Acogiendo a Hasim. La ensaladera.
La noche de Sara en la casa abandonada sigue bajo la dirección de Hasim, al que ayuda la madre de la chica hasta extremos que no se podían sospechar. Y el premio por superar la noche no será una ensaladera tradicional.
ACOGIENDO A HASIM.
LA ENSALADERA.
¿Kiar?.
¿Kiar?.
¿Qué era el kiar?.
¿Qué nueva maldad iba a desencadenar Hasim?.
La pobre Sara temblaba, intentando de forma instintiva encogerse como si de alguna forma pudiera hacer que su cuerpo pasase desapercibido.
No podría.
Y lo sabía.
Eso era lo peor.
Estaba atrapada.
No de una forma estricta. En cualquier momento ella habría podido sacar su cuerpo a través del agujero en la pared en una u otra dirección.
Pero no se atrevía.
El propio miedo y la incertidumbre la paralizaban.
Pero también el hecho de que en la habitación en la que estaba su cuerpo de cintura para arriba estaba llena de un grupo de hombres sucios y desnudos, con las pollas en distintos grados de flacidez después de vaciar el contenido de sus testículos dentro y sobre ella.
Porque así había sucedido.
Bajo mandato de Hasim.
Y con la colaboración de Eva, de su propia madre.
Ese grupo de más de veinte hombres, árabes casi todos, salvo un par de negros, la había utilizado durante un tiempo que la joven Sara era incapaz de imaginar siquiera.
A ella se la hizo eterno.
A ellos no tanto, estaba segura.
Habían disfrutado enormemente usándola y humillándola.
Obligándola a haberles mamadas sin parar y sin piedad.
Llenándola su boca con sus gordas, calientes y sucias pollas.
Dejándola un sabor asqueroso, mezcla de orines, sudor y esperma.
Dejándola la boca y la garganta pastosas e irritadas.
No sabía ni cuanta lefa había tenido que tragarse para que no la ahogaran.
Ni era capaz casi de abrir los ojos gracias a otro buen montón de chorros de lefa que habían lanzado sobre su cara, sus cabellos y la mitad de su cuerpo.
Notaba sus tetas arder por culpa de los pellizcos y tortas recibidas. Pero también las notaba como si algo las siguiera recorriendo, un animal de lento y asqueroso movimiento. Eran las lechadas, resbalando por su piel hacia sus redondeados pechos y cayendo gota a gota desde los inflamados pezones.
Se reían de ella.
Se reían de ella, mirándola allí, impotente, asomada aún hacia ellos sin atreverse a pasar del todo o a regresar y enfrentarse a su madre y a Hasim.
Se reían de ella mientras iban sacando billetes y juntándolos en un pequeño montón.
Un dinero para Hasim.
Un dinero por usarla a ella, a esa joven adolescente española, como un mero juguete. Un agujero en el que vaciarse y soltar sus asquerosos fluidos. Algo a lo que tratar como si fuera un objeto, una muñeca… no una persona. Porque para ellos es lo que era.
Y si pasaba allí… si entraba en esa sala de esa casa abandonada en mitad de ese sector en construcción de la urbanización… si hacía eso… si lo hacía… estaba segura de que no habría forma de evitar que la volvieran a usar, pero esta vez usando su coño.
Era un pensamiento que la daba miedo, mucho miedo.
Y, a la vez, un poco de excitación.
No sabía de dónde salía ese sentimiento.
Era algo asqueroso.
Era repugnante siquiera la mera idea de que su cuerpo pudiera tener ese… ese…
Y con ellos.
Con esa panda de cerdos violadores.
Con esos asquerosos inmigrantes que la habían usado y abusado y humillado y… y…
Y, además, eso sería una nueva excusa para Hasim.
Estaba segura.
A lo mejor es lo que quería.
Prostituirla.
Ganar dinero con ella como si fuese una cualquiera.
Pero no, ella no lo haría.
Ella era mejor que eso.
Era mejor que todos ellos.
Y, sobre todo, no era una propiedad.
No era un objeto.
Hasim no era su dueño.
No.
Hasim era un cerdo.
El más cerdo.
Un completo y absoluto cabrón.
Un ser inmundo.
Y le odiaba.
Cuánto le odiaba.
Era de mala cristiana, lo sabía, pero no podía impedir tampoco este otro pensamiento… este… sentimiento que casi la ahogaba tanto como un momento antes lo habían hecho las pollas de esos… esos… no había ni siquiera palabras suficientes para definirlos a ellos y su maldad.
O a la maldad más terrorífica de Hasim.
El destructor de su vida.
El que había roto sus sueños y esperanzas.
El que la había manipulado y usado a su antojo una y otra vez desde su llegada.
El que había vuelto a su propia madre contra ella.
El que había roto su familia.
El que quería ser su dueño.
Pero no lo era.
No señor, no.
Ella no era un objeto.
No estaba en venta.
No era propiedad de nadie.
Ella no era nada de Hasim y no era nada para Hasim.
No, para nada.
Resistiría.
Pese a la traición de Eva, esa mujer que antes había sido su cariñosa madre, resistiría.
No se daría por vencida.
Fuese lo que fuese lo que pretendieran hacerla, resistiría.
Aguantaría.
Ella era fuerte.
Al final el Bien triunfaría.
Cuando volviese su padre… cuando volviese… entonces… entonces…
Pero faltaba mucho.
No sabría si podría aguantar tanto.
¡Su Tutor!.
Seguro que cuando se enterase iría a salvarla.
El que fuera él quien llamase a su madre y la avisase de la tutoría secreta que había pedido no impedía que fuera buena persona.
Seguro que cuando no pudiera ir a verle, se daría cuenta.
Y la rescataría.
Sí.
Eso pasaría.
La liberaría.
Sí.
Seguro.
Seguro.
Pero entonces entró Hasim en su campo de visión.
Entró en la habitación donde la boca de Sara había sido obscenamente abusada por ese grupo de sucios hombres.
Entró con un cubo en la mano.
Y se acercó a ella.
Sara temblaba.
El miedo se volvió a apoderar de ella y no fue capaz de moverse, de aprovechar el momento para huir por el otro lado del agujero, como una pobre gacela ante los ojos del depredador.
Y de pronto, estaba empapada.
Hasim lanzó el cubo de agua helada contra su cara, limpiándola de parte de los restos que las lechadas habían dejado sobre su cara y parte de su cuerpo.
Se puso a tiritar por el frío mientras veía coger el dinero a Hasim y dejarlo en una mesa mientras el grupo de hombres se marchaba riéndose de ella.
Lo primero en que se fijó fue en su polla.
Hasim estaba desnudo, pero era su polla lo único que Sara podía mirar.
No estaba flácida como las del puñado de hombres que acababa de irse.
Estaba tremendamente endurecida.
Irradiaba calor mientras se acercaba a sus labios.
- Chupar, kafir –la ordenó.
Sara sabía que negarse habría sido inútil.
La habría golpeado.
La maltrataría sin dudarlo.
No sería la primera vez.
Por un momento pensó en huir.
Escapar por el otro lado.
Pero… ¿a dónde?.
Su madre estaba allí.
Pero sabía que no la iba a ayudar.
Y el coche estaba cerrado.
Con su móvil dentro.
Estaba aislada.
Y, además, el grupo que acababa de abusar de ella aún estaba fuera.
No podría dar dos pasos antes de volver a ser capturada.
Y luego sería peor.
Mucho peor.
Estaba segura.
Un fuerte tortazo interrumpió la cascada de sus pensamientos.
Estaba tardando más de un segundo en obedecer a Hasim.
Tardar dos sería peor.
La adolescente abrió la boca, aún pastosa, para recibir la endurecida y gorda polla del falso refugiado.
Se la fue metiendo hasta llegar a su garganta.
Inundó su boca con el tamaño de su pene.
Y sólo entonces, cuando la tuvo ahogándose al no poder meter aire en los pulmones, con la polla bloqueándola y la saliva resbalando por las comisuras de sus labios, fue cuando escuchó a su torturador hablar con su madre al otro lado del muro.
- Empezar, ajaliba. Castigar ahora a kafir –y, luego, dirigiéndose a la pobre Sara, añadió-. Castigar por chatear con otros. Ahora tú mía. Tu madre mía. Tú mi kafir. Solo mía. ¿Entender, kafir? –terminó, golpeando con la mano el carrillo hinchado de la joven, distendido al máximo por la polla que inundaba la boca adolescente de la chica.
Sara no podía hacer nada.
Sólo podía llorar.
Otro golpe en la cara.
Y la polla de Hasim sin moverse.
Se ahogaba.
El tercer golpe no llegó a producirse.
La humillada adolescente española asintió, sabedora que no habría piedad de Hasim si no lo hacía.
Y entonces dio un respingo.
Y el pene de Hasim empezó un lento bombear, dejándola lo justo para poder respirar… con dificultad, pero respirar.
Nunca la supo tan bien el aire.
Casi se olvidó de la causa del respingo que acababa de dar.
Era su castigo.
Al otro lado del muro.
Al otro lado del agujero, Eva cumplía las órdenes de Hasim.
Y algo entraba en el usado, hinchado y aún caliente coño de Sara.
Algo que no estaba vivo.
Algo frío.
No mucho pero frío.
Duro.
Con bordes que la irritaban mientras se abrían paso, lentamente, a su interior, llenando su vagina.
Y ligeramente húmeda.
No sabía cómo lo sabía, pero lo sabía.
Y era su madre la que lo empuñaba.
Fuese lo que fuese el kiar.
Porque era el kiar lo que estaba metiéndola.
La chica estaba segura en medio de la mamada que se estaba viendo obligada a hacer a Hasim para complacerle y no ser asfixiada por ese gordo pene dentro de su maltrecha y pastosa boca que tantas lechadas había recibido ya esa noche.
¿Por qué todo el mundo pensaba que su boca era como un buzón donde insertar penes y vaciarse los huevos?.
¿Por qué?.
¿Qué había hecho ella?.
¿Qué mal había realizado para tener que sufrir tanto?.
¿Por qué los hombres se creían con derecho a usarla y humillarla como si no fuese nadie, como si no fuese nada, como si no tuviera sentimientos ni padeciese dolor?.
¿Por qué su propia madre la estaba empalando con ese kiar gordo, de bordes irregulares y lo giraba como si estuviera intentando atornillarlo dentro de su inflamada vagina?.
Sentía arder su coño, que poco a poco iba siendo inundado por la enormidad del kiar.
No creía que nunca hubiera podido entrar nada tan grande dentro de su coño.
Pero así era.
Poco a poco iba entrando.
Arañando las paredes de su vagina y dejando un rastro de inflamación e irritación en la entrada a su coño, haciendo que la recorriese una mezcla de dolor y… y… y excitación… no podía evitarlo.
Su madre acompañaba la entrada del kiar con tocamientos en su clítoris que cada vez la iban excitando más, sin poder evitarlo.
Y mientras eso pasaba a un lado del agujero en la pared, al otro su boca era violentada por la inmensa y gorda polla de Hasim.
Sus huevos peludos chocaban contra su cara y gotas de sudor caían sobre la cara de Sara, haciendo que casi no tuviera ni opción de abrir los ojos, dejándola absolutamente a merced del resto de sus sentidos mientras su madre y Hasim abusaban de ella sin piedad.
Por fin el kiar dejó de entrar.
La llenaba completamente la vagina.
Sara nunca habría creído que eso fuese posible.
Ni que estaría tan excitada.
La experta mano de su madre estaba provocando que tuviera unos espasmos tremendos y eso hacía salir un poco el kiar, que ella volvía a meter rápidamente de nuevo hasta el fondo de la vagina de la adolescente.
Hasim se encargaba de su boca.
La obligaba a tragarse su polla sin parar.
Sin piedad.
Agarrándola de los cabellos para profundizar al máximo la penetración oral.
Y ella no dejaba de llorar.
De llorar en una mezcla de miedo y placer.
Porque estaba a punto de tener un orgasmo.
Un orgasmo por culpa de sus violadores.
Y no podía evitarlo.
Su propio cuerpo la traicionaba.
Y eso la hacía sentirse doblemente humillada y traicionada.
Fue simultáneo.
Una de esas casualidades de la vida.
Algo que en una relación sana y normal sería un instante asombroso y delicioso.
El culmen de una relación sexual plena de amor.
Pero no allí.
No en ese momento.
No así.
No con Hasim y su madre.
No atrapada en un agujero en mitad de la pared de una casa abandonada.
No después de todo lo vivido esa noche…
Ni esos días de atrás…
Pero su cuerpo la traicionaba… de nuevo…
Sara se corrió.
Un orgasmo absoluto y brutal la recorrió.
La hizo temblar de arriba abajo.
La hizo sentirse en una nube.
Y, por un microsegundo, hasta fue plenamente feliz.
Hasta que el chorro la llenó.
Una impresionante cascada de espesa y caliente lefa surgió como lava de un volcán dentro de su boca.
Hasim se vació por completo.
Inundó su boca y la provocó arcadas mientras mantenía su polla dentro de su boca, soltando los chorros de su semilla bien dentro de la boca de la joven, haciendo que cayera directamente por su garganta mientras ella no podía respirar y se atragantaba a la vez que su cuerpo se convulsionaba con el orgasmo que su madre acababa de proporcionarla con su mano y el kiar.
Cuando, por fin, la polla de Hasim abandonó su boca, Sara estaba exhausta.
Terriblemente agotada.
Una mezcla de saliva y lefa goteaba de sus labios.
Y entonces Hasim comenzó a golpearla.
Una y otra vez sus manos la abofeteaban la cara o las tetas, mientras la indefensa joven chillaba y suplicaba que parase.
Pero él no paraba.
Y su madre tampoco.
El dolor del castigo físico del falso refugiado se mezclaba con los movimientos de la mano de Eva en su coño y la sensación de plenitud de su vagina, completamente llena por el gigantesco kiar.
El nuevo castigo duró una eternidad.
O quizás sólo fuese un minuto.
Sara no lo sabía.
Sólo sentía el dolor… y el placer…
Placer… y dolor…
Una mezcla absurda.
Placer y dolor. Dolor y placer.
Hasta que reventó de nuevo.
Un segundo orgasmo la hizo arquear la espalda y convulsionar todo su cuerpo mientras las bofetadas de Hasim cesaban y la escupía en plena cara, entre los ojos.
De nuevo, el árabe se plantó delante de la cara de Sara.
Pero esta vez de espaldas.
Enseñándola el culo y sus colgantes y peludos huevos… aunque su culo no es que estuviera depilado precisamente.
Y la adolescente dudó por un momento de que fuese a pedirla algo tan repugnante.
No, no podía.
No, por favor, eso no.
Pero la piedad no existía para Hasim.
Ajaliba –volvió a llamar a su madre, del otro lado del muro-. Culo ya –y, seguidamente, bajando el tono mientras la miraba con el cuello retorcido hacia atrás y abajo, indicó a la joven adolescente española- y tú, kafir, culo ya. Chupar.
No –logró articular Sara.
No hubo piedad.
No la esperaba.
Hasim pegó su culo contra la cara de Sara, restregándolo e inundando sus fosas nasales con el olor de la mierda.
Y a la vez algo sucedió al otro lado del muro.
Algo líquido y espeso empezó a caer por culo.
Lo sentía.
Y sentía cómo su madre volvía a intensificar sus tocamientos en su clítoris y cómo su conciencia se iba desdibujando en una nueva oleada de placer.
Cada vez más rápido.
¿Otro orgasmo?.
¿Cómo era posible?.
Imparable.
Crecía sin parar la sensación dentro de ella.
La desbordaba.
La excitación era imposible de evitar.
Y crecía sin parar.
Como una riada.
Cada vez más rápido, ahora que se habían abierto las compuertas, la pasión que desencadenaría un nuevo orgasmo era cada vez más fácil de alcanzar.
Y Sara no podía evitarlo.
Su cuerpo era el de un animal en celo.
Era una perra en celo.
Y mientras un tercer orgasmo la arrancaba chillidos de placer, uno de los dedos lubricado de su madre entraba de golpe en su culo y Hasim aprovechaba para colocar su propio ano ante la boca de Sara.
La chica no pudo resistirse más.
Empezó a lamer el culo de Hasim.
Así, a lo mejor, evitaría lo que su madre estaba haciéndola en su propio culo.
A lo mejor… a lo mejor…
Pero era asqueroso.
Repugnante.
Los pelos del árabe, los restos de… de… prefería no pensar en ello… y casi no lo hacía, porque su cuerpo estaba bajo los efectos aún de ese tercer orgasmo y del masaje continuado de su madre en su vulva mientras su vagina permanecía inundada por el kiar y un segundo dedo se abría camino en su ano.
Sara actuaba mecánicamente.
Ya no pensaba.
Olas de placer inundaban su cerebro adolescente.
Y ella chupaba.
Chupaba el culo y la bolsa de huevos de su enemigo.
Y su madre la masturbaba.
Y su madre mantenía un objeto inmenso dentro de su vagina.
Y su madre jugaba con sus dedos abriéndola el culo.
Y no podía parar.
Estaba en un estado de tal excitación que incluso esta nueva humillación carecía ya de sentido.
Sara no estaba ya en el mundo real.
Cuando el cuarto y asombroso orgasmo la hizo estar a punto de caerse, algo nuevo pasó.
Un dolor impresionante la atravesó.
Su madre había sustituido sus dedos por un nuevo objeto.
Uno mucho más grande que dos dedos.
Uno como el que tenía dentro de su vagina, llenándola y forzando los límites de su cuerpo hasta el máximo de lo que había creído posible.
Pero era mentira.
Y lo iba a descubrir ahora.
Porque su madre, sin parar de masturbarla, estaba metiendo otro de esos objetos duros y con extremos que raspaban por sus filos… ligeros, sí, verdaderamente suaves, pero que dentro del cuerpo de la joven parecían tremendamente afilados… y se lo estaba metiendo ahora por el culo.
No, por favor… por el culo no… -empezó a suplicar, mientras lloraba.
Mientes, kafir, tu cuerpo no –sentenció Hasim, al tiempo que sonreía con su rostro unicejo y se deba la vuelta de nuevo para volver a meter su polla dentro de la boca de la chica-. Callar y chupar, pequeña kafir.
Y Sara obedeció.
No hubiera podido hacer otra cosa.
Le chupaba la polla a Hasim mientras su madre la masturbaba sin parar y metía un segundo objeto dentro de Sara, esta vez por su ano.
El tiempo parecía ir a saltos.
Dolor.
Placer.
Dolor y placer.
Placer y dolor.
Todo se mezclaba.
Sara chupaba la polla de Hasim.
Hasim reía.
Sara lloraba.
Eva la masturbaba.
Sara sentía crecer de nuevo su excitación en su cuerpo.
Eva metía lentamente el segundo kiar, dolorosamente dentro del culo de su propia hija.
Y Sara ya no podía pensar.
Sólo sufrir.
Sólo gozar.
Y así surgió un nuevo orgasmo.
Con su cuerpo lleno por el culo y el coño.
Con su boca recibiendo la polla de Hasim.
Con su madre tocándola con ansiedad el clítoris.
Otro orgasmo inundó a la joven.
Y no pudo más.
Cuando Sara se despertó, estaba tendida en el suelo.
Desnuda.
Lo primero que hizo fue mirarse el coño.
Era un pepino.
Su madre había usado uno de los pepinos que habían comprado y que luego peló allí mismo.
Era el pepino lo que la perforaba el coño, llenándola la vagina.
Poco a poco se lo fue sacando, no con un suspiro de placer.
Su cuerpo volvía a traicionarla.
Pero entonces vio el otro pepino.
Mucho más fino, en realidad, y sólo entraba un trozo, pero allí estaba, dentro de su culo, manteniendo su ano dilatado.
Fue a cogerlo.
- No, kafir, no tocar –escuchó decir a Hasim.
Obedeció.
Y miró detrás suyo.
Al otro lado del agujero.
En donde su madre desnuda estaba a cuatro patas mientras Hasim bombeaba en su culo con fuerza y la miraba con desprecio.
La noche aún no había terminado.
Continuará…