Acogiendo a Hasim. La llegada.
La familia de Sara decide acoger durante unos días a Hasim.
ACOGIENDO A HASIM.
LA LLEGADA.
Me llamo Sara.
Soy española, morena, con una melena larga. De estatura media y, bueno, en general con un buen cuerpo.
Estaba terminando bachillerato cuando mi familia acogió a Hasim.
Soy hija única en una familia comprometida con las actividades de nuestra diócesis, sobre todo con la ayuda a personas desfavorecidas. Pero aún así me sorprendió que mis padres accedieran a acoger a Hasim.
Un día, al volver de las clases en el instituto, les descubrí limpiando la habitación de invitados que solían usar mis tíos cuando venían de visita.
¿Vienen los tíos? –pregunté, emocionada, porque la verdad es que cada vez que venían a pasar unos días siempre era después de un viaje.
No, cariño, el Padre Luis nos ha pedido que demos acogida a un refugiado porque ya no tienen sitio en el Albergue –me contestó mi madre.
No hay mejor regalo que compartir, ya lo sabes –añadió mi padre, que adivinó que estaba pensando en los regalos que traían mis tíos tras cada viaje.
Si quieres, puedes preparar algún cartel de bienvenida, cariño –añadió mi madre.
Así que me fui a mi cuarto y preparé unos pequeños adornos de bienvenida.
Esa misma tarde llegó Hasim.
Mis padres se sorprendieron tanto como yo cuando el Padre Luis se presentó con un hombre adulto, de rostro aceitunado, barbudo y con unas espesas cejas que estaban casi unidas entre sí.
Desde el principio me di cuenta de que se fijaba en mí.
El uniforme del instituto, del que tantas veces me había quejado con mis amigas, ahora me parecía que me hacía mostrar demasiado.
Me sentía expuesta mientras mis padres hablaban con el Padre Luis y Hasim no dejaba de mirarme de arriba abajo, haciéndome pensar que la falda era demasiado corta y que no debería de haber salido a recibirle sólo con la blusa blanca en la que se marcaban las formas de mis pechos, algo que no me importaba en clase porque disfrutaba de la atención de un grupo de chicos, pero que ahora me hacían ruborizarme mientras me veía reflejada en los ojos de Hasim.
- Mira, cariño –interrumpió mi madre-, ¿por qué no llevas a Hasim a su cuarto y que se acomode mientras tu padre y yo nos despedimos del Padre Luis?.
Se notaba que mis padres no estaban nada contentos con la situación, pero tampoco querían romper el compromiso que tenían, y buscaban encontrar una solución a solas.
Con un nudo en la garganta, subí con Hasim al piso de arriba, donde estaban los dormitorios.
Nada más llegar, sacó de entre la ropa un par de fotos de él con una mujer con hiyab y un par de niños.
Familia –me dijo, señalándolos.
Aaaahh, qué bien, tienes una familia preciosa.
Tú preciosa también –me dijo, y volví a sentirme incómoda, aunque menos ahora que sabía que tenía mujer e hijos.
Gracias… -y, como no se me ocurría que más decir, señalé la decoración de la pared con los mensajes de bienvenida- eso es mío. Esta es tu casa.
Como no dejaba de mirarme, terminé saliendo y entré en mi habitación, cerrando la puerta pese al calor que ya empezaba a hacer porque Hasim no dejaba de mirarme desde su nueva habitación (la puerta de mi cuarto estaba frente a la suya).
Esa noche mis padres me contaron que tenía 33 años y estaba a la espera de que tramitasen su solicitud de refugiado.
Mientras, viviría en nuestra casa, aunque esperaban que sólo fuera algo temporal hasta que el Padre Luis le encontrase un trabajo.
Al principio todo fue bien.
Hasim seguía mirándome hasta hacerme sentir incómoda cuando llevaba el uniforme del instituto, pero no pasaba de ahí. No dije nada a mis padres porque pensé que era un tema cultural.
Al tercer día regresó el Padre Luis con la noticia de que había encontrado un puesto en jardinería para Hasim.
Es una noticia estupenda –se alegró mi padre.
Sin duda –corroboró el Padre Luis con una sonrisa. Después me habló directamente-. Sara, ¿te importaría contárselo a Hasim?. Yo tengo que hablar con tus padres un momento.
Eeee… sí, claro, sí… -respondí. No quería, pero como mi padre asintió con la cabeza, subí arriba mientras ellos empezaban a hablar en voz baja.
Al llegar a su puerta me detuve, incómoda.
Como otros días, salía un leve olor a incienso o algo parecido.
Llamé con los nudillos.
¿Quién ser?.
Yo, yo… –contesté automáticamente, antes de agregar en voz más alta- Sara.
La puerta se abrió y pude ver que llevaba puesta de nuevo su chilaba, con la capucha apartada. Iba descalzo y tenía extendida una alfombra en el suelo, junto a la cama de matrimonio que ocupaba el centro del dormitorio.
Pasa.
No, no, gracias… esto, yo… eee… bueno…
Pasa –insistió, cogiéndome de la mano y haciéndome entrar antes de cerrar la puerta con el seguro por dentro. Luego me señaló la cama-. Sienta.
No, yo…
Siiiienta –insistió, acercándose hasta tener su cara contra la mía. Obedecí con el corazón a cien al verme atrapada.
Hasim se alzó la chilaba hasta las rodillas y pude ver que no llevaba pantalones. Eso me asustó y le hizo reir al ver mi cara.
- Fatasajifa –pareció murmurar, mientras se arrodillaba sobre la alfombra, de forma que sus ojos quedaban mirándome directamente al espacio entre mis piernas que apenas cubría con la falda.
Me puse colorada, sobre todo, cuando me quitó los zapatos y los tiró hacia la puerta mientras me miraba sonriendo.
- Como mi casa…
Empezó a inclinarse mientras murmuraba frases en árabe, tocándome a veces, haciéndome estremecer.
Unos minutos después terminó, se levantó y dejó caer la túnica hasta cubrir totalmente sus piernas, aunque sus pies continuaban al aire.
¿Qué querer Sara? –me preguntó.
El el Pa Padre Luis ha veni venido y tie tienes trabajo –respondí muy nerviosa, sabiendo que la puerta aún estaba cerrada.
Bien. ¿Celebrar ya? –contestó y, entonces, me di cuenta del abultamiento bajo su túnica.
No no… yo tengo que bajar… yo… luego… me esperan… y me fui corriendo sin que me detuviera hasta la puerta.
Abrí con torpeza el cierre y salí cogiendo los zapatos y no parando hasta estar debajo de las escaleras, cuando por fin pude pararme y ponérmelos mientras intentaba que no se notase mis nervios y ansiedad por el rato pasado atrapada en el dormitorio con Hasim.
Cuando ya estaba más tranquila, escuché despedirse a mis padres del Padre Luis a la vez que de arriba me llegaba un susurro que parecía contener una frase que me puso nerviosa de nuevo “celebrar luego”.
Después mis padres me contaron la otra noticia del día.
Hasim seguiría viviendo con nosotros otro tiempo más, porque por ahora estaría a prueba en el trabajo y el Padre Luis seguía sin sitio en el Albergue.
No pude evitar sentir ansiedad, pero no conté nada de los sucedido a mis padres porque parecían estar ya bastante molestos.
Continuará…