Acosando a mi crédula abuela 2.
Mi abuela sigue preocupada por mi terrible enfermedad, necesito su ayuda.
Acosando a mi crédula abuela.
Me desperté el domingo por la mañana con una alegría especial. El día anterior, mi abuela me había hecho una paja para que no sufriera las dolorosas erecciones que me producía mi terrible enfermedad de la Viagra. Aún no me podía creer que se hubiera tragado tantas mentiras. Por la noche me hice dos pajas más pensando en sus hermosas tetas que se movían al ritmo que marcaba su mano sobre mi polla. Correrme sobre ella me volvió loco y mientras tenía estos pensamientos, mi polla se puso de nuevo dura como una roca. ¡Necesitaba los tratamientos de mi abuela! Me levanté con la polla asomando por encima del calzoncillo, eso era lo único que llevaba puesto.
• ¡Abuela, abuela! - la llamé por la casa y no la encontré.
Entré en la cocina y sobre la encimera había un papel. Lo leí:
“Querido Luis, me marcho a misa y estaré todo
el día fuera. En el microondas tienes comida,
no me esperes, ya regresaré.
Tu abuela.”
Me quedé compuesto y sin paja. Pues nada, la erección se me bajó después de orinar y tras ducharme, me puse a estudiar. Pasé todo el día solo, mi abuela no daba señales de vida.
Eran las siete de la tarde cuando escuché que la puerta se abría. Sabía que era ella y mi polla empezó a crecer. Pensé en sacarla y tocarla para ponerla más dura y que me encontrará empalmado. Necesitaba otro de sus tratamientos.
Me asusté cuando escuché la voz de otra mujer además de la de mi abuela.
- ¡Aquí está! – dijo mi abuela al entrar en la habitación – Pasa Lola…
Me presentó a su amiga Lola, una mujer de unos sesenta años, regordeta. Las dos prepararon café y estuvieron hablando por unas horas. Me marché a mi habitación mientras ellas estuvieron en el salón. Durante todo ese tiempo mi polla se mantuvo erecta con los pensamientos de poder recibir de nuevo tocamientos de mi abuela, me sentía muy excitado y mi polla se mantenía erecta. Escuché que Lola se marchó y mi abuela me habló desde la puerta.
- ¿Estás bien? – me preguntó y yo estaba bocarriba mostrando mi erección.
- Me molesta un poco, pero me duele menos que ayer…
- Pues vamos a cenar, a ver si con eso mejoras…
Mientras mi abuela hacía la cena, yo llevaba los cubiertos y las demás cosas necesarias para comer. Entré en la cocina y la encontré preparándose una ensalada en la encimera. Mi polla iba a estallar en los pantalones del pijama, la tela era elástica y mi polla marcaba claramente una protuberancia. Llevaba otra de esas batas que le gustaba para estar en casa, igual a la de la noche anterior. Me acerqué por detrás de ella.
- Abuela. – le dije poniendo cada brazo a un lado de su cuerpo y apoyando mis manos en el filo de la encimera – Quiero darte las gracias por lo que hiciste anoche. – le susurré al oído mientras pegaba mi cuerpo al suyo – Sé que fue difícil para ti… - presioné mi polla contra su culo y su cuerpo se estremeció al notar tanta dureza – Gracias por comprender y ayudarme con esta enfermedad. – agité suavemente mis caderas y restregaba ligeramente mi polla, sintiendo su redondo culo.
Con una mano aparté los pelos de su cuello mientras la otra mano se posó en su barriga, le di un suave beso en el cuello y presioné más con mis caderas.
- ¡Para hijo! – soltó el cuchillo con el que preparaba la comida. Su mano separó la mía de su cuerpo y se giró poniendo do sus manos en mi pecho – Veo que vuelves a estar fatal… - titubeó al hablar – Tienes que parar, así no solucionamos nada, esto no es remedio…
- ¡Tienes razón abuela! – le dije fingiendo estar afligido - ¡Perdóname, no lo puedo evitar! – cogí sus manos y las llevé a mi boca, las besé con cariño – No sé que me ocurre cuando me da un ataque de estos, no diferenció entre mujeres, si son de mi familia o no, no importa, como si estuviera cegado al sentir la llamada del sexo…
La solté y me marché al salón para sentarme con las manos tapando mi cara, con un falso arrepentimiento en mi corazón. Ella trajo lo que faltaba en la mesa mientras yo permanecí sentado.
- ¡Anda cariño, vamos a comer! – me acarició el pelo y yo me levanté.
Durante la comida no quise ni mirarla, evitaba sus miradas avergonzado de lo que había hecho en la cocina mientras pensaba alguna manera más de tocarla.
- ¿Y qué te ocurre primero? ¿Primero se te levanta o piensas en mujeres y por eso se te levanta?
- Es muy raro… - le dije – Antes, en la cocina, iba a agradecerte la ayuda que me das. Te vi allí, de pie, con esa ropa y no me pude contener. Mi polla creció y me abracé a ti sin pensarlo.
- Pero hijo, yo ya soy vieja y además tu abuela…
- Ya, por eso me da más miedo. – la miré con una sonrisa – Pero una cosa es verdad, tienes un cuerpo muy sexy…
- ¡Vamos niño, no digas tonterías! – reía con vergüenza y se puso colorada.
- Abuela, ver ayer tus pechos me ayudó mucho a calmar mi problema.
- ¡Calla guarro! – podía ver qué aquellos comentarios, si bien la avergonzaban por venir de su nieto, le gustaba escucharlos.
Acabamos de comer sin comentar nada más. Yo la miraba de vez en cuando y ella bajaba la mirada, tocándose las ropas como si comprobará que no se le podía ver las tetas. Recogimos todo se puso a fregar. La miraba desde la puerta de la cocina y decidí atacarla…
Caminé hasta ella, mi polla estaba erecta con sólo pensar lo que iba a hacer. Me puse junto a ella y la miraba de arriba abajo.
- Abuela, estoy teniendo otro ataque… - puse mi mano en su culo y se lo acaricié - ¡Perdóname, no puedo evitarlo! – me coloqué tras ella y me arrodillé sin quitar mi mano de su culo.
- ¡Hijo no! – intentó protestar pero mis dos manos empujaba su culo e impedían que se girase - ¡No, por favor!
- No puedo evitarlo, mi polla me pide tu cuerpo y tengo que obedecerla. – le levanté las ropas y su culo apareció ante mi vista, mis manos amasaron sus cachetes.
- ¡Para! – me ordenó con voz entrecortada y giró su cuerpo.
- ¡No puedo abuela, no puedo! – puse mis manos en sus muslos y subieron por ellos hasta descubrir sus bragas. Me acerqué y le di un beso en el coño, sobre la tela sentí que estaban húmedas.
Me retiré de golpe y corrí a mi habitación, como si me hubiera arrepentido de lo que había hecho. Me tumbé en la cama con la polla a punto de reventar, quería tocármela y correrme, pero eso era trabajo de mi abuela. Podía escuchar sonar los platos. Unos minutos después se hizo el silencio y quedé en la cama bocarriba y totalmente erecto.
- Luis ¿estás bien? – me preguntó desde la puerta y podía ver perfectamente mi abultado pijama.
- ¡Lo siento abuela! – le dije afligido - ¡Está maldita polla hará que pierda a mi familia!
- ¡Tranquilo! – caminó hasta la cama y se sentó en el filo - ¿Te ayudo cómo ayer? – se puso de rodillas en la cama junto a mí.
- ¡Gracias abuela! – acaricié su muslo mientras sus manos me denudaban de cintura para abajo.
Su mano agarró mi polla y casi estalla de placer. Me incorporé un poco y empecé a desabrochar su bata. Nos miramos mientras su mano subía y bajaba, mientras mis manos iban de un botón a otro, hasta el último. Abrí sus ropas y pude ver su cuerpo desnudo. Sus piernas se cerraron como si no quisiera que viera su maduro coño, pero su mano nunca se paró.
- Voy a por crema para que no esté tan seca, no quiero hacerte daño… - iba a soltar mi polla y la detuve.
- Echa un poco de saliva… - le dije y me miró dudando
Se inclinó sobre mi polla, su boca estaba a pocos centímetros de mi glande. Deseé que abriera la boca y mi polla se perdiera dentro. Echó un poco de saliva y agitó la mano de nuevo.
Miré sus pechos, aquellos oscuros pezones me atraían. Los acaricié con mis dedos y ella agitó su cuerpo. Me acerqué a ella que me miraba. Acerqué mi boca a su pecho, mi lengua acarició suavemente el endurecido pezón y mis labios lo rodearon para mamar su pecho.
- ¡Esto es una locura! – dijo gimiendo mientras su cuerpo se retorcía de placer.
Metí mi mano entre sus muslo para alcanzar su coño, se abrieron despacio y pude tocar su coño por encima de las bragas. Su mano se aferraba a mi polla y la agitaba, me iba a correr. Me separé de ella y me coloqué en medio de la cama bocarriba. No hizo falta explicarle qué quería. Abrió sus piernas y se sentó sobre mi polla. Nos miramos inmóviles, acaricié sus pechos y sus caderas empezaron a moverse lentamente. Sus bragas se frotaban contra mi endurecida polla, presionando su clítoris que hacía años que no recibía en contacto de una polla.
La miré mientras nuestros cuerpos se daban placer. Cerró los ojos y empezó a gemir cuando su cuerpo fue invadido por el orgasmo que estaba sintiendo. Se movía cada vez más rápido y mis manos amasaban sus tetas. No dijo ni una palabra, todo fueron gemidos y gritos de placer. Agarré sus caderas y la hice frotarse con más intensidad. Entre gemidos miró a su coño y pudo ver los chorros de semen que mi polla lanzaba desesperadamente. Quedé agotado por el placer aunque nos agitábamos levemente, haciendo que sus bragas se empaparan con mi semen. Ella podía sentir el tibio calor de mi corrida en su coño. Se echó junto a mí y la abracé por detrás.
- ¡Qué hemos hecho! – dijo con preocupación. El cansancio del placer hizo que se quedará dormida abrazada por su nieto.