Acoso y derribo (3)

Un metódico plan para someter y emputecer a mi deseada jefa de departamento.

Al día siguiente me comporte con total normalidad como si nada hubiese ocurrido, y pese a que Amanda me saludó de forma especial, por el tono y la caliente y sugerente mirada que me lanzó, mezcla de complicidad y deseo, yo le devolví el saludo con cortesía e indiferencia, cosa que la descolocó un poco, aunque por supuesto, no hizo el menor comentario.

La ví sentarse delante del ordenador y comprobar si había algún correo mío con nuevas instrucciones, pero no encontró nada.

Todo formaba parte de mi plan, desconcentrarla y mantenerla ansiosa y excitada el mayor tiempo posible.

Por cierto, llevaba todavía el mismo traje sastre rojo del día anterior, como reafirmándose en su sumisión a mi. Y esperaba, por su bien, que tampoco llevara ropa interior y su coño ya estuviera convenientemente depilado.

A media mañana, como era habitual, Julián, el chico de reparto, irrumpió en la planta llevando su carrito lleno de correo y paquetes certificados y le entregó a Amanda varios paquetes, entre los que se encontraba uno que yo había depositado en la cesta nada más entrar a trabajar ese día.

Cuando Amanda lo abrió, sus ojos se abrieron estupefactos pues poco podía esperar el regalo que iba a recibir:

Se trataba de dos collares, uno, semejante a una gargantilla, bañado en plata, y de una anchura de un centímetro, con una elegante "M" grabado en el centro. El otro mucho mas explicito era un simple collar de perro, de color rojo, en cuya chapita se podía leer "Mandy".

Al paquete iba adjuntada una pequeña nota explicativa:

"Dos collares para mi perra. Siempre deberás llevar uno de los dos ciñendo tu cuello.

El plateado en tu vida oficial y el otro cuando yo te lo indique. ¿Entendido?

Si es así ya tardas en ponerte el primero de ellos".

Comprobé satisfecho como inmediatamente Amanda se ciñó la gargantilla sin titubear y luego me dirigió una fugaz mirada como buscando mi aprobación.

A la que yo contesté con un imperceptible y rápido asentimiento de cabeza.

A mediodía, minutos antes del descanso de la comida entre en su despacho con el pretexto de hacerle unas consultas, y cuando quedamos solos, la agarre suavemente del cabello y le di un profundo beso en la boca, al tiempo que le metía mano por debajo de la falda.

Quería comprobar si había sido obedecido.

No tuve queja, su coño estaba libre de prendas y suave como el culito de una nena, y además, completamente mojado como el de una perra en celo, cosa que me agradó.

Saqué la mano y se la puse delante de la boca en un inequívoco gesto de que me la lamiera para limpiarme de sus propios jugos, cosa que hizo sin dudar un instante.

Como suele suceder, Amanda, tan aparentemente recatada y modosa, estaba resultando una hembra de lo más caliente y desinhibida.

Acto seguido le di nuevas instrucciones:

"Aprovechando la hora de la comida, vete a casa y tráete una gabardina larga.

Cuando termine la jornada laboral irás al cuarto de baño, te desnudarás completamente a excepción de los zapatos, te sustituirás el collar, y te pondrás la gabardina abrochándotela hasta el cuello.

Luego te reúnes conmigo a las 19 h en punto en esta dirección."

Y sin más di media vuelta y me dirigí a compartir la comida con algunos compañeros, como solía hacer.

A las19 menos 10 estaba apurando una cerveza cuando vi aproximarse a Amanda con paso nervioso, se la veía preciosa, con su gabardina hasta el cuelo, las manos en los bolsillos y la mirada ligeramente gacha, algo avergonzada, sabedora de verse desnuda e indefensa debajo de la liviana prenda.

Salí del bar y me enfrenté con ella, que dio un corto suspiro de alivio al reconocerme, y juntos nos encaminamos al punto de destino que yo había elegido.

Se trataba de un completo y amplio sex-shop especializado en bizarre y temas sado, poco conocido por el publico en general, pero muy aclamado por los aficionados al genero.

Y sin mas entramos y dedicamos unos minutos c curiosear entre los diversos artículos expuestos en las estanterías.

Quería darle tiempo a Amanda a recuperarse y a tranquilizarse un poco, y también quería observar sus reacciones ante todo lo que iba viendo:

Consoladores, vibradores, y dildos, de toda condición, diseño y tamaño, látigos y fustas, ropa de latex, esposas y grilletes para casi cualquier parte del cuerpo, cruces, mordazas, plugs,… en fin toda la parafernalia de estos casos.

Al llevarla cogida del brazo la noté envararse y tensarse como una cuerda de piano y como su cara se congestionaba ligeramente y empezaba a respirar trabajosamente.

La muy perra se estaba excitando, y casi se diría a punto de correrse sin tocarse.

No quise demorar mas el asunto y la conduje a una pequeña puerta donde ponía: "Piercings y Tatoos"

Allí detrás de un pequeño mostrador se encontraba el dependiente, un hombre negro de unos 30 años, fornido y de aspecto atractivo.

Sin más le dije:

  • Quisiera tatuar y anillar a mi perra Mandy – y a Amanda le ordené sin miramientos

  • Mandy, quítate la gabardina.

Con cierta vacilación Amanda obedeció y dejó deslizarse la prenda, quedando completamente desnuda delante de aquel extraño, a excepción de los zapatos y el collar de perra rojo que llevaba ceñido a su cuello.

El negro no se sorprendió demasiado, a saber lo que estaba acostumbrado a ver y a hacer en su pintoresco trabajo.

Tan solo le lanzó una apreciativa y profesional mirada, no exenta de cierta lujuria, y como había quedado bastante claro que Amanda no tenía ni voz no voto, me preguntó:

  • ¿ Y en que estaba pensando exactamente, señor?

  • Ya sabes, lo habitual en estos casos, anillado de pezones y clítoris, y un par de tatuajes, pero con duración de cinco años, no con tinta definitiva.

Albert asintió con la cabeza y nos hizo pasar a una pequeña estancia anexa equipada con un sillón ginecológico, una camilla regulable, y los diversos artilugios para tatuar y perforar, y una vez allí indicó a Amanda con un amable gesto que se tendiera en la camilla, y acto seguido procedió a inmovilizarla, atándole los pies y las muñecas bien abiertas a sendos extremos de la camilla, explicándome mientras lo hacía que era el procedimiento habitual tratándose de una esclava, aunque también podía hacer el proceso sin atarla si yo lo prefería así.

Pero con un gesto le indiqué que me parecía bien.

Luego me explicó que había dos procedimientos para el anillado: con pistola, mas rápido y menos doloroso, y al clásico uso, con agujas afiladas.

Y continuó diciendo que lo más apropiado sería este segundo sistema, más doloroso, para que la esclava probara así la devoción a su señor ofreciéndole su sufrimiento.

Me felicité por haber elegido aquel lugar, ya que Albert parecía estar muy enterado de lo que hacía, sin duda tenía vasta experiencia.

Naturalmente elegí el método de las agujas y mientras Albert preparaba su instrumental me acerqué a Amanda le acaricié el rostro con dulzura y le susurré:

  • Ahora vas a poder demostrarme cuanto me respetas y deseas entregarte a mi, espero que aguantes el dolor sin un solo gemido, y acto seguido deposité un suave beso en su frente.

Les confieso con orgullo que Amanda estuvo a la altura de mis expectativas pues cuando la primera aguja atravesó su pezón, diestramente guiada por la experta mano de Albert, todo su cuerpo se estremeció y unas lagrimas aparecieron en sus ojos, pero ni un solo gemido salió de sus labios, y cuando a los pocos minutos sus dos hermosas tetas lucían adornadas con sendos anillos plateados, ella seguía en silencio.

Me sentí muy orgulloso de ella, y como premio indiqué a Albert que la amordazara con una bola de látex, pues la perforación en el clítoris era infinitamente más dolorosa y deseaba que ella pudiera morder algo con el fin de soportar y aliviar el dolor.

En efecto así fue, cuando la aguja taladró su delicado botoncito del placer su cara se contrajo en una mueca de dolor y no pudo reprimir un largo y contenido lamento de sufrimiento, pese a que el proceso tan solo duró unos segundos.

Acto seguido un pequeño anillo con una diminuta piedra semipreciosa realzaba la belleza de su coño, situado en medio de este.

La primera parte de la operación se había completado con éxito, y mientras le explicaba a Albert la naturaleza de los tatuajes y el sitio donde deseaba que se los grabara ambos salimos al otro saloncito y le permitimos así que se recuperara un poco del trance recien sufrido.

Mi demanda en cuestión trataba de un pequeño símbolo de diseño propio a modo de marca de su Amo que debería llevar tatuada en su teta izquierda.

La leyenda " esclava propiedad de Dust" tatuada en su nalga derecha, y justo encima del rasurado pubis el cartel " perra Mandy ".

Entramos de nuevo y Albert desató a Amanda y la ayudó a incorporarse de la camilla para instalarla en el sillón ginecológico, esta vez decidí que el proceso se haría sin ataduras.

Empezó con el tatuado sobre el pubis y estaba apunto de finalizar cuando Amanda me llamo la atención con timidez y reverencia.

  • Perdón amo, pero tengo ganas de orinar y no puedo contenerme mas.

Era algo natural, después de la tensión y los nervios, sumado al dolor sufrido, que su vejiga andara algo suelta. Sin embargo yo puse cara de no haber entendido forzándola a repetir su petición.

Y algo en mi gesto debió darle a entender que yo deseaba que se expresara de modo más humillante, pues al pronto repitió suplicante:

  • Por favor, mi señor, me estoy meando, su devota esclava no puede contener mas las ganas, necesita mear con urgencia si usted le da su permiso.

Me agradó que Amanda aprendiera tan deprisa a interpretar mis deseos, sin embargo decidí ir un poco más lejos y tentar sus límites.

  • Ten un poquito mas de paciencia, perrita, Albert esta a punto de terminar, cosa que no era cierto, y enseguida te llevare al parque para que puedas desahogarte.

  • Mientras tanto, trata de pensar en otra cosa, ¿Por qué no le haces una mamada para agradecerle el estupendo trabajo que esta haciendo con tu cuerpo embelleciéndotelo?

He de decir que Albert no se sorprendió lo mas mínimo o lo disimuló muy bien. Sin duda en su trabajo estaba acostumbrado a ver de todo.

Tan solo se me quedó mirando como preguntándome de forma muda si aquello lo había dicho en serio, y al ver que asentí ligeramente confirmándolo, simplemente se desabrocho la bragueta dejando a relucir una hermosa verga de 20 centímetros, mucho más gruesa y larga que la mía, y la dejó a escasos centímetros del rostro de mi esclava.

Amanda no se hizo de rogar, la orden, aunque proferida a modo de sugerencia, había sido muy clara.

Así que mientras su teta fue convenientemente grabada, lamió y chupó la polla del tatuador tragándose con fruición su leche una vez éste se hubo corrido copiosamente en su boca.

Luego, le indicó que se pusiera a cuatro patas sobre el sillón, dejando su culo bien en pompa y termino el trabajo grabándole el último tatuaje en el culo.

Acto seguido ayudé a Amanda a ponerse de nuevo la gabardina, pagamos la factura, con una sustancial rebaja por el trabajito realizado. Bueno, la pagó Amanda, ya que fue a cuanta de su tarjeta de crédito, y salimos al frescor la calle.

Ya había anochecido, pues todo el proceso había durado unas dos horas.

Fuimos caminando hasta llegar a un pequeño parque totalmente desierto a aquellas horas, y le indiqué a Amanda que era el momento de mear si aun tenia ganas, o podía esperarse hasta llegar a casa.

Imagino que le hubiera gustado decirme que se esperaría, pero estaba al límite de aguantarse las ganas, y por otro lado ella desconocía mis intenciones y cuanto tiempo tardaría en llegar cerca de unos lavabos decentes, así que simplemente me suplicó que le dejara evacuar en ese momento.

Naturalmente hice que se desabrochara la gabardina, se acuclillara delante de mí, y se dispusiera a mear.

Así lo hizo, toda avergonzada y con la cabeza gacha incapaz de mirarme, pero a media meada le ordené que levantara la vista y me mirara fijamente a los ojos.

Obedeció de inmediato y pude notar un amago de excitación y placer.

La muy puta estaba gozando con todas las humillaciones a las que la estaba sometiendo.

Luego nos fuimos a su casa, ya que deseaba conocer donde y como vivía mi esclava.

Se trataba de un pequeño pero coquetón chalet a las afueras de la ciudad, rodeado de un pequeño jardín y una valla tupida que lo aislaba de miradas indiscretas, perfecto para nuestros asuntos privados.

Una vez en el salón, hice que se desnudara completamente de nuevo, zapatos incluidos esta vez, y que me sirviera un Whisky y otro para ella, solo que mientras yo me acomodé en el sofá ella lo hizo de rodillas a mis pies.

Mientras lo saboreábamos le sugerí que podría mudarme a aquella casa a tomar posesión mas fácilmente de su cuerpo y alma, pero le expliqué que no tenía ninguna obligación de aceptar.

Muy bien podíamos seguir como hasta ahora, con citas y sesiones esporádicas, y que lo pensara bien, pues el hecho de mudarme significaría un control absoluto y las 24 horas sobre ella.

Con la excusa de que había terminado el tabaco, le dije que me iba al bar más cercano a comprar, que lo meditara bien.

A mi vuelta si encontraba la luz de la verja encendida y ésta entreabierta significaría que aceptaba acogerme en su casa como dueño absoluto de ella, no de sus bienes claro esta, pues yo no tenía ningún interés económico en el asunto.

Si la encontraba cerrada, entendería que ella deseba seguir como hasta entonces y todo seguiría como hasta ahora.

Tardé como una media hora larga, pues quería darle tiempo a que lo pensara y sopesara bien, pues no era una decisión a tomar a la ligera, ésta cambiaria toda su rutina.

De vuelta a su casa reconozco que no sabía cual seria su decisión, ya que era muy drástica, y me consolé diciéndome que en el peor de los casos, aun iba a disfrutar mucho de esa maravillosa y entregada hembra, pero al llegar, pude descubrir que la luz seguía encendida, y al entrar en la casa Amanda estaba arrodillada en el umbral con la manos extendidas y las llaves sobre la palma de su mano, ofreciéndomelas en una entrega que no dejaba lugar a dudas.

  • Espero que no tengas que arrepentirte de tu decisión, pero si algún día lo haces solo tendrás que quitarte tu collar y devolvérmelo, y desapareceré de tu vida – dije mientras aceptaba las llaves.

  • Y ahora, vamos a cenar… tengo hambre.

Amanda preparó rápidamente una cena fría compuesta de una ensalada y varias latas de conserva, naturalmente desnuda completamente, pues ya había quedado claro que lo primero que debía hacer una vez llegara a casa era desnudarse completamente a excepción de su collar o la prenda que yo le ordenase o le permitiera llevar, y ambos comimos con apetito, la única y sutil diferencia es que yo lo hice cómodamente en la mesa del salón y ella a cuatro patas a mis pies comiendo directamente del plato, como si de una perra se tratara.

Amanda había leído los suficientes relatos seleccionados cuidadosamente por mi, para saber lo que se esperaba de ella y las vejaciones que le esperaban, y no se sorprendió demasiado cuando le dije que esa sería, salvo excepciones, su forma de comer de ahora en adelante, es mas, yo diría que lo esperaba y le agrado hacerlo, pues su coño no dejaba de destilar jugo vaginal

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