Acogiendo a Hasim. Hablando con papá.

Las aventuras de Sara siguen. Después de contemplar como Hasim sodomizaba a su madre, nada será igual.

ACOGIENDO A HASIM.

HABLANDO CON PAPA.

Volvieron tarde.

Pasaron varias horas en el centro sanitario.

Fueron momentos muy incómodos para Sara.

Ya de camino, su madre la pidió que no contase nada, que ella ya sabía qué decir.

Sara estaba en estado de shock.

Encontrarse a su madre así, desnuda, atada y sometida a las necesidades sexuales de Hasim era algo que la sobrepasaba.

Era incluso peor que lo que había tenido que pasar ella desde la llegada del refugiado.

O quizás no… pero a ella se lo parecía, porque para Sara sus padres eran el centro de su mundo. Especialmente su madre.

Y ahora eso.

Verla convertida en un mero objeto de placer sexual para Hasim. Un agujero en el que vaciarse.

Verla disfrutar de esa vejación.

Y, sobre todo, verla pecar.

Porque había pecado.

Había traicionado todo lo que a Sara la habían enseñado a respetar.

Había sucumbido a la lujuria, buscando a Hasim para mantener relaciones y no sólo por obligación… y todas las veces habían sido una traición a los votos matrimoniales con el padre de Sara.

Y había mentido.

Les mintió a ella y a su padre cuando Hasim cogió el coche.

Mintió para evitar que su padre pudiera hacer algo que sacase a Hasim de casa.

Mintió al médico y las enfermeras que la atendieron por el desgarro anal.

¿En qué más habría mentido?. ¿Qué otros secretos ocultaba?.

Sara sentía que no conocía a su madre. No reconocía a esta nueva versión de su madre.

Ya no sabía ni cómo llamarla.

No era ya su madre, ni siquiera su mamá… ahora sólo era Eva, una desconocida que no sabía cómo encajar ahora en su vida.

Pero… ¿quién era ella para reprocharla nada?.

La propia Sara había sucumbido, se había dejado usar como un juguete a manos de Hasim y de…

No, no era verdad.

La había obligado.

Ella no quería.

No lo deseaba.

Había abusado de ella.

La había utilizado sin tener en cuenta sus deseos.

La había humillado públicamente delante de unos desconocidos.

No, eso no era exacto… porque en realidad, la había VENDIDO a unos desconocidos para que la usasen como si fuese un simple agujero en el que vaciarse.

Y la había desvirgado.

Bueno, en parte Sara esperaba que hubiese sido él… no porque lo desease ni nada de eso, para nada era eso, era porque… porque… porque otra idea, que hubiera sido otra persona, otro hombre… era incluso peor, era…

Pero el caso es que ella tampoco había dicho nada.

Tampoco había hecho nada para pararle.

No había recurrido a sus padres.

No había recurrido a su tutor del instituto.

Ni siquiera había hablado con el Padre Luis.

No había hecho nada.

Había dejado que la situación se repitiera, que fuera a más, que…

Y, encima, cuando descubrió a Hasim teniendo relaciones con su madre… cuando vio cómo su madre ponía los cuernos a su padre apenas unas horas después de haber salido de viaje… cuando descubrió instintivamente que la habían llamado y sacado del instituto precisamente para que contemplase esa escena de sexo duro y salvaje, no había hecho nada.

Bueno, eso era otra mentira.

En el fondo, Sara sabía que eso era tan mentira como todo lo anterior.

Porque hubiera podido darse la vuelta y avisar a su tutor.

Porque podía haber llamado inmediatamente a su padre y contarlo todo.

Porque, porque…

Porque una parte de ella se había excitado viendo la dura penetración, la sodomización a que Hasim sometía a su madre, reducida a un mero agujero sin voluntad propia.

Y porque, en parte, había sentido… ¿celos?... ¿envidia?...

Por fin, cuando ya casi estaban de regreso a casa, Sara no pudo callarse más.

Tenía que saber… tenía que…

  • Mamá –empezó, llamándola así más por inercia que por otra razón, porque en esos momentos su madre, Eva, la parecía una auténtica desconocida, y a la vez temerosa de lo que pudiera responderla, pero también intrigada y… y algo más-, ¿por qué...?.

  • No lo sé, cariño. Porque soy mujer. Porque tengo unas necesidades. Porque quería sentirme deseada de nuevo como cuando era joven. Porque quería hacer una locura, salir de la rutina. Porque te veía con él y tenía curiosidad. Porque… -concluyó- en fin, porque ahora las dos le pertenecemos, supongo.

Sara estaba en shock.

Nunca se habría esperado eso de su madre.

Nunca había pensado en ella como mujer.

No se la había ocurrido que faltase nada en su vida.

Pero ahora… ahora eso, y no sabía cómo reaccionar.

  • Pero… pero papá…

  • Le amo –aseguró-. Le sigo amando. Pero… es complicado. Hasim me hace sentir de otra forma que… No sé, no sabría explicarlo, supongo que me pasa como a ti. Es casi un secreto, como si hubiera otra persona dentro de mí… no sé cómo explicarlo…

Ahora Sara sabía que no era la única.

Ella también sentía esa confusión.

Esa mezcla de odio y repulsión por Hasim, mezclada con una cierta dosis de ansiedad e incluso deseo de dejarse llevar y probar cosas nuevas.

  • Y… entonces… yo…

  • Sí. Lo sé desde hace tiempo. Cuando te fui a despertar ese día, lo comprendí. Pero eras mi niña, así que fui a hablar con Hasim y… y… me enseñó cómo lo incitaste, cómo le recordaste a su familia y qué le suplicaste que se sintiera como en casa, y cómo le provocaste para que tuviera pensamientos impuros. Y como, aunque él no quería traicionar la hospitalidad que le ofrecimos, tú quisiste que te tratase como a una mujer –siguió relatando su madre, mientras Sara no salía de su asombro ante la perversidad de Hasim, que había logrado hacer creer a su propia madre que era ella la que había empezado todo cuando en realidad Sara era una víctima de la lujuria de ese maldito-. Así que no tuve otra opción que intentar que estuviera saciado y así no le siguieras invitando a pecar y realizar actos de lujuria en nuestra propia casa –y, ahora, Eva, la madre de Sara, estaba intentando justificar las razones por las que había comenzado a tener relaciones carnales con el falso refugiado. La joven adolescente estaba cada vez más impresionada y ya no sabía si todo era verdad o mentira, porque un pecado como el adulterio no era excusable con que su madre quisiera que ella no mantuviera relaciones con Hasim, había otras formas…y, sin embargo, su madre había elegido esta-. Ese fue el primer día que tuvimos relaciones. Y, poco a poco… bueno, supongo que ahora las dos somos de él, imagino –concluyó, con una media sonrisa, mientras entraban en casa y aparcaba.

  • Pero yo no… él… -intentó explicar la verdad.

  • Ya, cariño –la silenció su madre, poniendo un dedo sobre sus labios-. No hace falta que me lo cuentes. Hasim me lo ha contado todo, incluso las fotos que le mandaste y lo que has estado haciendo estos días.

La jovencita no sabía ya cómo reaccionar.

Esto era demasiado.

Su propia madre parecía creer que todo era idea de Sara.

Casi… casi se podía imaginar a su madre pensando que ella era la verdadera pecadora… casi una puta… y que, en realidad, Hasim era tan sólo una víctima de algún tipo de ninfomanía de Sara.

Era todo tan absurdo.

Tan irreal.

Y no terminaba de explicar que Eva estuviera también teniendo relaciones sexuales con ese hombre… ese monstruo… ese mentiroso… ese inmigrante y falso refugiado… ese… ese… ese posiblemente torturador y ejecutor de la maldad del anterior régimen de Irak…

Era una auténtica pesadilla.

Y, lo peor, es que, como en las pesadillas, la joven Sara era incapaz de despertar, de escapar y encontrar una solución a ese ciclo de humillaciones y usos sexuales a las que la estaba sometiendo Hasim y que ahora había descubierto que su madre posiblemente conocía desde el principio.

  • Sara, cariño –interrumpió sus pensamientos su madre-. Sube y avisa a Hasim de que hemos vuelto. Yo me voy a hacer la comida.

  • Yo… yo… no quiero –intentó rebelarse Sara.

  • No sigas así, bastante has hecho ya por no seguir las normas –la respondió su madre, enojada-. Sube y lo despiertas. Y no se hable más –y, como acordándose en el último momento-. Ahhh y a tu padre no le digas nada. Intentaremos solucionarlo todo sin preocuparle, ¿entendido?.

  • Sí, sí mamá.

Cuando Sara subió, la puerta de Hasim estaba completamente abierta y se veía desde la ventana la calle.

Y también se veía a Hasim.

Desnudo.

Encima de la cama.

Con los ojos abiertos y una sonrisa que a Sara la puso nerviosa.

  • Ya… ya hemos vuelto…

  • Kafir, mi pequeña kafir –la llamó él cuando la chica empezaba a girarse-. Acercar.

Despacio, Sara se acercó a la cama.

  • Más cerca –la llamó.

Y, como una polilla frente a una llama, la chica siguió acercándose, lentamente.

  • Más cerca o yo levantar –siguió Hasim, poniendo una nota de… ¿ansiedad, furia?.

En cuanto Sara estuvo a su lado, empezó a acariciarla la pierna, tumbado aún en la cama.

  • ¿Cómo ajaliba?.

  • ¿Qué?.

  • Tú madre –explicó Hasim, y repitió-. Ajaliba.

  • Bi… bien. Está haciendo la comida.

  • Bien. Tiempo –sentenció con un rápido gesto que llevó su mano hasta las bragas de la chica, que arrancó de un tirón. Sara hizo un pequeño gesto, pero no se movió, y eso hizo que Hasim torciera los labios-. Bien, kafir, aprender vas… en casa mejor libre –y se llevó las bragas rotas a la nariz para olerlas-. De rodillas, kafir.

Sara obedeció mansamente.

Hasim tiró sus bragas por la ventana al patio y se sentó al borde de la cama.

Empezó a desabrochar lentamente la camisa del uniforme de Sara y se la sacó por fuera de la falda.

Agarró el sujetador por el centro, entre las tetas de la chica, y de un fuerte tirón también lo rompió.

Sara sabía que si intentaba resistirse sería peor.

Y que su madre no iba a hacer nada.

El árabe empezó a sobar las tetas de Sara, que no pudo evitar que su cuerpo la traicionara y que sus pezones se crecieran frente a los mordiscos que les daba Hasim y el tratamiento de sus agresivas manos de un tacto que incluso en esos momentos la resultaba repulsivo… a pesar de la reacción involuntaria de su cuerpo.

En el piso de abajo empezó a sonar el teléfono.

Eva contestó.

Al cabo de un instante, entre medias de la bruma de sentimientos confusos que envolvía a Sara, creyó escuchar que su madre estaba hablando con su padre y que iba a subir a buscarla para que hablase con él porque la había llamado y no bajaba.

Claro que no podía bajar.

Estaba de rodillas frente a Hasim.

Un Hasim desnudo, con la polla de nuevo tremendamente endurecida, chocando contra su abdomen y mojándolo de un líquido que brotaba y humedecía la cabeza del pene del árabe.

Un Hasim que la estaba sobando las tetas mientras, chupándoselas y pellizcándoselas.

Unas tetas que estaban enrojecidas por esas atenciones y que tenían los pezones tremendamente erguidos de excitación.

Y, aunque no sabía cómo, también la zona más íntima de Sara estaba reaccionando por propia voluntad. La sentía hinchada como si se transformase en una inmensa concha de molusco.

Eva empezó a subir las escaleras, hablando con el teléfono fijo inalámbrico con el padre de Sara.

Hasim se volvió a tumbar y, con un gesto claro, indicó a Sara qué debía hacer.

La adolescente española casi no dudó.

De rodillas junto a la cama de Hasim, de frente a la ventana que daba al patio delantero y la calle que pasaba entre medias de su casa y la de los vecinos de enfrente, acercó la boca hasta la endurecida polla del falso refugiado.

Sus tetas chocaron con el cuerpo desnudo de Hasim, no había tiempo para cubrirlas… y ella sabía que él no lo habría permitido.

Cuando su madre llegó, Sara estaba comiéndose la polla de Hasim, que hizo un gesto a Eva.

  • Espera un momento, cariño, Sara está terminando de hacer una cosa –avisó Eva al padre de su hija.

La chica se tragaba como podía la gorda polla de Hasim.

Y su madre la ayudó.

Mientras seguía hablando de temas intrascendentes con su esposo, Eva usó su mano libre para acompañar el movimiento de succión de Sara.

Con su mano agarró los cabellos de su hija y la obligaba a tragar más la polla con cada movimiento de la cabeza.

Un instante después, era una mano de Hasim la que se unía a la de Eva para forzar al máximo la penetración de su polla dentro de la boca de la chica, que se sentía medio asfixiada ya con esa tremendamente gorda polla para el espacio que tenía su pequeña boca.

Durante lo que la pareció una eternidad, Sara siguió chupando la polla de Hasim mientras él y su madre se apoyaban en su cabeza para aumentar la profundidad de la mamada, hasta el punto de que se mezclaba la sensación de arcada con la de creciente calor y pulsiones del pene dentro de su boca.

Por fin empezó a brotar la leche del tronco de Hasim.

La boca de Sara se llenó de lefa, inundándola y haciendo que por la posición de su cabeza, parte entrase en su nariz y terminase goteando por los orificios nasales cuando la dejaron sacar la polla de su boca.

Su madre la pasó el teléfono y Sara habló con voz pastosa con su padre, debido a la lefa que permanecía por toda su boca y labios.

Casi no había podido tragarse nada antes de tener que ponerse a hablar con su padre.

Y, mientras, su madre y Hasim sonreían con algo que a la joven Sara le pareció a una escena de película.

Continuará…