Activos y en pareja (II)
Todos nos hemos abierto un perfil en alguna página de contactos... Seguro que, quizá, nos hayamos encontrado con Fran y Miguel, dos activos que, además, son pareja buscando alguien pasivo para hacer un trío.
En dos semanas ya teníamos una cuenta abierta en "Bakala", y decenas de propuestas para quedar. En nuestro perfil pedíamos sobre todo discreción y nos vendíamos quizá demasiado bien, pero es lo que se suele hacer en estos casos: resaltar las mejores cualidades de uno, y dejar las malas a un lado que no hace falta mencionar.
En realidad mi novio y yo no formamos una mala pareja, físicamente hablando, más que nada porque somos, como yo suelo imaginarlo, complementarios. Yo tengo el pelo de un tono rubio, aunque debido a que normalmente lo llevo corto se aprecia más tirando a castaño claro. Mi novio, en cambio, tiene el pelo algo más largo y de un color negro muy oscuro. Yo tengo los ojos de un color acaramelado, casi verde, y él los tiene de color marrón oscuro, tanto, que cuando no hay mucha luz parecen casi negros. Yo no tengo mucho vello corporal, sólo el justo y necesario en las partes nobles y una barba rala que no necesito afeitarme más de una vez al mes. Él, en cambio, sí tiene algo más de pelo en la barba de tres días, en los brazos, en el pecho y en las piernas, aparte del vello púbico, y aunque no suele depilarse porque está en contra, sí que se lo recorta y se lo cuida de vez en cuando. Sin embargo, y para mi sorpresa cuando nos conocimos, no tiene mucho vello en el trasero, algo que a simple vista uno podría dudar al ver lo peludas que son sus piernas cuando lleva un tiempo sin pasarse la maquinilla recortadora. En cuanto a la altura, yo no soy demasiado alto, más bien del montón, ya que mediré perfectamente un metro setenta, pero él supera con orgullo el metro ochenta y cinco (algo que, a veces en el sexo, nos impide hacer algunas posturas). También nos complementamos porque solemos ir juntos al gimnasio tres o cuatro tardes por semana, dependiendo del tiempo de cada uno, y como además somos madrugadores, solemos ir a correr todas las mañanas antes de empezar nuestra rutina diaria. De este modo, nuestra forma física es algo que solemos tener muy en cuenta, porque nos gusta mantenernos sanos, y así también podemos lucir cuerpo de vez en cuando sin pecar de narcisismo, eso sí.
Entonces, como he dicho, tras hacernos el perfil y colgar alguna que otra foto subida de tono, no parábamos de recibir propuestas de personas que tenían interés en quedar con nosotros. Al vivir juntos, el sitio no era un problema, pero sí que encontramos algunas dificultades a la hora de elegir candidato. No sé si alguien que esté leyendo esto haya tenido la mala suerte alguna vez de intentar quedar con alguien que conoce de una página de contactos, pero de todas las personas que nos hablaron, la mayoría mostraba un interés inicial que después desaparecía en cuanto intentábamos concretar algo, o nos hablaban y desaparecían, o no se leían simplemente el "requisito" principal de ser sólo pasivo con nosotros... En fin, considero que a veces me sentía frustrado por la falta de seriedad y sinceridad que se encontraba en sitios así. Una tarde de viernes, sin embargo, tras llegar de una reunión en el instituto en el que trabajaba, me encontré a mi novio más animado de lo normal.
-¡Hola! -me saludó, cogiéndome de la cintura y plantándome un morreo que me dejó sin respiración.
-Espera, que hago como que entro otra vez... -le dije, tras separarnos, haciéndolo sonreír y provocándolo para que me volviera a besar así. Tras hacerlo de nuevo, le dije-. No me digas más, te han dado la beca de colaboración en tu departamento, ¿no?
-Pues no -rió-. Los resultados de las solicitudes los dan el lunes que viene. Estoy contento porque he hablado con un chaval de Bakala...
Fruncí el ceño imperceptiblemente, porque me lo había encontrado así un par de veces en las dos semanas que llevábamos de búsqueda, y al final los susodichos candidatos a tercero en discordia para el trío acabaron por rajarse. Mi novio se mosqueaba y yo tenía que morderme la lengua para no avivar la llama de la discusión, ya que aquella idea había sido mía.
-Pues espero que este sea el definitivo, Miguel -le solté, quizá con un tono un tanto borde. La mirada de advertencia que me lanzó me hizo rectificar-. Lo que quiero decir es que estoy ya un poco cansado de que haya tanta gente que te dice que sí, que sí, y luego se eche atrás sin razón aparente... que somos ya mayores como para saber qué queremos y qué nos gusta.
-Te entiendo... sabes que soy yo el primero al que le sienta mal esa actitud... Pero no, lo que quería decir es que he estado hablando en persona con un chaval de Bakala.
Mi expresión cambió de sarcasmo a incredulidad en un segundo, acompañada por un salto que me dio el estómago cuando, de forma casi automática, me empecé a imaginar situaciones en las que mi novio me ponía los cuernos con un desconocido...
-¿Y eso...? -pregunté, mientras nos dirigíamos a la habitación para que pudiera soltar mis cosas y ponerme una ropa más cómoda.
-Resulta que vamos a la misma facultad, y tenemos una amiga en común, Rocío, la del curso.
-¿Cómo ha sido la conversación?
-Pues nada, cuando Rocío nos ha presentado y se ha ido a pedir el desayuno, me ha dicho que me ha reconocido de la página, y que está interesado en quedar. Que es versátil, así que no le importa que nos lo follemos con la condición de que le hagamos una doble penetración...
-Joder, cómo estaba el muchacho... -reí, nervioso, ya con mis celos calmados, al mismo tiempo que me cambiaba los pantalones por unos piratas desgastados por el uso -. ¿Todo eso te lo ha dicho en la cafetería?
-Sí, pero tranquilo... Estábamos solos. Nos hemos quedado dentro, y como hace buen tiempo el resto de la gente se ha ido a las mesas de fuera.
-¿Entonces...?
-Nada, ha llegado Rocío y hemos dejado el tema... -dijo, dejándome a propósito con la intriga, por lo que le tiré mis calcetines usados a la cara-. Bueeeeno, después de desayunar hemos quedado en la puerta al salir de la facultad, así que hemos podido concretar y nos hemos dado el número de móvil para hablar por whatsapp.
-Espero que no se eche atrás, como el resto...
-Este no, Fran -me dijo, con un tono de voz que delataba lo que le estaba costando aguantarse las ganas de decírmelo todo de un tirón.
-¿Cómo estás tan seguro? -le pregunté, incrédulo de mí.
-Porque me ha llamado cinco minutos antes de que tú llegaras diciendo que viene de camino...
-¡¿Qué?! -mi cara era un poema, aunque la sorpresa me estaba haciendo cosquillas en el bajo vientre-. ¡Pero si ni siquiera me he duchado... y no me había hecho a la idea... y tampoco tenemos condones! ¡Miguel!
-¡Tranqui! Mira, vive en la otra punta de la ciudad y me ha dicho que va a venir andando, así que tardará casi una hora en llegar. Relájate, dúchate... o mejor, date un baño, mientras yo bajo a la farmacia y compro provisiones... ¿quieres? -entonces me volvió a besar de esa forma que él hacía, derritiendo cada célula de mi cuerpo, con lo que consiguió que me abandonara a su voluntad.
-De acuerdo... -pude decir, cuando se separó de mí-. ¡Pero que sea la última vez!
Él se carcajeó y me volvió a besar. Cuando se dirigía hacia la puerta de salida, y mientras yo buscaba ropa limpia y presentable que ponerme, me giré y le pregunté:
-Por cierto, ¿cómo es?
-Pues, por lo que me ha dicho, hace remo... así que te puedes imaginar cómo está -y me hizo un gesto arqueando los brazos de forma cómica, en un intento de representar a los "deportistas" que sólo saben beber batidos de proteínas y se toman esteroides como si fueran caramelos.
-Joder... -dije solamente, enfatizando la primera sílaba.
Casi una hora después yo estaba que me subía por las paredes. Miguel intentaba aparentar tranquilidad, haciendo zapping desde el sofá, pero sé que, en el fondo, tenía una ataque de nervios encima que no tenía ni punto de comparación con el mío.
Cuando sonó el timbre del portal, pegué un brinco y miré a mi novio con verdadero pánico, como si aquel sonido fuera el de las campanas en mi funeral. Cuando pasó por mi lado me acarició fugazmente la cintura con uno de sus fuertes brazos, y se dirigió hacia el telefonillo.
-¿Sí...? Sí, sube.
Los dos minutos que aquel desconocido tardó en llegar a la puerta se me hicieron eternos. Necesitaba tranquilizarme, parecía una niña de quince años y no quería que el armario empotrado que mi novio había elegido como primer galardonado con el premio "dos activos por uno" lo notase. Me senté en el sofá y respiré profundamente, recordando un par de técnicas de relajación que me había enseñado mi hermano, y de forma casi instantánea lo conseguí. Dejé de temblar como un flan y se calmaron mis pulsaciones. Entonces sonó el timbre, y decidí quedarme en el salón. Oí cómo Miguel saludaba al recién llegado, que a su vez devolvía el saludo con una voz profunda y algo ronca. Una voz de macho que hizo que se me erizaran los pelillos de la nuca. Cuando entraron en el salón estaba disimulando lo mejor que podía, pero al ver entrar a aquel tío el corazón decidió pararse durante unos segundos en los que me dediqué a observarle de una forma tan descarada que me extrañó mucho que no lo notasen ni él ni Miguel.
Era igual de alto que mi novio, moreno de piel y con el pelo castaño de punta. No tenía barba, pero en su lugar lucía una perilla que me recordaba al personaje de Jensen en la película "The Losers". Desde mi posición no podía ver de qué color eran sus ojos, pero estaba convencido de que, al acercarme para saludarlo, me daría cuenta de que eran completamente grises. Llevaba una sudadera verde con capucha, abrochada hasta la mitad, que dejaba ver una camiseta blanca en la que se marcaban dos fuertes pectorales. El grosor de sus brazos se adivinaba bajo la sudadera, pero no eran para nada tan monstruosos como yo me los había imaginado. Llevaba unos pantalones vaqueros algo ajustados, que le marcaban un paquete que, si bien no tenía nada que envidiar al de Miguel, se notaba bastante grueso.
Me levanté como un resorte, de una forma quizás un poco brusca, pero al ver la sonrisa divertida de mi novio y de aquel chico intenté relajarme de nuevo.
-Buenas, yo soy Fran -le dije, extendiendo la mano para estrechársela, a la vez que esbozaba una media sonrisa.
-Yo me llamo Jaime, encantado -respondió él, extendiendo a su vez el brazo. Cuando me estrechó la mano, en lugar de apretar y sacudir, que era lo que yo esperaba, sentí que tiraba de mí y me acercaba a su mejilla para darme dos besos. Sonriendo, y mostrando una dentadura perfectamente alineada, me dijo:-. Es mejor ir acortando distancias, ¿no?
Miguel, que por lo visto se lo esperaba, soltó una leve carcajada.
-Esta mañana he picado yo también, no te preocupes -me tranquilizó, al ver que me había puesto algo tenso.
-Bueno, me vais a tener que disculpar, pero como he venido andando y va empezando a hacer calor estoy un poco sudado, espero que no os importe.
Dejé a un lado mi ridícula timidez.
-La verdad es que eso, en lugar de importarnos, nos gusta más.
-Y que lo digas -dijo mi novio, que desde su posición podía contemplar el culazo que marcarían los pantalones vaqueros.
-¿Qué edad tienes?
-Cumplo 26 dentro de un mes y medio -me respondió-.
-¿Entonces estás haciendo un máster en la facultad? -se me ocurrió preguntarle, porque no me cuadraban las cuentas.
Él rió.
-No, empecé la carrera el año pasado porque he estado viviendo en Nantes con mi madre, que es francesa. Y bueno, allí trabajaba desde que dejé el instituto. Ahora me he venido aquí con mi padre, y de paso he empezado a estudiar Historia, que es lo que de verdad me gusta.
-Y conoció a la inocente de Rocío en un barril de Antropología, donde intentó ligar con él -añadió mi novio, con un deje divertido.
-Quién le iba a decir en aquel momento a la pobre que me iban a follar dos amigos suyos, ¿verdad? -soltó a botepronto, como quien no quiere la cosa-. Durante el camino hasta aquí he tenido una hora para pensar en todo lo que me vais a hacer, así que... ¿cuándo empezamos?
Estaba claro que el bicharraco tenía experiencia en el asunto y que no se cortaba un pelo. Justo después de decir aquello, nos cogió a ambos por la cintura y nos acercó a él. Al notar que yo era tal vez el más reticente (porque no suelo quedar todos los días con tiarracos con un físico de infarto para follar), empezó a besarme de esa forma tan salvaje con la que Miguel me había recibido hacía tan sólo un rato, y yo, empezando a sentir cómo mis instintos más bajos afloraban, le devolví el morreo de igual manera. Miguel, mientras tanto, le sobaba el culazo por encima del vaquero y le mordía el cuello, a lo que Jaime soltaba unos gemidos quedos que me estaban empezando a poner muy perro. Pasó entonces a besar a mi novio, mientras yo me dedicaba por entero a tocarle el culo y los cojones a la vez que observaba cómo se lo montaban ellos dos. Así, alternándonos durante un buen rato entre morreos, mordiscos, toqueteos y lametones, a Miguel se le ocurrió decir:
-En la habitación estaremos más cómodos...
Y sin rechistar nos dirigimos hacia allí, quitándonos como podíamos la ropa mientras andábamos, por lo que mi novio y yo nos quedamos en calzoncillos. Al llegar a la habitación, Miguel y yo observamos cómo Jaime se tumbaba bocarriba en la cama y empezaba a desabrocharse el cinturón de los vaqueros, mirándonos de una forma tan lasciva que noté cómo la polla me daba un salto. Miré de reojo a Miguel, y vi cómo se metía la mano por debajo del calzoncillo para agarrarse ese cipote que calzaba. Con mi mano derecha le agarré el culo, y con la izquierda pasé a hacer lo mismo. Tenía el manubrio a mil, igual de tieso que un ariete, y el cabronazo de Jaime se estaba dando un espectáculo con nosotros dos como espectadores. Tras el cinturón, pasó a desabrocharse el botón, y luego se bajó lentamente la cremallera. Entonces me di cuenta de que no llevaba calzoncillos, y no pude aguantarlo más. Empujé a Miguel hacia adelante y los dos nos acercamos lentamente hasta la cama para quitarle los pantalones a aquel dios griego.
Completamente desnudo y tendido sobre nuestra cama, Jaime nos acercó a ambos para morrearnos una vez más. Entonces oí que le susurraba algo a Miguel que no pude escuchar, y luego hizo lo propio conmigo:
-Quiero que me comas el ojete...
Volví a notar como la polla, más tiesa que nunca, me daba otro salto mortal. Aquel rollo de pasivo dominante me estaba poniendo muy, pero que muy, cerdo. Sin rechistar empecé a bajar por su pecho escultural, sin un sólo pelo, por su abdomen marcado de una forma que no era antinatural, por su ombligo, donde empezaban a crecer unos cuantos pelillos castaños, y llegué hasta encontrarme con su polla cara a cara. Era de un tamaño bastante ordinario, quizá no sobrepasaba los dieciséis centímetros, pero era bastante gruesa, y sentí deseos de llevármela a la boca.
Sin embargo, lo que él me había pedido que hiciera me apetecía aún más, y seguí bajando por sus cojones hasta llegar a sus muslos. Me separé de él y por primera vez me fijé en lo que le había pedido a Miguel. Mi novio le estaba metiendo su tranca de diecinueve centímetros por la boca, y por los sonidos guturales que Jaime estaba haciendo parecía como si le estuviera tocando hasta el mismísimo alma.
Entonces yo le levanté las piernas y observé con un cosquilleo en los huevos el culazo que se abría ante mí. Con poco vello, como a mí me gustaba, y con un ojete prieto que me hizo salivar como un perro hambriento. A medida que me fui agachando en dirección a ese manjar tan delicioso que se me presentaba, empecé a notar cómo el sudor que hacía un rato el mismo Jaime había mencionado hacía acto de presencia, y un olor penetrante a macho invadió mis fosas nasales. Con una última aspiración de ese aire tan masculino que casi me hace poner los ojos en blanco de puro placer, hundí mi lengua en su culazo como él mismo me había pedido. Si el olor me había vuelto loco, el sabor de aquel ojete me estaba poniendo enfermo. Sentía tal ansia, que no podía evitar penetrarlo con la lengua hasta donde mis mandíbulas totalmente abiertas me lo permitían. Pero lo que de verdad acabó con mi control de la situación, fueron los gemidos que empezó a emitir, apagados por los pollazos que Miguel le estaba metiendo entre pecho y espalda. Cerré los ojos y me abandoné entonces a ese placer tan descontrolado que me provocaba lamer y ensalivar el culazo de Jaime, y al cabo de un rato noté cómo mis calzoncillos se habían manchado de abundante precum.
No sé cuánto tiempo pasó, sólo sé que cuando abrí los ojos de nuevo Miguel había dejado de embestir por la boca a nuestro invitado, y que se había levantado para coger los preservativos que habíamos guardado en la mesita. Jaime seguía gimiendo como una perra en celo al contacto de mi lengua con sus esfínteres, y había empezado a masturbarse con fuerza, pero yo se lo impedí.
Casi con lástima separé mi cara del paraíso homosexual que era su culo, y dejé que se incorporara. De reojo vi cómo Miguel empezaba a ponerse el condón, así que, tras morrear a Jaime y dejar el sabor de su propio culo en su boca, me quité los calzoncillos y me arrodillé en la cama. Jaime se puso lentamente a cuatro patas, mirándome fijamente y sin apartar la mirada hasta que estuvo completamente colocado, con mi polla a la altura de su barbilla. Entonces, sin previo aviso, pero todavía con esa lentitud, se metió mi polla en la boca hasta el fondo. Mi rabo no es tan grande como el de Miguel, se parecía más al de Jaime. De unos dieciseis centímetros aproximadamente, y de un grosor considerable. El contacto con sus labios hizo que me estremeciera, y al notar el fondo de su garganta con la punta del capullo solté un suspiro de placer.
Vi entonces cómo Miguel, con su trabuco bien tieso, se acercaba por detrás con la mirada fija en el ojete ensalivado de Jaime. Vi cómo se relamía, como se escupía en la mano y cómo se untaba con su saliva el pollón. Cuando noté que Jaime dejaba de comerme el capullo supe que Miguel estaba a punto de entrar por la puerta de atrás y, antes de que hiciéramos un movimiento más, Jaime se sacó del todo mi polla de la boca y soltó:
-Métemela de golpe...
Y Miguel lo hizo. Diecinueve centímetros de polla sin circuncidar entraron sin piedad por el estrecho agujero de Jaime, que dio el grito lastimero más cachondo que yo jamás haya oído. Lo cogí del pelo, sin poder controlarme, y lo obligué a meterse mi polla en la boca. Miguel se había quedado dentro de Jaime, con todo el rabo metido hasta las mismísimas entrañas, y me miraba de una forma tan consecuente y cómplice que le sonreí pícaramente. Le guiñé un ojo, como queriéndole decir "aprovecha y disfruta", y se tomó este gesto como la señal que necesitaba para empezar a follarse a Jaime.
Nuestro invitado empezó de nuevo a gemir, esta vez con una mezcla de dolor y placer que nos estaba matando a ambos. Yo aproveché los vaivenes de Miguel para meterle y sacarle a Jaime la polla de la boca. En uno de los momentos en que se la saqué entera, acertó a decir entre quejidos placenteros:
-Ay, dame fuerte, cabrón...
Con lo que Miguel, todo obediencia, lo embestía cada vez con más violencia.
-Así, así...
-¿Te gusta, verdad? -le pregunté
Y él, como respuesta, volvió a meterse mi polla en la boca mientras seguía gimiendo endemoniadamente bien. Así estuvimos un buen rato, dándole que te pego al asunto, hasta que vi cómo Jaime empezaba a masturbarse otra vez como si le fuera la vida en ello. Lo volví a coger del pelo, tras hacerle a Miguel un gesto con la cabeza, y obligándolo a mirarme a los ojos, le dije:
-¿Tú querías una doble penetración, verdad? Prepárate entonces...
Me dirigí a la mesita, cogí un condón y empecé a ponérmelo. Mientras tanto, Miguel se había tumbado bocarriba en la cama, y Jaime ya estaba sentándose encima de su trabuco. Como un verdadero dios del sexo, empezó a cabalgarlo rápidamente, volviendo a los gemidos que me estaban volviendo loco. Sin demorarme más, y con la polla enfundada, me coloqué de rodillas detrás de él y le susurré que se detuviera un instante. Tuvo que echarse sobre Miguel, así que empezaron a besarse, y yo me dediqué a la ardua tarea de meterle por el culo mi rabo. Aunque me costó un par de minutos, porque con la polla de Miguel estaba más que servido, al final sus esfínteres fueron cediendo y mi polla se introdujo lenta pero inexorablemente en su ano. Cuando estuvo dentro del todo, y previendo que aquello me estaba dando más placer del que me había imaginado, pasé un brazo por delante de su cuerpo y le agarré el manubrio. Así que empecé a masturbarlo mientras me lo follaba de la forma más loca posible, con la polla de Miguel también entrando y saliendo regularmente. Los gritos de Jaime se oyeron hasta en la Polinesia, y al cabo de un rato de masturbarlo y de follármelo al mismo tiempo, dijo:
-Joder tío, sigue así, así... Me voy a correr, cabrones... Que me corro, joder, ¡que me corro! ¡AAAAAHHHHH! -y noté cómo su leche caliente salpicaba mi mano, y salía en todas direcciones, algo que me puso tan cachondo, mientras el hijo de puta seguía gimiendo como un loco descosido, que sentí uno de los orgasmos más satisfactorios de mi vida y cómo empezaba a correrme yo también dentro de su culo. En consecuencia, Miguel, al escucharme a mí, empezó a resoplar cada vez más fuerte y noté, por las convulsiones de sus piernas y los espasmos de su polla pegando con la mía dentro del culo de Jaime, cómo también se corría.
En esa postura nos quedamos durante unos minutos más, Miguel tumbado con Jaime sobre su pecho, y yo de rodillas con mi pecho apoyado sobre la poderosa espalda de Jaime. Después, sin embargo, nos tumbamos todos bocarriba sin decir nada, conmigo en medio, hasta que nuestro invitado, apoyándose sobre uno de sus musculosos brazos, nos comentó:
-Bueno, ¿y para cuándo la próxima?