Acogiendo a Hasim. La quiebra.
Hasim, el refugiado que acogió la familia de Sara, da un paso más. Esta vez la joven española deberá acudir a un espacio donde se verá rodeada del resto de alumnos, profesores y padres de su Instituto. ¿Será el final de la resistencia de Sara o se romperá el círculo de humillaciones de Hasim?.
ACOGIENDO A HASIM.
LA QUIEBRA.
Sara estaba completamente desnuda.
Tendida sobre la fría tapa del inodoro.
Sus tetas se aplastaban contra la superficie ovalada de la tapa del inodoro del lavabo de caballeros sobre el que Hasim la había atado.
La había hecho extender las manos y usado las abrazaderas de su trabajo de jardinería para inmovilizar sus muñecas por detrás de la taza del inodoro y obligarla a mantener su posición.
La cabeza de Sara quedaba a un lado, pegada al tanque del agua de la cisterna, que sudaba en el frío ambiente y mojaba lentamente el cabello de la joven, que no podía apenas moverse de tan incómoda posición.
Posiblemente voy a terminar con tortícolis, pensó la adolescente española, mientras Hasim la vendaba los ojos para incrementar la sensación de indefensión y humillación a la que la volvía a someter.
No podía estar de otra forma que no fuese de rodillas.
Y el refugiado que habían acogido en casa, se aseguró de que se mantuviera así atándola también las piernas de manera que no pudiera levantarse y a la vez quedaran ligeramente separadas para ofrecer una generosa vista de las zonas más íntimas de la chica.
No contento con dejarla allí, expuesta de esa manera, el árabe empleó un buen rato en tocarla su sensibilizado coño, acariciándoselo hasta lograr que el cuerpo de la joven adolescente reaccionase y se abriera para él.
Pero no usó su pene.
Introdujo otra cosa.
Algo rugoso y puntiagudo, que iba teniendo más grosor según lo metía.
De esa forma se aseguró de que el coño de Sara continuase abierto para lo que la esperaba.
Otra nueva humillación que se sumaba a las muchas que había sufrido la chica desde la llegada del perverso refugiado a la casa de su familia.
Aunque ya no sabía si podía decir eso.
Ahora era más bien la casa de Hasim.
Una casa donde su madre y ella le servían para convertir sus más degradantes deseos en realidad.
Una casa donde ya Sara no estaba segura.
Ya no era su hogar.
Ya no era su refugio.
Se había convertido en un centro de inmoralidad, en un lugar alejado de la paz y la bondad para transformarse en una cámara de torturas y depravación bajo la dirección del inmigrante iraquí.
Hasim.
Hasim, el mismo que, después de introducirla ese “algo” en su coño, ahora dejaba caer un líquido espeso sobre su culo.
Sara quiso decir que no, pero sabía que sería inútil.
Hasim haría lo que quisiera.
Hasim cumpliría con sus deseos y sólo con ellos.
No había lugar para la piedad en su corazón ni en su mente.
Y ella no era nada para él.
Pero él lo era todo para ella.
Y así debía ser.
Porque él era su dueño y señor.
Y sólo él decidía.
Lo demás no importaba.
O eso había insistido todo el rato su madre durante la larga sesión de actos depravados y degradantes a las que la habían sometido antes de llegar al punto en el que se encontraba ahora.
Se relajó todo lo que pudo en cuanto sintió el primer dedo del árabe forzando la entrada de su ano, pero no pudo evitar dar un respingo.
Hasim la recompensó con unas palmadas en el culo.
- Mejor, kafir, mejor. Aprender para vivir mejor –dijo en voz alta, sin preocuparle para nada el lugar donde se encontraban ni lo que pudiera pasar si aparecía alguien.
Porque se encontraban en un lavabo público.
El cartel de la entrada indicaba claramente que se encontraban en un núcleo de masculinidad al que no debería de haber accedido nunca Sara en condiciones normales.
Pero no había nada de normal en su situación.
Ni en su posición.
La joven adolescente se limitaba a seguir las instrucciones, orales y físicas, de Hasim.
No tenía otra elección.
No existía otra elección.
Y por ello se dejó conducir allí, se desnudó al entrar y dejó junto a ella el uniforme del Instituto pulcramente doblado en el suelo de esos lavabos para hombres del teatro al que habían acudido junto a una multitud de alumnos de su Instituto y sus familias, acompañados de la mayoría de miembros del profesorado, para una representación organizada por la compañía de teatro del propio Instituto.
Había ido con su madre y con Hasim, pero nada más empezar la función, el refugiado la hizo salir hasta conducirla a su nuevo destino.
Y como habían llegado justo en el último momento, no había podido ni hablar con ninguna de sus amigas o con su Tutor, al que vio en una esquina del vestíbulo.
Tampoco es que hubiera sabido qué decir.
Ni siquiera estaba segura de si habría siquiera intentado decir nada.
Toda la situación era tan surrealista que la desbordaba.
Pero no a Hasim.
No al maldito inmigrante que se había adueñado de sus vidas y de su futuro.
Él siempre sabía qué hacer.
Sabía lo que quería y lo cumplía.
Y por eso ahora ella estaba allí.
Desnuda y en una posición extremadamente humillante.
Expuesta a todo.
Y el falso refugiado la metía, con la ayuda de la lubricación y del espacio que había abierto con su dedo, otro objeto similar al que llenaba parcialmente su coño.
No la entró tanto, pero era lo justo para que sintiese su rugosidad característica y la impidiese volver a contraer su esfínter anal y cerrar su culo a lo que pudiera pasar.
Tampoco hubiera podido tener otra opción.
Apenas tenía fuerzas para resistirse ya a nada.
No estaba segura de querer resistirse a nada.
Ahora quieta kafir –ordenó Hasim-. Pronto comenzar todo. Tú callar hasta que yo recoger luego. ¿Entender?.
Si sisi… -logró articular la joven española.
Recibió una torta en la cara.
Fuerte.
Seca.
Había hecho algo mal.
- Callar o castigar. Deber aprender, kafir. Tú obedecer mí. Ser mía para siempre. Yo decir tú callar y tú callar hasta yo nueva orden diga. ¿Entender?.
Sara asintió.
- Sencillo. Tú obedecer. Tú disfrutar. Luego yo venir. Recordar. No hablar o yo castigar. ¿Entender?.
Sara volvió a asentir y el árabe la acarició la cabeza como si se tratase de un animal doméstico antes de marcharse.
Al poco se apagó la luz automática del lavabo y la joven adolescente española se quedó sola en la oscuridad, temblando no sólo por el frío contacto del retrete y de las baldosas del suelo contra su desnuda piel.
El único sonido que podía escuchar era el de la función teatral, interrumpida a ratos por aplausos que se escuchaban como si fuesen en otro mundo muy muy lejano al que superaban los propios sonidos del ruido de sus tripas por el hambre que sentía tras el prolongado ayuno al que la habían sometido Eva y Hasim… o Hasim y Eva… ya casi no sabía ni en qué orden debía pensar al referirse a su madre y el falso refugiado que había invadido cada segundo de sus vidas.
Y mientras esperaba allí, captó un nuevo sonido.
Las gotas de agua de un grifo cercano que caían pausada pero constantemente contra la superficie de uno de los lavamanos.
Y eso la hizo empezar a adormecerse pese a su situación… y recordar los anteriores momentos vividos en su casa antes de aquello.
Después de que Eva se marchase y la dejase a oscuras en su habitación con la boca obligada a estar abierta por la bola que Hasim la había puesto y que su madre había recolocado, había logrado dormir un rato pese a lo incómodo de su posición en la cama por culpa de las ataduras y de la asquerosa música que el falso refugiado la obligaba a tener en sus oídos.
El descanso había sido breve.
O eso la pareció.
La despertó con un sobresalto el aumento de volumen bestial que se produjo cuando regresó el árabe.
La estuvo sobando un buen rato, tocándola por todas partes y extremando los pellizcos en sus pezones y su sexo hasta dejarlos tremendamente irritados, antes de retirar los cascos y preguntarla:
- ¿Querer comer, kafir? –dijo a la vez que retiraba la bola de su boca.
Hasta que no se lo preguntó, Sara no se había dado cuenta del hambre que tenía.
- Sí –logró articular, con voz pastosa por los restos que llenaban su boca y la sequedad de la garganta al no haber podido tragar saliva, que se había ido escurriendo por las comisuras de su boca ante la imposibilidad de cerrarla con la bola impidiendo el cierre de su mandíbula.
Un golpe en el pie la hizo chillar de dolor.
Había sido un golpe fuerte, con una regla o algo parecido, logró imaginar la chiquilla mientras la saltaban las lágrimas.
- No, por favor, Hasim, no…
- Habla con respeto a nuestro dueño, Sara –chilló Eva, antes de volver a golpearla en la planta de su otro pie, provocando un nuevo chillido de la adolescente.
- Ajaliba tener razón, kafir –la susurró el iraquí al oído, con sus dos manos sobre el cuerpo de la chica, que comprendió, ya sin ninguna duda, que era su madre quien la había golpeado-. Tú ser mía, kafir. Comprender ya. Ajaliba también mía. Ella aprender rápido. Tú no. Por eso sufrir. Yo no querer tú sufrir. Aprender y vivir bien –y, como la adolescente no respondía, la retorció los pezones a la vez que su madre descargaba otra vez un golpe en la planta de sus pies. Los gritos de Sara crecieron antes de que Hasim volviese a hablar-. Probar de nuevo. ¿Querer comer, kafir?.
- Po… por favor… no… -otro golpe resonó y la joven gritó de nuevo-. No… no… os lo suplico… no… parad… no…
- ¿Querer comer, kafir? –insistió el falso refugiado.
- Responde a tu señor, demuestra que ha servido para algo el dinero que tu padre ha gastado en tu educación, niña tonta –chilló Eva, presa de un arrebato histérico antes de golpear de nuevo la planta del pie de su hija, obligándola a chillar de nuevo.
- Sí… sí… señor… -y como no se produjo una nueva descarga en sus pies, Sara supo que había acertado y logró repetir- sí, señor…
- Bien, kafir, bien… abrir la boca bien. Yo alimentar.
Sara hizo lo que la ordenaban.
No imaginaba ni lo que pasaba cuando Hasim se subió a la cama sobre ella, con las rodillas a ambos lados de su cuerpo.
Sólo sabía que la iban a dar de comer y mantuvo la boca abierta, casi con ansiedad.
Pero pronto se dio cuenta de qué era lo que Hasim pretendía.
La polla del árabe entró de golpe en la boca de la adolescente española, llenándola por completo.
Con la boca inundada por el monstruoso falo del refugiado, que impactó contra su garganta, Sara no tuvo elección.
Comenzó a chupar el miembro de Hasim, que empezó a moverse en un lento movimiento de mete saca que apenas lograba permitir que respirase a ratos entre un instante y otro.
A la vez, Eva la masajeaba los castigados pies y la besaba las puntas de sus dedos.
Pero lo que más preocupaba a Sara era el tragarse esa polla.
Su sabor seguía siendo asqueroso, como siempre, con un regusto a orina y suciedad indescriptible.
Pero tenía que tragársela.
Si disminuía el ritmo, él presionaba y la ahogaba.
Con las manos inmovilizadas no tenía escapatoria.
Y él seguía bombeando dentro de su boca con su gorda polla, sin mostrar ni un instante de piedad frente a su indefensión y encontrarse medio ahogada.
Así continuaron un rato que fue tremendamente angustioso para Sara y que hizo pararse todos los relojes mentales de la chica.
Casi se sintió aliviada cuando la llenó con su lefa.
Tragó todo el asqueroso líquido con ansiedad, con el fin de que se saliera cuanto antes de su maltratada boca.
- Vas mejor, kafir, vas mejor –reconoció el árabe-. Ahora beber.
Y, antes de darse cuenta, tenía el coño de su madre encima de su cara y la pobre Sara se veía obligada a comerla el coño.
No se marchó hasta que no se corrió en su boca, sólo entonces Eva se bajó de encima de la cara de Sara.
- Aprender a obedecer es lo mejor, kafir –proclamó Hasim-. Cuando estar lista, avisar.
- Sé lista, cariño –dijo su madre, acariciándola la cara, en cuanto el inmigrante se marchó de la habitación-. Ahora somos suyas. Cuanto antes lo aceptes, mejor.
La volvieron a dejar con la música inundando sus oídos y sin comida ni bebida reales.
Volvían cada rato, Sara no sabría decir cuánto tiempo pasaba, pero cada vez estaba más débil, más hambrienta y sedienta de verdad.
Y cuando volvían se repetía la situación.
Hasim la obligaba a “comer” polla y “beber” el flujo del orgasmo de Eva.
Y cada vez, la madre de Sara terminaba insistiéndola en rendirse y aceptar convertirse en lo que Hasim deseaba.
Al final, el hambre, la sed y los golpes cuando se equivocaba, lograron que Sara cediera.
Y, así, comenzó una nueva fase.
Sara pensó, durante un segundo, en escapar cuando la hicieron vestirse con el uniforme del Instituto y la llevaron a la función, pero estaba muy débil y casi no podía ni pensar.
Y ahora estaba allí, en ese lavabo, desnuda, tendida y expuesta.
Otra nueva humillación.
Otra nueva degradación de su persona que Hasim la obligaba a sufrir.
Debería de odiarle.
Debería de odiar con todas sus fuerzas a Hasim.
Debería de sentir rencor también contra esa persona que se llamaba Eva y, a la que no hacía tanto, tenía en la más alta estima por ser su amada madre, y que ahora participaba activamente en todas las acciones y vejaciones a las que Hasim la estaba sometiendo.
Debería…
Debería…
Pero no podía.
Ya no.
Estaba demasiado cansada.
Estaba harta de luchar, de seguir resistiéndose.
Sería tan fácil ceder.
Era tan fácil…
A lo mejor si lo intentaba…
A lo mejor si Hasim la veía obedecerle…
A lo mejor… a lo mejor…
Justo en ese momento, cuando la acumulación de sentimientos amenazaba con desbordar a Sara y llevarla a tomar una decisión que bien podría ser la última y definitiva que fuese capaz de tomar en libertad… justo en ese momento, se encendió la luz automática de los servicios.
La chica aguantó la respiración.
Quizás si la contenía lo suficiente, se marcharían.
A lo mejor habían entrado por error allí.
Sabía que la puerta del cubículo donde se encontraba estaba cerrada, pero sin el pestillo cualquiera podría acceder y encontrársela allí, en esa humillante posición y completamente desnuda.
Sintió que la sangre se agolpaba en su cara y se le enrojecía hasta el último centímetro de piel por la vergüenza.
Se escucharon unos pasos.
Se abrió un grifo.
Sara estuvo a punto de suspirar de alivio.
Sólo habían entrado a lavarse las manos, nada más.
El siguiente sonido era concluyente.
Se activó la máquina secamanos, soltando un fuerte chorro de aire y llenando la sala con el sonido de su motor.
Ahora sí, la joven adolescente no pudo evitar que se la escapase el suspiro.
Todo había sido una falsa alarma.
Y a lo mejor eso era todo.
A lo mejor era incluso Hasim, que quería saber si rompería el silencio.
Sí, debía ser eso, una prueba de obediencia y nada más.
Claro, eso debía ser.
Si quería que fuese sólo de él lo lógico es que no quisiera compartirla con nadie más, ¿verdad?.
Sí, eso era.
Ahora iría y la soltaría y regresarían con su madre a casa y…
La puerta del retrete se abrió.
Lentamente.
El corazón le dio un vuelco a Sara.
Por un instante dejó de respirar.
Los pasos avanzaron.
La puerta se cerró y alguien corrió el cerrojo.
Un instante después, la joven adolescente española pudo ver los zapatos.
Y no eran los de Hasim.
Estuvo a punto de hablar, pero en el último segundo se contuvo.
A lo mejor… a lo mejor es que su madre había llevado otro par de zapatos para que el inmigrante se cambiara y…
De pronto algo cambió.
Sara detectó otra cosa que rompió la farsa que se estaba montando en su cabeza.
El olor.
El hombre que estaba allí, porque de eso no tenía ninguna duda, era algo obvio, olía distinto.
Muy distinto.
Y a la vez era un olor que Sara conocía muy bien.
Demasiado bien.
Y eso fue demasiado para ella.
Ya no podría escapar.
Era el fin.
Ya… ya…
Empezó a llorar.
En silencio.
Como había prometido a Hasim.
Ya no tenía sentido hacer otra cosa.
Ya no.
El hombre no decía nada.
Simplemente se acercó a ella y empezó a acariciar su espalda.
A recorrer con sus fuertes y masculinas manos la delicada piel de la espalda de la vencida adolescente.
Vencida y vendida.
Porque no tenía escapatoria.
Los dos lo sabían.
Ella lloraba y él deslizaba sus manos mientras hasta lograr meterlas entre la taza del retrete y las tetas de Sara.
Se las estrujó como pudo, casi sin lograr llegar a los pezones por culpa de la posición y las ataduras de la chica, las mismas ataduras que la dejaban totalmente expuesta… salvo la zona central de sus preciados pechos.
Eso hizo enfadar al hombre.
Hasta que vio el trofeo que se escondía tras dos zanahorias.
Cada una daba acceso a uno de los codiciados agujeros de la adolescente.
Sonrió con lascivia.
El espectáculo de la chica así expuesta, como un trozo de carne listo para ser usada era muy excitante.
Pero había una pega.
Hasim sólo le permitía llenarla uno de los dos agujeros.
Y la deseaba tanto…
La deseaba desde hacía taaaaaanto tiempo.
Le había sido muy difícil resistirse.
Y, cuando ya pensaba que nunca podría ser suya, aparece ese cerdo árabe y se la pone en bandeja.
No le gustaba.
Le parecía un ser repugnante… pero no podía despreciar ese tesoro.
Sara.
Esa atractiva mujercita.
Ese pecado que se paseaba delante suyo y le hacía desear tomarla de una forma u otra.
Hasta entonces se había resistido.
Había contenido la tentación.
Pero ya no.
Ese día ya no.
Ese día sería suya.
Gracias a ese inmigrante, Sara sería suya.
Pero había tenido que pagar.
¡Pagar por usar a Sara!.
Era una vergüenza que él tuviera que hacer eso.
Pero pagó.
Podría haberle denunciado.
Y haberse quedado con Sara.
Pero no pudo resistirse.
Llevaba demasiado tiempo resistiéndose.
Y pagó.
Pagó por usar uno de sus agujeros.
El lugar y las formas las escogió el refugiado y a él no le importó.
Era un gran riesgo.
Mucha gente le conocía allí.
Pero era tan necesario que pudiera tomarla.
Lo deseaba tanto.
Y, además, se confirmaba lo que ya imaginaba desde hacía tanto tiempo.
Sara era una puta.
Una calientapollas.
Bajo su apariencia de niña buena no era más que una vulgar zorra.
No era un ángel, era una putilla… y lo peor es que era la putilla de Hasim y no la suya.
La haría pagar caro eso.
Sabía que sus lágrimas eran por eso.
Ella sabía quién era él.
Y sabía que era él quien debería haberla usado desde el principio y quien debería haberla convertido en su puta.
Debía castigarla.
Debía aprender que había elegido mal al hombre que la gobernase.
Cuando el primer latigazo acertó en el culo de Sara, la chica dejó escapar un grito.
No lo pudo evitar.
El cinturón del hombre que estaba con ella en ese estrecho espacio la hizo un daño brutal.
El cinturón de un hombre que debería haberla protegido.
Un hombre en el que ella confiaba ciegamente y que ahora la traicionaba doblemente.
Y por eso sabía que ya no había esperanzas.
Todo estaba perdido.
La golpeó varias veces más, pero Sara tragó saliva y logró no repetir el grito.
Por lo menos no le daría esa satisfacción.
Y, por extraño que hubiera podido parecer, su silencio surtió un efecto inesperado.
Dejó de usar su cinturón contra ella.
Pero la chica sabía que sólo era una trampa.
Supo que acertaba cuando escuchó descender el pantalón y notó cómo arrancaba de golpe el objeto que Hasim la había metido en la vagina.
Era una zanahoria.
Lo vio cuando la dejó caer junto a ella.
Y aún seguía mirándola cuando notó la presión de la polla de ese hombre que debería haberla ayudado y protegido.
Una polla que entró con facilidad en el interior de su coño, llenándola por completo.
Le pareció más grande que la de Hasim… pero no estaba segura.
Se agarró a sus caderas y empezó a bombear.
Sara logró aguantar y callar.
Y eso que después de las primeras embestidas su cuerpo empezó a responder y la agobiaron unos intensos deseos de gemir al crecer su excitación sin que pudiera evitarlo.
Era presa fácil.
Era una absoluta humillación.
Era un momento super denigrante.
Y él era una de las personas que más la debería haber protegido y en cambio la usaba sin piedad como si fuese un juguete sexual sin sentimientos.
Y pese a todo eso, el cuerpo de Sara se estremecía de excitación y empezaba a acomodarse al ritmo de las embestidas de la polla que la llenaba el coño.
Una y otra vez la penetraba con fuerza, bien agarrado a sus caderas o bien tironeando de sus cabellos.
Y al final estalló dentro de Sara.
La llenó con su esperma.
Se vació por completo dentro de ella, estrujándose el pene al sacarlo del chorreante interior de la chica.
Y lo peor era que, aunque no había llegado al orgasmo, ella también estaba sintiéndose con algo parecido a la felicidad.
Por estar llena con su lefa.
Por… por…
Ya no sabía ni qué pensar de sí misma.
Él se fue y Hasim regresó.
- Bien, kafir –la felicitó-. Vas mejor. En diez minutos vestir y venir coche. Volver casa todos.
Ella asintió mientras el refugiado la quitaba todas las ataduras y sacaba de un tirón la segunda zanahoria del culo de Sara.
Se marchó y ella recogió la poca dignidad que la quedaba para prepararse a lo que vendría después.
Porque estaba segura que habría más.
Mucho más.
Se vistió y esperó.
Hasim la había hecho una nueva jugarreta.
No habían pasado ni cinco minutos cuando empezaron a entrar alumnos y padres.
Sus voces lo llenaban todo.
Comentarios de todo tipo salían de gargantas conocidas por Sara.
Pero nadie entró en su habitáculo.
Y, cuando por fin pasaron los restantes cinco minutos, ella salió con toda la tranquilidad que pudo reunir.
Se hizo un absoluto silencio a su paso.
Y ella supo por qué no había intentado entrar nadie en donde ella estaba.
A mano, torpemente escrito, ponía “fuera de servicio”.
No se paró.
No miró a los lados.
No se fijó en las caras.
Sólo fue andando a la salida y no paró hasta llegar al coche en el aparcamiento, como si fuese todo una simple y mala pesadilla.
Pero no lo era.
Y no había terminado.
Continuará…