Acogiendo a Hasim. Noche de perros.
Después de acudir al Glory Hole de Abdul, Sara debe regresar a la casa en la que la esperan Hasim y una nueva sorpresa.
ACOGIENDO A HASIM.
NOCHE DE PERROS.
Estar quieta, kafir. Así –la indicaba Hasim mientras la agarraba de los hombros para situarla en la posición-. No mover. ¿Entender, kafir?.
Sí… sí… señor –tartamudeó la adolescente.
Bien, kafir –la felicitó el refugiado, pegándose a ella de forma que su barba se frotaba contra su piel mientras pasaba lentamente la lengua por un lado de su cara hasta llegar a sus ojos-. Muy bien, kafir –la volvió a felicitar cuando la joven española logró aguantar el asco y mantenerse en su sitio con apenas un escalofrío-. Luego dar más –añadió, sonriendo bajo su espesa ceja única que cubría ese rostro que tanto detestaba Sara.
Antes de irse a la cama, el inmigrante iraquí aún tuvo tiempo para pellizcarla con fuerza uno de los pezones.
La delicadeza no entraba en las formas de Hasim con las mujeres.
Y menos con ella.
A ella la trataba como a una basura.
Así se sentía la, hasta hacía poco, ingenua adolescente española. Hasta que sus padres decidieron acoger durante unos días a Hasim.
Días que el refugiado había convertido en mucho tiempo más.
Mucho tiempo que se había convertido en algo mucho más terrible para Sara tras convertirse en objetivo del bestial inmigrante.
Y allí estaba ella ahora.
De pie.
De pie en el dormitorio de sus padres.
De pie y desnuda, salvo por el pequeño crucifijo que descansaba entre sus tetas.
De pie y desnuda, mirando hacia la cama de sus padres.
Que ya no era de sus padres.
Ni la habitación el santuario que fuese antes.
Ya no era un refugio ni un lugar de amor.
Ahora era de Hasim.
Y eso significaba perversión como nunca había imaginado la pobre chica, acostumbrada a un ambiente familiar y protector.
Ahora estaba allí, desnuda y quieta para no volver a sufrir la cólera del refugiado.
La dolía todo el cuerpo después de la paliza, pero sabía que si intentaba cambiar de posición, Hasim se lo haría pagar.
No tenía escapatoria.
No había escapatoria.
Ahora lo sabía.
Sobre todo después de que José Manuel, su Tutor, abusase de ella de nuevo ese mismo día.
Ese hombre que debería haberla protegido, del que había sentido un enamoramiento juvenil, al que había llegado a considerar su imaginario caballero… ese hombre… ese hombre la había vuelto a usar. La había sodomizado.
Y cuando salió del local de Abdul, el amigo pakistaní de Hasim, estaba fuera fumando tranquilamente.
Aún notaba los restos de lefa dentro de su culo.
Y el dolor.
No el dolor de la sádica penetración anal.
Ese casi ya no lo sentía. Lo podía aguantar.
El mayor dolor era de otro tipo. Más íntimo y personal. Era un dolor de su alma traicionada y humillada. Un dolor más terrible y profundo.
Y, encima, al volver a casa, Hasim la había golpeado.
No sabía por qué, como tampoco su madre, que recibió varias bofetadas nada más pasar la puerta.
Pero con Eva todo concluyó así, con unas tortas, que la mujer aceptó a su abusador.
No.
Con Sara fueron más que unas tortas.
La golpeó por medio cuerpo y la destrozó el uniforme del Instituto, adonde de todas formas no volvería a ir nunca más.
Se lo dijo el falso refugiado, el odioso inmigrante que se había hecho dueño de sus cuerpos y de sus vidas.
Era una mujer… aún joven, pero mujer. No necesitaba saber nada. Lo único que debía conocer era la obediencia ante él, su ser superior, tanto por ser hombre como por ser musulmán.
Eso y mucho más se lo contó como quien deletrea el abecedario mientras la golpeaba y desnudaba.
Eso y su delito.
Porque la castigaba por una razón.
Una buena razón, según Hasim.
Por usar el crucifijo.
Por ser una infiel.
Por haber mostrado que, a pesar de ser suya, tenía ideas propias.
Y Sara aguantó como pudo, llorando y suplicando.
Pero el refugiado no tuvo piedad.
No conocía la piedad.
Sara lo volvió a aprender entonces.
Y aprendió que la habían grabado en vídeo ese día.
Y que estaba colgado en internet.
Y que se la veía chupando pollas, tragando lefa, dejándose sobar el cuerpo y recibiendo una polla dentro de su culo.
Lo tuvo que ver mientras cenaban.
Antes de darle las gracias a Hasim por dejarla comer de su mesa… porque ahora era la mesa de Hasim… y de darle las gracias por servirle ese día y prometerle servirle todos los días de su vida en todo lo que él la ordenase.
Pero, de una forma extraña, el inmigrante la dejó quedarse con su pequeño crucifijo, no para que rezase por su salvación, sino para recordarla que lo usaría de excusa para castigarla cuando desease, por el simple placer de castigarla.
Y ella no podía hacer nada.
Tenía que aceptarlo.
Por eso lloraba por dentro, en silencio… aunque por fuera se mantenía totalmente quieta tal como la había ordenado el refugiado, su señor Hasim.
Porque es lo que era ahora.
Su señor Hasim.
No sentía por él respeto ni amor, pero era su señor y ya no había nada que lo pudiera evitar.
- Ajaliba –llamó Hasim a Eva, que estaba lavándose los dientes en el baño de sus pa… de Hasim-. Cama. Ya.
Las luces quedaron encendidas.
Sara pudo ver cómo Hasim follaba a su madre.
Le vio comerle el coño a su madre hasta hacer que gritase sin parar mientras su cuerpo convulsionaba, justo antes de que la metiera de golpe la sucia polla dentro del empapado coño.
Sara miraba sin poder remediarlo.
Miraba porque Hasim se lo ordenaba.
Pero también miraba porque una parte de ella se sentía irremediablemente atraída por la escena de lujuria desenfrenada.
Al poco, incluso empezó a mojarse.
La joven adolescente española notó cómo su propio coño empezaba a lubricarse y humedecerse, sin poder evitarlo, mientras observaba como a su madre la follaba Hasim.
La tentación de tocarse era enorme, asfixiante, pero ella sabía que si lo hacía, el refugiado lo descubriría y la castigaría.
Por el puro placer de castigarla.
Pero aun así, la intensidad de su urgencia era cada vez mayor.
Y crecía con cada embestida del iraquí dentro del coño de su madre.
Los chillidos y ruidos eran casi peor que la propia imagen que se mostraba a sus ojos. Casi la hacía sentirse más excitada aún.
Cuando por fin estalló dentro de Eva, pensó que la cosa había terminado.
Se equivocaba.
Hasim se levantó, con la polla colgando, chorreante, y fue hasta Sara.
- Quieta, kafir, quieta. Te has ganado una cama –anunció con una extraña sonrisa en su desagradable rostro unicejo, antes de retorcerla uno de los pezones erguidos por la excitación de lo que había visto y salir desnudo a coger algo del fondo del pasillo que llevaba al cuarto de Sara.
Volvió con un saco y una colchoneta gorda, de las que se suelen usar como cama para algunos perros domésticos grandes.
Dejó caer la colchoneta a los pies de la cama y empezó a sacar los objetos que había en el saco y los extendió por la cama, a la vez que un escalofrío recorría a la jovencísima Sara.
Hasim se volvió hacia ella con el primero de los objetos en la mano.
Venir, kafir, tengo cosas para ti –dijo con una sonrisa perversa en el rostro.
Sí… señor –logró articular Sara, que lanzó una mirada suplicante a su madre, pero Eva estaba mirándola con una expresión que casi la hizo sentir asco. No la ayudaría tampoco entonces, era una fiel sierva del inmigrante.
La joven española se acercó lentamente, arrastrando los pies, hasta el lugar de la nueva perversión del falso refugiado.
El iraquí sostenía en la mano una mordaza rematada en una bola de goma y se la colocó en la boca, obligándola a mantenerla abierta como sucediera en lo que ya parecía otra vida cuando la puso una sucia pelota de tenis para impedir que cerrase la boca en otra terrible noche dentro de las paredes de la casa que ya no era el refugio que una chica de la edad de Sara esperaría.
Al menos no estaba sucia… era lo único positivo que llegó a pensar la adolescente.
Tenía la cara de Hasim justo delante de ella, con la polla colgando y rozando su cuerpo, dejando un rastro pegajoso con los restos de lefa que la cubrían, pero pese al asco la joven logró aguantar la compostura para evitar otro arranque de ira violenta del inmigrante.
Hasim se lo agradeció a su manera, cogiendo unas pequeñas cadenas que colgaban de los extremos de la bola y usando las pinzas de los extremos para atrapar los pezones de Sara en un abrazo doloroso cuando movía la cabeza.
Después la puso unas muñequeras, unidas por una cadena que la impedía separar los brazos menos del ancho de su propio cuerpo.
Repitió la operación con unas tobilleras, de forma que, aunque hubiera querido, Sara no podría dar pasos más largos que sus propios pies para poder huir.
Después unió ambas cadenas por el centro con otra, obligándola a permanecer semi inclinada hacia delante, mirando a la cama que ocupaba su madre.
Aún quedaba una máscara encima de la cama, una máscara negra con apenas un par de agujeros que la chica imaginó eran para poder respirar.
De todo lo que allí había, Sara pensó que era lo que más miedo la daba.
El inmigrante se rio de ella cuando se dio cuenta de lo que estaba mirando y agarró un pequeño aparato que hasta entonces había estado medio escondido entre el revoltijo de las sábanas del fondo de la cama.
- Eso no ahora, pequeña kafir. Primero tener cosa que mirar antes de dormir –la susurró con malignidad al oído cuando se puso detrás de ella y la hizo inclinarse un poco más aún.
Pegó un respingo cuando el objeto que sostenía en su mano Hasim empezó a entrar en su culo, rompiendo la resistencia de su ano.
Lo había visto de refilón.
Era como una zanahoria… pero no era recto, era como un conjunto de bolitas que iban de menor a mayor y así se las estaba metiendo el refugiado por el culo con una mano mientras con la otra la acariciaba la entrada a su vagina.
- Estar mojada, kafir, muy mojada –seguía susurrándola mientras iba metiendo poco a poco el aparato y sus dedos tocaban la entrada a la cueva de su sexo-. Ser bien. Ser mía. Ya obedecer sólo a mí. Ser mía para siempre, como ajaliba.
Cuando terminó de meterla las bolas, se escuchó un “clic” y el aparato empezó a vibrar dentro del culo de la adolescente, que apenas logró contener un nuevo gemido.
- Ajaliba –llamó a Eva-. Perra. Ya. Venir.
La madre de Sara obedeció al instante, dejándose caer de la cama y avanzando a cuatro patas hasta llegar a donde la chica y Hasim esperaban.
- Mirar kafir –indicó el refugiado, girando a la adolescente española por los hombros para que pudiera ver a Eva avanzar gateando por el lateral de la cama de matrimonio para acudir junto a Hasim-. Mirar quieta. Aprender de ajaliba –añadió, tironeando de las cadenas que unían la mordaza de la boca con los pezones, produciéndola un doble dolor por el tirón y el reflejo de la caída de sus tetas cuando soltó las cadenas.
Sara asintió y se quedó quieta mirando hacia su madre mientras la saliva empezaba a resbalar por los laterales de la bola de goma que tenía en la boca.
Delante suyo se paró Eva y, sin necesidad de instrucciones, se puso de rodillas para agarrar el pene de Hasim para empezar a acariciarlo con las manos y masturbarlo poco a poco para lograr que volviera a ponerse rígido.
Cuando ya estaba tremendamente duro y gordo, la mujer del padre de Sara se metió la polla del iraquí dentro de la boca para empezar a chuparla como si fuese lo más dulce que había probado nunca, cerrando los ojos para concentrarse en su labor mientras Hasim emitía ligeros murmullos de placer.
Y pese al dolor que sentía en los pezones atrapados por las pinzas, la visión de la mamada que le estaba practicando su madre a Hasim y los movimientos eléctricos del juguete que tenía en el culo, lograron que en lo más hondo de Sara creciera la excitación y que su vagina empezase a lubricarse y calentarse.
Estaba ardiendo por dentro cuando Hasim ordenó a su madre que volviese a la cama y se tumbase boca abajo mirando hacia los pies de la cama… hacia donde estaba Sara, para que la chica pudiera tener una visión muy especial de lo que iba a pasar entonces.
- Ahora abrir culo de ajaliba y tú mirar todo kafir –anunció mientras volvía a girar a la joven adolescente buscando que tuviera una perspectiva directa, apretando su endurecida y caliente polla contra el cuerpo de la chica y mojándola la piel con el contacto con su húmedo miembro-. Buena perrita, kafir… buena perrita –siguió, acariciándola el cabello como si fuese un perro.
Hasim no tardó en subirse a la cama y apuntar su pene a la entrada del culo de Eva, que mordía las sábanas del fondo de la cama preparándose a la vez que buscaba con ansiedad con la mirada los ojos de su hija.
- Ahora somos suyas, cariño –susurró, como un mantra-. Recuérdalo y disfrutarás mucho. Ahora somos suyaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas ahhhhhh Diossssssssssss –terminó, interrumpida por la primera brutal embestida del refugiado, que clavó de un golpe toda su polla en lo más profundo del culo de la madre de Sara.
El bombeo dentro del culo de Eva fue imparable.
Brutal.
Como un animal.
Sin piedad ni amor.
Y, aun así, la bestialidad de la escena, los gruñidos de esfuerzo del inmigrante y los gritos mezcla de dolor y placer de su madre, hicieron que la excitación de Sara fuese aún mayor… y no sólo por efecto del consolador que vibraba sin parar dentro de su irritado culo.
Y Sara se odiaba por ello.
Y Sara también se mojaba sin remedio, contemplando los efectos de la pasión salvaje con la que Hasim rompía el culo de su madre.
Y su saliva caía. Sus babas chorreaban y resbalaban por los laterales de la bola de goma que la impedía cerrar la boca y que también iban aumentando conforme crecía la propia excitación de la chica.
Su culo también la mandaba mensajes contradictorios, mezcla entre el dolor residual de la sodomización de ese mismo día y la excitación que le producía el juguetito que vibraba dentro de ella y al que a duras penas lograba mantener dentro porque su ano empezaba a dilatarse sin poder evitarlo.
Y, cuando parecía que todo iba a explotar, la polla de Hasim dentro de Eva, el culo de Sara soltando el consolador de bolas y el propio coño de la adolescente española… justo entonces, mientras los gritos de la madre de Sara llegaban al máximo y su cuervo se retorcía en el máximo placer… justo entonces, el iraquí sacó su gorda, chorreante y venosa polla del interior de Eva y se levantó en la cama, andando por encima y pisoteando la cabeza de la mujer para ponerse frente a Sara.
Los chorros de lefa salieron disparados hacia todas partes, rociando la cara, el cuello y las tetas de la sorprendida chica.
Tuvo que cerrar los ojos, fue algo instintivo.
Y, mientras lo hacía, supo lo que pasaría después.
Supo que Hasim lo había hecho a propósito.
Supo que el endemoniado inmigrante lo buscaba desde el principio.
Otra excusa más.
El tortazo que recibió en la mejilla casi la derribó, pero Sara logró aguantar… aguantar lo suficiente antes de recibir el puñetazo entre las tetas, justo donde se encontraba el crucifijo y caer al suelo, golpeándose justo antes de recibir el pisotón de Hasim cuando usó su barriga de escalón para bajar de la cama.
Mala, kafir, tú mover. Yo deber castigar. Tú saber –dijo a su lado, quitándola por un momento la bola de goma de la mordaza de la boca-. ¿Verdad?.
Sí señor –logró articular Sara, que sabía que un instante más de retraso al responder y sería aún peor.
¿Merecer castigar, verdad? –insistió en humillarla.
Sí… sí, señor.
¿Saber por qué, kafir?.
Por ser mala, mi señor… merezco tu castigo, señor –inventó sobre la marcha, aún dolorida por la caída, dejando por un instante sin palabras del refugiado… unos cinco segundos.
Sí, ser mala. Pero antes dormir –y la arrastró a la colchoneta de perro junto al borde de la cama antes de volver a colocarla la mordaza en su sitio e irse al lavabo.
Y, por un instante, Sara sonrió.
Hasim se había cortado.
Le había visto la sangre en los nudillos de la mano.
Se había cortado con el crucifijo al golpearla.
Y, una parte de ella, se alegró por ello, aunque sabía que luego se lo haría pagar.
Cuando volvió, la colocó en la cabeza la máscara negra que antes había visto Sara. Y, cómo sospechaba, sólo tenía un par de diminutos agujeros para que pudiera respirar por la nariz. Pese a ello, se sintió agradecida del descanso… y de que volviera a meterla el consolador hasta el fondo de su culo… por alguna extraña razón, sentirlo vibrando dentro de ella la calmaba los nervios.
Mientras se dormía, acurrucada como mejor pudo por culpa de las cadenas que unían sus muñecas y tobillos y de las que fijaban sus pezones a la mordaza de la boca y que aún estaban más tirantes ahora por culpa de la máscara, aún pudo escuchar los sonidos, parcialmente apagados por culpa del grosor del tejido que la cubría la cabeza, de una nueva sesión de sexo brutal entre el inmigrante y Eva en la cama de matrimonio.
Se despertó de golpe.
No sabía cuánto tiempo había pasado.
Ni si era de noche o de día.
La máscara que cubría su cabeza anulaba la mayoría de sus sentidos.
Pero se había despertado porque sentía que él estaba allí, junto a ella.
Algo en su interior se lo avisaba.
Casi no tuvo tiempo de temblar cuando la agarró con sus rudas y callosas manos y la colocó reclinada contra la cama.
Escuchó el típico sonido del velcro y una bocanada de aire entró en el interior de la máscara por donde se había abierto, a la altura de su boca.
Por un instante saboreó el aire viciado del dormitorio de sus padres como si fuese algo del máximo valor, pese al impedimento que suponía la bola de la mordaza que llevaba en la boca y que la hacía sentir empapado todo el cuello con sus babas a la par que tenía la boca y la garganta resecas.
Él retiró la bola de su boca, pero no fue ninguna muestra de piedad ni para hacerla más soportable la noche… si es que aún era de noche.
Su polla entró.
La ocupó la boca.
Gorda y asquerosa, como siempre.
Caliente e hinchada, como siempre.
Palpitante y húmeda, como siempre.
Ahogándola al chocar contra su garganta, como siempre.
No entendió lo que dijo por culpa de la máscara que cubría su cabeza.
Ni falta que hacía.
Empezó a lamer la polla como si fuese su vida en ello.
Sabía que hasta que no lo hiciera él no la dejaría respirar, con su gordo pene inmóvil dentro de la boca.
Y lo consiguió.
En cuanto empezó a chupar la polla de Hasim, el refugiado empezó a desplazar su miembro a lo largo de la boca de Sara, follándosela como tantas otras veces, sin el menos rastro de amor, sólo la ansiedad bestial del animal que era.
Medio ahogada, la joven española no paraba de comerle la polla a su brutal dueño, ese hombre que había sido recibido con los brazos abiertos por su familia y que ahora abusaba sin cesar de Sara y ponía los cuernos a su padre con Eva en su propia casa.
El dolor empezaba a regresar para despertarla completamente cuando los movimientos que tenía que hacer para complacer a Hasim chupándole la polla la obligaron a mover la cabeza de tal forma que las cadenas que unían la mordaza con sus pezones empezaron a tironear y arrancarla unos grititos de dolor que se extinguían por la presencia del pene del iraquí dentro de ella.
Así siguió un buen rato, subiendo cada vez más el ritmo y obligándola a centrarse en comerle la polla pese al dolor que eso la generaba en sus pezones.
Sólo cuando él decidió que era suficiente, sacó su miembro animal del interior de la maltratada boca de Sara, dejándola coger un buen trago del aire sucio y viciado del dormitorio.
Antes incluso de recibir el golpe en la cabeza, la chica sabía que el refugiado no había terminado con ella.
Se derrumbó de lado y él tironeó de sus piernas encogidas para girarla sobre la colchoneta de perro.
Sólo entonces, Sara recordó que el consolador de bolas ya no funcionaba, se había apagado… y sólo entonces descubrió que Hasim se la había arrancado antes incluso de haberse despertado.
Sintió la presión de la punta del pene del árabe contra su ano.
No opuso resistencia.
No podía.
O no quería.
No sabía diferenciarlo ya.
Sólo sabía que el hinchado pene de Hasim estaba entrando sin problemas por su ano dentro de su culo.
Un culo que ya no era virginal y que ya no servía en exclusiva para el destino para el que había sido diseñado.
Ya no había nada virginal en ella.
De eso se había encargado Hasim.
El mismo hombre que ahora metía su polla dentro de su culo y empezaba a bombear lenta y rítmicamente, dándola azotes en la nalga que quedaba al aire, porque la otra se apretaba contra la colchoneta por estar Sara de lado.
El inmigrante apoyó un pie contra el cuello de la adolescente, presionando para hacer el máximo de fuerza al meter su polla dentro del culo de Sara.
La angustia volvió a invadirla, junto con el dolor del pisotón que la obligaba a mantener el cuello estirado para poder respirar malamente a la vez que las cadenas se estiraban al máximo y sus tetas se desplazaban hacia arriba por las pinzas que hacían sentir a Sara que podrían arrancarla los pezones de un momento a otro.
Lloraba en silencio mientras Hasim disfrutaba penetrándola analmente a un ritmo cada vez más acelerado, bestial que lograba que la mitad de su cuerpo pareciera a punto de partirse y… a la vez… también fuera excitándose poco a poco cada vez más.
Pero ella no le importaba nada al inmigrante.
Sólo le interesaba su placer.
Usarla para su placer.
Y por eso bombeaba cada vez más fuerte, más intensamente y presionaba aún más con su pie contra el cuello de la chica y no dejaba de darla tortas cada vez más fuerte en el culo.
Una tormenta de puyazos rompían el culo de la adolescente española mientras no podía evitar que entre todo el dolor y la humillación aparecieran momentos de intensa excitación que la hacían sentirse muy sucia.
Y cuando se corrió Hasim, la chica casi se sintió agradecida de recibir los chorros de lefa dentro de su culo… porque, por un momento, los había deseado dentro de su vagina.
Y pensar en eso, en el deseo de sentir la caliente y espesa lefa llenándola el coño la hacía sentir doblemente humillada y sucia. Una vergüenza que se mezclaba con el alivio de que el dolor iba cesando al retirar Hasim el pie de su cuello y poder cambiar de posición para respirar mejor y dejar que sus pezones se relajasen.
Y fue en ese preciso momento, cuando la polla de Hasim aún estaba dentro de ella, soltando los últimos chorros de semen dentro de su culo, cuando, pese a la máscara, Sara pudo escuchar un sonido inesperado.
La puerta del garaje.
Se estaba abriendo la puerta del garaje.
Y eso sólo podía significar una cosa.
Continuará…