Acogiendo a Hasim. La pared.
El destino cierra sus mandíbulas sobre Sara. ¿Será capaz de escapar o se rendirá frente a Hasim y se someterá como su madre?.
ACOGIENDO A HASIM.
LA PARED.
Estaba sola.
Sola y sucia.
Sola, sucia y humillada.
Tenía escalofríos.
Pero no eran de frío.
Tiritaba por fuera, pero por dentro ardía.
La espesa lefa de Hasim ardía dentro de su palpitante y enrojecido coño.
Notaba como rezumaba.
Sin mirarse, sin tocarse, Sara era capaz de sentir cómo parte del asqueroso fluido del refugiado iba saliendo por su enrojecido e inflamado coño y resbalando entre sus muslos para caer en el fondo de la bañera donde seguía desde que la había tirado allí Hasim instantes antes.
La puerta estaba abierta de par en par, pero Sara no se sentía con fuerzas para levantarse y cerrarla o siquiera cubrirse con una toalla.
El muy cerdo la había usado como un animal.
Había abusado de ella sin piedad con la bañera llena de agua.
La había forzado al límite de la piedad humana.
La había tratado sin miramientos.
Como si su vida no valiese nada.
Y delante de su madre.
Todo había pasado con Eva allí.
Porque había sido la madre de Sara la que había impedido el ahogamiento de Sara al retirar el tapón del fondo de la bañera.
Pero no había impedido que la… que la… que la violase.
Sí, esa era la palabra de verdad.
Pero, ¿por qué su mente intentaba no usarla?.
¿Qué era lo que la pasaba?.
Hasim era un auténtico mal nacido.
Era un cabrón sin escrúpulos.
Era un mentiroso.
Era un cerdo.
Era… era…
Bueno, no, no lo era, no era su dueño, no sabía porqué esa palabra había pasado por su mente.
Pero Hasim actuaba como si lo fuese.
Como si su madre y ella fuesen objetos de su propiedad.
Objetos de poco valor.
Objetos maltratados, por los que no tenía ningún respeto ni cariño.
Objetos que podía maltratar.
Objetos que podía vender, como cuando había hecho que Sara fuese un juguete sexual para esos dos grupos de inmigrantes.
Objetos sin libertad.
Objetos sin independencia.
Claro que un objeto es eso, un objeto, sin voz ni voto.
Pero ella era Sara.
No era un objeto.
No pensaba dejar que Hasim la siguiera manipulando y usando a su antojo.
Estaba decidida.
Lo que había pasado era la gota que colmaba el vaso.
La había violado por el simple hecho de hablar con un repartidor y por… por estar a punto de ser violada también por el vecino, que había intentado abusar de ella después de emborracharla.
Cuando pensó en ello, no pudo evitar recordar el asqueroso sabor que el vómito la había dejado por toda la boca y la garganta.
Sólo el estar a punto de ahogarse mientras Hasim la penetraba la había hecho olvidar eso.
¡No!. Tenía que dejar de pensar así.
No la había penetrado, la había forzado, eso es.
Y le tenía que denunciar.
Pero… pero… si le denunciaba… se enteraría su padre… se sabría todo… su madre… que su madre también… que ella…
No, no podía.
¡Sí, sí podía!. ¡Sí debía!.
Pero… pero si no era a la Policía… ¿a quién?.
Y, de repente, se le ocurrió.
Como un flechazo, la idea surgió en la confusa mente de Sara.
Su Tutor.
Hablaría con su Tutor mañana mismo.
Él sabría qué hacer.
En su ingenuidad de adolescente, Sara se imaginó a su Tutor casi como un Caballero de brillante armadura que la ayudaría, lo resolvería todo y nadie se enteraría jamás.
Sí, eso haría, decidió Sara.
- Toma, lávate –dijo su madre, que había entrado sin que Sara se percatase, dejando una toalla junto a la bañera.
Por un momento, la joven temió que Hasim también estuviera allí, que la hubiese leído la mente y viniera a castigarla de nuevo.
El pánico se apoderó de Sara, que se hizo un ovillo en el fondo de la bañera.
Por un instante, Eva volvió a mirarla como la madre que era, pero fue sólo un instante. Después su mirada se endureció y, agarrando la palanca del grifo, seleccionó que el agua pasase por la alcachofa en vez de por el grifo.
El agua empezó a salir fría, derramándose sobre Sara, que gritó por el contacto del agua helada.
A partir de ahora ten más cuidado con lo que haces. Ahora somos suyas, Sara, acostúmbrate. Hasim no es tu padre, no tiene su paciencia ni su indulgencia. Viene de un lugar donde su religión es mucho más estricta y debes ser más sensata. Yo no puedo estar detrás de ti constantemente.
Pero… pero mamá… -suplicó la chica, empezando a llorar-. Yo no hice nada malo. El vecino…
No me interesan tus excusas –cortó Eva sus explicaciones-. A partir de ahora en esta casa tendrás que ser más responsable y obedecer siempre a Hasim. Ahora somos suyas –repitió, como un mantra-. Y lávate bien, apestas –concluyó, orientando el chorro de la alcachofa a la entrepierna de Sara, de donde se veía salir un hilillo blanco procedente del interior de la vagina de la joven.
Sara entró de nuevo en shock.
El agua resbalaba por su piel, helada, pero ya no la importaba.
Se había acostumbrado y apenas lo notaba ya.
Porque… porque la había parecido… pero no… no podía ser… era imposible… no podía ser… pero… pero… la había parecido… que Eva, que su madre, la miraba como… casi como si… como si… como si la odiase… o no… o… ¿podía ser envidia?.
¿Podría ser que Eva tuviera envidia del semen que había dentro de la vagina de su propia hija?.
¿Era posible que su madre no quisiera compartir la…?.
¡No!.
Ya.
Fin.
No.
Tenía que dejar de tener esos pensamientos.
Tenía que rebelarse.
Sí.
Tenía que contárselo todo a su Tutor. Él sabría qué hacer. Él la protegería. Él lo resolvería todo sin que su papá se enterase y todo volvería a ser como antes de que el maldito Hasim, ese falso refugiado, llegase a su casa.
Y, así, convencida en su ingenuidad de que todo tendría una fácil solución y de que podría librarse de Hasim sin consecuencias, Sara empezó a lavarse, frotándose con energía todas las zonas donde la había mancillado el iraquí.
Cuando regresó a su cuarto, cerró con cuidado la puerta.
Estaban abajo, pero no quería que la escuchasen.
Al tercer tono, se escuchó la voz de José Manuel.
¿Diga?.
Hola. Esto –titubeó-… soy Sara, yo…
Ahh, hola Sara. ¿Qué tal tu madre?. ¿Se encuentra bien?.
Sí, sí, gracias –contestó ella por inercia, casi había olvidado la excusa con que la habían hecho salir de clase esa misma mañana, aunque parecía que había pasado un siglo-. Esto… yo… me preguntaría…
¿Sí? –la animó su Tutor.
Yo… esto… pues… ¿podría hablar con usted?. Es que…
Claro, Sara, para eso estoy. ¿Cuándo?. ¿El miércoles de la próxima semana durante las horas de tutoría a primera hora?.
No, no… ¿no podría ser antes?.
Bueno, si tienes mucha prisa, el lunes tengo una hora libre a las…
¿Y mañana no puede ser? –inquirió, cada vez más nerviosa Sara, en parte por la propia conversación, en parte por ese algo que sentía por su Tutor, en parte por el miedo a que apareciese su madre o Hasim en cualquier momento y la descubrieran.
¿Pasa algo, Sara?. ¿Es por tu madre? –preguntó, preocupado-. Porque si es algo grave puedo ir a tu casa dentro de un rato si hace falta.
¡No! –gritó, sin querer, la joven, presa del pánico-. No. Esto… mejor mañana en el Instituto, por favor.
Bueno, -accedió- si es lo que prefieres. Buscaré un hueco y te mando un whatsapp para concertar la cita contigo y tus pa…
¡No! –volvió a gritar, casi sin darse cuenta-. Iré yo sola. Yo sola –insistió-, por favor.
Está bien, Sara, no te preocupes. Mañana lo hablamos.
Gracias, muchas gracias Don José.
Por favor, sólo José, no hace falta tanto formalismo para esto.
Gracias… gracias, José. Hasta mañana.
En un rato te mando el whatsapp con la hora. Hasta mañana.
Colgó.
Y suspiró.
Había empezado.
Por fin lo había empezado.
José Manuel la ayudaría.
Estaba segura.
Por fin se libraría de Hasim.
Y todo volvería a ser igual.
Se sentía bien.
Se sentía libre.
Se había quitado un peso de encima.
Y, sin embargo… una sombra de duda planeaba en la cabeza de la adolescente.
No llegaba a concretarse, pero allí estaba, como escapándose a la carrera justo del borde de su percepción, como si… como si…
Tenía que dejar de preocuparse.
Todo se iba a solucionar.
Por fin.
La decisión estaba tomada.
Iba a terminar con Hasim y toda la miseria que había traído a sus vidas.
Y todo volvería a la normalidad.
Y podrían volver a ser una familia feliz de nuevo.
Sara sabía que tendría que perdonar a su madre, pero estaba segura de que, como buenas cristianas, superarían las dificultades y todo regresaría a la normalidad.
Estaba contenta.
Y…
Y…
Y a la vez ¿un poco triste?.
Qué confusa se volvía sentir.
Y todo era culpa de Hasim.
Del maldito Hasim.
De ese demonio que había llegado a sus vidas y las estaba destruyendo con su maldad.
Hasim era pura maldad.
No había duda.
Hasim era malvado. Y punto.
Se despertó con los gritos.
Miró su móvil.
No había pasado ni media hora desde que habló con su Tu… con José.
Y tenía la luz verde de aviso del whatsapp.
La dio un vuelco el corazón.
Era la hora para acudir a la tutoría.
Tenía que serlo.
Pero… esos gritos… no entendía lo que decían, estarían en el garaje, pero creía que eran Hasim y su madre.
Incapaz de moverse, por temor a que esa violencia verbal se transformase en otra cosa si abría la puerta, Sara se quedó quieta, sentada en la cama y con el móvil agarrado en la mano.
Al poco, los gritos cesaron.
Se escuchaba movimiento en el piso de abajo, pero no parecía suceder nada extraño.
Sara miró su móvil.
Pero no era su… no era de José.
Era un número desconocido.
Hola Sara.
Soy Dylan.
Responde mamasita.
T quiero dar lo q necesitas, mamasita.
Ya sabes q xq sé q t gustó muxo
Dime donde t recojo
Termino ruta a 19h
Me dejaste muy hot mamasita
[foto]
Voy cargado d leche pensando en ti
Llama mamasita y veras macho d verdad
Era el repartidor de antes.
Y le mandaba una foto de su pene erecto.
La chica sintió un asco tremendo.
¿Por qué todo el mundo la tomaba por lo que no era?.
¿Estaba rodeada de cabrones salidos o qué?.
Es que parecía que los únicos adultos normales eran su padre, sus abuelos y sus profesores.
Casi… casi… casi la hacían dudar de que la culpa no fuese suya.
De que ella estuviera haciendo algo que provocaba eso.
¿Sería todo culpa suya?.
¿Sería por el uniforme del instituto?. ¿Ese mismo uniforme que antes la parecía excesivamente opresivo en realidad era demasiado insinuante?.
¿Sería posible que Hasim, su vecino o el repartidor estuvieran respondiendo a unas provocaciones que ella no era capaz de ver que estaba lanzando a su alrededor?.
¡NO!.
Tenía ganas de chillar.
¡No!. ¡No!. ¡No!.
Ella no era culpable de nada.
Ella era la víctima.
Ellos eran unos cerdos, unos cabrones, unos desalmados.
Y el más perverso de todos era Hasim.
Todo, todo, todo y mil veces todo era por su culpa.
Era un demonio.
Era una persona mala.
Y todo estaba pasando por su llegada.
Había contaminado su vida.
Había envenenado a su familia.
La había robado su virginidad, a su madre y su propia mente.
Era un ser maligno.
Pero mañana… mañana todo se solucionaría.
José, su José, no ese repartidor asqueroso que compartía nombre con su Tutor, lo arreglaría todo.
Se lo contaría todo y él lo solucionaría todo.
Antes de que volviese su padre todo sería normal de nuevo.
Recuperaría su vida.
Recuperaría a su madre.
Y no volverían a oír hablar de Hasim nunca, pero que nunca más.
Sara, ¿puedes bajar? –gritó su madre desde abajo.
Sí, mamá, ya voy –respondió Sara.
Bajó despacio las escaleras, instintivamente temiendo que Hasim apareciese y fuese capaz de leerla la mente y descubrir lo que había estado haciendo a sus espaldas.
Sólo estaba Eva.
Su madre tenía en la mano las llaves del coche y el bolso.
Venga, me acompañas a comprar unas cosas para la cena.
Pero… -empezó a responder, hasta que se acordó de que, aunque no quería ir, el quedarse implicaba estar a solas con Hasim, el mismo individuo que acababa de estar a punto de ahogarla mientras la penetraba violentamente el coño por una supuesta falta que, en realidad, no era culpa suya. ¡Ni siquiera era una falta porque no, porque era el Doctor Ortiz el que la había intentado forzar después de emborracharla!. Todo eso pasó apenas un segundo por la cabeza de la jovencita antes de terminar la contestación a su madre-. Ya voy, deja que me cambie.
Venga, date prisa –zanjó Eva, con una mirada ansiosa.
Sara se puso unos vaqueros ajustados y una camiseta de tirantes que su padre la había regalado por su último cumpleaños.
Se recogió el cabello en una melena y fue corriendo al coche, que su madre ya estaba sacando a la calle.
La verdad es que Sara no entendía ir a ese centro comercial a media hora de su casa cuando tenían otras tiendas más cerca que tenían las cuatro cosas que habían comprado.
Y lo que ya definitivamente era incomprensible, era que su madre también comprase unos cuchillos, un tubo de manguera y agua embotellada, cuando tenían de todo en casa.
Pero su madre apenas había hablado mientras estuvieron comprando.
Casi parecía que estaba enfadada con ella.
Pero, ¿por qué?.
No había ninguna razón.
Al contrario.
Sara era una buena chica.
Una buena hija.
Eva era la que no se estaba comportando como la madre de siempre.
Era Eva quien había cambiado.
Y no a mejor.
Estaban eligiendo unos pepinos cuando sonó el tono del whatsapp de Eva.
Leyó el mensaje y su cara se puso seria.
Miró de una forma extraña a Sara, casi daba un poco de miedo.
No sabía qué era lo que pasaba.
No entendía la expresión de la cara de su madre.
Cuando subieron al coche, Eva sorprendió de nuevo a Sara.
Dame tu móvil –dijo, a la vez que extendía su mano.
¿Por qué? –se atrevió a cuestionar Sara y, por primera vez en su vida, sintió la mano de Eva, de su madre, darla una bofetada con todas sus fuerzas.
Porque lo digo yo, que soy tu madre –escupió las palabras Eva, con una mezcla de furia fría y algo… algo que no lograba determinar Sara.
Va… vale… -cedió Sara, que la entregó el teléfono móvil.
Su madre empezó a mirar el listado de llamadas.
Sara tragó saliva con dificultad.
Te parecerá bonito, ¿verdad?. Llamar al Tutor del Instituto a mis… nuestras espaldas. ¿Quién te ha dicho que podías hablar con él?. ¿Eh, dime? –iba soltando Eva, aumentando poco a poco el tono de su voz.
Yo… pero…
¿De verdad creías que no iba a llamarme para preguntar qué te pasaba y por qué no querías que fuésemos?. ¿Te crees que me chupo el dedo?. Entiende una cosa de una puta vez, ahora somos suyas, somos de Hasim, ¿entendiste?. Ya no importa nada más ni nadie más. Ni el Instituto ni tu padre ni nada. ¿Entendiste?. Creía que antes lo habías entendido, pero se ve que no, y yo no puedo salvarte siempre de todos los errores que cometes. Ya no eres una niña… y hasta que lo decidamos, no volverás a ir al Instituto, ¿entendiste?.
Pe… pe… pero… pero… -tartamudeó Sara, que vio caerse el castillo de fantasía que había forjado alrededor de José y la oportunidad de que fuese su “caballero de la blanca armadura” y que derrotase al “ogro” que era Hasim.
Y estos mensajes… ¿quién es Dylan?. ¿A esto has destinado todo el dinero que gastamos en tu educación?. ¡Santo Dios!. ¡Suerte que Hasim entró en nuestras vidas, porque estás muy desviada!.
Eva arrancó el coche, tirando el móvil de Sara al hueco de la puerta del conductor, sumiendo a la chica en una especie de desamparo… virtual, pero desamparo.
Al principio parecía que regresaban a casa, sumidas en un incómodo silencio.
Cada vez que la chica intentaba explicarse, se encontraba con una especie de muro levantado por su madre, la comunicación era sencillamente imposible.
Pero a mitad de recorrido, Eva tomó un desvió diferente y empezó a callejear por otra zona de la urbanización que aún tenía bastantes zonas en construcción, y la adolescente empezó a preocuparse.
- ¿A dónde vamos, mamá? –tanteó-. Por aquí no se va a casa.
Eva no respondió.
Y eso incrementó la sensación de desasosiego de la jovencita.
Mami… -probó, recurriendo a la fórmula más infantil de contacto son su madre.
¿Te quieres callar? –la espetó, y Sara comprendió que, además del enfado, la voz de Eva dejaba entrever nerviosismo y… y otra cosa que no lograba identificar pero que hizo que a la chica la recorriese un escalofrío-. Tenemos que hacer una parada antes de volver a casa –terminó murmurando.
No volvió a insistir.
Llegaron al extremo de la urbanización, donde ya sólo quedaban solares y zonas en construcción que parecían algo siniestro con la escasa iluminación, puesto que ya no había farolas, sino sólo los faros del coche y alguna bombilla suelta en algunos recodos.
Y allí se detuvo Eva.
En mitad de la nada.
En la acera junto a la que sólo había un edificio del que apenas estaba terminada la planta baja y en cuyo camino de entrada brillaba una luz roja.
- Ven. Sígueme –ordenó su madre.
Se bajaron.
Eva cogió parte de la compra y avanzaron hacia ese esqueleto que daría forma a una casa.
Sara empezó a temblar de nuevo.
Su teléfono móvil se había quedado en la puerta del conductor.
Pero no se atrevía a decir nada.
Y, entonces, pudo escucharlo.
Un murmullo.
Procedía de la casa.
Varias voces.
Masculinas.
Ninguna en su idioma.
El pánico la cegó.
Quería huir.
Escapar.
Pero una mano se cerró sobre la suya.
Eva la cogió de la mano como cuando era una niña y empezó a tirar suave y lentamente hacia la casa.
Y ella no pudo evitar que sus pies fueran hacia allí.
No quería ir.
Sabía que iba a pasar algo malo.
Que la iba a pasar algo malo.
Pero avanzó.
Agarrada de la mano de su madre, se dirigió lentamente hacia ese punto iluminado de rojo bajo el que vio que las esperaba una sombra más oscura que la noche.
Un par de pasos y lo reconoció.
No por la vista.
Ni por el oído.
Ni siquiera por ese breve apretón de mano de su madre.
Fue el olor.
Ese intenso aroma que desprendía.
Era Hasim.
Sara sabía que estaba condenada.
Pero, como los corderos, no era capaz de reaccionar ante su destino.
Y siguió adelante de la mano de Eva.
Directa al sacrificio.
A su nuevo destino.
El nuevo horror que Hasim iba a desplegar.
Y al que su madre la conducía.
- Kafir… mi pequeña kafir… ser mala… mala mala… yo tener que castigar –la anunció Hasim, ansioso, antes de besar con pasión a su madre y tocándola sin pudor las tetas-. Ajaliba, preparar a kafir –la ordenó, a Eva, antes de acercarse al otro lado de la pared del fondo y ladrar con fuerza unas palabras que hicieron, primero enmudecer, y luego lanzar gritos de alegría al grupo que tenía allí reunido.
Pasaron de la mano a una habitación en la que se apreciaba un agujero a media altura en el muro divisor de la derecha y una puerta enfrente.
Había una pequeña fuente de luz al fondo, surgiendo de una linterna portátil al lado de un grifo que goteaba sobre el suelo.
Fueron hasta allí y Eva empezó a sacar las cosas de la bolsa.
Una a una las depositó en el suelo.
Los pepinos, el cuchillo, la manguera y la botella de agua fueron extendidos por el suelo.
Eva abrió el grifo y lavó por fuera los pepinos antes de empezar a pelarlos y volver a dejarlos dentro de la bolsa hasta que fueran necesarios.
Después se acercó a Sara con el cuchillo aún en la mano.
La chica, que hasta entonces sólo había estado observando a su madre realizar la trivial labor de pelar los pepinos, retrocedió frente a un cuchillo que al acercarse hacia ella pareció crecer de tamaño hasta convertirse en un arma terrorífica.
Sólo pudo dar dos pasos.
Hasim estaba justo detrás de ella y la sujetó por los brazos, mientras Eva continuaba avanzando con el cuchillo en la mano.
Apoyó el filo del cuchillo contra uno de los tirantes de la camiseta que llevaba Sara, regalo de su padre, y lo cortó.
No fue rápido.
El cuchillo era de sierra.
Tardó lo que a la joven Sara se le antojó una eternidad.
Pero lo hizo.
Cortó los dos tirantes. El de la camiseta y el del sujetador que llevaba debajo.
Después hizo lo propio con el otro lado.
La camiseta, desprovista de los tirantes, fue resbalando por el tronco de Sara hasta su cintura, donde la fuerza de la gravedad fue anulada por la presencia del pantalón vaquero.
Entonces Eva, su propia madre, colocó el cuchillo entre los turgentes senos de Sara y tiró hacia si hasta que el último punto unión del sujetador se rompió y dejó una prenda totalmente inservible que fue lanzado a un rincón oscuro del cuarto.
Sara estaba entonces con las tetas al descubierto.
Hasim sujetaba sus brazos, pegado a la espalda de la chica, mientras Eva usaba ahora el cuchillo para romper el tejido del pantalón a la altura de la entrepierna.
En apenas un rato, Sara había pasado de estar vestida a encontrarse desnuda de cintura para arriba y con un amplio agujero que casi partía sus pantalones por la mitad justo en el lugar donde empezaban las piernas.
Ni siquiera sus bragas se habían salvado.
Estaban rotas.
Las notaba colgando, apenas sujetas por el propio tejido del pantalón vaquero.
Pero, en cambio, su coño estaba ahora completamente accesible.
Y, sin poder dejar de temblar atrapada en el abrazo de Hasim, la joven española temía lo que vendría a continuación.
Hasim la soltó.
No lo esperaba.
Casi se cae.
Temblando, fue hasta apoyarse contra la pared más cercana, mientras veía como su madre se arrodillaba ante el refugiado y le desabrochaba con ternura el pantalón.
Lo iba dejando caer, concentrándose en la polla erecta que surgió como un resorte, casi golpeando la cara de Eva.
La madre de Sara fue lamiendo lentamente cada centímetro de la superficie de la gorda polla de Hasim, hasta llegar a sus huevos.
No paró.
No la detuvo el peludo escroto.
Lo besaba con un placer indefinido que era absolutamente incomprensible para la joven española.
La resultaba un espectáculo asqueroso.
Repugnante.
Y… y, sin embargo, ligeramente excitante.
Incluso, sin darse cuenta, tenía sus dedos acariciando la rajita de su coño, que empezaba a reaccionar hinchándose por segundos.
Hasta que se dio cuenta de que no eran sus dedos.
Porque tenía las manos apoyadas en la pared.
Bajo despacio la mirada, presa de un nuevo temor.
Del agujero en la pared en la que estaba apoyada, surgía una mano negra como el carbón.
Era esa la mano que estaba jugando con su coño.
Gimió.
No un gemido de placer.
Fue, sencillamente, un grito que se negó a surgir de su garganta, atrapado por la propia situación de pesadilla que estaba viviendo la chica.
Y, sin embargo, fue suficiente para Hasim.
Apenas un instante antes estaba de pie ante su madre, recibiendo sus atenciones en su polla y huevos, y ahora se encontraba junto a ella, acariciándola la cara.
- Kafir, pequeña kafir, recuerda eres mía. No volver a olvidar –la susurró, separándola del muro y haciéndola darse la vuelta.
Del otro lado llegaron murmullos agitados.
Lentamente, Hasim la obligó a inclinarse y meter su cara y cuerpo por el agujero del muro, hasta que tuvo la mitad en el otro extremo y sólo quedó en la zona de Hasim y su madre las piernas y caderas de la muchacha.
Se encendió una luz en la nueva habitación.
Un foco la deslumbró.
Cerró los ojos.
Pero no antes de ver un espectáculo de pesadilla.
Un mar de pollas la miraba.
Fue todo lo que vio.
Todo lo que quiso ver.
Los notó rodearla.
La magreaban las tetas.
Pollas endurecidas y húmedas se apretaban contra cualquier parte de su cuerpo a ese lado del muro.
- Chupar, kafir, chupar –pudo escuchar con claridad, pese al ruido que la rodeaba.
Y lo hizo.
Sara abrió la boca.
Pero no los ojos.
Ni siquiera cuando la primera polla entró en su boca.
No quería ver.
No quería ver nada.
Era, en su mente, como si el no verlo, redujera lo que la pasaba.
De cómo la tocaban sin parar mil manos, mientras las pollas entraban y salían de su boca.
Ella se sujetaba al borde del agujero del muro para evitar caerse a ese lado, donde habría sucumbido en un mar de penes.
Pero al otro lado tampoco tendría paz.
No había paz para las condenadas.
Porque pronto sintió otra polla.
Esta vez apoyándose en su coño.
Y unas manos.
Manos suaves.
Manos dulces.
Manos pequeñas… más pequeñas que las de ese cerdo de Hasim.
Y estaba convencida de que eran las manos de su madre.
Y la estimulaban.
Acariciaban su clítoris.
La hacían aumentar su excitación para que relajase el coño y que la polla de Hasim entrase con más facilidad.
Y lo logró.
Mientras a un lado del agujero en la pared, Sara era sometida a todo tipo de tocamientos y mantenía su boca constantemente llena de pollas, por el otro lado Hasim empezaba a bombear dentro de su vagina, llenándola con su gordo pene a la vez que Eva seguía acariciando y estimulando la zona genital exterior de la chica.
- Chupar, kafir, chupar –gritaba Hasim, por encima del sonido que se producía alrededor de Sara-. No volver olvidar ser mía. Para siempre.
El falso refugiado no dejaba de penetrarla cada vez más fuerte y rápido, mientras la madre de Sara intentaba mantener el ritmo de caricias de su hija para aumentar su placer.
Placer que Sara no sentía.
No hubiera podido sentirlo.
Estaba desbordada.
Superada por la situación.
Superada por la cantidad de pollas que no dejaban de llenar su boca y que, a veces, no salían a tiempo y descargaban su lefa dentro de la boca de la chica, que se veía obligada a tragar para no ser asfixiada por la siguiente polla que entraba sin dilación en cuanto tenía la boca libre.
Superada por las manazas que maltrataban su cuerpo y que, especialmente, se cebaban en sus tetas, cuyos pezones estaban al rojo vivo por los mordiscos y pinzamientos que recibía de bocas y manos que la usaban y abusaban sin piedad alguna, en mitad de risas e insultos.
Insultos.
Lo único que sonaba en español en la sala.
Lo único que habían aprendido del idioma.
Y todos resonaban en los oídos de la jovencísima Sara.
Fueron momentos de sensaciones contradictorias.
Asco por la situación a la que la sometían,
Miedo a lo que la harían.
Dolor por el sufrimiento que inflingían a sus tetas.
Impotencia por no poder hacer nada.
Y… y un poco de placer, una sensación que detestaba por cómo la estaba obteniendo.
Una degradación máxima que parecía repetirse cíclicamente en los últimos días en su vida.
Y todo se lo debía a Hasim.
Todo era su culpa.
¿O todo era gracias a él?.
Sus pensamientos empezaban a ser confusos y se encontraba cada vez más desorientada.
Las pollas no paraban de ocupar su boca, con ligeros momentos de paz según iban cada vez más hombres soltando sus chorros de lefa en su boca o en su cara.
Ya no podía abrir los ojos.
Ni queriendo.
Tenía lefa por todas partes.
Notaba sus pestañas completamente adheridas por culpa de las lechadas recibidas.
Hasta su olfato estaba anulado.
Sólo olía a lefa.
Y empezaba a sentir arcadas.
Pero intentaba aguantar.
Estaba segura de que Hasim no reaccionaría igual que el vecino si vomitara precisamente ahora.
En su momento cumbre.
Porque lo sabía.
Lo notaba.
Los golpes rítmicos con los que el odioso árabe la rompía, empezaban a tener otro ritmo.
La tensión de su polla dentro de su vagina estaba cambiando.
Ya llegaba.
Y no podría parar.
Sabía que no querría parar.
Y que volvería a llenarla bien dentro con su asquerosa lefa.
Y siguió…
Y siguió…
Y siguió bombeando…
Hasta que la sacó.
La mano que su madre había usado para masturbar a Sara, también se desvaneció.
Y pese a todo el ruido que inundaba sus oídos, la chica supo lo que pasaba al otro lado del muro.
Su madre estaba bebiéndose hasta la última gota de la lechada de ese ser indeseable.
Y mientras, ella seguía teniendo que comerse polla tras polla.
Cada vez más separadas, según iban vaciándose en su boca, su cara o sobre su cuerpo, pero poco a poco cesaban las mamadas que debía realizar.
Aguantar hasta el final fue toda una prueba de resistencia.
Y, una pequeña parte de la chica, se sentía orgullosa de haber logrado superar esa nueva prueba.
Hasta que escuchó la voz fría como el hielo de Hasim, que llegó flotando desde el otro lado del agujero en la pared.
- Ajaliba, traer kiar. Hora enseñar kafir.
Como un jarro de agua fría, la comprensión chocó contra la adormecida consciencia de la joven.
La noche no había terminado.
No había terminado para nada.
Y lo peor llegaría ahora.
Hasim se encargaría de que así fuese.
Y Sara no podía hacer nada.
Continuará…