Acogiendo a Hasim: la venta.

La degradación de Sara sigue bajo la tutela de Hasim, a medio camino entre Barcelona y Reims, donde se producen dos tipos muy distintos de ventas.

ACOGIENDO A HASIM

LA VENTA.

Barcelona. Ciudad abierta.

Barcelona. Ciudad corrupta.

Barcelona. Tan llena de tesoros.

Barcelona. Una ciudad pervertida.

Barcelona. Con sus luces… y sus sombras.

No fue el destino la que condujo a Sara a la parte más degradada de la ciudad condal. Fue Hasim. Siempre era Hasim.

Hasim, el refugiado.

Hasim, el antiguo miembro de la Guardia Republicana iraquí.

Hasim, el violador.

Hasim, el corruptor.

Todo empezaba y terminaba en él, en el inmigrante que dominaba cada segundo de la vida de la joven adolescente española y que transformaba cada instante en una nueva humillación y un nuevo escalón en un descenso hacia la inmoralidad y la pérdida del “yo” de Sara.

Si un año antes se lo hubieran dicho… no, imposible… ni siquiera se le habría pasado por la cabeza. No entraba en la imaginación de la delicada e inmaculada chica con su perfecta familia.

Y, sin embargo, había pasado.

Todo había desaparecido.

Lo había destruido todo.

Sara ya no tenía pasado.

Su presente era Hasim.

Y su futuro… sólo Hasim podría decidirlo… cuando terminase de educarla, de limpiar su mente y… bueno, purificar su cuerpo no, eso para nada.

Porque ella, ante todo, un cuerpo.

Un cuerpo con sexo.

Para servir a Hasim.

Para complacer a Hasim.

Para obedecer a Hasim.

Para someterse a todo lo que el refugiado al que acogieran sus padres desease, porque Sara ya no importaba. Sólo Hasim.

Y ella era de Hasim. Punto.

Lo de Zaragoza había sido un espejismo. Una trampa. Pero no había fallado y había regresado al lado de su dueño.

Porque tenía que ser eso… porque debía de haber sido eso… porque lo contrario… lo contrario… hubiera sido demasiado cruel si fuese otra cosa, una última broma del destino.

Y por eso le estaba volviendo a servir allí, en Barcelona, la parte más pecaminosa de la ciudad.


Pierre y Adrien la conducían por turnos.

Grabando todo.

Emitiendo todo por su canal de internet, que la pobre Sara podía ver a veces de refilón cuando estaba cerca del ordenador, llenándose de comentarios en el lateral de la derecha y que iban contestando, a veces, alguno de los dos franceses.

Ella sólo era el juguete objeto de las perversiones que iban teniendo lugar en esa antigua bodega reconvertida en una especie de cámara de torturas sexuales.

Protagonista sin voz ni voto.

De eso se encargaban ellos… y, o eso la parecía, algunos de los visitantes de la web cuando sonaba una campanita en el ordenador portátil desde el que transmitían las imágenes de las cámaras que tenían en la mazmorra.

En ese momento, Pierre la estaba haciendo moverse a cuatro patas por el suelo, completamente desnuda, mientras Adrien controlaba la transmisión.

La conducía guiándola mediante tirones de la correa que partía del collar de perro que la habían colocado al cuello.

A veces, también la azotaban el culo con una fusta.

Los dos hombres tenían fusta, pero cada uno la usaba con especial dedicación en partes concretas del cuerpo de la adolescente, además de en su culo.

Adrien disfrutaba golpeándola en las sensibilizadas tetas, mientras que Pierre prefería golpearla en la inflamada concha.

Porque se habían preocupado de lograrlo con pinzas. Decenas de pinzas. En sus pechos y en su coño.

No contentos con ello, cada vez que la chica mostraba cualquier muestra de dolor frente a la cámara, la aplicaban una descarga con una especie de aguja roja que emitía una corriente eléctrica al contacto con su piel.

Todo lo filmaban mientras la tenían colgada por las muñecas, que habían atado entre sí, de una viga del techo de manera que Sara tenía que estar de puntillas para no colgar y balancearse sin control mientras la maltrataban.

Al final, los gritos, súplicas y chillidos quedaron reducidos a unas silenciosas lágrimas mientras el cuerpo de la adolescente era cargado con pinzas en las zonas más sensibles.

Cuando por fin la descolgaron y quitaron las pinzas, tenía el cuerpo tremendamente dolorido y extremadamente sensible.

Fue el momento que aprovecharon para hacer que, de rodillas frente a la cámara y con los dos franceses a cada lado de su cabeza, les chupase las pollas por turnos mientras ellos lanzaban pequeños golpes con las fustas contra las partes más irritadas de su cuerpo.

Esta vez se corrieron sobre ella, sobre su cara y su cabello, dejándola humillada y recubierta de lefa frente a la cámara mientras ellos se iban a por el collar y la correa que la colocaron para empezar los paseos por el sótano reconvertido en cámara de depravación sexual.


Entró en la habitación vestida de doncella francesa, con un escote muy pronunciado que permitía ver la parte superior de sus pechos y que terminaba apenas por debajo de sus glúteos, con lo que a la más mínima inclinación se veía el minúsculo tanga que llevaba debajo.

Y ese tanga era lo único que llevaba debajo.

El uniforme era tan ajustado que no hubiera podido ponerse sujetador ni aunque Hasim se lo hubiera permitido.

Caminaba despacio, poco acostumbrada a tacones tan altos.

Los zapatos la habían parecido preciosos, pero la resultaban incómodos y apenas un minuto después de ponérselos ya los detestaba, pero el refugiado iraquí había insistido en que los usara.

Después de que Hasim eligiera su vestuario, pasó a una sala donde se encontró con otras cuatro chicas.

Todas tenían una piel de porcelana y una estatura como la suya o algo mayor, y se estaban cambiando los uniformes de sus centros privados de enseñanza por otros de doncellas como el suyo, salvo la única que venía con ropa de calle a la que la habían destinado uno en el que apenas unas tiras de ropa la cubrían desde los hombros hasta la parte que hacía las veces de falda. Resultó que era también la que tenía las tetas más abundantes, pese a que era la más joven de todas ellas.

Se cambiaron en silencio, nerviosas.

  • Ho… hola, me llamo Noelia –dijo después de un rato la más joven, que apenas lograba ocultar sus tetas tras las tiras de su minúsculo uniforme.

  • Sara –contestó enseguida ella, mientras las otras tres chicas se miraban unas a otras como pensando qué decir-. ¿Y vosotras?.

  • ¿Y qué más da?. Aquí sólo somos ganado para esos –contestó la más alta de todas, rubia con ojos de un azul intenso.

  • No hagas caso a mi hermana –se lanzó la otra rubia y, en ese momento, Sara se dio cuenta de que las dos tenían cierto parecido y sus uniformes de instituto eran idénticos-. Nos tenemos que apoyar unas a otras, ¿no crees?. Yo me llamo Elsa y ella es Alba.

  • Anna –añadió la última chica.

  • ¿Sabéis…? –comenzó a preguntar Sara.

  • Lo mejor es no hablar o te castigan –la interrumpió Alba.

  • Nos traen para servirles mientras hacen negocios –la informó Elsa-. Les gusta exhibirnos con los otros, tocarte mientras les sirves y… bueno, alguna vez también más cosas.

  • ¿Cosas? –preguntó Noelia, alzando la voz y provocando que la chistaran las otras-. ¿Qué cosas?.

  • Que bailes con ellos, que les hagas cositas debajo de la mesa o te follan –concretó Elsa, como si nada.

  • Ya la asustaste –dijo Alba-, y si se pone muy nerviosa seguro que la castigan.

  • ¿Qué pasa, no serás virgen? –se interesó Anna.

  • No… no… pero mi… mi tío me dijo… me dijo que... que…

  • Bahhhh, no te preocupes –volvió a cortar Alba-, con esas dos que tienes, seguro que lo único que te hacen es babeártelas como cerdos.

Noelia no sabía cómo esconder sus amplios pechos y eso la hacía sonrojarse aún más cuando se abrió la puerta del fondo y apareció el mayordomo, mirándolas con suficiencia.

  • Dejad de hablar como cotorras, que hay trabajo. Vosotras dos –dijo, señalando a las hermanas rubias- repartid la sopa. Tú –siguió, señalando ahora a Anna- a cantar, que me han dicho que tienes una buena boca. Y vosotras dos –terminó, hablando ahora a Noelia y Sara- a la cabeza para lo que os pidan.

En cuanto se retiró, Noelia volvió a hablar, aún más nerviosa que antes de la entrada del mayordomo.

Sara también estaba nerviosa, pero creía que no se notaba tanto.

  • Jo, tía, qué suerte –empezó, hablando a Anna-, yo preferiría cantar.

  • Eso es mamar –aclaró Elsa-. Cuando den la señal tiene que meterse debajo de la mesa y comerles la polla a todos.

  • ¿Qué, quieres cambiar ahora? –añadió Anna, mirando con rabia a Noelia.

  • No, no… es que… pensé…

  • Aquí nadie canta, aunque se chilla a menudo… jajaja… -siguió Elsa, de guasa.

  • ¿Quieres parar? –cortó Sara-. La estás poniendo nerviosa.

  • Yo también estoy nerviosa. Es que hablo mucho cuando estoy nerviosa –respondió la rubia-. Que nosotras ya hemos estado aquí otras veces y te pueden hacer lo que quieran, para eso nos traen.

  • ¿Y nosotras? –preguntó la chica tetona.

  • A vosotras os toca quedaros junto a la cabecera y obedecer todo lo que os digan sin rechistar, sea lo que sea.


Estaba tendida en la cama.

No la habían atado en X como ella se había imaginado cuando la hicieron llegar moviéndose a gatas hasta la cama mientras colocaban las cámaras a su alrededor.

Era peor… o eso la parecía a Sara.

La habían hecho abrir la boca al máximo para meterla una bola de silicona recubierta de agujeros.

La bola iba unida a una correa ajustable alrededor de su cabeza, pillándola la melena a la altura de la nuca y de allí bajaba por su espalda en una tira que terminaba en unas esposas que inmovilizaban sus manos tras su espalda, forzándola a mantener los codos semiflexionados.

Las piernas se las inmovilizaron por dos partes.

Con una barra atada a sus muslos, la impedían cerrar las piernas a la vez que unas tobilleras unidas a las esposas de sus muñecas la obligaban a mantener una postura forzada con las rodillas dobladas al máximo hacia atrás.

Todo lo filmaban mientras Sara soportaba todo el proceso como podía, rota por dentro, pero obligada a servirles como se lo había ordenado Hasim cuando la puso en sus manos.

Aún tenía en su mente las últimas ordenes que recibió del refugiado que se había convertido en su amo y señor: “tú aprender a servir. Aprender educación. Yo enseñar porque tú no ser educada bien. Ahora escuchar bien: tú servir a Pierre y Adrien en todo. Ser amigos. Obedecer como si yo decir”.

Y eso hacía.

Perdida toda inocencia y pureza, de la Sara que existía antes de que sus padres acogieran al inmigrante iraquí ya apenas quedaba nada.

Tuvo una oportunidad de escapar con Alfonso en Zaragoza, pero el miedo a Hasim y la inercia de la obediencia que le debía se impusieron y regresó con él, bajo un peldaño más en la escala de humanidad para someterse de nuevo a los deseos de aquel al que ahora llamaba Señor.

Todo eso pasaba por la cabeza de la adolescente mientras los dos franceses la inmovilizaban antes del nuevo juego que tenían preparado para el disfrute de los clientes que tenían en la red… un placer que nacía del brutal sometimiento de la joven que tenían en su particular mazmorra.

Porque en cuanto la tuvieron completamente atada, comenzó la lluvia de azotes y latigazos.

Con las manos y las fustas la fueron golpeando las tetas, el culo y el coño.

Los gemidos escapaban de la boca abierta de Sara, que nada podía hacer, mientras la saliva escapaba de su boca y mojaba su propia cara y cuello y la parte del colchón que tenía por debajo… un colchón impermeable, lo que provocaba que las babas acumuladas de la chica se quedasen allí y volvieran a empapar su cara cuando se movía impulsada por los golpes.

Después llegaron los mordiscos.

Pierre y Adrien, cada uno a un lado suyo, la empezaron a mordisquear los pechos, sobre todo entreteniéndose en los pezones, ya de por sí bastante irritados a consecuencia de los manotazos y los golpes de las fustas.

También su coño. También la mordieron en la forma de concha que tenía la entrada a la flor del sexo más profundo de la adolescente.

Y, cuando se cansaron de eso, llegó el turno de sus miembros.

Porque seguían tiesos, gordos y endurecidos pese a todo el rato que llevaban ya con ella.

El primero en forzar de nuevo la entrada en su vagina fue Pierre.

Se la clavó de un golpe.

En ese momento, Sara ni pensó en cómo le resultó tan fácil metérsela tan profundamente en esa postura.

Sólo podía pensar en el dolor.

El dolor que la causaban las gotas de cera derretida que Adrien dejaba caer sobre ella desde las velas que sostenía en cada mano sobre el desnudo cuerpo de la adolescente.

Una y otra vez empujaba Pierre con todo su peso para clavarla su polla dentro, llenándola con su caliente miembro y forzando al máximo la vagina de la adolescente, que se acomodaba al grosor del miembro viril a la vez que una sensación de escozor surgía por la mezcla de la incómoda postura y la violenta presión que ejercía el pene para penetrarla bestialmente.

El francés bombeaba a golpes.

Golpes que Sara también recibía en sus tetas y su culo cuando Adrien dejó de verterle cera caliente y comenzó un nuevo ciclo de descargas de fusta sobre el cuerpo enrojecido por sus abusos.

El tiempo pasaba de una forma extraña, como a saltos, para la joven española, que de repente se encontró liberada sobre la cama, ya sólo con la mordaza en la boca, pero atrapada entre los dos franceses, porque mientras Pierre seguía penetrándola por el coño, Adrien pegó su polla a la entrada de su ano y fue empujando y empujando hasta lograr meterla dentro.

La chica apenas pudo intentar relajarse para que no la doliera.

Resistirse no era una opción.

Y no porque Adrien hubiera puesto las manos en su cuello y se lo apretase con tanta fuerza que se sentía medio ahogada, no.

Tampoco porque Sara pensase en complacerle como la ordenó Hasim, no.

Ni siquiera era porque desease ser sodomizada por la gruesa polla del francés, no.

Es que apenas podía siquiera pensar, estaba agotada y embargada por multitud de sensaciones, desbordada.

Cuando terminaron con ella, Adrien soltando toda la lefa dentro de su culo, para después filmar un primer plano de cómo se escapaba un hilillo del interior de la joven, y Pierre sacando su polla en el último instante para lanzar los chorros sobre su cara y cabello, la joven española pudo verse unos instantes en la pantalla que mostraba la emisión por internet y no se reconoció.

No era ella.

No podía serlo.

Era una doble… o un maniquí… o todo era parte de una terrible pesadilla… o… o… y, sin darse cuenta, empezó a llorar… a llorar y a reír… a reír y llorar…


Elsa y Alba entraban y salían con los platos desde la cocina durante todo el rato, mientras Anna se arrastraba a cuatro patas bajo la mesa, comiéndoles las pollas a todos los comensales uno a uno y tragándose sus chorros de lefa.

Eran diez.

Cuatro empresarios, cuatro políticos, Hasim y el dueño de la casa, que era quien mandaba y tenía la última palabra en cualquier discusión.

Hablaban de negocios, de porcentajes, de compras, de ventas, de titulares… y de sexo.

Sobre todo de sexo al llegar los postres y poner Hasim sobre la mesa su regalo en forma de una bolsa llena de las pastillas que habían conseguido en Zaragoza.

Y durante todo ese tiempo, casi dos largas horas, Anna estuvo comiéndoles las pollas sin parar, haciendo el recorrido desde la cabecera y en el sentido de las agujas del reloj.

Cuando terminó la cena y la dejaron salir, tenía buena parte del cabello y del rostro lleno de costras de lefa, aunque estaba claro que había logrado tragarse la mayoría, por lo que obtuvo la recompensa de ponerse junto a Sara al lado del organizador de la velada.

Porque Noelia había perdido su puesto.

La chica tetona no podía pasar desapercibida.

De entre todos los uniformes, el suyo era el más escaso, el que más mostraba y menos escondía.

Apenas unas tiras de ropa lograban cubrir una mínima porción de sus pechos y a nadie le pasó desapercibida la situación.

El dueño de la casa era un hombre obeso, con un apetito insaciable.

  • Tú –dijo, acariciando a Sara bajo la falda para llamar su atención-, ve a ese mueble de enfrente y trae la bandeja del primer cajón, anda, rápido –terminó, dándola un cachete en el culo.

  • Sí, mi señor –respondió la adolescente, que sabía que se esperaba de ella un trato educado con todos los comensales.

La bandeja contenía dos plugs metálicos, unos puros y un Zippo.

La cogió y regresó junto al ocupante de la cabecera de la mesa, al que Anna estaba comiéndole la polla mientras él tenía la mano ocupada acariciando el trasero de Noelia, que se mordía los labios.

La adolescente española aguardó sin decir nada, como sabía que era su deber y, durante un instante su mirada se cruzó con la de Hasim y creyó ver aprobación en el fondo de sus crueles ojos.

Luego no pudo evitar observar cómo Anna devoraba el pequeño pero grueso miembro viril del dueño de la casa.

De la chica apenas asomaba una parte de su cabeza, pues casi todo lo ocultaba el mantel, pero el movimiento constante de su boca desplazándose a lo largo del grueso falo tenía algo que hipnotizaba a Sara y, por un momento, la hizo olvidar dónde estaba y su cuerpo reaccionó de forma autónoma haciéndola sentir que nacía un calor en lo más profundo de su entrepierna.

Un gritito rompió el encanto.

Había sido la chica de los grandes pechos.

El dueño de la casa había arrancado de un tirón el tanga que cubría apenas su sexo y lo lanzó por los aires.

Noelia cometió otro error. Miró al lugar donde había caído su prenda.

  • Tú –llamó el hombre de nuevo a Sara-. Méteselo por el culo a la tetas –dijo, señalando el más grande de los dos plugs.

  • Sí, mi señor –asintió Sara, que rodeó por detrás la silla para ponerse detrás de Noelia, que intentaba sin éxito mantenerse quieta-. Ven conmi…

  • No. Aquí. Ahora –ordenó el dueño de la casa.

  • Sí, mi señor. Inclínate Noe…

  • Tetas. Inclínate, tetas y aprende de la cría de mi buen amigo Hasim –volvió a meterse el obeso, mostrando a Sara que allí ninguna de ellas tenía nombre y no eran nada para ellos.

Noelia se inclinó, apoyando las manos en la mesa, junto al gobernador de la reunión.

Sara la levantó la pequeñísima falda y apoyó el plug en la entrada del culo.

Apretó.

Apretó.

Apenas entraba y la otra chica apenas lograba contener un grito de dolor.

Porque, aunque no la veía la cara, Sara lo sabía. El cuerpo rígido de Noelia la delataba.

Dudó.

No quería hacerla daño.

No se veía capaz.

Pero tampoco quería ser castigada.

Ni por ese hombre ni mucho menos por Hasim.

La salvó el mayordomo.

  • Salsa –anunció, dejando caer una cucharada sobre el trasero de Noelia.

Sara aprovechó para usarla y lubricarla el agujero del culo.

Sus propios dedos empezaron a deslizarse dentro y, por un momento, sintió asco.

Entonces volvió a colocar el plug y esa vez la resistencia fue menor y entró poco a poco hasta que sólo la anilla sobresalía mientras Noelia se sostenía como podía contra la mesa.

Cuando terminó, Sara regresó a su sitio.

  • Muy bien –la aplaudió el dueño de la casa, dándola unos cachetes en el culo-. Hasim te tiene bien educada. Tetas –habló entonces para Noelia, que intentaba volver a ponerse en su sitio, pese a la incomodidad de llevar dentro de su culo el plug metálico, que, obviamente, la incomodaba-, reparte los puros.

  • Sisisí, mi señor –articuló la otra adolescente.

Noelia empezó a repartir los puros por el dueño de la casa, que aprovechó cuando se inclinó para desplazar una de las tiras de su escaso vestuario y liberar del todo una de las tetas de la joven, que lamió con avidez antes de dejarla continuar.

La chica se movía como podía de un puesto a otro, caminando rígida por el plug anal y sufriendo en silencio los sobeteos a las que la sometían los comensales, que sentían especial predilección por las grandes tetas de la adolescente.

Cuando regresó a la cabecera de la mesa, de su uniforme apenas quedaba el trozo que hacía de pequeña minifalda y tenía la cara absolutamente colorada de la vergüenza y humillación.

  • Vamos a darle emoción a la noche, ¿no te parece, tetas? –dijo, agarrando a la chica y estrujándola las tetas-. ¡¿Y esas rubias?! –gritó.

Un segundo después, Elsa y Alba entraban.

  • Tú, puta de Hasim –la llamó el dueño del lugar, que mantenía toda la atención de sus manos en las tetas de Noelia-, desnúdalas y que se coman los coños allá –dijo, señalando con la cabeza hacia el otro extremo de la mesa-, que luego las vamos a subastar y eso mejorará la puja.

  • Sí, mi señor –y Sara obedeció, conduciendo a las dos hermanas hasta el otro extremo de la mesa, en donde las desnudó y las dejó besándose ante las miradas lascivas de los congregados en torno a la mesa, salvo Hasim, que la miraba a ella, y el dueño, concentrado en las tetas de Noelia.

Cuando se aburrió de la chica tetona, volvió a llamar a Sara.

  • Tú, puta, lleva a la tetas a tu dueño, que la disfrute un poco antes de venderla… ahhhh –y la retuvo, como si acabase de ocurrírsele la idea- y ya sabes por dónde tiene que usarla, ¿verdad?.

  • Sí, mi señor –respondió Sara al guiño del hombre que dirigía la reunión.

Sara condujo de la mano a Noelia hasta el iraquí, mientras las manos de los comensales junto a los que pasaban se deslizaban para toquetear los muslos, el culo o las tetas de la más joven de las dos adolescentes.

  • Mi señor, me han pedido que os la dé antes de que la vendan y que quieren que la uses por el culo –anunció Sara a Hasim, evitando mirar a los ojos al falso refugiado que tanto había trastornado su vida.

  • Bien, kafir –respondió, mientras se sacaba la polla, que estaba tremendamente rígida pese a la mamada que había recibido-. Sacar cosa para yo poder usar.

  • Sí –contestó Sara, extrayendo el plug del interior del culo de Noelia y situándola de espaldas a Hasim para que pudiera encajar sin problemas el pene del iraquí dentro del dilatado ano de la joven tetona.

Por un instante, al comienzo de la penetración, Sara sintió algo parecido a… a… a algo que no debería sentir por ese monstruo que la controlaba.

  • Ahora volver. Decir que tú ser la mitad de mi regalo –la indicó el refugiado, después de arrancarla a su vez el tanga que había estado cubriendo su coño hasta hacía un rato.

Estaba de rodillas entre Pierre y Adrien, desnuda y apoyada en un cojín sobre el suelo, frente a la cámara.

- Ye suis un putan por le desir de monsenier –decía, sonriendo hacia la cámara.

- Et que vetú? –preguntó Hasim, que estaba junto a la cámara, justo en un ángulo que no le captaba.

- Servir, silvuplé e obeir monsenier –respondió ella, tal como la habían ordenado.

- Mais ta bit–dijo, señalando a Adrien.

- Ui, mesie –articuló la adolescente, antes de girar la cabeza y, con una mano, acercarse el erecto miembro del francés y metérsela en la boca para empezar a chupársela delante de la cámara.

- Tu am? –preguntó el refugiado, cuando Sara llevaba un buen rato comiéndose el rabo de Adrien, que empezaba a dar muestras de estar a punto de liberar otra descarga.

- Jem vus servir, monsenier. Yador mange de bit parse que ye suis a puit.

- Mantenat laotre –ordenó el iraquí, y Sara cambió la cabeza de dirección y se metió ahora la polla de Pierre dentro de la boca, devorándola con energía.

Mientras estaba así, Hasim fue desplazando la cámara para coger un nuevo ángulo, en vez de enfocar de frente a Sara.

Fue entonces cuando se acercó a ella, con su miembro duro y moviéndose como a saltitos que parecían pedir a gritos algo que sólo la adolescente española podía darle.

Y, sin necesidad de más palabras, Sara se puso a ello.

Dejó salir el pene de Pierre y se metió ansiosa el del falso refugiado iraquí.

Lo siguiente fue un no parar.

Pasaba con su boca de una polla a otra, comiéndoselas con avidez mientras con las manos pajeaba las dos que no podían estar dentro de su boca, hasta que Hasim la ordenó parar y se quedó así, de rodillas con la boca abierta, esperando.

No esperó mucho.

Tres chorros fueron cayendo sobre su rostro, uno tras otro… incluso parte llegaron a acertar dentro de su boca antes de pasar a limpiarse sus pollas dentro de su boca uno tras otro.

Y, al final, tal y como Hasim la había pedido antes de rodar esta última escena del día en las mazmorras de Reims, Sara lanzó un beso hacia la pantalla.


Sara, resignada, resistía como podía.

Aguantaba, intentado no mostrar ninguna reacción, mirando hacia donde estaba Hasim, pero a la vez procurando evitar el contacto visual con los terribles y acusadores ojos del refugiado.

Mientras, el dueño de la casa impulsaba todo su peso contra ella, lanzando todo ese gigantesco volumen de grasas y músculos a través de su polla clavada en el coño de la joven adolescente española.

Una y otra vez aplicaba todo su peso para romperla y provocar que lanzase ahogados gemidos, pues la chica intentaba contenerse como podía porque sabía que cualquier muestra de disfrute, aunque fuese involuntaria, serviría después para que Hasim la usase de excusa para algún cruel castigo.

La única esperanza… o quizás suerte, no sabría decirlo… era que los gritos y gemidos de las dos hermanas rubias acaparaban casi todo el interés de los congregados y llenaba el aire de forma que ni los gemidos de Sara ni los grititos de Noelia llegaban a superar la fuerza del sonido de los orgasmos que estaban teniendo las dos hermanas durante la sesión de sexo lésbico que estaban protagonizando a la vez que los comensales, que estaban casi todos a su alrededor ya, lanzaban pujas para quedarse con una o con la otra hermana… o con las dos.

El asalto a su coño por la polla del dueño de la casa se le hizo eterno a Sara.

No por su capacidad.

Por su incapacidad.

Aunque tenía un miembro con un buen grosor y suficiente peso para impulsarla con energía, ésta se agotó rápido y tras los primeros buenos puyazos iniciales la cosa se complicó y, aunque el excitado cuerpo de Sara reaccionaba un poco, no era lo suficiente para calmar la ansiedad del hombre y la chica tuvo que fingir unos gemidos de una pasión que no sentía y a la vez que no fuesen tan llamativos como para que su dueño y señor sospechase al otro lado de la mesa, donde clavaba su gruesa y dura polla dentro del culo de la pobre Noelia, que no podía reprimir la fuerza de las sensaciones que ella sí recibía con la dura sodomización a la que la sometía el iraquí.

Casi la tenía envidia… casi… casi… o eso quería pensar.

A veces, ya no era capaz de diferenciar si se quería engañar a sí misma o si era real lo que pasaba por su mente.

Cada día era todo más confuso para Sara.

Pero no tuvo tiempo de darle vueltas.

En cuanto se corrió el gordo, el resto de comensales empezaron a usarla y pasársela como si de un juguete se tratase.

Como si fuese algo sin sentimientos.

Algunos se conformaron con profundas mamadas, llenándola el estómago con sus densas lechadas, pero la mayoría prefirieron vaciarse dentro de su coño y un par en su culo.

Cuando llegó ante Hasim estaba rota, con el coño y el culo ardiéndola pero… pero… casi… casi… casi feliz… y no sabía decir por qué.

Era una sensación extraña, como ajena a ella, como si fuese de algo que le pasaba a otra persona. Y, sin embargo, a la vez, sabía que era ella misma, que era algo suyo propio y… y… y empezaba a pensar que era como tener a dos personas dentro de su cuerpo y de su cabeza. Era una locura.

Noelia estaba tirada en el suelo, a los pies de Hasim, rota, destrozada por la profunda sodomización.

Pero sonreía.

Sara no supo por qué lo hizo, pero se agachó y la besó.

Se besaron.

Y fue algo extraño.

Fue extraño compartir ese beso, esa mezcla de fluidos y a ese hombre que se había convertido por derecho propio en el centro de la nueva Sara.

En ese momento, Hasim, apoyó una mano sobre el cuello de la española, presionándola para mantenerse reclinada sobre la chica tetona.

  • Ahora tú, kafir –dijo, o algo parecido entendió Sara.

Daba lo mismo.

Notó cómo apoyaba la punta de su polla contra su culo.

Y supo lo que venía después.

Y casi lo deseó.

Cuando el falso refugiado empezó a clavar su gorda y dura polla dentro del culo de Sara, ella se agarró a su vez a Noelia, unidas por algo muy distinto al lazo que unía a las dos hermanas rubias que acababan de ser vendidas a unos pasos de ellas.

Nada de eso la importaba, en realidad.

Sólo Hasim.

Su polla.

Su caliente, gruesa y endurecida polla.

Dentro de ella.

Rompiéndola.

Quebrantándola.

Gobernándola.

Por siempre.

Para siempre.

  • Eres mía, kafir, sólo mía… -parecía susurrar con cada embestida.