Adán, Eva y la serpiente
Adán y Eva se aburren en el paraíso.
Eva se despertó de un largo sueño. Estaba amaneciendo y aquel día sería como los demás: un largo y aburrido día en el paraíso.
Los juegos de amor con su compañero Adán ya no complacían ni a uno ni a otro, pues se habían instalado en la rutina. Necesitaban una experiencia nueva en sus vidas.
Decidió dar un largo paseo junto al río. La brisa acariciaba sus cabellos y su cuerpo desnudo, calentados suavemente por el sol de la mañana.
Al pasar junto a un manzano escuchó una voz que la llamaba.
Eva, no te vayas. Espera un momento.
Eva se detuvo y miró hacia el árbol buscando la procedencia de esa misteriosa voz.
Aquí, encima de ti.
Miró hacia arriba y vio una serpiente enroscada en una rama. Sus ojos la observaban fijamente, fascinándola.
Eva, estoy aquí para ayudarte. Se que no eres feliz con tu compañero.
¿Cómo sabes que me pasa? ¿Y cómo podrías ayudarme?
Soy el animal más listo y más sabio de todos los que viven sobre la tierra. Así fui creada. Bájame de este árbol y te lo demostraré.
Eva tomó a la serpiente entre sus manos. Su cuerpo estaba frío, pero sentir la suavidad de su piel contra la suya era muy placentero.
Eva se tumbó en el suelo y la serpiente comenzó a recorrer todo su cuerpo, subiendo desde sus piernas, rozando su vagina y pasando entre sus pechos endurecidos. Eva se estaba calentando al sentir esas nuevas sensaciones y empezó a masajearse el clítoris con los dedos. La serpiente no paraba de recorrer su cuerpo de arriba abajo, enroscándose en sus miembros, apretando y aflojando por momentos, pasando su lengua bífida por la piel de la mujer Eva estaba a punto de correrse cuando escuchó una voz.
Eva, ¿qué estás haciendo?
Era Adán, que la había seguido y había estado presenciando el espectáculo. Se acercó a ellas y cuando estaba a punto de tocarlas, la serpiente se lanzó hacia él, clavando sus colmillos en su pene e inyectándole unas gotas de su veneno.
Adán se desplomó en el suelo. Gritaba y se retorcía del dolor, pero eso fue sólo el principio. En breves instantes el dolor dio paso a un picor y una erección bestiales que Adán no sabía como calmar.
Ya sabes lo que tienes que hacer (dijo la serpiente)
Adán tomó las piernas de Eva y las separó, e introdujo lentamente su pene. El calor y la humedad del agujero calmaban momentáneamente el picor, que se transformaba en una placentera sensación.
Adán comenzó a entrar y salir de su compañera, cada vez con más fuerza y rapidez, mientras Eva lo abrazaba con sus piernas firmemente por detrás de su espalda, gritando como si estuviese siendo apuñalada.
Pasado un rato largo y después de incontables embestidas y jadeos, Adán se corrió dentro de Eva, inundándola con su semilla, que empezaba en parte a desbordar al exterior.
Pero el picor no se calmaba y el pene seguía erecto como al principio. Adán se puso detrás de su mujer a contemplar su ano, aquel agujero prohibido por el que nunca había entrado. La agarró con fuerza y comenzó a enterrar su rabo en aquella suave calidez.
Eva al principio gritaba y lloraba de dolor, pero al poco rato pedía que aquella tortura no parase por nada del mundo.
Entre tanto la serpiente metía su cabeza en el coño de Eva, saciándose con el semen que Adán allí había dejado. Éste agarró a la serpiente por la cola y se la metió en el culo, la serpiente comenzó a mover la cola y Adán se derretía de placer, embistiendo a Eva cada vez con más fuerza.
Así estuvieron los tres durante mucho tiempo, mientras el sol seguía su camino por el firmamento.
Finalmente los dos se fueron a la vez, aullando como lobos. Adán se salió de Eva. Su picor ya se había calmado y se quedaron un rato mirándose a los ojos. Habían recuperado la felicidad.
En ese momento el día, que hasta entonces había sido cálido y despejado, empezó a cubrirse de nubarrones negros. Un viento frío se levantó y un rayo partió el manzano por la mitad.
Serpiente, ¿qué está pasando?
La felicidad no es eterna ni gratuita, y vosotros debéis pagar por la que habéis recibido ahora.
Asustados y tiritando de frío vieron como un ángel con una espada envuelta en llamas bajaba de entre las nubes, obligándoles a dejar el paraíso para siempre.