Adaptaciones y reformas
La tristeza causada por el abandono de mi madre nos unió a mi padre y a mi con más amor que el estrictamente filial...Y siempre, siempre, desde que tengo recuerdos, he notado que cada vez que un hombre me atrae, una especie de desazón o descarga de energía me llegaba la punta del nabo. ¡Siempre!
ADAPTACIONES Y REFORMAS
Nota del autor: Nunca me ha gustado comenzar un relato diciendo: me llamo fulano de tal, mi altura es esta, peso tantos kilos, mi polla mide equis centímetros etc. etc.
Pero en este caso voy a romper las reglas y comenzar como nunca hubiera supuesto.
Por otro lado, os aconsejo que busquéis en vuestro navegador a un pintor que se llama Michael Leonard. Encontraréis la iconografía perfecta para mis relatos y para este en concreto. Tiene unos tres cuadros de obreros en los andamios. Os lo recomiendo. Hacedme caso.
PRÓLOGO
Me llamo Pepe y soy de Gandía (Valencia), tengo 23 años, de mis padres he heredado el color aceitunado de la piel, el color morenos del pelo y los ojos marrónoscurocasinegros surcados de unas pestañas espesas al igual que las cejas. Soy bajo de estatura (no llego a 1,70), menudo, pero sin un ápice de grasa y muy, muy fibrado, no sin embargo llevo trabajando en la empresa de construcción de mi padre desde los 17 años. Tengo escaso vello en el cuerpo quitando en los sobacos, el pubis, el ano y las piernas. Por lo demás, muy escaso. Soy gay desde que tengo consciencia de lo que es la atracción por un hombre. La profesión de mi padre me ha ofrecido ver desde pequeño hombres con poca ropa, fuertes, sudados, con pantalón corto, botas de trabajo etc. Y siempre, siempre, desde que tengo recuerdos, he notado que cada vez que un hombre me atrae, una especie de desazón o descarga de energía me llegaba la punta del nabo. ¡Siempre!
Este soy yo.
Hace unos meses le ofrecieron a mi padre la reforma de un edificio de apartamentos de trece plantas en Madrid. Tal como está la situación aceptó y me ofreció la dirección de las reformas. Le dije que sí. Me dijo que contratara a un oficial de mi confianza y que él elegiría a los albañiles. Seríamos cinco de cuadrilla. Acepté.
Mi oficial sería Blay. Mi más íntimo amigo y confidente, y trabajador en la empresa. Le conocía desde el colegio. Blay es más alto que yo (no hacía falta mucho para eso), y con algunos kilos más que yo (No es gordo, es redondito pero tiene un cuerpo bonito y muy fuerte), con la pubertad se le cubrió el cuerpo de vello de manera que parece un osito (me encanta).Blay nunca ha ocultado su homosexualidad, siempre me contaba sus encuentros y desencuentros. Eramos íntimos y nos contábamos todo. Todo menos la relación con mi padre, que lo contaré más tarde (que no se impaciente nadie, lo contaré).
A los quince años, una noche de San Juan, íbamos andando por la playa hasta llegar a la zona de las dunas. Esa zona estaba casi desierta. Blay me llevaba abrazado por los hombros, notaba su calor y su cariño, me dejaba abrazar, me gustaba sentirle a mi lado. Entonces me armé de valor y le confesé mi homosexualidad. Se quedó de piedra. "Nunca lo hubiera imaginado", me dijo. "Pues eso es lo que hay. Desde que alcanza mi memoria siempre he sentido algo especial por los hombres, nunca por las mujeres".
¿Me lo dices porque quieres hacer algo hoy?.
No, te lo digo porque no te lo puedo seguir ocultándo.
Sabes que siempre me has gustado...y eres mi mejor amigo... Te lo repito. ¿Quieres hacer algo hoy?.
Si Blay, quiero.
Nos adentramos por las dunas hasta llegar a los cañaverales y lo hicimos.
A partir de ese momento fuimos unos auténticos "follamigos", ni el estaba enamorado de mi ni yo de él. Pero teníamos una unión mucho más fuerte que de una pareja. Hoy, a los 23 y 24 años, seguimos siendo uña y carne. Un año sin tenerle cerca era imposible y considerando que era un excelente trabajador no dudé en ofrecerle el trabajo. Aceptó de inmediato. Trabajo de un año, la golosina de Madrid para un gay y, por supuesto, mi compañía.
Los tres albañiles eran: Un marroquí que trabajaba con mi padre desde hacía tiempo y que se llama Yousuf, pero que le llamamos Sufi, de treintaytantos, de estatura mediana y buen físico (ya os contaré de él); Yuri, un ucraniano rubio de cerca de cuarenta años, que era como una mula de carga, alto y fuerte, con un cuerpo que quitaba el hipo y que lo decoraba con unos tatuajes inquietantes; y Boris (nunca supe de donde procedía, de un país del este seguro), era como un armario de dos cuerpos, moreno y con el pelo recogido en una coleta, con la barba recortada lo mismo que el resto del vello que cubría su cuerpo. Luego supe que se rasuraba con maquinilla al mismo número - No me gusta el vello largo, da mucho calor - me dijo en una ocasión mientras se pasaba la rasuradora por los sobacos. Eran tres ejemplares que te quitaban el sueño con el más profundo y oscuro deseo.
Fuimos a Madrid y nos alojamos en un piso los cinco. Blay y yo en un cuarto, los dos del este en otro y Sufi en el sofá-cama.
MI PADRE
Mi madre nos abandonó cuando tendría unos ocho o nueve años. Por los recuerdos que tengo y por las fotos que hay en casa era una mujer bellísima.
Menuda, morena, con una melena negra y ondulada, ojos grandes y oscuros y una sonrisa preciosa. Dicen que me parezco a ella pero yo creo que me parezco más a mi padre en versión"mini".
Cuando nací, mi padre tendría unos veinticinco años, por lo que en aquel momento tendría unos treinta y cuatro. Mi padre es alto y corpulento, moreno de piel y pelo ondulado (como yo), de ojos oscuros y cejas abundantes (como yo), tiene un cuerpo fuerte acostumbrado al trabajo físico (yo no), cubierto de vello oscuro (yo tampoco), y unos labios carnosos que oculta una sonrisa blanca y encantadora (como yo).
A raíz de que mi madre nos abandonara (...por otro hombre,...eso decían), tanto mi padre como yo caímos en una gran tristeza. Por las noches, mi padre lloraba sin consuelo y yo también sin poder dormir en la soledad de mi cama. Me levantaba y me iba a su cuarto, abría la puerta y me quedaba en el quicio mirándole. Mi padre levantaba las sábanas para cobijarme y abrazándose a mi lloraba hasta quedarse dormido. Siempre recordaré la humedad de sus lágrimas en mi espalda, la sensación de cobijo que me proporcionaba el vello de su pecho y vientre, y el calor de su cuerpo junto al mío. Así pasaron muchas, muchas noches.
Yo notaba que algunas veces me abrazaba con más intensidad, notaba que su miembro se endurecía entre mis nalgas, que iniciaba un movimiento acompasado hasta que, después de un gemido, se quedaba quieto y se dormía. Me encantaban esos momentos porque el calor de su cuerpo se adentraba en el mío, el aliento de su boca calentaba mi hombro o mi cuello, y luego caía en un sueño profundo abrazado a mi.
Estas situaciones se fueron haciendo norma hasta que un día, yo tendría once o doce años, mientras se masturbaba pegado a mi, se dio cuenta de que yo estaba empalmado. - ¿Quieres que te la haga?- Me preguntó en un susurro. - Si... por favor...házmela...
Y mientras se restregaba en mi culo metió la mano en mi calzoncillo, lo bajó y comenzó a hacerme la primera paja que me harían en mi vida. Sus gemidos en mi oreja, el calor de su cuerpo desnudo junto al mio y su mano en mi polla me excitaban de tal manera que tuve una corrida anormal para mi edad, cada vez que eyaculaba un dolor placentero me taladraba la polla y me hacía gemir hasta casi gritar. Entonces mi padre se corrió en mi culo como una bestia, me mordió el hombro hasta hacerme daño y luego me besó con tanta ternura que se me saltaron las lágrimas...y se durmió en un profundo sueño.
A partir de ese día, hacíamos el amor casi todas las noches. Poco a poco nos fuimos acoplando a nuestras necesidades, un día le dije que quería pajearle con la boca...otro me lo pidió el...nos comimos el culo los rabos, la lefa, los labios... todo lo que fuera carne entraba en nuestro menú nocturno para después dormir placenteramente.
Fui creciendo y desarrollándome. A los catorce años me convertí en un hombrecito apetecible. Lo sabía porque había miradas e insinuaciones de tíos mayores que yo que no dejaban de excitarme.
Un día me armé de valor y decidí ir a las dunas . Nunca lo había hecho pero decían que era la zona de cruising, así que allí fui para investigar que se cocía...y se cocía de todo. Vi como se mamaban, como se pajeaban o como se follaban. Me escondí para ver como un hombre de unos cuarenta años enculaba a un chico algo mayor que yo. Los gemidos de placer de los dos hombres me hizo no quitar la vista de ellos hasta que acabaron en una gran corrida acompañada de gemidos y gruñidos de placer. Acabé de cascármela escondido entre las cañas. Me dieron tanta envidia que decidí que ya era hora de sentir lo mismo.
Esa misma noche le dije a mi padre: -Quiero que me folles.
¿Estás seguro?. Te va a doler y no quiero hacerte daño.
Si no eres tu, va a ser otro y yo se que tu vas a tener cuidado y además quiero que seas tu el que me desvirgue.
Me puso frente a el y me besó en los labios. -Si quieres que pare, dímelo.
Me tumbó boca arriba en la cama, me mamó la polla y los huevos y fue bajando por el perineo hasta llegar a pequeño ojal aún virgen. Me fue levantando las piernas para dejar libre la entrada y poder jugar con ella para dilatarme. Me lamió intensamente mientras jugaba con los dedos pringados de saliva e iba adentrándose en mi poco a poco proporcionándome un intenso placer desconocido para mi que hacía que me revolcara en la cama.
Paró y me dijo que fueramos al baño, allí me indicó que me apoyara en el lavabo y que abriera las piernas. Cogió un bote de gel, introdujo la boca en el culo y apretó. Yo sentí como el líquido frío entraba en mi proporcionándome más placer, luego comenzó a jugar con sus dedos pringosos y siguió con el juego de la cama, metiéndolos y sacándolos mientras yo gemía. Se incorporó, se puso un condón, lo embadurnó con el gel y puso la punta en el centro de mi agujero. - Si te hago daño y quieres que lo deje dímelo-. Asentí con la cabeza, apretó su cuerpo al mío, me mordió el cuello y comenzó a penetrarme.
Gracias a la dilatación que tenía, el capullo entró fácilmente. Fue empujando hasta que el primer anillo presionó e hizo que gimiera, cerrara los ojos y apretara la mándibula con fuerza. Mi padre que veía mis reacciones por el espejo, paró. -¿Lo dejo...?.
Le indiqué con la cabeza que no. En un instante pensé que ese mismo dolor me lo provocaría cualquier otro hombre, sería lo mismo, pero en este caso era mi padre, lo que más quería en el mundo. - Sigue...sigue...
- Relájate, relaja el esfínter y deja que se acostumbre a mi tamaño, luego no te dolerá.
Le hice caso y noté como su polla iba entrando poco a poco, me dolía pero era soportable. Me mordía el hombro y las orejas, me lamía las gotas de sudor que caían por mi cuello, mientras iba penetrándome poco a poco. Noté otro punto de resistencia pero me relajé para dejarle paso. Una vez más lo conseguí hasta que noté las cosquillas que me proporcionaba su vello pubital en mis nalgas. Ya estaba dentro. Ya estaba desvirgado. Ahora vendría el placer.
Me abrazó, me miraba a través del espejo, me mordió y comenzó a jugar con mis pezones a la vez que comenzaba a moverse lentamente. Notaba como el miembro entraba y salía lentamente de mi. Le cogí una mano y se la llevé a mis genitales. Necesitaba que me los acariciara mientras iba sintiendo un gusto desconocido, un placer que me hacía suspirar. Le miré por el espejo, vi a un hombre joven y hermoso, al hombre que más quería, y vi en su gesto el mismo sentimiento que yo.
Comenzó a follarme con más contundencia y yo, instintivamente, abría el culo para dejarle paso y apretaba el esfinter cuando salía para proporcionarle más placer. Así estuvimos un rato hasta que me dijo que se corría. Al oírlo, se abrieron las compuertas de mi huevos y comencé a correrme como nunca lo había hecho, hasta casi sentir dolor. Mi cuerpo se irguió y mis músculos se tensaron. Las contracciones de mi ano apretando su miembro hizo que se corriera emitiendo unos gruñidos que eran casi gritos agónicos. Le miré. Me sorprendió el gesto de placer que parecía de dolor. Su cara contraída, sus venas de la frente y el cuello hinchadas y el gemido saliendo de su boca entreabierta. De repente, me abrazó con mucha fuerza y me mordió el cuello con saña. No me quejé. Así estuvo unos minutos, hasta que se fue relajando. Noté como su polla se iba deshinchando y saliendo poco a poco, proporcionándome otro placer más suave que hizo que mi polla volviera a empinarse.
¿Estás bien?...
En el séptimo cielo, papa...gracias...te quiero
A partir de ese momento se establecieron las reglas no habladas de que las noches eran nuestras. Mi padre comenzó a salir y a ligar con mujeres, yo a ligar con tíos. Pero las noches eran nuestras.
Nadie nunca ha sabido de esta relación.
Continuará en ADAPTACIONES Y REFORMAS (Madrid)