Acogiendo a Hasim. La Pecadora.
La estancia de Hasim en casa de Sara entra en una nueva fase. ¿Soportará la chica los cambios o se resquebrajará como un cristal?.
ACOGIENDO A HASIM.
LA PECADORA.
Literalmente reventada.
Así se despertó Sara.
Se sentía cansada, más agotada de lo que nunca había estado. Y, sin embargo, después de dormir apenas tres horas, ahora era incapaz de mantenerse en el reino de los sueños.
O de las pesadillas.
Porque incluso en sus sueños, Hasim había estado presente.
Lo sabía.
Ya casi no recordaba nada, pero sabía con total seguridad que había sido el protagonista del sueño… ¿o pesadilla?... claro que ya costaba diferenciar dónde terminaban las fantasías que elaboraba su cerebro de los terribles sucesos de esa noche.
Sentía la boca tremendamente pastosa.
Irritada por la gran cantidad de pollas que habían entrado una y otra vez dentro de su boca, unas cómodamente y otras forzándola al máximo.
Sentía escozor en las comisuras de los labios por el esfuerzo de tragarse los penes más grandes, era consciente de que seguramente al día siguiente tendría boceras. Y no sabía cómo explicarlo. No sabía qué contar a sus padres.
Lo peor era por dentro.
Las enormes cantidades de lefa que habían entrado en su boca hacían que sintiera un regusto asqueroso. Por todas partes notaba cuerpos extraños. ¿Serían grumos de lefa de los cabrones que la habían follado la boca sin piedad?.
Y cómo se habían reído de ella.
La garganta de Sara tampoco había salido bien parada.
La escocía. Sentía una especie de molestia como cuando se la quedaba dormido un brazo… o algo así. No sabía cómo definir esa sensación que tenía en la garganta.
Tenía el estómago revuelto. Quizás por eso se había despertado.
Toda esa lefa que tuvo que tragarse intentaba salir de nuevo por su boca.
Su estómago rechazaba la humillación de tener que digerir esas grandes cantidades de semen exprimido desde al menos veinte pollas distintas.
Sara no sabía cuánto tiempo podría evitar que las arcadas terminasen en vómito. No porque quisiera dejar en su estómago toda esa lefa, sino porque el ruido podría despertar a sus padres y hacer que se preguntasen por la razón de esa situación.
No quería preocuparles.
Cuando entendió eso, Sara supo que tampoco entonces sería capaz de recurrir a sus padres.
Y no era porque hubiese disfrutado.
No, eso era mentira.
Absolutamente mentira.
Odiaba con todas sus fuerzas la humillación a que la había sometido Hasim.
La había prostituido.
La había humillado.
La había obligado a… a ser… a ser… a ser el juguete sexual de…
No.
Se mentía así misma.
Era mentira.
Nadia la había obligado.
La culpa era suya.
Ella era la que no había dicho nada.
Ella se había dejado utilizar como una marioneta sin voluntad por Hasim.
Hasim era un cerdo.
Hasim era un mentiroso.
Hasim era un cabrón.
Hasim era… era…
Hasim mil veces maldito.
Hasim era su maldición.
Y no sabía si quería romperla.
De verdad que no sabía qué la pasaba.
Sara estaba hecha un lío.
Lo odiaba con todas sus fuerzas.
Odiaba a ese malnacido.
Odiaba a ese hombre que había entrado en sus vidas.
Odiaba cada centímetro de su cara. Era feo. Ni siquiera tenía una cara agradable. ¡Si hasta era unicejo!.
Odiaba su defectuosa higiene.
Odiaba el olor de su sudor.
Odiaba el contacto de su piel áspera.
Odiaba su… su… su inmoralidad, su actitud machista, su falta de empatía, su… su… lo odiaba todo de Hasim.
Y, sin embargo, Sara era incapaz de detenerle.
En cualquier momento esperaba recibir algún mensaje suyo, o fotos… o una llamada.
Sara no sabía de qué sería capaz Hasim.
No sabía qué quería de ella.
¿Era sólo un juguete para él?. ¿Alguien con quien saciar sus deseos en ausencia de su mujer?. ¿O era otra cosa?.
Lo único que sabía con certeza en ese momento es que no quería que sus padres la encontrasen así vestida, así que se cambió el uniforme del instituto por un pijama.
Y entonces se fijó.
Había gotas por todas partes.
Por dentro. Por fuera.
La blusa y la falda. Gotas del semen de ese grupo de hombres que la habían humillado y usado a su antojo con total impunidad.
Y había algo aún peor.
Doblemente peor.
Porque hasta entonces ni se había parado a pensar en ello.
Su vagina.
Estaba llena con la semilla de Hasim.
Bueno, no estaba segura de que fuese Hasim, pero algo dentro de ella lo sabía.
O al menos esperaba que fuese suya la polla que la había desvirgado y llenado el interior de su sexo con esa masa pegajosa y caliente de abundante lefa.
No es que desease eso.
Ella no quería que Hasim se corriese dentro de ella.
No quería… y a la vez casi suplicaba que hubiese sido él.
Cualquier otro habría sido aún más humillante. Que cualquiera la hubiese usado así, como a un simple agujero en el que vaciar su semen… eso, eso lo haría aún peor.
Al menos él… al menos Hasim… él… él…
No. No. No.
Eso daba igual.
Nunca tendría que haber pasado.
Ella era una víctima más de Hasim, como las muchas que habría dejado en su país.
Sólo podía odiarle.
No quería nada con él.
No quería nada de él.
No… no soportaba la idea de quedarse embarazada de él.
Y aun así, su coño seguía impregnado de su olor, de su lefa, de toda su semilla esparcida dentro de su vagina… y los restos que se habían escurrido desde su coño por sus muslos y… y no era capaz de levantarse tampoco por esto e ir a lavarse.
No.
Tenía que esperar.
Lo haría después.
Cuando sus padres se despertasen.
Cuando…
Es hora de levantarse, cariño –la despertó su madre, abriendo la puerta del dormitorio de Sara.
Arriba, dormilona –añadió su padre, que estaba justo detrás.
Cinco minutos más… -respondió por inercia Sara.
Te esperamos abajo, no tardes –dijo su madre, antes de bajar las escaleras.
No tardes, no quiero volver a tener que sentarme atrás por llegar tarde –comentó el padre de Sara, antes de seguir escaleras abajo a su mujer.
Sara no sabía cómo había pasado, pero se había vuelto a dormir.
Lo que sí sabía es que tenía suerte de que sus padres hubieran hablado desde la puerta, porque se había quedado dormida con su mano derecha en su coño mientras se lo acariciaba sin darse cuenta mientras tenía todos esos pensamientos confusos sobre lo que la sucedía.
Y, sin saber tampoco porqué lo hacía, se llevó la mano a la nariz y se olió los dedos.
Los dedos impregnados en los restos del semen de Hasim y la propia humedad de la chica.
Aunque volviesen a llegar tarde a misa, Sara tenía que ducharse.
Lo tenía que hacer.
No podía ir así.
Impura.
Hasim regresó esa noche, pero actuó como si nada hubiera pasado.
A pesar de que Sara se había pasado todo el día dándole vueltas y esperando tener noticias suyas en cualquier momento, él actuaba casi como si no la conociera.
Como si fuese un simple florero decorando el cuarto frente al suyo.
Eso hizo que la joven española se sintiera más sucia aún.
Sucia y perdida.
No sabía qué hacer, qué decir o si tan siquiera si eso significaba el final de los asaltos de Hasim.
Quizás era lo mejor.
El final de todo.
La libertad de Sara.
Recuperar su antigua vida.
Era imposible.
Ya nunca volvería a ser nada igual.
Ella no podía volver a ser simplemente Sara.
Ya no era la niña mimada de sus padres.
Ya no era la alumna brillante de instituto con un futuro fabuloso.
Había perdido la ingenuidad.
Había perdido la virginidad.
Había perdido su independencia.
Había perdido… había perdido… había perdido tanto…
Esperaba a Hasim.
Le seguía esperando cada noche.
Seguía esperando sus mensajes.
Seguía esperando su acoso en casa.
Pero ya no pasaba.
Los días fueron pasando y la normalidad regresó a la casa.
Pero no para Sara.
Cada vez que se encontraba con Hasim sentía que su pulso se aceleraba.
Buscaba su mirada.
Incluso dejaba la puerta de su dormitorio sin cerrojo por la noche.
Era extraño.
Lo odiaba absolutamente.
Estaba segura.
Pero a la vez… a la vez… casi era como si una parte de ella misma echase en falta el anterior y brutal comportamiento de ese hombre que se hacía llamar Hasim y que dormía en la habitación frente a la suya.
Eso hacía que Sara se sintiera confusa.
Y habían empezado los sueños.
Sueños húmedos. Calientes. Sueños que la hacían despertarse empapada en sudor y con el pulso acelerado. Sueños que provocaban que su cuerpo se excitase involuntariamente y de despertase con la sensación de tener los pechos hinchados y los pezones duros.
Se levantaba cada mañana con la vulva hinchada y el clítoris tremendamente sensible.
Había empezado a masturbarse cada mañana antes de ir a ducharse.
Y una parte de Sara deseaba ser descubierta. Ser descubierta por Hasim.
Lo odiaba tanto… y, sin embargo, no podía dejar de pensar en él.
Por un lado prefería que hubiera dejado de acosarla.
Por otro, casi tenía una sensación como de pérdida frente a esa nueva etapa en la que la ignoraba completamente.
Con todo lo que pasaba por su mente, Sara apenas estudiaba. Y los exámenes finales estaban cada vez más cerca.
Sus opciones para la Universidad.
Tenía que concentrarse. Tenía que… pero no era capaz.
Ni media hora duraba su concentración.
Estuviera donde estuviera.
No podía evitarlo.
Algo había cambiado en su interior.
Y no era que la hubiera dejado embarazada.
Lo había comprobado.
Era… era… no sabía que era… o no quería saberlo.
Y, cuando todo parecía que regresaba a una imagen lo más parecida posible a su vida anterior, el espejo donde se miraba Sara se hizo añicos.
Su padre tuvo que irse repentinamente.
Estaría fuera diez días.
Sara, ¿podrías salir un momento, por favor? –inquirió su tutor, después de hablar con el profesor de matemáticas para explicarle la causa de interrumpir su clase-. Han llamado de tu casa para decirnos que tu madre ha tenido un accidente –la explicó al salir al pasillo-. No es nada grave, no te preocupes, pero después de hablarlo, hemos pensado en que si quieres, podría acercarte a tu casa y que no tengas que esperar el autobús de la ruta, ¿te parece?.
Sí, sí, claro –respondió, aturdida.
Durante el viaje, no dejaba de pensar qué habría podido pasar. Justo al día siguiente de irse su padre. ¿Es qué la mala suerte no podía salir de su casa?. Como si no tuviera suficiente con Hasim, ahora su madre había sufrido un accidente. Por suerte, la habían dicho que no era nada grave y luego podría contar toda la aventura a sus amigas… incluyendo el viaje en el coche del tutor de la clase, del que unas cuantas chicas del curso estaban enamoradas. Y, la verdad, es que estaba muy bien.
Era todo lo opuesto a Hasim.
Vestía bien, iba aseado, olía bien, estaba en forma, era atractivo, estaba soltero y… ¡tenía las dos cejas separadas!.
Cuando llegaron a la puerta de su casa, Sara tuvo un repentino vuelco del corazón.
Por alguna razón, el ver la chilaba de Hasim colgando de la ventana abierta de su habitación la produjo un escalofrío.
No quería que su tutor, ese hombre que la había acompañado y por el que sentía un cierto interés, aunque no tanto como otras compañeras enamoradizas de su curso, obviamente… el caso es que no quería que entrase a su casa, la vivienda que una parte de ella consideraba mancillada por la presencia de Hasim.
Él no estaba a esas horas. Tenía que estar en su trabajo de jardinero. Pero, extrañamente, no deseaba que nadie supiera nada de esa parte de su vida, ni por casualidad.
Deseaba encerrar esa parte en una burbuja que pudiera empujar bien lejos. En cuanto pudieran sacar definitivamente a Hasim de sus vidas.
Se despidió de su tutor allí mismo, a menos de 25 metros de su casa, y caminó por la ruta que marcaban las baldosas entre el césped hasta le entrada principal.
Sin tener que mirar atrás, Sara sabía que su tutor seguía allí. Escuchaba el motor mientras esperaba que ella entrase antes de marcharse de regreso al instituto.
El corazón de Sara latía con fuerza mientras sentía los ojos del hombre, un verdadero hombre, un hombre decente, un hombre honrado, todo un caballero, la seguían hasta meter la llave en la cerradura de la puerta.
Sabía que había caminado contoneándose.
No había podido evitarlo.
Y no es que estuviera enamorada de su tutor ni nada por el estilo, era solo que…
Toda esa fantástica ilusión estalló como una pompa de jabón de golpe.
Al abrir la puerta de su casa, Sara supo que algo se había roto.
Algo mucho más importante de lo que había sucedido hasta entonces.
Era una escena de una violencia salvaje.
Y su tutor no podía verla.
Ella no debería estar viéndola.
Hubiera podido darse la vuelta.
Regresar al coche de su tutor.
Escapar de su mundo roto.
Dejarse envolver por la seguridad que le producía la firme y dulce masculinidad del profesor que ostentaba el cargo de tutor de su clase.
Pero no lo hizo.
Se despidió rápidamente con la mano y entró rápidamente, cerrando la puerta de golpe y escuchando de fondo el sonido del coche de su profesor cuando partía de regreso al instituto.
Porque había otro sonido que lo inundaba todo.
En primer plano.
Su madre.
Su madre desnuda.
Su madre desnuda y amarrada a la escalera.
Su madre desnuda, gritando como loca con cada embestida de Hasim.
Su madre sodomizada por el cerdo que ocupaba la habitación frente a Sara.
Su madre gozando como un animal en celo de la polla de Hasim.
Porque estaba disfrutando.
Sara no tenía ninguna duda.
Su madre estaba poniéndole los cuernos a su padre allí mismo, delante de ella.
Y lo que era peor. Con Hasim.
Por alguna extraña razón, Sara se sentía doblemente traicionada por su madre.
Por alguna extraña razón, Sara casi sentía más dolor por ver que era Hasim, su Hasim.
Su Hasim estaba follándose a su madre.
Era como si una parte de ella quisiera mantener el monopolio de esa situación.
Y otra parte se revolvía y doblada el odio por ese monstruo y pensaba que su madre lo hacía contra su voluntad.
Allí estaba su madre, desnuda, con su cabellera negra como el azabache agarrada por la mano izquierda de Hasim, que tiraba con fuerza para obligarla a mantener la cara ligeramente hacia arriba.
Tenía los ojos vendados con una de las cortabas favoritas del padre de Sara y, en sus oídos, los auriculares rosas nuevos de Sara, que incluso desde la entrada escuchaba que emitían algún tipo de música que impedía que su madre dispusiera de los sentidos de la vista y el oído.
Las muñecas atadas con cinchas, las mismas cinchas que Hasim había usado con Sara, al pasamanos de la escalera, de forma que quedaba con los brazos completamente abiertos.
Sus tetas, grandes y turgentes, se movían al ritmo de las embestidas, golpeando en ocasiones contra los barrotes de la baranda. Sus pezones estaban completamente endurecidos por el placer.
La pierna derecha estaba apoyada sobre uno de los escalones, con el tobillo amarrado también con una cincha que se hincaba en la piel, de forma que dejaba bien visible desde la posición de Sara, y de cualquier persona que hubiera entrado por la puerta principal, la hinchada vulva, de la que goteaba una sustancia blanquecina que Sara no quiso ni pensar qué era… aunque en el fondo lo sabía.
Y también se veía el culo de su madre.
El culo de su madre y la endurecida polla de Hasim.
Polla que no dejaba de entrar y salir del ano de la madre de Sara, que no paraba de chillar de dolor… y de un placer extremo.
Era una escena de violencia y sexo salvaje.
Era más de lo que nunca se habría atrevido a imaginar Sara.
No podía estar pasando.
Pero sí, estaba sucediendo.
Y Sara no podía dejar de mirar.
Y no podía dejar de sentir asco.
Y no podía dejar de sentir odio.
Y no podía dejar de sentir… algo más.
Durante lo que la pareció una eternidad, Hasim estuvo bombeando en el culo de su madre, hasta que al final toda la escena en sí estalló.
Estalló en mierda.
Estalló en la meada que se le escapó también a su madre.
Y estalló en los restos de lefa que saltaron del preservativo que Hasim había usado esta vez y que se quitó de golpe para lanzarlo a la cara de la chica.
Después, con una sonrisa impúdica, la dio sus primeras instrucciones de esos días.
- Pequeña kafir, limpiar todo. Luego llevar madre a doctor y curar. Luego volver. Yo dormir ahora –y mientras subía desnudo, con la polla colgando flácida y goteando, añadió-. Avisar al volver.
Sólo entonces Sara se dio cuenta de que su madre también estaba sangrando.
La había roto el culo.
Continuará…
PD: siento el retraso en sacar este nuevo capítulo. Espero les guste.