Acuarelas

Agua y fuego en el cuerpo. Una historia que lleva a los protagonistas al nido de otros protagonistas de mis historias.

Acuarelas

1 – Fuego en mis cuadros

Era una noche muy fría y llegué a casa tiritando. Puse un rato el calentador del salón y me senté allí hasta entrar en calor. Ni siquiera me apetecía darme una ducha caliente, sino dormir. Tenía pensado empezar por la mañana una nueva colección de acuarelas para un pequeño hotel que iban a estrenar en la misma calle. Al dueño, Wenceslao, además de gustarle mis pinturas, le gustaba el que las pintaba, pero no habría ningún tipo de pago especial.

Como me gustaba pintar con luz natural – aunque muchas noches pintaba con una simple bombilla – dejé la habitación exterior como estudio y puse mi dormitorio en otra habitación que daba a un patinillo bastante sombrío. Me fui a la cocina, preparé un revuelto de patatas y verduras con huevo y me lo comí allí mismo, sobre la tabla del office, en pie y acompañado de vino. Mi cuerpo estaba entrando en calor, así que decidí acostarme temprano para trabajar por la mañana.

Apagué el calentador. El salón se había templado y mi dormitorio no estaba a una temperatura desagradable. Me desnudé y me metí en la cama durmiéndome al poco tiempo.

Un ruido de golpes y gritos me despertó a media noche. Eran las dos de la madrugada. Me pareció ver luz anaranjada por la ventana y quise asomarme a ver qué pasaba, pero tuve que cerrar la ventana; un chorro de aire hirviendo subía por el patinillo como si fuese una chimenea y se oían voces avisando de que había fuego. Corrí a la puerta de entrada, pero al tocar la cerradura, me quemé los dedos ¡Dios mío! ¿Por dónde iba a salir? Comenzó a entrar humo negro por debajo de la puerta y yo corría a un lado y a otro sin saber qué hacer. Me estaba asfixiando y si abría el balcón a la calle haría tiro. Cogí una toalla grande y la empapé en agua para ponerla luego en la parte de debajo de la puerta de entrada. Oía extraños ruidos como si algunas partes de la casa se vinieran abajo.

Pensé con rapidez hasta que oí las sirenas de los bomberos, la policía y las ambulancias. Corrí al estudio, entré, cerré la puerta y abrí con rapidez una hoja del balconcillo. Me salí afuera a respirar cerrando bien la puerta del balcón empujándola con mi espalda. Miré hacia abajo y vi salir llamaradas enormes de todos los balconcillos menos del mío. Hice señas y grité todo lo que pude. En muy poco tiempo, vi subir la escalera de los bomberos hacia mí. Tenía mucho vértigo. ¡No podía bajar por allí desde una cuarta planta! Subió un bombero muy amable y me pidió que me agarrase a él para bajar ¡Corría mucho peligro! Era la lucha entre el vértigo o la muerte. Cerré los ojos, me agarré al bombero y dejé que él me moviera para bajar.

Sentí los balanceos de la escalera hasta que me pareció que paró.

  • ¡Vamos, joven! – dijo el bombero -, ya estás a salvo.

Vinieron a buscarme unos enfermeros y me pusieron una mascarilla de oxígeno mientras me llevaban a una ambulancia.

  • ¡No, no! – grité - ¡No quiero ir al hospital! Estoy bien ¡Mis cuadros!

  • ¡Hola! ¿Cómo te llamas? – era el bombero que me bajó -.

  • Jacinto – le dije nervioso -, me llamo Jacinto.

  • Veamos, Jacinto… - se puso en cuclillas -, no te ha pasado nada. Estas a salvo. Eso es lo importante; tu vida. Ahora necesito que me digas si podemos llevarte a algún lugar. En este edificio ya no se va a poder vivir.

  • ¡Mis pinturas! – le dije - ¡Todo mi trabajo se ha quedado ahí arriba!

  • ¿Tienes familia? – preguntó secándome las lágrimas -.

  • ¡No! – contesté pensativo -, aquí no.

  • ¿Quieres venirte a casa con nosotros?

No le contesté; era un hombre maduro y me daba apuro de estropearle la noche.

  • ¡Verás! – continuó -; me parece que hablas de pintura ¿no? ¿Eres pintor?

  • Sí, sí – le dije - ¡Todo se ha quedado ahí arriba!

  • ¡Vente a casa, hombre! – me cogió por los hombros -, mi hijo es pintor también. Os llevaréis muy bien. Cuando los seguros arreglen todo esto – si les da la gana de ponerse de acuerdo -, tendrás un sitio para quedarte. No puedo hacer otra cosa. Intento ayudarte y, además, vas a conocer a un colega de tu profesión.

Levanté la vista pensativo ¿Un pintor? Podría ser interesante

  • De acuerdo, señor – me incorporé -, acepto su amable oferta.

2 – Fuego en los ojos

Me llevó a un coche oscuro y grande y avisó de que todos se retirasen del inmueble. Corría peligro de desplomarse. Entré en la parte trasera del coche y había tres personas. El conductor, era el hijo mayor del bombero; un joven con unos veintiséis años, a su lado estaba la madre, Raquel, que me miró y me consoló amablemente con sus palabras. A mi lado, había un joven de mi edad, unos vientres años, que me miró asustado, me cubrió con una manta y me abrazó. El coche empezó a moverse a mucha velocidad para abandonar la zona y el chico que me abrazaba me miraba sonriente.

  • ¡No te preocupes, Jacinto – me dijo -, en casa estarás muy bien hasta que el seguro resuelva las cosas!

  • ¡Mis cuadros! – sollocé - ¡He perdido todo mi trabajo!

  • ¡No! – me dijo al oído -; sé que tienes una buena mano. Olvida lo que había ahí arriba y pon tu mente a trabajar. Ya sabes luego cómo plasmar tus ideas. Yo también soy acuarelista, aunque pinto y dibujo con otras técnicas: carbón, pastel, acrílicos… Estarás a gusto en casa.

-

Tú eres el pintor

, ¿

Verdad?

Me quedé mirándolo asombrado. Era un chico de mi edad; precioso. Su pelo no era corto del todo, pero no llevaba melena ni coleta. Sus ojos me miraban sonrientes y en su oreja brillaba un diamante. Me apretó contra él y me acarició, tanto para calentarme como para que me calmase.

Llegamos, al fin, a la puerta de una casa muy grande y muy lujosa.

  • Aquí vivo yo con mis padres – me susurró -, tengo mi estudio, pero reconozco que no soy muy bueno pintando.

  • No me has dicho tu nombre – le hablé al oído -.

  • Me llamo Tomás – dijo en voz baja -, pero todos me dicen Tomy.

  • Tomy – le dije -, por favor, procura tú cuidar de mí. Me siento un extraño en una casa extraña, en una noche extraña ¡Cuídame, por favor!

Cuando vio mis lágrimas, las secó con cuidado hasta que me sacaron del coche y me llevaron a la casa. Pasamos a una enorme cocina con comedor y muy cálida. Se acercaron dos criadas, pero Tomy les dijo que él mismo me atendería.

  • Jacinto – me dijo -, voy a prepararte algo para que entres en calor, pero no sé si el café te pondrá nervioso.

  • ¡No, no! – le dije -, el café no me quita el sueño, Tomy. Te lo agradezco. Si lo puedes poner cargado, mejor.

Se acercó a mí cuando ya no había nadie, me puso el brazo sobre los hombros, me miró sonriente y me besó en la mejilla.

  • Te vas a venir a mi dormitorio conmigo – me dijo -, tengo dos camas. Mañana te enseñaré mi estudio. Tienes que olvidar ese mal rato y prometerme que vas a enseñarme a pintar. Sé que lo haces muy bien.

  • ¿Sí? – me extrañé - ¿Quién te ha dicho eso?

  • ¿Conoces a un tal Wenceslao?

  • ¡Joder! – exclamé - ¡Pues claro! ¡Es el dueño del hotel que van a abrir!

  • Sé que vas a pintarle los cuadros en acuarela – preparaba el café -; te conozco, aunque de oídas, pero he visto algunas de tus obras.

Poco después, me puso el café caliente en una taza grande y se sentó a mi lado, apoyó su codo en la mesa y se quedó mirándome extasiado.

  • Sé más cosas de ti – dijo -, pero esas ya las hablaremos otro día.

Lo miré asombrado y sus ojos me hipnotizaron. Le acaricié la mano y le di las gracias por todo.

  • La voluntad de que te vengas a casa es de mi padre – dijo -, pero aquí la que decide y tiene el dinero es mi madre. A mí siempre me hace mucho caso, así que cuando supe quién era el pintor al que habían salvado la vida, le pedí que te acogiera. No quiero echarme flores, pero fui yo el que quise acogerte.

Entonces fue él el que me acarició la mano y se quedó mirándome con cierta tristeza.

  • ¿Vamos a dormir? – dijo -, tienes que descansar. Mañana te llevaré yo mismo a la tienda y te compraré todo lo que necesites para hacer tu trabajo. Tienes mi estudio a tu disposición. Úsalo. Y admite mi ayuda aunque sea mínima.

Seguimos un rato más hablando y sus ojos se clavaron en los míos y los míos en los suyos como dagas flameantes. Me asusté.

3 – Fuego en la cama

Vino la madre a ver cómo estaba y se sorprendió de verme hablando con Tomy y sonriendo. Insistió en que nos fuésemos a dormir y en que no habría hora de levantarse por la mañana. Era una mujer muy agradable. Se acercó a besarnos y nos dio las buenas noches.

Subimos despacio unas escaleras muy lujosas y recorrimos un trozo de pasillo enmoquetado hasta su dormitorio ¡Dios mío! ¡Su dormitorio era tan grande como todo mi piso! Había dos camas, sí, pero las dos eran enormes.

  • ¡No, Jacinto! – me dijo - ¿Para qué deshacer las dos? Son grandes ¿Te importaría dormir conmigo?

  • ¡No, claro que no! – me ilusioné -, estaremos más calentitos, aunque debo oler a hollín . Estoy harto de dormir solo.

Comenzó a desnudarse y yo me quité lo poco que llevaba puesto bajo la manta. Abrió la cobertura y nos metimos allí riéndonos.

  • ¿Estás a gusto así? – preguntó -.

  • ¡Claro! – le dije -, mi cama era una porquería comparada con esta y

Me miró esperando el final de la frase.

  • Y nunca he dormido con alguien como tú.

  • ¡Gracias! – me dijo -, creí que no ibas a ser tan claro.

  • ¡No he dicho nada especial! – disimulé -, sino que

  • Dejémonos de rodeos – me puso la mano en la cintura -; me gustas mucho ¿Qué piensas de mí?

  • Pues… - me daba pánico hablar -, pienso… pienso que eres muy amable… y… ¡Me encantas!

Me eché a llorar y lo abracé.

  • ¡Vamos, vamos! – musitó -, no sé por qué te avergüenzas de decir eso. Tal vez, sea porque la situación es para ti bastante trágica. Lo entiendo. Pero si puedo… - dejó de hablar un momento -… si me dejas hacerte algo feliz

  • ¡Abrázame, Tomy, te lo pido! – lloré desconsolado -, quizá tu belleza y tu delicadeza borren un poco lo que me ha pasado.

Me abrazó y comenzó a besarme suavemente la cara acercándose poco a poco a las comisuras de mis labios. Fui yo quien movió la cara y lo besé en la boca de una vez.

  • ¡Duerme, precioso! – me acarició los cabellos -; duerme ahora abrazado a mí. No estás solo ni lo vas a estar. Duerme ahora; duerme ahora

Comenzó a acariciarme por todos lados y sentí que me caía de sueño, pero pasó su mano por mi espalda, bajó hasta mis nalgas y me dejó desnudo. Acarició todo mi cuerpo, pero yo no supe o no pude responder. Me quedé dormido en sus brazos.

Desperté casi al amanecer. Todo estaba semioscuro. Sentí su cuerpo abrazado al mío desnudo por la espalda ¿Se había acabado mi pesadilla de soledad?

  • ¿Has descansado bien, Jacinto? – preguntó -.

  • ¡Jo! – le respondí –, cuando vi las llamas me vi tirado en la calle; sin nada.

  • Pues te equivocaste – dijo -. Ahora, abrázame un poco si quieres y, cuando te relajes, tomaremos una ducha juntos ¿Te importa?

  • ¡Noooo! – le sonreí - ¡Te lo aseguro! Me encantaría.

Salió de la cama desnudo y me fijé en su cuerpo precioso. Se acercó a mi lado y me destapó. Yo también estaba denudo y sentí un poco de pudor, pero además, me di cuenta de que olía a quemado. Me tendió la mano, me levanté, comenzamos a andar tomados de la mano y entramos en el baño.

Fue una ducha normal, aunque nuestras miradas se depositaban en el cuerpo del otro. Me enjabonó y me quedé mirándolo. Luego se enjabonó él y, finalmente, tomó la ducha en su mano y me enjuagó y se enjuagó. Su piel morena brillaba y me di cuenta de que estaba empalmado. Me abracé a él y se unieron nuestros cuerpos, pero tomó las toallas y me entregó una.

  • ¡Me gustaría mucho estar contigo; unidos! – dijo mirándome y secándose -, pero dentro de poco nos traerán el desayuno y quiero que tengas todo el tiempo que te haga falta para comprar tus cosas. Pero te prometo que, si tú quieres, dormiremos una buena siesta.

  • ¿Por qué te interesas tanto por mí? – le pregunté - ¡No soy más que un tío que intenta ganarse la vida pintando! ¡Y ya ves! ¡Me he quedado sin nada!

  • Te equivocas – dijo -, me tienes a mí para ayudarte y tienes tu creatividad. Olvida lo pasado. Olvida lo que ya habías hecho, verás que lo que vayas haciendo desde ahora será mejor.

Se fue hacia el dormitorio y le daba la luz en la espalda. Vi con detenimiento las curvas de su cuerpo y se fueron convirtiendo en curvas perfectas de colores. Comenzaron a venirme ideas.

  • ¡Oye, Tomy! – le dije al salir - ¿Me dejarías ver tu cuerpo?

  • ¡Lo estás viendo! – contestó -, no te lo voy a ocultar. Lo vas a ver muchas veces. No sé por qué me preguntas eso.

  • Tu cuerpo me gusta – le dije -; he pensado en inspirarme en él para todos los cuadros del hotel.

  • ¿No pensarás llenar el hotel de desnudos míos, no? – se rió

  • ¡Qué vergüenza!

  • ¡No, no! – me acerqué a él mirándole -; son esas curvas ¡Me encantan esas curvas suaves!

  • Sí, ya – dijo -, de camino me estás diciendo que te gusta mi cuerpo.

  • Es lo que estoy diciéndote – acaricié su brazo desde el hombro -, me gusta tu cuerpo.

  • Míralo cuanto quieras – me besó - ¡Ojalá sintieras por mí lo que yo siento por ti!

  • ¡Cuánto me hubiera gustado acariciarte un rato! – cayeron las toallas y nos abrazamos -.

  • No voy a negarme a eso – dijo – y no te vas a quedar sin abrazarme o tocarme. Ahora sí, que hay un pequeño problema

En ese momento llamaron a la puerta, se abrió y entró una camarera. Al vernos a los dos desnudos, uno frente a otro, dio unos pasos hacia atrás y cerró la puerta.

  • ¡Marina, Marina! – gritó Tomy -, pasa, por favor. Ya nos hemos cubierto (entró la camarera con un poco de timidez). No estamos nada más que observando curvas y colores. No te asustes.

  • Le dejo aquí el desayuno, señor – dijo la criada -, no se entretengan ustedes ahora demasiado con… las curvas, que se les va a enfriar esto.

4 – Fuego en la sangre

  • Es como una paradoja – le dije a Tomy ya en la tienda -; el fuego se ha comido mis aguas.

  • ¡Es verdad! – contestó -, ahora es tu fuego el que debe crear nuevas aguas ¿Cómo pintas las acuarelas?

  • Necesitaré un par de tableros contrachapados – le dije -; mojo el papel y lo escurro bien y lo pego al panel por los bordes con cinta de pintor. Cuando se seca, se tensa. Entonces lo pinto. A veces uso los pinceles para velados y luego uso mondadientes para los trazos.

  • ¡Tienes que dejarme aprender eso de ti! – me paró y me tomó por los brazos -; la acuarela está abierta a muchas técnicas.

  • Exacto – le dije –; soy sobrino de un acuarelista granadino. Él me enseña sus técnicas. Puede estar viendo un partido de fútbol en la tele y pintando un paisaje de marismas. Yo quiero llegar hasta ahí. De momento, pongo música y veo la idea en la mente. Esa idea es la que paso luego al papel. Cualquier cosa me da la idea. Esta mañana, al ver tu… cuerpo, he visto claramente varias ideas. Son curvas entrelazadas que acaban difuminándose. He pintado mucha aguada. ¡Me encanta sacar formas de donde sólo hay luces y sombras!

  • ¡Vamos, vamos! – estaba visiblemente asombrado -; compra todo lo que vayas a necesitar y cualquier otra cosa que creas que te puede ser útil.

  • De acuerdo – le miré profundamente -, pero tienes que dejarme que te lo pague cuando entregue los cuadros.

No contestó. Siguió mirándome mientras yo elegía colores, pinceles, espátulas

Volvíamos ya a casa y le dijo Tomy al hombre que nos atendió que llevase todo envuelto y con cuidado a su casa. No le dio la dirección; sólo firmó un albarán. Me pareció que eran conocidos.

No prepararon el almuerzo en la cocina, sino que tomaron mi visita como un honor. Me sentí abrumado al ver la mesa del comedor decorada.

No pasó mucho tiempo y apareció Heli (Heliodoro), el fantástico bombero que salvó mi vida y padre de Tomy. Traía una caja muy sucia y la pasaron a la terraza de atrás. Una de las criadas me dijo que el señor me esperaba allí y Tomy me llevó por un pasillo hasta el lugar. Aquel hombre, de carácter bondadoso, me vio entrar allí y me sonrió:

  • ¡Chico! – exclamó - ¡Te traigo una sorpresa! ¡Ven aquí! ¡Mira esa caja!, creo que hay cosas que te gustarán.

Le di las gracias y me acerqué a la caja con temor e imaginando algunas cosas. No me equivoqué. Allí dentro estaba una colección completa de mis acuarelas; más o menos deterioradas, pero las había recuperado.

No sabía cómo darle las gracias y me abracé llorando a Tomy.

  • ¡No se han quemado todas! ¡Hay muchas ahí!

Nos tomó el padre por los hombros y entramos en la casa. Él se disculpó para ir a cambiarse de ropa y nosotros nos sentamos en el salón, pero era tal mi agradecimiento a aquella familia y mi emoción, que le pedí a Tomy que subiéramos al dormitorio un poco. Necesitaba abrazarlo y besarlo y acariciarlo, pero también necesitaba calmarme y asearme un poco para aquel almuerzo.

Nuestros abrazos fueron de fusión entre dos cuerpos. Nuestros besos fueron largos y con sentimiento. No nos dio tiempo nada más que a hacernos una paja, pero no fue una paja cualquiera. Tomy sentía, sin lugar a dudas, algo verdaderamente importante por mí… y comencé a enamorarme de él. Me aseó un poco, me desnudó y me puso ropa suya que me venía bien.

  • Es la hora del almuerzo – me dijo -, pero luego tendremos el postre que ambos necesitamos.

  • Ojalá no fuera sólo un postre – le dije -. Mi sangre empieza a arder por ti.

  • Avisaré para que no nos molesten – me miró sonriendo -; los dos deseamos el mismo alimento. Y si me necesitas para tus nuevos cuadros, tómame. Soy tuyo.

Se desnudó rápidamente, se echó sobre la colcha y me miró sontiendo:

  • ¡Vamos! – dijo -, captura en tu mente todas esas curvas que te sean útiles antes de bajar a almorzar.

  • Date la vuelta – le dije -, no te quedes quieto. Cuando te mueves es cuando veo en tu cuerpo lo que necesito.

Me levanté y me acerqué a él para acariciarle el cabello y verlo más de cerca. Pasé mi mano por su espalada y me echó el brazo por encima de los hombros. Nuestros ojos estaban tan cerca que nos quedamos mudos. Nuestros labios se unieron mientras yo me sentaba en la cama.

En ese momento, se abrió la puerta y miramos los dos asustados. Era su padre. Se quedó sin expresión mirándonos y volvió a salir dando un portazo.

  • ¡Dios mío, Tomy! – exclamé - ¿Qué va a pensar tu padre ahora?

  • No lo sé – tenía la vista perdida -, mi padre es muy

  • ¡Qué vergüenza! – le cogí la cara - ¿Qué hago ahora en el almuerzo?

  • No lo sé – repitió -; siéntate a comer como si no pasara nada. Necesito saber lo que piensa de lo que ha visto.

5 – Fuego en la mesa

Nos sentamos todos a esperar a don Heliodoro y tardaba un poco. Vi a las criadas escondidas tras la puerta de la cocina esperando a que estuviésemos todos para comenzar a servir. Oímos pasos lentos y bajó aquel señor las escaleras y se dirigió a su asiento. Se sentó y vinieron las criadas a servir el almuerzo. En ese momento, sin levantar la voz ni cambiar de expresión, miró al frente:

  • ¡No quiero a un maricón sentado a mi mesa! – farfulló -. Esta es mi casa, no un prostíbulo.

Con lentitud, me levanté y empujé la silla hacia atrás. No miré ni a Tomy ni a don Heliodoro, sino a doña Raquel, y mirando luego a Heliodoro, me dirigí a la escalera:

  • No me gusta sentarme en una mesa con gente que no sabe lo que dice. Gracias por salvarme la vida, pero ese es su trabajo y cobra por hacerlo; yo estaba haciendo el mío.

Empezó a decir cosas que no quiero recordar hasta que oí una silla que se arrastraba ruidosamente.

  • ¡Pues con un maricón llevas años sentándote a la mesa – le gritó Tomy – y, que yo sepa, no te ha pasado nada!

Le oí caminar deprisa hasta mí, me cogió por la cintura y subimos al dormitorio. Me puse a preparar una pequeña bolsa con algo de ropa y Tomy me miraba asustado.

  • ¿Pero qué haces? – me gritó de cerca - ¿A dónde te crees que vas?

  • ¿Y tú? – le dije a media voz - ¿Te crees que esta es la única casa que tengo hasta que el puto seguro se acuerde de que estoy en la calle? ¡No, Tomy, no! Yo sé que tienes dinero, buenas intenciones y también lo que sientes por mí, pero tú no sabes si yo tengo dinero y por qué estoy aquí. No me apetece estar debajo del mismo techo de alguien que llama a su propio hijo maricón. Si me lo quiere decir a mí, me voy.

  • ¿Te vas? – dijo nervioso - ¿A dónde vas a ir?

  • ¿Crees que sin la ayuda de tu padre me encontraría en la calle? – lo miré fijamente - ¿Crees que yo no tengo una cuenta en el banco como vosotros? ¡Me subestimas! Tengo sitio a donde ir y dinero para vivir un tiempo. Puedes quedarte con el material si quieres; no quiero material pagado por un homófobo.

Tomy se quedó mirándome sin saber qué decir, pero cuando vio que abría la puerta y me iba con lo puesto, corrió hacia mí, me abrazó y me besó con pasión. Me dolió mucho mi gesto, pero lo miré con frialdad y esperé a que terminase de besarme:

  • ¿Ya? – le dije entonces -. Ahora te toca a ti tomar una determinación. Si es verdad que me quieres, búscame. Adiós.

Intenté cerrar la puerta, pero Tomy la paró y se quedó allí mirándome. Bajé las escaleras y me vi venir a doña Raquel muy preocupada:

  • ¡Hijo, hijo mío! – sollozó - ¡No hagas caso a esas cosas!

  • ¿Le gustaría a usted, señora – le pregunté en voz baja -, que la llamaran puta?

Se quedó pálida, como de mármol, mirándome, pero no me pareció ofendida. Abrí la puerta de la calle para marcharme cuando oímos unos pasos rápidos. Era Tomy con un macuto pequeño. Se acercó a mí, me tomó por la cintura y le dijo a su madre:

  • Me voy a una casa donde se admitan a las personas tal como son, no por lo que son. Mi padre tiene cosas de bombero y yo nunca le digo nada. Adiós mamá, pero recuerda siempre que has parido a un maricón.

Cerró de un portazo y nos fuimos hasta su coche, que era pequeño pero cómodo.

  • ¡No, Jacinto, no me mires así! – me dijo a gritos -. Este coche lo he pagado yo y el dinero que hay en el banco es mío ¡A mí, mi padre no me ha regalado nada!

Me abracé a él llorando y le pedí perdón por mi desdén, pero me miró fríamente y me dijo que le señalase el camino a tomar.

6 – Fuego en la chimenea

  • Busca un cajero – dije -, vamos a necesitar dinero. Luego, sigue hasta la autovía y continúa el camino hasta donde yo te diga.

  • ¿Y tus herramientas, Jacinto? – dijo entre lágrimas - ¡El material! ¡Lo necesitas!

  • Busca el cajero, por favor – insistí -. En esta misma calle, más abajo, hay una tienda donde compraré lo que me hace falta ¡Con mi dinero! Sigue luego hasta la autovía y ya te diré dónde tienes que desviarte.

  • Pero… - no sabía qué hacer - ¿A dónde vamos?

  • Cuando tenga el dinero en mi bolsillo – le dije -, te iré contando una historia. En esa historia, aparece un personaje entrañable para mí ¡No, no pienses en sexo ni en pareja ni en nada de eso! Compremos las cosas. Puedo pintar un cuadro en sólo dos horas. El secado es rápido ¿Bastarían quince días, tú y yo solos, para hacer todas las pinturas?

  • Me asombras, Jacinto – dijo atento al tráfico -, pero voy a ir contigo a donde vayas.

  • Para entonces también en una tienda de ropa – le acaricié la mano -. Necesitaremos ropa de abrigo.

Tomy estaba muy intrigado y un poco asustado. Sacamos los dos bastante dinero del banco, compramos suficiente ropa de abrigo y encontramos la tienda de pinturas que yo le dije. Compré lo suficiente y él no preguntó en ningún momento absolutamente nada. Se limitó a decir que seguía en pie su ofrecimiento para que yo me inspirase en las curvas de su cuerpo.

Tomamos la autovía y comenzó a notarse el frío. Me dijo que pondría la calefacción y yo le dije que bajase la velocidad, que nos acercábamos al lugar de destino.

  • Es un hostal de montaña – le dije -; allí viven dos de mis mejores amigos. Son pareja, no te preocupes. Yo no quiero a otro; sólo a ti. Cuando me vean acompañado por alguien tan guapo y les diga que eres mi novio, tendremos de todo.

  • No entiendo bien – me miró con precaución - ¿Qué hacen esos dos muchachos es un hostal?

  • Son los dueños – le sonreí -; se llaman Héctor y Lázaro. Vamos al Hostal Héctor. Sigue los carteles y… cuidado con la nieve.

  • ¿Dos chicos dueños de un hostal?

  • Sí – no quise darle más explicaciones -, es heredado, pero es una mina. Todo un lujo. Tendremos sitio para pintar, pero te necesito a mi lado. Si es así, pintaré cincuenta cuadros en poco tiempo.

Me miró asombrado y siguió hasta ver una desviación que señalaba al Hostal Héctor. Entró por allí con prudencia y ya no le dije nada más. Aparcó cerca de la puerta del hostal y bajamos todo lo que habíamos comprado. Hacía mucho frío, así que entramos allí y se vino Héctor hacia mí corriendo y emocionado.

  • ¡Jacinto, Jacinto! – gritó - ¡Tú aquí! ¡Qué alegría!

Tomy se quedó extrañado, pero una vez hechas las presentaciones, metió el servicio nuestras cosas a una habitación bastante amplia y nos sentamos en el comedor junto a la chimenea.

  • ¡Tomemos algo! – dijo Héctor - ¡Invita la casa!

Conté a mis amigos nuestro proyecto y les gustó mucho. Incluso nos ofrecieron una sala más grande, pero les dije que no me importaba. Lázaro volvió a levantarse y pidió unos aperitivos. No habíamos almorzado y nos sentaron muy bien. El calor de la chimenea hizo lo demás. Vi a mis amigos felices, pero no dejaban de mirarnos sin creer que éramos pareja desde hacía poco tiempo.

  • Descansad hoy bien – dijo Lázaro -; estaremos con vosotros y cenaremos juntos. Mañana podréis empezar vuestro trabajo.

  • Sí, sí – les dije - ¡No sabéis cuánto me alegro de volver a veros!

  • ¡Jo! – exclamó Héctor - ¡Pero ahora vienes ya con tu pareja! Se acabó por fin tu soledad ¿no?

Sí – dije meditabundo -, y espero que para siempre. Tomy y yo nos amamos aunque parezca pronto para decir esto. En realidad yo ya le gustaba a él antes de conocernos. Hace tiempo; hace tiempo.

  • ¿Y qué es ese proyecto de pintar los cuadros de un hotel? – dijo Héctor interesado - ¿Es un hotel nuevo?

  • ¡Claro! – dijo Tomy -; tal vez conozcas a Wenceslao

  • ¡Pues claro que lo conozco! – exclamó Héctor - ¿Estos cuadros son para el hotel que va a abrir nuevo?

  • Exacto – contesté mirando al fuego -; la idea es basarme en las curvas del cuerpo de Tomy. ¡No!, no serán desnudos, sino curvas armónicas de colores suaves.

  • Tú tienes que hablar con nosotros – dijo Lázaro -, este hostal tiene muchos cuadros, pero no nos gustan. Cuando veamos lo que haces, tal vez tengas más trabajo.

Tomy me miró muy contento y me abrazó como pudo desde su lado de la mesa. La cena fue muy amena con comentarios de los cuatro hasta que empezó a sonar el móvil de Tomy tan seguido que tuvo que apagarlo.

7 – Fuego en la noche

Subimos a la habitación acompañados por nuestros amigos y, al cerrar la puerta, nos abrazamos y nos besamos con la máxima pasión. Aún no habíamos hecho el amor en serio, así que nos desnudamos caminando hacia la cama. Nos sentamos primero y fuimos dejándonos caer despacio más tarde hasta encontrarnos cuerpo a cuerpo. Mi mano se fue directamente a la polla de mi amado que suspiró profundamente.

  • No, Tomy – le dije -, ya está bien de pajas por ahora. Rocemos nuestros cuerpos y conozcámoslos con detalle. Luego comenzaremos nuestra vida íntima como todo el mundo.

Me acarició los cabellos despacio, mirando a mis ojos, observando mi sonrisa y se echó sobre mí. Nuestros miembros comenzaron a rozarse en un baile tranquilo y placentero hasta que Tomy fue subiendo su cuerpo rozando mi pecho y untando en él su líquido caliente hasta llegar a mi boca. Cogí su polla con cuidado y comencé a lamerla un buen rato. Tomy comenzaría a sentir placer y se retiró despacio hasta sentarse sobre mi polla con cuidado y, cuando encontró el sitio, se fue dejando caer despacio y fui entrando en él. Creí que se me salía el corazón por la boca hasta que noté que había llegado al fondo. Él miraba al techo y sonreía y luego me miraba a los ojos. Encogí un poco las piernas y empujé su cuerpo hacia mí. Se acercó y comenzamos a besarnos y a movernos cada vez con más fuerzas y más rápidamente. Lo agarré por las nalgas y lo apreté a mí hasta correrme sudando. Seguí inmóvil y levantó Tomy su cuerpo poco a poco hasta sacarla, pero se fue un poco hacia abajo dejó caer su polla bajo mis piernas acariciando mis huevos. Buscó mi culo con tranquilidad y empujó un poco primero para encajar la punta. Levanté más mis piernas y comenzó a entrar más y más con vaivenes suaves hasta llegar al tope. Respiró profundamente y comenzó otro nuevo baile. Sus gotas de sudor caían sobre mi cuerpo cuando empezó a empujar con fuerzas moviéndose acompasadamente hasta que empujó aguantando un quejido y noté sus chorros de leche golpearme en el interior. Nos miramos y nos echamos a reír.

  • Creo que necesitaremos una buena ducha – dijo - ¿O va a ser este el primero y el último?

  • ¡Je!, chaval – lo besé empujándolo a la cama -, iremos a la ducha y ya repetiremos cuando descansemos un poco. Lo que no sé es si vamos a dormir esta noche.

  • No me importaría pasarla en vela contigo – me pellizcó la nariz -, pero mañana mismo tienes que trabajar.

  • De acuerdo – contesté -, pero prefiero pintar las líneas de tu cuerpo feliz de haber estado conmigo.

Y así fue. No improvisado pero tampoco planeado. Nos duchamos muertos de risa tocándonos y haciéndonos cosquillas y volvimos ya secos a la cama.

Al amanecer aún nos acariciábamos medio dormidos y me di cuenta de que su móvil estaba en la mesilla. El mío se quedó en mi casa.

  • Tomy – le dije -, no deberías tener el móvil apagado. Tal vez tantas llamadas seguidas sean importantes.

  • No creo, Jacinto – contestó medio dormido -, debe ser mi madre arrepentida de lo sucedido para que vuelva y, ahora, tendrá que esperar. Quiero rehacer mi vida contigo.

  • Pero deberías hacerme caso – insistí -, no debemos estar aislados. Si es tu madre la que llama una y otra vez, aclárale de una vez por todas lo que piensas hacer. Sería la única forma de que te dejase en paz.

  • Está bien – dijo con desgana -, lo encenderé. Puede que a ti también te sea útil.

Tomó el teléfono y lo encendió. Esperé un rato hasta que le vi poner una cara extraña.

  • ¡Joder! – exclamó - ¡No sabes cuántas llamadas perdidas tengo! ¡Es insistente!

  • Si quieres – le dije – no la llames, pero contesta si te llama, por favor. Escúchala y dale tus razones. Te dejará en paz. Hazme caso.

Dejó el teléfono en la mesilla y seguimos abrazados.

  • Hemos descansado poco – me besó -, pero necesitaba tenerte toda la noche.

  • Yo lo necesitaba también – le contesté -; ahora podríamos dormir un poco, desayunar y ponernos manos a la obra.

No podíamos separarnos, pero caímos en un sueño profundo durante casi tres horas. Nos despertó el teléfono. Tomy me miró asustado, pero me dijo con un gesto que iba a contestar. Lo tomó en sus manos y dijo: «¡Mi madre!».

  • ¿Si?

  • ¡Hijo, por Dios! ¿Dónde te metes? (la oía perfectamente)

  • En un lugar lejano de esa pocilga, mamá – contestó -; no has movido un dedo para defenderme y la vida cambia.

  • No llamo por eso – lloraba -, no es eso. Te defenderé, pero ahora llamo por otra cosa muy diferente.

Tomy se incorporó en la cama asustado. Conocía a su madre y sabía que algo pasaba.

  • ¡Dime, dime!

  • ¡Tu padre! – lloró y calló unos momentos -. Cuando os fuisteis se puso muy enfermo. Llamamos a urgencias. Era un infarto… y ¡se nos ha ido!

  • ¿Qué? – levantó la voz - ¡Habla claro! ¿Qué es eso de que se nos ha ido?

  • He estado toda la noche en el tanatorio – le explicó la madre -; te he llamado sin cesar. Lo incineran a las dos.

  • ¡Dios mío!

Tomy se levantó desnudo llevándose las manos a la cabeza y deambulando por la habitación. Me levanté y le grité.

  • ¡Prepárate!, vamos a despedir a tu padre. Pregúntale a tu madre dónde está ¡Vamos!

Fue todo muy rápido. Informamos a nuestros amigos y volvimos con rapidez al tanatorio a buscar a su madre. La encontramos destrozada y me quedé apartado mientras se abrazaban y hablaban. De pronto, Raquel, me vio en un rincón mirando asustado y se dirigió a mí. Me abrazó y me habló de algo que no entendí muy bien, pero me pareció que me daba la bienvenida a su familia y me agradecía mi presencia.

Todo fue más rápido de lo que imaginábamos. Y cuando Tomy le explicó a su madre lo que estábamos haciendo y dónde estábamos, nos dio ánimos para seguir y le pidió que volviésemos.

8 - Fuego en el hostal

Nos recibieron nuestros amigos con ceremonia y nos sentamos en el comedor que, como siempre, estaba casi lleno. Cerca del calor de la chimenea hablamos mucho de lo que habría que hacer y pasaron unos días hasta que Héctor vio algunas de mis obras.

  • ¡Esta! – dijo - ¡Te pago esta! Quiero quedármela. Haz otra para ese hotel.

  • Es tuya, Héctor.

  • ¿Cuánto tengo que darte? – me dijo -; no me gusta quedarme con nada que no sea mío.

  • Es un regalo – le dije -, os lo merecéis.

  • Tú eres el artista – me contestó -; tú eres el que tienes que poner precio a tus obras.

  • Hagamos como una subasta – le miré sonriendo -; apuesta por él.

  • No me gusta – dijo -, pero ¿quinientos?

  • De acuerdo – ni lo pensé -; pagará nuestra estancia aquí.

  • ¡No!, Jacinto – me dijo muy serio -; a vuestra estancia ya estáis invitados. Cuando bajes te daré el precio que hemos dicho, que no es su precio. Eso, acostúmbrate, debes ponerlo exclusivamente tú. Pero sí tengo que decirte una cosa. No sé exactamente cuantos cuadros hay en este hostal, pero los voy a quitar todos y los vas a pintar tú. Prepara el presupuesto cuanto te diga cuántos son.

Se acercó la puerta, la abrió, se despidió de nosotros y se fue.

Tomy No podía creerlo. Se levantó del butacón donde estaba sentado desnudo y vino a abrazarme por la espalda sin palabras.

Mi carrera como pintor parecía haber empezado bien. Se inauguró el hotel y me presentaron a mucha gente que me pidió la tarjeta para posibles trabajos. Visitamos unos días a Raquel y estuvimos allí con ella. Decía que Tomy era su niño preferido, que el hermano, en cuanto conoció a su novia se fue a vivir con ella; los abandonó. Esperaba no haber perdido a su otro hijo, sino que me ofreció su casa como si fuese también su propio hijo.

Volvimos al hostal para pintar los cuadros que se necesitasen. Por supuesto, no pensaba cobrarle a Héctor su verdadero valor. Y un día, estando los cuatro en la habitación, empezamos a bromear y acabamos los cuatro desnudos corriendo por allí hasta encontrarnos en la cama follando.

Más de un mes estuvimos allí trabajando y conviviendo y, en esa convivencia, había de vez en cuando una unión entre los cuatro. La primera vez que vi a Tomy y a Lázaro besarse y acariciarse me di cuenta de que se había acabado mi soledad quemada con todo mi pasado en un oscuro piso.