Acoso y derribo (4)

Un metódico plan para someter y emputecer a mi deseada jefa de departamento.

El resto de la velada transcurrió sin mayores incidencias que contar. Mas tarde, después de la cena, y una vez que Amanda hubo recogido y fregado los cacharros, hicimos el amor, a la más tradicional manera, en su cama marital, y por ser nuestra primera noche juntos, permití que durmiera conmigo en ella toda la noche.

Ya habría tiempo para introducir cambios, pero quería hacerlos lentamente y uno a uno, para poder disfrutar poco a poco de su progresiva degradación.

Al amanecer nos aseamos y salimos rumbo a la oficina, aunque como siempre, yo entré unos pocos minutos antes que ella.

Durante el resto del día, todo transcurrió normalmente.

Yo tenía muy claro que lo nuestro debía permanecer en secreto y ajeno a cualquier otro apartado de su vida. Era nuestro espacio aparte, para nosotros solos…y para quien fuera merecedor de ser invitado a la fiesta.

La única diferencia, para un observador que se hubiera tomado la molestia de mirar a Amanda, era que llevaba puesta su gargantilla plateada, bien ceñida al cuello, y que de vez en cuando se me quedaba mirando con ensoñadora y embebida mirada, mas como una enamorada que como una esclava.

Miradas que no eran correspondidas deliberadamente por mi.

Con el tiempo se acostumbraría a contenerlas y disimularlas, me dije.

Al término de la jornada, indiqué a Mandy que se fuera a casa, y yo me marché a mi apartamento a recoger lo básico para un traslado de emergencia:

Utiles de aseo, algo de ropa, y varios enseres personales, lo justo que iba a necesitar, aunque el resto lo dejé donde estaba, mi intención era mantener mi apartamento, símbolo de libertad de independencia.

Y al volver a casa de Amanda tuve una inspiración y paré en una conocida sex shop especializada en temas bizarre y D/s e hice unos pequeñas compras para mi pupila.

Una cesta de mimbre, cómoda y acolchada, similar a los camastros para perros pero de tamaño humano, unas bolas chinas, tanto anales como vaginales, y por último, un Ball-gag (mordaza en castellano) que me encanto por su curioso diseño.

La parte de adentro, la que se introducía en la boca, era como una pequeña polla de goma dura, y por fuera tenia la apariencia de un pequeño hueso, del que salían dos finas correas de piel para ceñirlo a voluntad por detrás de la nuca de la sumisa/o en cuestión.

Cuando llegué a la residencia de Amanda, la que de ahora en adelante compartiría con ella, o mejor dicho regiría, ella me recibió desnuda y de rodillas, tal y como le había indicado previamente.

Se la veía impaciente, ansiosa, y contenta de verme.

De inmediato, estrené la nueva mordaza, se la ajusté por detrás de la nuca al tiempo que le decía:

  • Hasta nueva orden y como la perra que eres tienes prohibido hablar si yo no te lo indico, y para que vayas acostumbrándote, aquí tienes este pequeño regalo. ¿Te gusta, mi amor? – inquirí con ironía

  • Uhmmngg… gahhhuhngmmm – fue todo lo que pudo pronunciar medio atragantándose y salivando, con la polla de latex metida hasta la garganta.

Sin duda debía de resultar incomodo, pero a la vez le daba un poderoso componente morboso, pues su coño no dejaba de destilar jugo vaginal.

Mi jefa estaba muy, muy excitada y caliente, lo que tuvo la virtud de calentarme a mi, y sin esperar mas le partí el culo hasta correrme dentro de sus intestinos, allí mismo en el recibidor, y a cuatro patas.

Luego, la dejé medio tirada en el suelo, saciada y satisfecha, y yo me di una larga y reparadora ducha.

Luego, ya descansado y con gran apetito, le ordené que sirviera la cena.

La asistenta, contratada diariamente pero solo a media jornada, siempre dejaba algo preparado, pero Amanda era la encargada de servirla, y después de recoger y fregar los cacharros, cosa que siempre debería hacer desnuda.

A decir verdad, en casa siempre debía ir completamente desnuda, incluidos los pies, tanto en invierno como en verano, y la mayor parte del tiempo, a cuatro patas.

Ni que decir tiene, que pese a alimentarse con la misma comida que yo, ella siempre lo hacia a mis pies, a cuatro patas, y tomando la comida directamente del plato con la boca, como las perras.

Por lo demás, y a través de los sucesivos días, fui acostumbrándola a su nueva dinámica:

Por ejemplo, debía pedirme permiso, mediante un gruñido o algún roce continuado, cuando tenía necesidad de satisfacer sus cotidianas necesidades fisiológicas, o dicho en plata, de cagar o de mear.

Y en casa tenía prohibido usar el lavabo, debía salir al jardín y allí en un rincón o bajo un árbol proceder a aliviarse.

Luego debía esperar a que yo me dignara lavarla y asearla, cuando a mi me viniera bien o me apeteciera hacerlo. Era altamente humillante y eso la iba denigrando poco a poco hasta los niveles deseados por mí. Cosa que a ella no parecía importarle, al contrario se diría que le agradaba pues día a día estaba más entregada y mas radiante.

Absorbía como una esponja sin quejarse todas mis enseñanzas, con una gran sonrisa de satisfacción en su atractivo rostro.

Si en cambio las ganas de usar el lavabo le venían en la oficina, tenia ordenes de enviarme un mail de inmediato. Y yo debía otorgarle o no mi permiso, cosa que le negaba con frecuencia, hasta que llegó el punto de que se acostumbró a salir bien meada de casa y aguantar hasta el final de la jornada.

Además, Amanda siempre iba a trabajar con sus dos pares de bolas chinas bien introducidas en sus dos agujeros, para que ni un minuto del día olvidara cual era su posición y mi ascendencia sobre ella, lo que sin duda le propiciaba varios orgasmos diarios.

Pasaron varias semanas y la doma de mi jefa estaba prácticamente completa.

Ahora había llegado el momento de presumir de ella, de usarla a conciencia y de someterla a nuevas y más difíciles pruebas.

Como adelanté en mis primeras líneas, Amanda disponía de una secretaría personal, Julia.

Esta era una muchacha menudita y delgadita, todo en ella es melodioso y armonioso, pequeñas tetitas, unas piernas delgadas y armónicas, pequeña cintura, una corta melenita rubia, y un coñito pequeñín, rosadito, y juguetón que sin embargo aceptaba grandes dimensiones, pues era sorprendentemente elástico.

Durante mis primeras semanas en la oficina, y mientras comenzaba mi plan de aproximación a quien ya era mi esclava, la invité a cenar y luego salí varias veces con ella.

Ello se debía a varias razones, primero, porque me pareció un bomboncito muy atractivo y quería saborearlo, cosa que no me resultó difícil, modestia aparte.

Y ya mas adelante, y una vez que ella se hubo abierto completamente a mi, ya saben que justo después de hacer el acto, y en ese momento de laxitud, es cuando una mujer es mas propicia a hacer confidencias intimas que de otra manera jamás haría.

Así, hábil y sutilmente dirigida la conversación por mi, Julia me dijo que no era lesbiana, pero en la universidad había experimentado el sexo sáfico con su compañera de habitación y la experiencia le había resultado altamente morbosa y placentera.

Naturalmente, tomé nota del dato. Y como por casualidad y con candídsele pregunte que pensaba de su jefa, si le parecía atractiva.

Y con mirada pícara, y sonrojándose ligeramente me confesó que si, y que mas de una vez se había masturbado fantaseando con atenderla completamente desnuda y de forma total.

Como dije, salí con ella un par de veces más y progresivamente la relación fue enfriándose, sobre todo porque yo lo deseaba así.

Pero ahora era el momento de retomarla, el momento justo.

La invité a cenar para el viernes noche, y dije que la recogería en su apartamento sobre las ocho.

Bajo puntual, con un sencillo vestido minifaldero, sobriamente maquillada, lo que resaltaba su lozanía y juventud. Estaba deliciosa, y sin duda venia predispuesta a pasar una velada completa. No esperaba hasta que punto iba a ser completa le experiencia que tenia preparada para ella.

Llegamos a casa de Amanda media hora mas tarde, a ella tan solo le había informado que esa noche tendría un invitado para cenar, y aparte de darle instrucciones con respecto a la cena le indiqué como debía vestirse para la ocasión.

Ayudé cortésmente a Julia a quitarse la liviana chaquetilla de punto y la hice pasar al salón, iluminado con luz muy suave, y donde sonaba muy tenue una agradable música de ambiente chill out.

De inmediato ordené sin levantar el tono de voz.

  • Mandy, sírvenos unos aperitivos.

Aquel era el momento de la verdad y yo estaba expectante e impaciente por observar y gozar de la reacción de ambas mujeres.

Amanda hizo una entrada espectacular. Estaba irresistiblemente deseable con su sumisa semidesnudez.

Iba descalza, y tan solo vestía una minúscula cofia de estilo francés en el cabello recogido, y un cortísimo delantal de encaje blanco que no conseguía taparle el coño que se veía en toda su desnudez y vulnerabilidad, y que se sujetaba por medio de un cordoncillo por detrás de la cintura, dejando todo su culo al descubierto, y por unos diminutos enganches que iban abrochados a las anillas de sus pezones sin conseguir tapar ni por asumo sus colmadas y tiesas ubres, cuyos pezones se encontraban ahora completamente erectos a causa de la humillante excitación.

Esta vez llevaba puesta una mordaza de bola roja impidiéndole pronunciar palabra y provocándole un babeo constante, cumplimentaba su atuendo las famosas bolas chinas que no podían verse a primera vista, pero cuyos cordones, obscenos, colgaban bien a la vista sin dejar a dudas que sus agujeros estaban bien rellenados. Por supuesto al cuello lucia su collar de perra, convenientemente ajustado, y símbolo supremo de su condición.

Traía una bandeja de plata, y sobre ella sendas copas con dos Martinis bien secos, como a mi me gustan.

Las dos se quedaron quietas, inmóviles en mitad el salón observándose con estupor.

Amanda con mirada resignada y fatalista, y Julia, incrédula de lo que estaba viendo y viviendo.

Su cara se tornó roja como la grana e imperceptiblemente comenzó a temblar, por un momento llegué a temer que diera media vuelta y saliera de estampida, pero fue una falsa alarma, estaba demasiado sorprendida como para mover un solo músculo.

Aproveché su momentánea sorpresa y pasmo para acercarme a Amanda y recoger yo mismo los dos Martinis de la bandeja que llevaba, y acercándome a julia le alargué una de las copas.

La cogió casi como una autómata y acercándosela a los labios la apuró de un rápido y largo trago.

Sin duda, necesitaba más alcohol, así que mientras Amanda preparaba más combinados le alargué mi propia copa, que también apuró de un trago.

Luego se dejó caer en un sofá, con la boca todavía abierta y todavía incapaz de creer y asimilar la escena que acababa de ver.

Su propia jefa, convertida en una criada. No, más que en una criada, en un objeto sexual, dispuesto a servir en lo que se le ordenara.

¿Un sueño convertido en realidad, o el principio de una pesadilla?

No la molesté, me mantuve en silencio durante unos minutos permitiéndole que asimilara los acontecimientos.

En ello estaba cuando Amanda volvió con nuevas copas, y esta vez se acercó directamente a Julia ofreciéndole la bandeja.

Esta alargó la mano y se sirvió, sin dejar de mirar y examinar a su jefa, esta vez con todo detenimiento sin dejar una sola parte sin observar minuciosamente, la sorpresa había desaparecido ya de su mirada, y en su lugar, y como yo esperaba y deseaba, un nuevo brillo asomaba a sus ojos, de lujuria, deseo, excitación, y morbo.

La velada prometía muy interesante.