Acogiendo a Hasim. Hasim no es vegano.

Acoger a Hasim no iba a salir como habían previsto los padres de Sara. Y ese viernes iba a ser muy especial para la pobre chica.

ACOGIENDO A HASIM.

HASIM NO ES VEGANO.

Era viernes.

Hasim estaba en casa cuando regresé del instituto. Estaba comiéndose un plátano cuando me abrió la puerta de casa.

Yo con las llaves en la mano y la mochila a la espalda, colgando sólo del hombro derecho, y Hasim de pie en la puerta con su chilaba y comiendo lentamente un plátano mientras me empezaba a mirar de arriba abajo como si fuese un simple trozo de carne a la venta en una tienda.

  • Hoy bonita, kafir… muy bonita… -dijo, extendiendo la mano para acariciarme los pechos sobre la blusa del uniforme. Allí, en la puerta de casa, sin dejarme pasar, ya empezaba a hacerme sentir humillada.

  • Gra… gracias… -respondí automáticamente, sin saber qué más decir ni cómo lograr pasar con él ocupando toda la puerta.

El autobús ya estaba girando en la esquina de la calle y sólo me quedaba rezar para que nadie del vecindario nos estuviera viendo.

Hasim sonrió por primera vez. Aunque más parecía una mueca.

  • Eres mía, kafir, demás no importa –parecía que me leía el pensamiento. Y, como si se le acabase de ocurrir, añadió a la vez que bajaba la mano y empezaba a meterla bajo la blusa, rozando la piel mientras subía por el centro de mi abdomen, provocándome un escalofrío y otra extraña sensación que me hizo enrojecer de vergüenza-. Pero mejor sin…

Antes de darme cuenta, agarró el sujetador entre medias de mis tetas, bajo la blusa y lo rompió de un tirón.

Esperé, conteniendo la respiración, pero Hasim retiró su mano y simplemente sopló sobre las redondeadas formas de mis pechos.

No pude controlarlo. No sé cómo pasó, pero mis pezones se endurecieron sin querer.

Hasim volvió a sonreír, estar vez un poco más y, metiéndose el último trozo de plátano en la boca, se apartó para dejarme pasar.

  • Basura –pronunció cuando estaba ya entrando.

Me di la vuelta despacio, sin saber qué iba a pasar ahora, pero sólo tenía la piel del plátano en la mano y me la dio.

  • Y mandar fotos luego –me dijo antes de cerrar la puerta para irse a dar un paseo.

Mientras iba a la cocina a tirar los restos del plátano, mi mente aún no sabía de qué hablaba Hasim.

El olor de la basura me lo recordó. Se refería a las fotos que me sacó con mi propio móvil la noche anterior. Eso me hizo ruborizarme aún más. No había vuelto a pensar en esas fotos desde…

En ese momento bajó mi madre del piso de arriba. Llevaba puesta la bata. Casi era como si acabase de levantarse de la cama.

  • Ya has llegado –dijo, como si se sorprendiese, y miró el reloj de la cocina-. Qué tarde. Me cambio y preparamos la comida antes de que llegue tu padre, ¿te parece, cariño?.

  • Sí, mamá –contesté, aún ruborizada.

  • ¿Te pasa algo? –me preguntó y supe que se había dado cuenta y me cubrí cruzando los brazos.

  • No, nada mamá, yo también me voy a cambiar, ¿vale? –y subí corriendo, sin dar opción a que siguiera interrogándome.

  • Vale, cariño –la escuché contestar, con voz vacilante.

Como se estaba volviendo costumbre, Hasim fue el último en bajar a comer, sentándose frente a mi padre, en el lugar que antes solía ocupar mi madre.

Todo iba bien hasta que recibí un mensaje de un número desconocido.

* Fotos.

En cuanto lo leí supe de quién era.

Antes de acoger a Hasim por lo que iban a ser sólo unos días, mi padre no dejaba ver la televisión ni mirar los móviles durante las comidas porque prefería que fueran momentos de comunicación en la familia, pero desde que llegó las normas se empezaron a incumplir para que pudiera comunicarse con su familia que estaba en otra franja horaria, según nos había dicho Hasim.

Aun así, mi padre frunció el ceño cuando me vio cogiendo el teléfono móvil.

  • Sara, en la me…

  • Oír ruido noche en tu cuarto –interrumpió Hasim.

  • ¿Qué? –preguntó mi padre.

  • Poner silencio –respondió el sirio y, luego, como si hubiera sido un error por lo mal que hablaba aún español, siguió-. Noche. Silencio. Luego ruido cuarto Sara.

Mi padre me miró, pero antes ya había puesto yo el móvil en silencio. Yo sabía que eso era lo que Hasim quería de verdad, aunque no supe por qué lo hice.

Podría haber contado todo.

Haber denunciado a Hasim allí mismo, delante de mis padres. Haber terminado con todo.

No lo hice.

  • Lo lo siento… tropecé…

  • Pero cielo, -intervino mi madre, preocupada- ¿por qué no nos dijiste nada?.

  • No no fue nada… -sentía que me estaba ruborizando por mentir a mis padres. Iba contra todo en lo que creía. Y no sabía por qué era incapaz de decirles la verdad y detener todo lo que me había hecho Hasim hasta entonces.

Le vi teclear y sentí vibrar mi móvil de nuevo.

  • Si despertaste a Hasim, entonces tuvo que ser un golpe fuerte. Déjame ver qué te has hecho –siguió mi madre, que empezó a levantarse.

  • ¡No! –grité, sin querer. Mi madre se volvió a sentar, con cara de sorpresa-. No fue nada, no pasó nada.

  • No es forma de hablar a… –empezó a decir mi padre.

  • Esta noche reunión gente albergue –interrumpió Hasim, incomodando a mi padre, pero que lo dejó pasar por educación frente al desconocimiento de nuestras normas que suponía en los inmigrantes.

  • Muy bien. ¿Y hace falta…?.

  • No preocupar, sólo dar llaves para no despertar –cortó con la nueva exigencia Hasim, que hasta entonces nunca había tenido llaves de casa.

  • Bueno, es que… -empezó a responder mi padre, sin saber cómo actuar porque realmente no deseaba darle las llaves ni que viniera a deshoras.

Yo seguía recibiendo mensajes con vibración y, mientras seguían hablando, al final envié las fotos que me había hecho esa noche con mi propio teléfono.

No me enteré de en qué terminó la petición, porque ese fue el momento que escogió mi padre para recoger la mesa y mandarme a mi cuarto.

Esa tarde Hasim se marchó poco antes de que mis amigas pasaran a buscarme para ir juntas a tomar algo y ver una película en el cine.

Al volver, Hasim aún no había regresado y, con la fuerza de la costumbre, me encerré en mi dormitorio para descansar por la noche.

Era la 1:30 cuando sonó mi teléfono móvil.

La pantalla se iluminó con un mensaje.

* Venir garaje .

No quería.

No pensaba hacerlo.

* Venir garaje o fotos .

Me estaba haciendo chantaje con mis propias fotos. Las fotos que él mismo me había sacado la noche anterior mientras me obligaba a hacer esas cosas tan asquerosas que no quería ni recordar. Era asqueroso.

Hasim era repugnante.

Cuánto lo odiaba.

Mientras pensaba todo esto ya me había puesto la bata y bajaba las escaleras.

Cuando entré en el garaje entendí que Hasim me hubiera pedido que bajase allí.

Había otros dos hombres con él.

Todos parecían venir del mismo extremo del mundo que Hasim.

  • Mía –anunció-. Mi kafir.

Me quedé paralizada. No sabía qué hacer. Era una encerrona, pero aún podía dar media vuelta y…

Y nada, porque detrás de mí se cerró la puerta al entrar un tercer hombre.

Parecían algo mayores que Hasim, aunque tampoco estaba muy segura porque en cuanto empezaron a rodearme me entró una sensación de pánico que casi hizo que empezase a gritar.

Hasim volvió a leerme la mente.

Me dio un par de bofetadas que me hicieron caer al suelo.

  • Desnudar.

  • No no no –gimoteé.

  • Desnudar tú o desnudar nosotros –sentenció con mirada dura.

No tuve tiempo de pensarlo siquiera.

Mi titubeo consiguió un par de bofetadas extras y que entre los cuatro me quitasen todas las prendas que me cubrían.

Me quedé desnuda, de pie, temblorosa y con las lágrimas a punto de deslizarse de mis ojos mientras cubría como podía con las manos mis tetas y el coño.

  • Rodillas –susurró Hasim, mientras veía como crecían enormes bultos en las entrepiernas de los otros hombres.

Hice lo que me pedía por inercia, mientras seguía cubriéndome como podía.

Luego Hasim me hizo inclinarme hacia delante hasta que mi frente dio contra el suelo.

Entonces les escuché quitarse los pantalones.

Estaba aterrorizada y no pude evitar las lágrimas.

Pero Hasim aún tenía otra sorpresa para mí.

Algo blando, pero a la vez consistente, rozó mi coño.

No sabía qué era y no me atrevía a mirar.

Pero era algo frío. No era la misma sensación de calor de… de… de su polla. O no como la había sentido en mi boca.

Poco a poco iba entrando dentro de mí, llenándome la vagina.

Era grande. Pero no estaba dura ni caliente. Tampoco es que estuviera fría. No sabía cómo pero… pero me llenó mucho.

Entonces tiró de mis cabellos hasta ponerme de nuevo con el torso en posición vertical, obligándome a ver las pollas de los tres hombres que habían acompañado al garaje de mi casa a Hasim y, a la vez, impidiendo que saliera de mi interior lo que me había metido.

Hasim me mostró como le daban un billete cada uno de sus “invitados”. Después dejó que el primero se acercara a mi cara con la polla endurecida y venosa. Su olor me recordó a un retrete.

El hombre dijo algo. No lo entendí.

  • Chupa, kafir –tradujo Hasim. Luego me recordó su promesa del día anterior-. Postre dije. Yo cumplo palabra.

Quería negarme.

No quería chupar esa polla.

No quería chupar ninguna.

Quería mis bragas. Quería mi pijama. Quería volver a mi cama y olvidarlo todo.

No importaba lo que yo quería.

Hasim se colocó detrás de mí y empezó a golpearme la planta de los pies con algo duro.

  • Chupa, kafir.

No pude resistirlo.

Un golpe más y abrí la boca para tragarme la polla.

Era repugnante. Su sabor me daba arcadas, pero tuve que chupar, que lamerla entera. Esa y las que siguieron.

Me agarraban la cabeza y no me dejaban parar.

Uno tras otro bombeaban dentro de mi boca sin parar.

Pollas sucias.

No tan gordas como la de Hasim, pero en mi boca llenaban el espacio sin piedad y golpeaban contra mi garganta si bajaba el ritmo de las mamadas.

Me usaron durante lo que pareció una eternidad.

Pero ninguno se corrió dentro.

Cuando ya no podían más, sacaban sus pollas y me rociaban la lefa en mi cara y el pelo. Así una y otra vez.

Terminé derrotada, con la garganta irritada y la boca pastosa. La cara y el pelo embadurnados de lefa, casi sin poder abrir los ojos. Sólo entonces se fueron.

  • Muy bien, kafir –dijo Hasim, mientras me acariciaba las tetas hasta llegar con las manos a los pezones, retorciéndomelos hasta hacerme chillar de dolor.

En respuesta a mi chillido, me golpeó con las palmas las tetas varias veces antes de repetir los pellizcos en mis pezones. No pude evitar gemir de dolor.

  • Eres mía, kafir, recuerda. Mía.

Después me abofeteó más fuerte que antes, hasta hacerme caer.

Y lo que estaba dentro de mi vagina se rompió. No sabía qué era, pero lo noté.

  • Di, kafir, di. Eres mía, kafir –me susurró al oído, mientras me ayudaba a ponerme de pie.

  • Sí, sí… so so soy tuya…

Entonces me dio un puñetazo a la altura del ombligo y volví a caer.

  • Aún no, kafir… aún no… pero lo serás. Serás mía, kafir.

Dictada su sentencia, sacó con sus manos lo que había en mi vagina y me lo llevó a la boca.

Era un plátano.

No hizo falta decir nada.

Me lo comí de sus manos.

Y el sabor me resultó muy especial.

Porque sabía a algo más que a plátano.

  • Buenas noches, kafir –se despidió cuando terminé de comerme el plátano de sus manos.

Me dejó allí tirada, en el suelo del garaje.

Desnuda. Cubierta de lefa.

Y sabía que esto no iba a terminar así.

Cuánto detestaba a Hasim en esos momentos.

Cuánto…

Continuará…