Acogiendo a Hasim. Jardinería.

Segundo episodio de cómo la llegada de un refugiado cambia la vida de Sara de formas que nunca habría sospechado.

ACOGIENDO A HASIM.

JARDINERIA.

Abrazaderas.

No puedo evitar pensar en ellas. Ni en lo mucho que odio a Hasim. Y al Padre Luis. Sé que él no tiene la culpa de lo que sucedió, pero no puedo evitarlo, siento la necesidad de condenarle por lo que está pasando en casa.

Yo era una chica normal. Estaba terminando bachillerato y preparándome para las pruebas de acceso a la Universidad.

Es verdad que mi familia es acomodada y que toda mi vida he estado en el sistema privado de educación, con sus uniformes y reglas. No merezco lo que me hace Hasim.

Somos buenos cristianos y lo acogimos en casa. Soy… somos… inocentes. No tenía culpa de nada y, sin embargo, sufro.

Ya no me atrevo a traer amigas a casa, ni a estar a solas con él, ni a dormir con la puerta abierta. Nada funciona. Todo es inútil con Hasim.

No tiene piedad. No conoce la piedad. Es malvado.

Las cosas empezaron a torcerse del todo cuando el Padre Luis le encontró el trabajo de jardinero.

Procuraba evitarle desde que le escuché decir que quería celebrar su nuevo trabajo. Fue imposible. Dos noches después todos mis sueños se rompieron.

  • Me me voy a dormir… -anuncié, bostezando y desperezándome en el sofá.

  • Está bien, cariño, descansa –me dijo mi madre, antes de darnos el beso de buenas noches.

  • ¿Terminaste los deberes? –añadió por inercia mi padre mientras los dejaba viendo abrazados el segundo episodio de los cinco seguidos de NCIS que emitían esa noche.

  • Síiiii, papá, sí –respondí con cansancio y subí a mi cuarto para cambiarme.

Mis padres aún aguantarían un rato más antes de subir también a dormir, quizás incluso se vieran parte del tercer episodio antes de quedarse dormidos.

Al ir a entrar en mi cuarto se abrió la puerta de enfrente y vi a Hasim con su chilaba. Me miró intensamente, sin decir nada.

  • Ho ho hola… buenas noches… -logré decir.

El no dejaba de mirarme fijamente, con un ligero enfado en la mirada.

Me hacía sentir mal y bajé los ojos. Entonces vi el bulto y me puse colorada, recordando lo sucedido el otro día y ese susurro amenazante en la escalera cuando bajé a despedirme del Padre Luis.

No quería estar más a su lado, así que entré en mi cuarto y corrí el pasador. En ese momento sentí un gran alivio de poder encerrarme en mi cuarto, apoyada contra la puerta.

Le escuché moverse al otro lado, ir al lavabo y ponerse a orinar con la puerta abierta. Después regresó a su dormitorio y cerró la puerta.

Aún esperé un rato escuchando tras la puerta antes de ir a cambiarme. Me puse un camisón y, despacio, volví a ponerme a escuchar tras la puerta.

Un par de minutos después sólo se escuchaba el sonido del televisor, así que abrí mi puerta y comprobé que Hasim tenía cerrada la suya y no salía luz. No le oía roncar, pero seguro que ya estaría dormido. Por lo menos era la idea que tenía yo de mis padres y mis tíos.

Fui de puntillas hasta el lavabo y cerré con cuidado la puerta.

Hasim no había tirado de la cadena y un olor intenso emanaba, a la vez que se veían flotar algunos pelos que prefería no imaginarme de dónde eran. Tuve que tirar de la cadena, era algo asqueroso.

Limpié la taza con unas toallitas antes de usar también el lavabo, pero yo sí tiré de la cadena porque era una chica educada.

Me lavé los dientes y regresé a mi dormitorio.

Pero antes, volví a acercarme a la puerta de Hasim. Seguía sin escucharse nada dentro, pero por fuerza tenía que estar durmiendo.

De todas formas, en cuando entré en mi dormitorio, volví a bloquear la puerta.

Entonces me di cuenta de que no estaba sola.

No le había visto porque no encendí la luz.

Me agarró por detrás, tapándome la boca con una mano que tenía el mismo aroma que subía del lavabo hacía unos minutos. Por eso supe que era Hasim.

Con la otra mano tiró de mi cintura para llevarme hasta la cama, tirándome encima.

Abrazaderas.

El tiempo era confuso. Parecía ir a cámara lenta y a la vez demasiado deprisa.

Intenté patalear, pero antes de darme cuenta tenía los brazos y las piernas inmovilizadas con unas abrazaderas de plástico semirrígido que había traído de su recién estrenado puesto de jardinería.

  • Ahorrraaa celebrarrr –me susurró al oído, acariciándome el cabello.

  • No, no… por favor, Hasim, por favor… -suplicaba llorando hasta que me dio una fuerte bofetada.

Nunca me habían pegado. Ni siquiera mis padres cuando era niña. Claro que yo siempre fui una niña obediente y educada.

Por eso fue un shock esa primera bofetada.

  • Callar kafir o enfadar a mí –sentenció Hasim con un tono de dureza en su voz que no fui capaz de desobedecerle.

Me subió el camisón, hasta dejar mi cuerpo a la vista, parcialmente iluminado por la luz que entraba por la ventana con la persiana bajada a medias.

Se puso a tocarme como un loco, moviendo sus manos por todas partes.

Varias veces le noté meter sus manos entre mis piernas, acariciando mi coño y pellizcándome la vulva, aunque sobre todo le gustaba morderme los pezones y estrujarme las tetas.

Así pasó varios minutos hasta que se escuchó apagar el televisor.

O, más bien, lo que sucedió es que dejó de escucharse el sonido emitido por el televisor.

Estaba salvada, mis padres subirían y yo gritaría.

Él sabía lo que yo estaba pensando. Vi su sonrisa cuando acercó su barbuda cara a la mía y sentenciarme a perder lo poco de dignidad que me quedaba.

  • Hoy ser medio mujer kafir, yo te entrenaré. Ahora pagar yo.

No entendí sus palabras hasta que se quitó la chilaba.

Estaba completamente desnudo debajo.

Era muy peludo.

Pero lo que me llamó la atención en ese momento fue otra cosa.

Tenía una impresionante erección. Su polla apuntaba a mi cara, gorda y tan caliente y húmeda que lo sentía incluso a medio metro de distancia.

Y, aunque nunca lo había hecho, sabía lo que iba a continuación.

Mis padres no podrían salvarme.

Se acercó a mí. Yo estaba como hipnotizada por su pene. Lo apoyó en mis labios y me tapó la nariz.

  • Abre.

Intenté negar con la cabeza y recibí otra bofetada. Y luego otra, y otra, y otra… No sé cómo lo conseguía mientras con la otra mano me seguía presionando la nariz.

Al final tuve que abrir la boca.

Necesitaba respirar.

No pude.

Su polla entró hasta mi garganta. Me llenó la boca. Y la dejó allí mientras se escuchaba a mis padres subir las escaleras y entrar en su cuarto.

Creí que moría asfixiada.

  • Chupa.

Y chupé.

Lo necesitaba.

Al principio fue por el aire, pero después fue por otra cosa.

Hacía rato que me había soltado la nariz y yo seguía lamiendo su dura polla mientras la movía adelante y atrás dentro de mi boca.

El tiempo se me hizo eterno hasta que empezó a sufrir convulsiones y a lanzar chorros sin parar de algo dulce y caliente que me llenó la boca y bajó por mi garganta.

Tragué. Me lo bebí todo.

  • Muy bien kafir, vas aprendiendo –dijo sonriendo mientras se marchaba, dejándome tendida desnuda sobre mi cama, en un charco de sudor y con muñecas y tobillos inmovilizados por las abrazaderas que se usaban con los árboles.

Me sentí sucia. Pero a la vez una parte de mí estaba contenta.

Sabía que lo que había sucedido era algo malo. Que Hasim era una mala persona. Luego me dormí.

A la mañana siguiente me desperté con una extraña sensación.

Tenía la boca pastosa y brazos y piernas dormidos. Casi no podía moverlos por haber pasado horas con la circulación cortada por las abrazaderas.

Hasim me miraba ceñudo desde una esquina.

  • Hoy insti –anunció-. Luego, aprenderás lo que eres de verdad, pequeña kafir.

Me quitó las abrazaderas, sin que yo pudiera hacer nada salvo mirarle porque tenía completamente dormidas mis extremidades. Y así me dejó, completamente desnuda y estirada sobre la cama, con un regusto a su semen en la boca y restos de algo seco en las comisuras de los labios, cuando faltaban diez minutos para que mi madre viniera a despertarme para ir al instituto.

Cuando mi madre entró, yo fingía dormir.

Continuará…