrutando el roce que me proporcionaba esa vagina que ya llevaba unos cuantos años sin uso. No os voy a engañar, después de dos hijos que nacieron por parto natural y, dicho por ella, pesaron casi 4 kilos al nacer, aquello no era el coño de una quinceañera, pero sí sabe hacer algo que no he encontrado a muchas mujeres que lo sepan, y es contraer a voluntad la musculatura de la vagina. Entre eso, que tenía una temperatura que parecía un horno industrial y que el ruido de chapoteo era muy considerable, este menda estaba en el séptimo cielo.

Pasados unos minutos, puse sus piernas sobre mis hombros, para hacer la penetración más profunda, y de paso poder ver desde algo más lejos el bamboleo de sus tetas al metérsela (para apreciar el conjunto, que me da muchísimo morbo). Como en esa posición le entraba más adentro, y por el ángulo rozaba más, Adela cambió los gemidos por resoplidos y algún gritito que otro que me ponían cada vez más cachondo. En ese momento, con una cara de vicio digna de la mejor profesional del porno, me dijo:

-          Como te corras ahora, te mato.

Yo, por mi parte, iba incrementando la velocidad y la fuerza, hasta que, en un momento dado, tras unos cinco minutos de estar bombeando con todas mis fuerzas, Adela dio un auténtico grito:

-          Aaaaaaaaaaaah!!!! Me corrooooooooooo!!!! Sííííííííííííí!!!!

Sólo presenciar esa forma de correrse, en circunstancias normales, me habría hecho estallar de inmediato, pero por suerte, ya llevaba una corrida previa, y no hacía mucho, lo que me permitió aguantar, pues quería tenerla a cuatro patas para mí, quería ver ese culo moverse como una enorme gelatina con cada una de mis estocadas.

Así que me retiré, y le dije:

-          Ponte en cuatro, que ahora quiero verte bien el culo.

Ni corta ni perezosa, se puso en posición y, volteando la cara, con una media sonrisa me miró, y me dijo:

-          Dame todo lo fuerte que puedas, sin piedad… –y agachó la cabeza sobre la cama, aumentando el ángulo. Desde ese punto la vista era inigualable.

Y sin piedad se la metí, de golpe y hasta el fondo, una y otra vez.

-          Aaaah!!!! aaah!!!! Más, dame más, me estás rompiendo… Síííí, dame fuerte, no pares mi niño, no pares.

Cómo se movía ese culo cuando le daba con todas mis fuerzas, era un espectáculo. Yo estaba duro como una piedra, pero no sé cómo, conseguía aguantar para no correrme. Me dijo:

-          Dame un buen palo en el culo, déjame la mano marcada.

Y yo, obediente, se la di, un cachetazo de los que te llevan al calabozo. Tanto sonó que, por un momento me dije “ te has pasado tres pueblos, animal ”. Pero a mi musa eso la encendió aún más.

-          Un par mas así y te vas a creer que te he meado encima de la corrida que me voy a pegar… Síííí, más, más, dame maaaaaas.

Como comprenderéis, debía cumplir con su deseo, y más con lo cachondo que estaba, así que, efectivamente, le di un par más, espaciándolos (que tampoco quería pasarme) mientras eran recibidos con auténticos alaridos por su parte.

Ahí llegó mi momento, ya no podía aguantar más, y se lo dije:

-          Me voy a correr Adela, uuuuuuuf, que me voy a correr.

-          Y yoooooo!!!! Síííí´!!!! Llénameeeee.

Me corrí como si llevara sin hacerlo una semana, y no un rato. Uno, dos, tres, cuatro trallazos que salieron como si hubiera vuelto a ser el yogurín que un día fui.

Al cabo de unos segundos, tras recobrar los dos la respiración. Se se tumbó en la cama, y yo volví a tumbarme con ella. La habitación apestaba a semen y a flujo vaginal, pero en ese momento era el mejor perfume. Me dio un beso, mirándome a los ojos, y me dijo:

-          Lo típico es decir que esto ha sido un error y que no se repetirá. Pero como ya has podido comprobar, a mí me gusta más el sexo que el comer, y eso que estoy gordita. Y a ti te gusta variar de montura, eso está claro. Así que, cuando volvamos a poder, si queremos los dos, repetimos. Sin ataduras ni exigencias, sigamos siendo amigos, ¿vale? Aunque por un rato podamos ser amantes. Eso sí, como se entere Marina, si no me mata, te mato yo a ti, que ella también es mi amiga, y quiero que siga siéndolo.

-          Cuenta con ello. Además, siendo un poco cínico, si te tengo a ti aquí, contigo y con Marina ya tengo toda la variedad que necesito.

-          Eso sí, no tardes mucho en volver a mi cama, que aún te queda un agujero por probar. Y te garantizo que ése lo sé manejar igual que el otro.

-          Aún tenemos todo el día de hoy, que Marina entraba de guardia a las ocho, y no sale hasta mañana a las ocho de la mañana

CONTINUARÁ?...

Éste ha sido mi primer relato. Llevo muchos años (sí, muchos de verdad) leyendo los relatos de esta página, y ya era hora de colgar el mío. Si os ha gustado, o no, no tengáis problema en decirlo. De todos los comentarios se aprende, hasta de los insultantes