Acogiendo a Hasim. El renard.
Comienza una nueva fase. Un nuevo escalón en la vida de la joven Sara bajo el control de Hasim, el refugiado al que acogieron sus padres.
ACOGIENDO A HASIM.
EL RENARD.
Nunca habría podido imaginar algo así.
Su vida se había convertido en un infierno.
Y no sabía por qué.
Sara pensaba que era buena persona y que su familia era perfecta.
Cumplían con todas las normas, eran buenos cristianos y estaban implicados en labores sociales.
Y todo eso la había conducido a donde estaba ahora.
Bueno, todo todo no… Hasim se había ocupado de darles el empujón necesario para hacer estallar en mil fragmentos esa burbuja que cubría su mundo de un cálido manto de color y amor.
Ahora todo era sucio y sin sentido.
Todo giraba en torno al refugiado y sus deseos.
Y por eso estaban ahora allí, viajando en esa furgoneta Volkswagen que a la adolescente le recordaba a los hippies del cine.
La dolía todo el cuerpo y se sentía terriblemente sucia. Y no era sólo por llevar cinco días sin lavarse. Era por todo lo que había tenido que pasar desde entonces…
Desde esa noche…
Desde ese momento…
Desde que su madre…
Desde que Eva…
Desde la traición…
La polla de Hasim estaba soltando los últimos chorros de lefa dentro del culo de Sara, apretándose contra ella hasta que sus peludos huevos chocan contra el cuerpo de la adolescente como una forma de estrujar todos sus conductos y que terminasen de salir las últimas gotas del semen antes de…
En ese momento se escucha el inconfundible sonido del mecanismo de la puerta del garaje.
Si estuviera bien engrasado quizás no se habría oído… tanto… o si hubiera habido otro ruido que lo tapase… pero justo el inmigrante acababa de terminar de forzar el ano de Sara y sólo le faltaban unas gotas para terminar de vaciarse dentro del culo de la adolescente.
- Silencio, kafir –la susurró, antes de volver a colocarla la bola dentro de la boca sin que ella opusiera resistencia, aún conmocionada por los golpes y la brutal sesión de sexo anal.
- Hasim, creo que es… -empezó a decir la madre de Sara, que pudo escuchar pese a la capucha que cubría su cabeza un golpe sordo- … pero… discúlpame, mi señor, yo… ¡no, por favor, no!.
La joven española podía sentir, casi más que oír, por la forma en que reducía casi todos los sonidos la capucha que llevaba puesta, más golpes sordos y movimientos del colchón y de la propia cama de sus padres, que, en un momento dado, incluso la empujó la espalda y la hizo desplazarse sobre la colchoneta de perro en la que estaba tendida después de ser follada por el iraquí.
Pero, tal como empezaron, esos sonidos cesaron y unos pasos en la quietud de la noche reemplazaron a la intensidad de momentos antes.
Pasos lentos en el dormitorio de sus padres.
Pasos rápidos en la escalera que subía desde la planta baja.
Se escuchó abrir de golpe la puerta y, aunque no podía verlo, Sara supo que era él.
- Pero, ¿qué…? –llegó a escuchar decir a su padre antes de un sonido muy intenso y que un cuerpo se derrumbase sobre ella.
Después supo que era la cabeza de su padre lo que la había alcanzado en su caída cuando Hasim lo golpeó por detrás al entrar en el dormitorio, dejándolo inconsciente… justo justo después de haberle dejado por un segundo presenciar la escena de completa subyugación de su desnuda hija a los pies de una cama de matrimonio sobre la que estaba tirada desnuda y con un moratón en los ojos su mujer, Eva.
Sara viajaba junto a Hasim, en el asiento del copiloto.
Llevaba un top ajustado que hacía que se la marcaran las formas de sus senos y que cubrían el único adorno que llevaba, su pequeño crucifijo colgado del cuello.
Nada más.
El hombre al que habían acogido en su casa y que se comportaba ahora como su dueño y señor no la permitía llevar nada más en esos momentos.
Cada vez que llegaban a un semáforo, el iraquí aprovechaba para meter su sucia mano entre las piernas de la adolescente y la acariciaba el coño e, incluso, en las ocasiones en que duraba más la detención, la metía un par de dedos dentro de su sensibilizada vagina.
Luego, antes de arrancar, se los chupaba antes de darla un beso con lengua que la chica tenía que corresponderle para evitar un par de bofetones.
No le importaban los pitidos de los demás coches.
Eran los únicos momentos en los que no le importaba llamar la atención.
Pero, por suerte… o por desgracia… hacía bastante que no paraban en ningún semáforo.
Y ahora estaban ahí, entrando en Francia, continuando con la ruta de humillaciones y vejaciones que debía soportar desde esa noche… no en la que habían tendido la trampa a su padre, no… desde la primera noche que el refugiado había estado bajo su mismo techo, invitado por sus padres de buena voluntad a petición de su parroquia.
Mientras Hasim liberaba a Sara de todos los aparatos que antes la tenían sometida, Eva hacía la llamada para denunciar a su marido, el padre de la adolescente.
La chica escuchaba estupefacta como Eva, su propia madre, mentía descaradamente acusando a su padre de haberla golpeado y asaltado sexualmente, a la vez que el refugiado la empujaba, aún desnuda, hacia su dormitorio, sosteniendo con la mano libre todos los accesorios que había usado apenas un rato antes con ella, incluyendo el consolador que había tenido metido dentro de su culo para mantenerle el ano dilatado y, así, facilitarle la penetración anal con la que había terminado la noche.
- Tú callar, kafir –la ordenó Hasim-, y si ellos preguntar, tú decir que también él violarte desde hace meses.
- Pe… -empezó a protestar.
Un par de sonoras bofetadas la tiraron sobre su cama.
El refugiado se puso a su lado y empezó a retorcerla uno de los pezones, aunque la chica logró dominar su dolor para evitar nuevos castigos del inmigrante.
- Tú ser mía, kafir. Yo ser tu dueño. Ahora por siempre. Tú obedecer o castigar mucho peor que nunca. ¿Entender? –la amenazó, estrujándola el pezón con brutalidad.
- Sí… sí, señor.
- Mejor kafir –la felicitó Hasim, dándola unas palmadas en las tetas y besándola en la boca, metiéndola la lengua como si de un amoroso amante se tratase-. Tú vivir mejor. Obedecer y vivir mejor. Tú ser mía por siempre.
- Sí –asintió la joven española, a la vez que se sentía tremendamente sucia y como que estaba traicionando a su padre.
Pero Hasim aún no terminó.
La hizo girar para ponerse de lado y la volvió a forzar el ano esta vez con dos de sus dedos, hasta lograr meterlos en donde apenas media hora antes había estado bombeando con su gorda y sucia polla.
Los tuvo un rato dentro, abriéndola y haciéndola sentir nuevamente sucia y humillada.
Cuando los sacó, los llevaba cubiertos por una fina capa de su propio semen, el que había soltado dentro de la adolescente, y otra cosa en la que Sara prefería no pensar, aunque, en el fondo, sabía perfectamente lo que era.
Nuevamente, la hizo tumbarse boca arriba y paseó los dos dedos que había introducido dentro de su culo por su cara, empezando desde la frente y pasando por su nariz antes de posarse en sus labios y continuar por su cuello hasta la región situada entre sus tetas y recorrer el camino hasta el ombligo y… y detenerse justo antes de su coño.
Y, por increíble que a ella misma la parecía, eso la había excitado un poco.
Notaba un calor intenso que surgía de lo más hondo de su sexo.
Un pálpito que la pedía que… que suplicaba ser saciado, que deseaba que una polla… la gorda, venosa, ardorosa y palpitante polla de Hasim la perforase y la llenase con su caliente lefa.
Y cuando se marchó, lloró.
Sara lloró.
Lloró porque lo había deseado.
Y, sobre todo, lloró porque sabía que iba a mentir, que iba a traicionar a su propio padre.
Se detuvieron para almorzar poco después de cruzar Le Boulou, y, como en tantas otras paradas, Hasim la dio de beber antes de subir a la furgoneta.
Y, como siempre, lo hacía nada más orinar.
Él disfrutaba enormemente de ello, de esos momentos de humillación que infligía a Sara.
Tanto si era un área de servicio como si paraban en un lateral de la vía, Hasim la hacía acompañarle cuando iba a orinar.
En esos momentos, Sara tenía que sacarle la polla y sujetársela mientras vaciaba la vejiga.
Más de una vez, la propia adolescente terminaba recibiendo las salpicaduras o con la mano mojada cuando tenía que mover el pene del refugiado para que terminase de soltar las últimas gotas.
Y se esforzaba.
Se esforzaba mucho.
Porque de lo contrario…
De lo contrario, esos restos de la meada terminaban en su cavidad bucal, cuando tenía que arrodillarse ante él y meterse su caliente miembro dentro de la boca para hacerle una mamada que lograse lo que él deseaba.
Vaciarse.
Vaciarse dentro de ella.
Vaciarse dentro de la boca de Sara.
Llenarla toda la boca y su garganta con su espesa y repugnante lefa.
Aunque, a esas alturas, ya no era la más asquerosa que había tenido que tragarse.
Y eso la hacía sentirse muy sucia.
Pensar en la gran cantidad de pollas que se había tenido que tragar desde que conociera a Hasim la hacía sentirse asquerosa, una absoluta mierda, una… una… pero, a la vez, en ocasiones… sólo en ocasiones… sólo a veces… sólo algunas veces… sólo muy pocas veces… casi ninguna… pero… pero… pero también la hacían sentir una sensación muy extraña dentro, muy dentro… y era una sensación muy agradable… demasiado agradable… hasta placentera… hasta… hasta… hasta que lo pensaba con lógica y se veía a si misma aún peor que antes incluso.
No podía creer cómo era en esos momentos, cómo se podía haber transformado en esa otra persona, cómo Hasim la estaba… transformando.
- Ummmm… así, kafir, así… -ese susurro, como un mantra, que repetía Hasim, se coló entre los pensamientos de Sara, que despertó de su letargo mental para regresar a ese momento del presente.
Y, en ese momento, ella tenía la polla de Hasim dentro de su boca.
Se había convertido para ella en algo tan automático que ni siquiera se daba ya cuenta de que lo hacía y se distraía en sus pensamientos mientras su cuerpo actuaba como si fuera una autómata.
Una autómata que chupaba con ansiedad la endurecida polla del inmigrante iraquí.
Una autómata que lograba tragarse una de las pollas más gordas que había conocido en esos últimos tiempos y ya casi ni se daba cuenta.
Una autómata que recorría, sin la ayuda de sus manos, toda la longitud y anchura del pene de Hasim con su lengua, sus labios y su boca entera.
La polla de su… de su… de su violador… o del que fuera su violador… porque… porque ya no estaba segura ni de eso… porque a veces dudaba hasta de sí misma y porque… porque…
Esa polla gorda y venosa encajaba a la perfección dentro de su boca.
Su boca había abandonado la tierna adolescencia y se había convertido en el complemento perfecto del miembro del falso refugiado, como si de una mano y un guante a medida se tratase.
Y, cada vez, con cada parada, una sensación de urgencia se iba apoderando de ella poco a poco… una ansiedad por terminar, por terminar y llevarse esa polla a su boca y… y…
- Sí… sí… yaaa… ¡yaaaaaaa! –gritó Hasim, a la vez que una oleada tras otra de semen brotaba del extremo de su inflamada polla, llenando la boca de Sara hasta atragantarla.
Cuando terminó de vaciarse, Hasim la empujó.
Se deshizo de ella, como si fuese un kleenex.
La tiró a un lado y la dejó caer al suelo junto a él, con la boca goteando restos de su lefa.
Sin dedicarla ni una mirada, se acomodó la ropa y regresó a la furgoneta, cumplida la misión.
Porque eso parecía.
Para el refugiado, Sara no era nada, no era nadie, sólo algo que usar y ya está, nada más.
Y, en esos momentos, después de que él la dejase así, tirada como algo sin valor, sin la menor importancia, era cuando Sara volvía a lamentarse y detestarle.
Y, durante unos minutos, regresaba el odio y asco que sentía.
Hasta que la llamaba.
Entonces acudía.
Regresaba hasta él y todo volvía a empezar en un circuito sin fin en esa ruta de huida.
Escapando de su país.
Escapando de su padre.
Escapando de la anterior versión de ella misma.
La polla de Hasim era todo lo que podían ver sus ojos.
El iraquí la tenía apoyada sobre su nariz, dejando que los restos del semen que aún resbalaban fueran vertiéndose sobre ese punto en el que los ojos de la chica más cerca estaban del nacimiento de la nariz.
Hasim reía.
Acababa de correrse dentro del coño de la adolescente española.
La había llenado de su apestosa semilla.
Ese día aún más.
Un intenso olor a pescado… a una especie de pescado medio podrido. O algo parecido. A eso era lo que olía.
Toda la habitación olía así.
Toda la cama de matrimonio de sus padres olía así.
Todo el interior de la vagina de Sara olía así.
Y no podía dejar de pensar que se lo merecía.
Se merecía oler a podrido porque estaba podrida.
Había dejado que metieran a su padre en la cárcel.
Y, como era fin de semana, tenían al menos hasta el lunes antes de que le pudiera liberar su abogado gracias a unas leyes retorcidas que un ser aún más retorcido usaba a su favor.
Y Hasim lo estaba celebrando.
Con Sara.
Dentro de Sara.
- ¡Sonreír, kafir! –gritaba-. ¡Sonreír!. Tú ser mía para siempre. Ajaliba volver pronto y yo enseñar más. Tú aprender mucho. Tú servir mucho a mí. ¿Verdad, kafir?.
- Sí, Hasim, pero pa… -empezó a negociar, pensando ingenuamente que el refugiado lo toleraría a causa de su buen humor.
Se equivocaba.
Y debería haberlo imaginado.
En Hasim no existía la piedad.
No había ningún lado bueno.
No con ella, por lo menos.
En cuanto empezó a hablar, se levantó de golpe y la arrastró por los tobillos hasta hacerla caer de la cama, logrando apenas protegerse la cabeza con las manos antes de terminar en el suelo.
- Cerrar boca, kafir –la amenazó, colocando su pie entre sus tetas y presionando de forma que empezó a faltarle el aliento a la chica-. Tú ser mía. Tú tratar mi con respeto. Tú no ser nada. Tú sólo mía. Nada más. No eres nada. Aprender lo que eres y vivir mejor que antes de mí. Olvidar padre. No volver nunca porque tú ser mía para siempre. ¿Entender, kafir?.
- Si… si… sí, señor –pudo responder Sara pese a la opresión sobre su pecho y los molestos roces de las uñas de los pies del iraquí contra sus sensibilizadas tetas.
- Nunca más. O castigar mucho. Ahora mía ser y nada más. Todo demás olvidar. Para siempre ser mía y ya. Ahora lavar. Oler mal –se atrevió a decirla, riéndose de su propio chiste y dejándola levantarse para que fuese a ducharse en el cuarto de baño de sus padres.
De nuevo en marcha.
Hasim no la prestaba atención, llamando a sus contactos en Francia para que le fuesen preparando un lugar donde pasar la noche.
Lugar que no pensaba pagar.
No como la gente honrada paga.
No cuando tenía a Sara con él.
Ella era su forma de pago.
Como había pasado en la ruta que siguieron por España después de separarse de su madre.
Porque Eva no iba con ellos.
La nueva mujer que ocupaba el cuerpo de la madre de Sara era completamente fiel al inmigrante. Era su ajaliba. Y había aprovechado todas las opciones posibles para llevarse el máximo de dinero de las cuentas y propiedades que había compartido con el padre de la adolescente.
Cuando salió de la cárcel lo hizo en bancarrota.
La traición se consumó al máximo.
Pero Hasim la hizo ir por otro lado.
Eva iría de otra manera hasta el destino final de su fuga.
Y lo haría con todo el dinero de la familia que pudieron obtener antes de que nadie pudiera descubrir qué pasaba.
Le tenía encima.
Estaban en el garaje, rodeados de montones de cajas listas para cargar en el camión.
Pero había que pagar el transporte.
Al estilo de Hasim.
Por eso estaba Sara a cuatro patas, con las rodillas emitiendo mensajes de dolor a su cabeza por el roce contra el suelo de cemento mientras tenía que aguantar las embestidas en su coño del pene del repartidor.
Dylan José.
Había vuelto.
Y se lo estaba cobrando bien.
Demasiado bien.
A cambio de hacer el transporte sin dejar constancia, el refugiado le había ofrecido la forma de pago que él más deseaba.
A Sara.
Y por eso estaba allí, de nuevo con el uniforme del instituto.
Puesta a cuatro patas mientras él la montaba como si fuese un perro salvaje, clavándola su polla hasta el fondo con una fuerza que superaba lo que la joven española hubiera esperado por su estatura.
Su polla no era muy grande.
No la llenaba como otros.
Pero lo compensaba con unos empujones violentos que la hacían sentir estrellarse sus huevos contra su inflamado coño como si fuesen un látigo que la golpease una y otra vez.
- Jooooder mamasita… Dios… qué dulce panocha… joder qué puta eres mamasita… jooooooder… -lograba gritarla entre los empujones, cuando no estaba concentrado en darla unos azotes que la estaban dejando el culo ardiendo.
Y así estuvieron un buen rato.
Ella en el suelo, apoyada en manos y rodillas, con la falda por encima de forma que Dylan José la pudiera agarrar bien por la cintura y empujar al máximo su pene dentro de la vagina de Sara.
Él encima, con los pantalones bajados y penetrándola con una fuerza salvaje, como si no hubiera un mañana.
O como quien sabe que hay oportunidades únicas y hay que exprimirlas al límite.
Y la estaba exprimiendo, y mucho.
Dentro del coño de la adolescente española.
Hasta que se corrió.
Hasta que su pene se convirtió en un surtidor.
Un surtidor que lanzaba un río de esperma dentro, muy dentro, de la vejada adolescente.
Una lefa que salía húmeda y caliente del interior de esa pequeña y dura polla que estaba aún más caliente que el propio líquido.
Porque no era tan espesa como la de Hasim.
No sabía cómo, pero lo sabía.
Y la llegó hasta lo más hondo.
Corrió dentro de ella con una velocidad terrorífica, como una marea de leche seminal que alcanzó las partes más escondidas de su aparato reproductor.
- Jodeeeeer, qué rica mamasita… ahora vas a tener un mini Dylan jajaja… jodeeeer… qué buena estás… qué puta eres mamasita… jooooder… ¿esto lo repetimos dentro de 9 meses?... jajaja… anda, vete, perra… vamos, mamasita, que tengo que trabajar.
Y así la dejó.
Sacó su pene del interior de Sara, lo limpió en su falda y abrió la puerta del garaje que daba al exterior.
Por un momento, Sara quedó expuesta al mundo.
Pero nadie la vio.
O eso la pareció.
O eso esperaba.
Se levantó y pudo ver sus rodillas llenas de arañazos y con partes donde se veía salir sangre por el roce contra el suelo.
Y odió a Dylan.
Y odió a Hasim.
Y se odió a sí misma.
Y… y…
Nimes.
Esa iba a ser su próxima parada, Nimes.
Pero no era el final del viaje.
Un viaje que la había llevado a conocer lugares sórdidos de Valencia, Zaragoza y Barcelona.
Los lugares donde Hasim había pedido favores.
Los lugares donde Sara había pagado esos favores.
Los lugares que impregnaban rincones muy sucios en los sueños de la adolescente.
Próxima parada: Nimes.
¿Qué precio tendría que pagar entonces?.
No lo sabía.
No lo quería saber.
Ni lo podría evitar.
Continuará…
Nota: quiero aprovechar para, además de lamentar el retraso en la publicación de este capítulo, desearles a tod@s unas muy felices fiestas.