Acogiendo a Hasim. Prueba de fuego.
La vida de Sara ya no es la misma desde la llegada de Hasim a su casa. Una nueva prueba de fuego aparece en el camino que recorre la chica.
ACOGIENDO A HASIM.
PRUEBA DE FUEGO.
Sara asentía en silencio a las palabras de su madre.
Bueno, de su madre no… de Eva…
Sí, de Eva, porque ya no tenía sentido seguir llamándola “madre” cuando había roto con todas las normas no escritas de cómo debía comportarse y proteger a Sara, su hija.
Pero muchas veces no era capaz.
Su cerebro seguía pensando en esa mujer como si fuese su madre, en vez de Eva, esa desconocida que participaba de todo y en todo lo que Hasim deseaba, incluyendo cuando era Sara el objeto de esos deseos y aunque hubiera violencia de por medio, tanto física como sexual y mental.
Pero… pero… pero ella tampoco podía alzar demasiado la voz, ni siquiera en su propia mente.
Porque había cedido.
Porque estaba obedeciendo.
Y esta vez no estaba Hasim delante.
Ni estaba atada.
Era libre.
Y estaba a solas con Eva.
Y la iba a dejar salir del coche y podría correr.
Escapar.
Huir.
Romper con todo.
Quizás buscar a su padre.
Sí.
Él la podría rescatar.
Buscaría la forma de llegar hasta su padre y… y…
Y volvió a asentir.
Siguió escuchando las instrucciones que Eva la daba de parte de Hasim, que se había ido como si nada a su trabajo de jardinero, el mismo trabajo que había conseguido gracias a la bondad de su familia, que le había acogido cuando nadie más quería tener a ese refugiado.
… y volveré a recogerte cuando termines, ¿entendiste todo?.
Sí –fue su seca respuesta.
A su madre… a Eva… no tenía que tratarla con el respeto que exigía Hasim cuando le respondía y ya no la importaba que sonase mal. Esa mujer sentada a su lado ya no se comportaba como su madre y no pensaba darla ese placer de fingir como si no pasase nada.
- Sé buena, cariño –la dijo, mientras la acariciaba el cabello-. Sé lista. Sé obediente y verás que todo va mucho mejor. Recuerda que ahora somos de Hasim. No hay nada más.
La despidió con un beso en la boca.
Ahora siempre se tenían que despedir así.
Besándose en la boca.
Dejando que sus lenguas se tocasen.
Compartiendo mucho más de lo que era natural… de lo que debería ser natural entre ellas dos, tal como siempre lo había sentido Sara.
Se bajó del coche y se dirigió hacia la tienda del “todo a cien” que la habían indicado, mientras su madre iba a buscar las píldoras que habían logrado que un médico la recetase.
Unas pastillas anti-baby.
Píldoras para no quedarse preñada.
Para que no tuviera un embarazo no deseado… no deseado por Hasim, que había decidido que aún no era lo suficientemente buena para dejar crecer su semilla y que tenía que compensarle de alguna manera por el esfuerzo que estaba dedicando a su educación para su nueva vida bajo su control.
Al principio intentaron comprar una cualquiera, pero no se la quisieron vender, así que tuvieron que recurrir a un antiguo conocido de Hasim que ahora trabajaba en un centro de salud y les resolvió el problema.
Pero eso había sucedido hacía mucho.
Toda una vida.
O eso la parecía a Sara.
Pero cuando una puerta se cierra, otra se abre.
Y esa puerta era la del local del “todo a cien”, un lugar que olía a pies y… y a otra cosa menos definida.
Busco a Abdul –dijo la adolescente al hombre que estaba junto a la caja registradora.
Yo soy Abdul –la respondió desde lo alto, porque la superaba en una cabeza de estatura y aun así logró hacer que se sintiese como si la estuviera traspasando con rayos X-. ¿Qué quieres, niña?.
Vengo de parte de Hasim –contestó Sara y eso le hizo agacharse con interés hasta poner su cara a unos centímetros de la de la chica.
Muy rica… -susurró-. Sígueme.
La joven adolescente española y el pakistaní fueron hasta la zona posterior del local, donde una cortinilla separaba la tienda general de una especie de almacén.
Allí el olor era más intenso, un olor desagradable y que, sin embargo, le resultaba extrañamente familiar a Sara.
Vio que al fondo del almacén había una especie de armario, sólo que era un armario enorme y que tenía un montón de agujeros en uno de sus lados.
- Primero fotos –la dijo Abdul, cortando la línea de pensamiento que se empezaba a dibujar en la cara de la chica al observar el “armario”-. Hay que venderte –añadió, medio riéndose.
Entraron en un pequeño cuarto con una pared completamente pintada como un fondo azul celeste liso, una cama individual contra la pared de enfrente y una pequeña mesa plegable sobre la que había un ordenador portátil cargando.
El pakistaní se sentó en la cama y empezó a manejar el ordenador.
Ponte allí –la indicó, señalando la pared de enfrente, de forma que la silueta de la chica tuviera de fondo la pared pintada-. Sonríe. De lado y de frente –la iba indicando, mientras la jovencita escuchaba el sonido que producían las fotos que la tomaba desde el ordenador.
Ahora levanta la falda por delante y ve girando –en ese momento, Sara se sonrojó. No llevaba bragas debajo del uniforme del instituto que la obligaba a llevar Hasim casi permanentemente. Pero hizo lo que la pedían.
Cualquier reparo habría supuesto un castigo, lo sabía y ya no tenía fuerzas para más… ni aunque supiera que estaban haciéndola las fotos… unas fotos vergonzosas y que encima iban a estar al alcance de cualquiera y… y no podía dejar de pensar en ello y sentirse aún más humillada y notar cómo estaba cayendo un escalón más en la degradación de la que estaba siendo objeto desde que el maldito refugiado entrara en sus vidas.
Que sonrías –recalcó Abdul y la adolescente tuvo que tragarse sus negros pensamientos para volver a mostrar una falsa sonrisa y repetir las últimas fotos como si fuesen lo que más deseaba mostrar en el mundo… aunque por dentro se sentía sucia y… y…
Ahora levanta la falda por el culo –continuó organizando el amigo de Hasim la sesión fotográfica.
En realidad, Sara dudaba de que alguien como Hasim pudiera tener amigos.
Eran un ser tan despreciable, tan destructivo, tan… tan…
Pero así les había dicho que debían tratar a Abdul, como si fuese su amigo y al que debía de obedecer en todo como si de él mismo se tratase.
Lo único que mejoraba era que el pakistaní hablaba español mucho mejor que Hasim y no había posibilidad de malinterpretar sus instrucciones y que eso fuese una excusa para castigarla.
- De rodillas –instruyó a Sara antes de acercarse a ella y abrirla la blusa para que se apreciase el perfil de sus pechos, puesto que se quedó de lado frente a la cámara del ordenador-. Y ahora chupar –dijo, mientras se bajaba los pantalones y mostraba su endurecido miembro-. Pero chupar despacio para que salgan bien las fotos.
Y a pesar del asco que sentía, Sara agarró el pene de Abdul y se lo metió en la boca, luchando contra el instinto que la susurraba que cuanto más rápida fuese antes terminaría todo.
Pero no podía.
No debía.
Hasim y su madre habían sido muy claros.
Tenía que hacer todo lo que la pidiera el pakistaní como si fuese una orden del propio Hasim o las consecuencias serían muy malas.
Y ya no se sentía capaz de aguantar más.
Ya no quería luchar más.
Había perdido casi sus últimas esperanzas después de lo sucedido en ese lavabo en el que su Tutor abusó de ella en vez de ser el caballero de resplandeciente armadura que ella esperaba que fuese y que acudiera a su rescate.
Ya no tenía esperanzas.
Ya no había otro futuro para ella.
Debía resignarse, igual que ahora chupaba muy lentamente la asquerosa polla del cerdo que la usaba en la trastienda como si fuese una muñeca de juguete.
Y era aún más asqueroso que otras veces… todas las otras veces, y habían sido ya muchas desde que el refugiado entrase en sus vidas.
Porque si algo había pasado en abundancia era el tener que tragarse decenas de pollas… ¿o habían sido más?.
Había perdido la cuenta.
Pero de todas ellas, de todos esos instantes de vergüenza y humillación y maltrato, no recordaba nada peor que estar haciéndolo ahí en ese instante.
El tener que mantener esa polla dentro de su boca con unos movimientos tan lentos la hacía sentirse una mierda.
La llenaba la boca.
La impedía tragar saliva, que empezaba a resbalar por la comisura de sus labios.
No la dejaba respirar bien, y eso hacía que sus ojos empezasen a lagrimear.
La hacía sentir un asco terrible, con un regusto a orines y otras cosas más asquerosas y humillantes.
La hacía sentirse una… una…
Y, de pronto, sin previo aviso, una corriente de semen la inundó.
Aguantó como pudo.
No por la cantidad.
Ni siquiera por la consistencia.
Era muy acuosa.
Fue más la sorpresa.
Lo rápido que Abdul había terminado.
La empezó a agarrar por la cabeza para que se metiera toda su polla dentro de la boca… y la entró… porque a diferencia de la del inmigrante que las dominaba y había hecho de su casa un nido de perversión, el pene del pakistaní empezó a encogerse rápidamente tras soltar esa escasa y licuada lefa.
Casi estuvo a punto de ponerse a reír.
Si no hubiera sido por los pelos que cubrían los huevos y todo alrededor de la polla del pakistaní, casi hubiera sido gracioso.
Después de tener tantas veces la polla de Hasim dentro de su boca y recibir sus abundantes chorros de espesa lefa, lo que ahora tenía en su boca la parecía una broma, un pene casi de crío.
Y, en ese momento, se dio cuenta de que para ella Hasim había pasado a convertirse en su hombre.
Mientras fingía ante la cámara que se chupaba los dedos de gusto por los restos de la mamada, una angustiada parte de su mente descubría que a partir de ese momento ya nada… nadie… ya nadie conseguiría igualar a Hasim, ese maldito refugiado que se había infiltrado hasta lo más profundo de su ser.
- Duerme un poco, zorrita –la aconsejó el amigo del dueño de Eva y Sara-, dentro de un rato vendré a buscarte para que sirvas para algo.
El enlace le llegó en mitad de clase y tuvo que recurrir a una buena dosis de fuerza de voluntad para no abrirlo.
Pero cuando sonó la señal para el recreo y salieron todos los alumnos de clase, incluyendo un par de alumnas que se hacían siempre las remolonas para ver si podían quedarse un rato más con él, entró en el mensaje.
Allí estaba ella.
Esa estúpida cría que había resultado ser una auténtica zorra.
Allí estaba posando con el uniforme del instituto de forma provocativa, en algunas fotos medio desnuda y… y ¡al final chupando con una cara de auténtico placer la polla a un hombre!. ¡A otro hombre que no era él!. Y que tampoco era el que se la había vendido el día anterior, de eso estaba seguro por el tono más oscuro de la piel.
Era una auténtica zorra.
No sabía ni cómo se le había podido ocurrir que ella podía ser distinta, especial.
Al final venía una dirección, una hora y unas cantidades de dinero.
¿De verdad se pensaban que iba a pagar por ella?.
¿Quién se creían que era?.
¿Acaso no podría coger a una de esas dos estúpidas adolescentes que le ponían ojitos apenas unos minutos antes?.
Sara no era nada más especial que ellas, no, pasaba del asunto.
Pero, cuando terminaron las clases, se subió a su coche y se dirigió hasta un barrio muy distinto al de su casa y entró en un local en el que jamás habría puesto los pies hacía tan sólo un par de días.
Preguntó al encargado por la cesta para los huevos, contraseña que había recibido y que le sirvió para llegar a una parte de la tienda que no estaba abierta a todo el que entraba.
Un pakistaní esperaba con unas llaves numeradas.
Cuando sacó el dinero, al pakistaní le hicieron chiribitas los ojos. Su cantidad era la más alta, bastante más de lo que se pedía en la puja por los sitios, pero quería asegurarse de ser el único que estuviera a ese lado.
Alrededor del enorme cubículo que ocupaba el centro del lugar pudo ver que ya se congregaban al menos medio centenar de hombres.
Él era el único español, que viese, el resto eran árabes y un puñado de hombres de raza negra.
Las paredes del extraño artefacto que tenía un ligero aire a un armario de extrañas dimensiones tenían muchas cerraduras a distintas alturas, cada una de un tamaño distinto y con sus propias numeraciones.
A él le tocó en la parte posterior, la más recogida y, gracias a la suma que había aportado, en exclusividad para él.
Se sentó a esperar su momento mientras observaba a Sara en una de las pantallas que mostraban el interior.
Estaba completamente desnuda.
Su uniforme estaba perfectamente doblado en una esquina y la tierna adolescente esperaba también el momento sentada en una pequeña banqueta.
Y estaba claro que no debía de saber que la estaban viendo desde fuera ni que esa misma grabación estaba siendo colgada en internet para todo el que hubiera pagado.
Se la veía tan dulce… tan tierna… tan atractiva… y ver cómo se ponía a rezar agarrando la Cruz de la cadenita que colgaba entre sus perfectas tetas le hizo ponerse aún más caliente, como escuchó que pasaba al otro lado donde el resto de hombres que iban a usarla empezaron a murmurar en sus distintos idiomas.
No sabía lo que decían, pero aun así lo entendía.
Porque a él le pasaba lo mismo.
Y cuando el momento llegara…
Se puso a rezar.
No veía qué otra cosa hacer.
No sabía de qué otra manera prepararse para lo que iba a pasar.
Abdul la había dado las instrucciones.
Sabía que cada uno de los agujeros que cubrían las paredes se irían abriendo para dar acceso a manos o pollas y que ella tendría que dar placer a todos los hombres que pagaban por ello.
Era… era… era casi… casi… era casi como ser… como ser una…
Pero no lo era… o quizás sí lo fuese, pero no por su propia voluntad.
Iba a ser algo sucio, repugnante, pero no tenía ninguna escapatoria.
Hasim así lo había decretado.
Y Eva no había expresado ningún reparo.
La única muestra de rebeldía que pudo lograr era esa.
El collar de oro con la Cruz que la habían regalado por su Primera Comunión, hacía ya toda una vida de eso.
Era una tontería, pero ya no la quedaba nada más.
Todos la habían abandonado.
Todos la habían traicionado.
Quienes más deberían de haberla protegido eran quienes más la habían fallado y también habían participado y abusado de ella.
Así que sí, esa era ya su única forma de rebeldía contra el destino que parecía cernirse imparable sobre ella.
El sonido de un gong interrumpió sus pensamientos y la primera rendija se abrió delante de su cara.
Una oscura polla entró por el agujero, casi golpeándola en la frente.
La adolescente española aproximó su boca al grueso miembro y empezó a lamerlo.
Era inmenso.
Intentó rodearlo con sus manos para ayudarse, pero sonó otro gong y un nuevo orificio se abrió y apareció otra polla.
Mientras chupaba como podía la enorme polla negra, acariciaba la segunda polla y justo en ese momento sonó un tercer gong.
Otro pene se adentró en la cabina y Sara empezó a darse cuenta de que no iba a ser algo sencillo, que tendría que cambiar de estrategia.
Seguía chupando la polla del negro mientras acariciaba y movía sus manos a lo largo de las otras dos pollas cuando un nuevo gong dio paso a una mano que agarró una de sus tetas sin contemplaciones, amasándosela con rudeza y palpando en busca del pezón para retorcérselo sin piedad mientras la joven luchaba por concentrarse en las tres pollas a las que se enfrentaba.
Pronto ya sólo serían dos, porque una de las que tenía entre las manos empezó a verter chorros que le llenaron la mano y el brazo con restos de semen antes de salir por el agujero.
Fue un respiro breve.
Cuando ese miembro abandonó el hueco, otro pene lo sustituyó a otra altura y Sara volvió a encontrarse con tres pollas frente a ella y unas manos que la sobaban.
Lo veía todo por la pantalla.
Veía cómo esa cría que se hacía pasar por santa no dejaba de chupar pollas, tragándose dosis tras dosis de lefa con su boca mientras que masturbaba con las manos otros tantos penes a la vez que disfrutaba de los tocamientos de los que no habían tenido dinero suficiente para poder meter su polla por uno de los agujeros.
Lo veía él y lo veían todos los que tuvieran sintonizada la señal de la grabación que se emitía por internet de lo que pasaba dentro de ese pequeño cuarto.
Él aún no había usado su llave.
Estaba disfrutando con lo que veía…
Bueno, disfrutar no, eso no era posible, él no sentía esas cosas, eso era algo propio de gente de otras clases y él era superior a todo eso.
Le parecía una absoluta perversión lo que pasaba allí.
Ver a Sara imparable comiéndose polla tras polla y tragándose su semen casi sin perder ni una gota era algo… algo… inaudito.
Nunca la habría creído capaz de hacer eso.
Era una auténtica puta.
Era la única explicación.
En realidad él ya lo sabía hacía mucho, pero esto lo confirmaba.
Todo lo anterior había sido puro teatro.
Sara siempre había sido una puta.
Su habilidad lo dejaba claro.
Eso no se aprendía en dos días.
Y eso le enfadaba.
Porque debería haber sido él quien la estrenara, quien la disfrutase por primera vez, quien la llevase por el camino que tenía destinado.
Pero ya no podía ser… no por ahora, al menos.
Lo que sí podía hacer era otra cosa.
Algo que sí estaba en su mano.
Sí.
Ya era el momento.
Cogió la llave y abrió el hueco que tenía para él solito.
Allí estaba ella.
Allí estaba su culo.
Su perfecto culo.
Su pálido culo.
Su tierno culo.
Un culo que tenía ese brillo especial que sólo la juventud podía mostrar.
Y ahora sería suyo.
Metió la polla y la acercó hasta apoyarla contra el culo de Sara.
La notó apartarse de forma refleja, intentando alejar su trasero de la polla, pero él la agarró con las manos para que no se moviera.
Su resistencia fue mínima.
Otra muestra, si hacía falta alguna, de que era una auténtica zorra.
Y, mientras veía a la chica seguir chupando pollas con la boca y masturbando otras con la mano, también pudo ver sus propias manos agarrándola por las caderas mientras su polla iba desapareciendo en el interior de Sara, cuyos ojos le pareció que se humedecían… seguramente de placer.
En realidad no le importaba.
Sólo le importaba la sensación, la intensa sensación de ir penetrándola, de ir abriéndose paso con su endurecida polla por el estrecho agujero de Sara.
Era algo indescriptible, fabuloso, excitante.
Cuando la tuvo toda dentro se paró.
Dejó que la chica se acostumbrase al tamaño de su polla dentro de ella y pensó en retener ese instante en la memoria a la vez que miraba hipnotizado la imagen en la pantalla de Sara rodeada de pollas y manos por todas partes.
Transcurrió aún un minuto más antes de que se decidiera a empezar a bombear.
Al principio fue despacio, pero con cada embestida se iba enfureciendo más al ver cómo seguía dando placer a los otros hombres en vez de centrarse sólo en él.
Fue aumentando el ritmo, embistiendo cada vez más violentamente hasta notar que estaba rompiéndola, pero no le importaba.
La llenaba con su polla, follándola con fuerza y sin parar, excitado aún más por verse en la pantalla y verla a ella seguir como si nada comiéndose las pollas que aún seguían abriéndose paso por los orificios del cubículo.
Ya no podía parar.
Y sabía que ella se lo merecía.
Merecía tener su semilla dentro, inundándola.
Y merecía que la rompiese el culo, que sintiera daño y que se acordase de él.
Y no paró.
No paró…
Sentía un dolor intenso.
Uno de los clientes la estaba rompiendo literalmente el culo.
Era un auténtico salvaje.
La agarraba con fuerza para impedir que se sacase su polla del culo.
Y, a la vez, no dejaban de entrar pollas por los agujeros a su alrededor y Sara temía que si no las hacía acabar, el castigo de Hasim sería incluso peor que la perversa sodomización que estaba padeciendo.
Lo único que no podían impedir es que llorase.
Lloraba de rabia.
Lloraba de impotencia.
Lloraba de dolor.
Al final, la polla que estaba perforándola el culo terminó.
La llenó con su caliente lefada y, después de un rato que se hizo eterno para el dolorido trasero de Sara, salió de ella y cerró su portezuela, no sin antes darla una tanda de fuertes tortas en su trasero.
Todo eso sin poder defenderse.
Sin poder hacer otra cosa que seguir chupando y tragando y tocando y masturbando… y recibiendo bruscas caricias por todas partes por unas pocas manos.
Al final todo terminó.
Todas las pollas se marcharon.
Y sólo quedó el silencio.
El silencio y el dolor.
Y un intenso malestar de estómago por la gran cantidad de semen que había tenido que tragarse.
Se notaba sucia.
Sabía que estaba sucia.
Sentía restos de múltiples chorros que la recorrían o que se habían secado ya por sus brazos y piernas y por sus tetas y cabellos.
En algún momento, incluso alguna de esas manos la había arrancado el collar, que estaba en el suelo, cubierto de una capa de pegajosa lefa.
La recogió y se la puso.
No podía hacer otra cosa.
No tenía ningún lugar donde esconderla.
Después se puso el uniforme del Instituto y se marchó por donde había venido.
No tenía sentido pedirle a Abdul que la dejase lavarse.
Algo dentro de ella sabía que se negaría y que, encima, le serviría de excusa para volver a usarla.
Recogió el dinero para Hasim y se marchó.
Su madre la esperaba fuera, en el coche.
Y él también estaba allí.
Le pudo ver en la acera de enfrente, fumando.
Ya sabía que él era el que la había roto el culo, algo dentro de ella se lo había susurrado, pero aún había tenido esperanzas de que no… pero allí estaba, mirándola con desprecio después de haberla usado como si fuera poco más que un despojo.
Él, que debería haberla ayudado, en quien confiaba como una tonta ingenua.
Por eso sabía que estaba perdida.
No tenía escapatoria.
Y el futuro… el futuro… ya no sabía qué futuro iba a tener… todo dependería de Hasim, ya no había nada más… nada más… nada más…
Continuará…