Activos y en pareja (III)

Un polvo mañanero no tiene por qué ser siempre bueno...

Después de aquel encuentro tan maravilloso con Jaime, entre unas cosas y otras no pudimos volver a quedar con él hasta bastante tiempo después, y en aquella ocasión no fue para tener sexo.

Habían pasado dos meses y ni Miguel ni yo habíamos tenido tiempo de buscar a otro candidato dispuesto a probar nuestra destreza en la cama. Se acercaba el final de curso, así que yo estaba bastante ocupado corrigiendo exámenes y asistiendo a reuniones en el claustro de profesores, y Miguel se pasaba casi la mayor parte del tiempo en la biblioteca estudiando para sus finales. Sin embargo, y aunque tampoco teníamos mucho tiempo para estar juntos, esa mañana habíamos tenido una discusión muy grave y yo no tenía demasiado claro cómo iban a acabar las cosas.

El despertador había sonado a las siete menos cuarto, como todos los días, y yo me encontraba acostado de lado con Miguel abrazándome por detrás. Llevaba ya un rato despierto en parte porque había notado la erección matutina de mi novio pegando contra mi culo, y en parte porque lo estaba escuchando respirar de forma irregular. Tardé unos momentos en darme cuenta de que estaba soñando, y por los ruidos que se le escapaban, estaba casi convencido de que lo que tenía era un sueño erótico. Inconscientemente, hacía unos ligeros movimientos con sus caderas hacia detrás y hacia delante, y cada vez me clavaba más la polla entre las nalgas. A finales de mayo, mi única prenda de dormir eran unos calzoncillos blancos, y él solía ponerse unos pantalones cortos viejos y desgastados, así que el contacto era bastante directo. De hecho, hubo un momento en el que dudé que estuviese realmente dormido, porque empezó a deslizar una de sus manos suavemente desde mi costado hasta la goma de mi calzoncillo, pero deseché la idea cuando noté que se quedaba ahí y que seguía respirando entrecortadamente.

Cuando el insistente pitido del despertador inundó la habitación, alargué rápidamente el brazo y lo apagué, y esperé a ver si notaba algún cambio en Miguel. Su respiración se había acompasado, y notaba su cálido aliento en la nuca. Seguía sintiendo cómo su polla dura se apretaba contra mi culo, pero no me moví. Entonces supe que se había despertado, porque acercó sus labios a mi cuello y me besó tiernamente. A continuación, y aprovechando que había dejado su mano sobre mis calzoncillos, noté cómo empezaba a rozarme disimuladamente el paquete para ver si yo también estaba empalmado. Y lo estaba, obviamente, porque su respiración irregular mientras soñaba me había recordado a cuando tenemos sexo, y el tener la certeza de que en su subconsciente él estaba follando me había puesto algo cachondo. Supongo que se tomó ese descubrimiento como una invitación a hacer algo más, y en realidad me habían entrado ganas de echar un polvo mañanero, pero creo que ambos confundimos en aquel momento lo que el otro quería.

Yo seguí en aquella posición, y él empezó a deslizar su mano por debajo del slip para acariciarme la polla y los huevos. Con una mano empezó a hacerme una paja muy lentamente, descubriendo mi capullo cada vez que retraía el prepucio y tocándolo con el pulgar. Con la otra mano, y con una habilidad que siempre le he envidiado, se dedicó a bajarme los calzoncillos hasta la altura de las rodillas, dejándome todo el culo expuesto a su enorme erección. Me revolví, un tanto inquieto, casi desconfiando de él, pero me tenía bien sujeto contra su pecho. Volvió a besarme en el cuello, varias veces, gesto que consiguió tranquilizarme como si de un perro moscón me tratase. ¿Cómo iba yo a pensar en lo que Miguel tenía en mente? Me relajé y me dejé hacer, tenía plena confianza en que solamente quería ponerme a cien para que el polvete fuese corto e intenso al mismo tiempo. Incluso sonreí, consciente de su juego, y solté un par de gemidos traviesos cuando empezó a sobarme el culo y a pasarme el dedo corazón por la raja para tocarme el ojete. Todo esto mientras seguía masturbándome lentamente con la otra mano, que entre el sudor y mi líquido preseminal se había lubricado bastante bien.

Fue entonces cuando noté que él también se había bajado los pantalones y que ahora era su polla la que me rozaba directamente la piel. Pero, ni siquiera en ese momento, ni cuando lo escuché meterse dos dedos en la boca para impregnarlos de saliva, sospeché cuáles iban a ser sus intenciones. Para mí, todo aquello formaba parte del excitante juego que se había inventado, en el que yo parecía ser el sumiso que simplemente se dejaba hacer, aunque estaba seguro de que en algún momento que él considerase oportuno me daría la vuelta y se sentaría de lleno sobre mi polla para que me lo follase a toda máquina. Volví a notar sus dedos recorrer la raja de mi culo, y cuando volvió a pasarlos por el ojete los noté húmedos. Entonces empezó a ejercer una ligera presión sobre mi agujero, introduciendo sólo la yema de su dedo corazón, y haciendo que se me escapara un gemido de sorpresa. Él lo interpretó como algo distinto, y volvió a apretar, esta vez metiendo el dedo hasta la primera falange. No pude contenerme, y lo avisé:

-Miguel…

-Shhh… déjate hacer -me susurró al oído, al tiempo que me mordía el lóbulo de la oreja.

Y yo me dejé. Y quizás ese fue mi error.

Con el escaso centímetro y medio de dedo que había introducido en mi ano empezó a trazar círculos cada vez más amplios, al mismo ritmo con el que seguía haciéndome la paja. Sin embargo, los pelos de mi nuca se erizaban con el contraste entre el placer de la paja y el escozor de mi ano, así que, justo después de que volviera a introducir un poco más el dedo, me removí hasta que conseguí que lo sacara.

-Por ahí, no -le dije, en plan travieso, considerando que seguíamos jugando.

Mi intención fue la de dar media vuelta y encontrármelo cara a cara, para besarlo y empezar yo a tocarle la polla y el culazo. Pero, sin previo aviso, me empujó para que me pusiera bocabajo e inmediatamente se echó sobre mí, con su trancazo entre mis piernas abiertas rozándome con la punta la zona del perineo. Intenté quitármelo de encima, pero esta vez empezó a mordisquearme el cuello, cosa que me dejó igual de atontado que si me hubiesen dado una colleja. Empezó a bajar, por mi espalda, mordiendo, lamiendo y besándome cada centímetro de piel, hasta que llegó a la curva de mis glúteos. No sé por qué en aquel momento no lo hice detenerse, porque me hubiese ahorrado todo lo que vino después, pero por dentro sentía una contradicción: por una parte me estaba gustando aquél juego de dominancia y sumisión, pero por otro lado sentía que estaba intentando aprovecharse de mí, por raro que en ese momento me pudiese parecer. Cuando su lengua cálida y húmeda se posó sobre mi ano, y empezó a penetrarlo suavemente, volví a dejar escapar un gemido de sorpresa, esta vez porque no me había imaginado que un beso negro pudiese ser al mismo tiempo tan inofensivo y tan placentero. No, esto sí que nunca me lo habían hecho y yo siempre había pensado que sería igual que usar un dedo, un consolador o la misma polla. La velocidad con la que me comía el culo fue aumentando progresivamente al mismo tiempo que mis gemidos incontrolables se iban sucediendo y ponían a Miguel cada vez más cachondo. En ese momento decidí que quería que me comiese el ojete más a menudo, que no era posible que en 31 años no lo hubiese experimentado.

Notaba a Miguel pajeándose. No lo veía, porque tenía mi cara enterrada en la almohada para ahogar los gemidos, pero sabía que estaba de rodillas, con su culo en pompa y con la cabeza agachada y enterrada en mis nalgas, intentando separarlas con una mano y masturbándose él mismo con la otra. Llegó un momento en el que fue tal la oleada de gusto que me dio que hice el amago de incorporarme para que Miguel me comiese brevemente la polla y pudiese follármelo de una vez, pero al notar que me movía volvió a echar el peso de su cuerpo sobre el mío para inmovilizarme.

-Dime que te está gustando… -me susurró de nuevo al oído, con una voz que casi ni le reconocí.

-Sí, pero…

-Entonces cállate y disfruta.

Y sentí cómo arqueaba la espalda, se cogía el rabo y empezaba a colocarlo entre mis nalgas. Tal era mi sorpresa ante lo que estaba intentando hacer que tardé varios segundos en reaccionar, y para cuando lo hice ya había conseguido introducirme casi todo su enorme glande por el ojete. Me moví, intentando quitármelo de encima, y cabreándome sobre todo conmigo mismo por haber dejado que llegase a aquel punto, pero me tenía aprisionado y no podía hacer mucho más.

-¡Miguel, para! -le grité, pero él hizo caso omiso y siguió presionando, introduciéndome un poco más su descomunal polla, y haciéndome sentir que me partía por la mitad-. ¡Me estás reventado, para! ¡AAY!

-Es solo un momento… verás cómo se te pasa… -me dijo entrecortadamente, sin dejar de ejercer presión sobre mi sensible culo.

-¡Me estás haciendo daño, Miguel! -le dije, casi suplicando, soltando lastimeros jadeos-. ¡¡Para ya, joder!!

Y sacando fuerzas de donde no creía que pudiese, conseguí quitármelo de encima. Entonces salté rápidamente de la cama para que no volviese a intentarlo. En ese momento no lo reconocí, aunque quizá fuese porque yo estaba verdaderamente alterado, pero su mirada no me decía nada. Tenía una media sonrisa bastante irónica, y no hizo nada por disculparse. Acababa de intentar violarme y no parecía sentir ni una pizca de remordimiento. No pude evitar mirarlo con asco, al ver que seguía empalmado (a mí se me había quitado el calentón de golpe) y sobándose el rabo a modo de paja.

-¿Pero qué coño te pasa? -le espeté, aunque fue más bien una pregunta retórica. Sabía lo que le pasaba, que llevaba dos meses detrás de Jaime para que quedásemos otra vez, y no lo había conseguido.

-Qué coño te pasa a ti, Fran. Eres tan cerrado de mente como de ojete, y siempre vas a ser así.

-¿Me vas a contar otra vez la misma historia? Yo te dije lo que había desde el principio, si hemos llegado hasta aquí no será porque yo haya querido.

-Claro que no. "Yo", "yo", "yo", eso es lo único que te importa. Y a mí que me den por culo, y nunca mejor dicho, ¿verdad? -su desprecio era tan palpable que incluso podía notar cómo me atravesaba el pecho casi como una cuchillada-. Me apuesto mil euros a que nunca te has parado a pensar en cómo es para mí tener que aguantarme y dejar que sólo tú seas el que se siente completamente feliz -y, con cada palabra, el abismo que estaba separándonos se iba haciendo cada vez más grande. Ni siquiera la amargura con la que disparaba aquellos dardos envenenados me ablandaron.

-Si de verdad te planteas esa cuestión, entonces es que no sabes nada de mí -cogí mis calzoncillos y me los puse rápidamente. Miré el reloj: las siete y veinticinco. Decidí ignorarlo, no quería saber nada más de él en ese instante, así que fui al armario y saqué la ropa que me pondría para ir a trabajar.

-Muy maduro por tu parte.

Me metí en el baño y eché el cerrojo. Cuando salí, después de ducharme, él ya se había ido.