Acogiendo a Hasim: el fruto de Sadam.

Tercer episodio de cómo la llegada de un refugiado cambia la vida de Sara de formas que nunca habría sospechado. Y un secreto de su pasado será desvelado.

ACOGIENDO A HASIM.

EL FRUTO DE SADAM.

Después de que Hasim abusase de mí gracias a las abrazaderas, busqué cualquier excusa para evitarle.

Y al principio pareció funcionar.

Fueron días de mucha tensión, sobre todo al llegar la hora de irme a dormir.

Si no lograba que me acompañase alguno de mis padres hasta mi cuarto, dejaba encendida la luz y miraba con cautela antes de entrar y encerrarme en mi dormitorio.

A veces le escuchaba intentando entrar y susurrar al otro lado de la puerta.

  • Kafir, pequeña kafir, abre…

Después de un tiempo, dejaba de intentarlo y se encerraba en su dormitorio, pero otras veces regresaba unas horas después y me despertaba rascando la puerta.

  • Kafir… kafir… abre… abre o castigo…

Lo peor es que una parte de mí deseaba abrirle.

Y no, no sé porqué entonces no se lo conté a mis padres. A lo mejor lo podrían haber detenido o devuelto al Padre Luis.  Pero no lo hice. Algo en mi interior se había roto esa noche, la noche de las abrazaderas, y nunca volvería a ser igual… y algo más había nacido esa noche, algo que me daba vergüenza y miedo.

Sólo estaba tranquila cuando iba al instituto y un par de tardes a la semana que Hasim no regresaba hasta las seis de la tarde.

Fue una de esas tardes cuando descubrí su mentira.

  • Cariño, ¿podrías ventilar la habitación de Hasim?.

  • Sí, mamá –sabía que no estaba y no podía negarme o mi madre habría sospechado que pasaba algo.

Entré en su dormitorio, con la cama de matrimonio sin hacer, la alfombra recogida en un rincón y la chilaba colgada de una silla.

El ambiente estaba muy cargado. Olía a sudor y… y a otra cosa que mi mente no lograba o no quería identificar.

No sé qué pasó por mi mente, pero le cogí la chilaba.

Era áspera por fuera, pero noté que por dentro era muy suave y no pude evitar tocar la zona donde… donde su polla debía de tocar. Era distinta al tacto, no sabía la razón, pero no podía dejar de acariciarla con la mano.

Fue entonces cuando tiré la foto.

Fue sin querer.

Pero pasó. Había tirado la foto familiar de Hasim.

Cuando la recogí me di cuenta de que estaba doblada y la curiosidad me pudo.

La parte doblada mostraba a Hasim. Pero no era Hasim. Bueno, sí era, pero no el mismo que creía conocer. Llevaba un uniforme con la bandera de Iraq.

Después lo busqué en internet y descubrí que era el uniforme de la Guardia Republicana de Sadam Husein.

No era un refugiado. Era uno de los soldados que tanto habían obligado a padecer a los opositores del dictador… y a la población civil.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Pero tampoco entonces fui capaz de decir nada. No lo comprendía. Odiaba a Hasim pero a la vez no era capaz de escapar de él.

  • Kafir, mi pequeña kafir, abre… -volvió a intentar esa noche, pero descubrir su secreto hacía que le tuviera aún más miedo, sobre todo cuando añadió una nuevo frase a sus susurros a través de la puerta- Sé que sabes, kafir, abre ya o peor luego.

Así pasaron un par de noches más, hasta que al final creí que se rendía. No sé por qué fui tan ingenua.

Esa noche le escuché roncar y fui corriendo a encerrarme en mi cuarto para dormir.

Me despertó la bisagra de la puerta.

Mi padre llevaba días diciendo que la pondría 3 en 1, pero por unas cosas u otras al final se le olvidaba.

Miré la pantalla del despertador. Eran casi las 3 de la madrugada.

Volvió a sonar la bisagra y la puerta empezó a abrirse lentamente. Debía de estar soñando. Había usado el cierre. Era imposible abrir la puerta desde fuera.

Una sombra entró en mi habitación y la puerta volvió a cerrarse con un crujido al accionarse el bloqueo interior.

La sombra se acercó hacia mí. Yo aún pensaba que estaba soñando.

Hasta que vi su rostro iluminado por la luz que entraba por mi ventana. Era Hasim.

El corazón me dio un brinco. Sentí pánico… pánico y otra sensación.

Intenté coger el teléfono móvil, pero Hasim me abofeteó, haciéndome caer sobre la cama de nuevo.

Sin decir nada, se desnudó. Tenía una erección monstruosa. No podía apartar los ojos de la visión de su polla iluminada por la luna.

  • Kafir, mi pequeña kafir... –susurró- eres mala, muy mala. Castigar ahora.

Intenté encogerme en la cama, pero me agarró del cabello y tiró con fuerza hasta obligarme a salir y caer al suelo.

  • Chupa –me ordenó.

Intenté levantarme, pensando inconscientemente en mi ingenuidad que volvería a obligarme a chuparle la polla… algo que me daba un asco tremendo... pero que a la vez una parte de mi recordaba con una especial sensación de calor en mi interior.

No era eso lo que Hasim quería. Me empujó de nuevo hacia el suelo y plantó su pie delante de mi cara.

  • Chupa, kafir. Ya.

Los pies le olían mucho. Era un olor muy desagradable.

  • No… no… yo… -logré susurrar, reuniendo la saliva en una resistencia que, en el fondo, sabía que era inútil. Eso era mucho más humillante que la mamada que había imaginado un instante antes.

La patada me sorprendió.

Me dio una patada con sus pies de uñas largas y sucias en la cara.

Caí de costado y volvió a darme un par de patadas más en el abdomen, haciendo que me encogiera.

  • No, por favor…

Volvió a agarrarme del cabello y me tumbo boca arriba en el suelo antes de ponerme la planta del pie directamente sobre mi cara.

  • Chupa.

Esta vez no dudé. Empecé a lamer sus sucios pies. Primero uno y después el otro, mientras Hasim me sacaba unas fotos con mi propio móvil con cara seria.

  • Aprenderás a obedecer, kafir –susurraba con desprecio.

Cuando por fin terminé de lamer sus pies, me volvió a agarrar del cabello hasta obligarme a ponerme de rodillas.

Sin mediar palabra, me abofeteó con fuerza, tirándome al suelo.

  • De rodillas, kafir.

La mejilla me ardía, pero sabía que no obedecerle sería peor. Volví a ponerme de rodillas. Y Hasim volvió a abofetearme con fuerza. No hizo falta que me dijera nada. Volví a levantarme y a colocarme en posición.

Diez caídas después terminó la sesión de bofetadas. La cara me ardía. Sentía palpitar las mejillas y los labios doloridos.

  • Castigar cuando quiera, kafir –me dijo, mientras acercaba su gorda polla hasta rozarme los labios-. Mirar mis cosas es malo. No hacer más.

Asentí con la cabeza, mientras él presionaba la punta húmeda de su pene contra mis labios.

  • Yo educarte, kafir –no lo preguntaba, era una certeza absoluta.

Volví a asentir, mientras las lágrimas se deslizaban por mi cara. No había vuelta atrás. Lo sabía. Podría engañarme, pero en el fondo ya lo sabía. La humillación y la rabia se mezclaban con otra sensación… aún no era capaz de reconocerla, pero ese algo me impedía gritar, me impedía contar nada a mis padres, me impedía denunciar a Hasim.

Una parte de mí le cerraba la puerta. Me atrancaba y escondía detrás.

Otra parte… otra parte oscura despertaba. Una parte primigenia, de las cavernas. Y Hasim la estaba despertando.

Ni siquiera me di cuenta de cuando comencé a chuparle la polla.

Estaba de rodillas, en el mismo punto donde él me había dado una paliza, y las lágrimas caían de mis ojos, pero aun así mi mano sujetaba su endurecida polla mientras con la boca recorría toda la venosa superficie y dejaba entrar su calor y sucia humedad dentro de mí.

Hasim no hacía nada. No lo necesitaba. Simplemente estaba quieto delante de mí, con su miembro viril entrando y saliendo de mi boca a un ritmo cada vez más rápido.

Él empezó a gemir mientras yo seguía comiéndole la polla, metiéndomela cada vez más adentro, aunque nunca entera porque era demasiado grande.

Durante un segundo pensé que con el tiempo me entraría toda.

Fue un pensamiento asqueroso. Fue un pensamiento que me hizo sentir una llamarada por dentro. Fue las dos cosas y ninguna. Apenas una fracción de segundo.

Después Hasim empezó a eyacular.

Entonces y sólo entonces me sujetó la cabeza con sus manos para que su polla bombease toda la lefa dentro de mi boca, derramándose por mi garganta.

Aún tardó un rato en terminar de convulsionar y de llenarme con su semilla. Y cuando terminó, me empujó contra el suelo, dejando que las últimas gotas fueran a mancharme el pijama.

  • Mejor, kafir, mejor… mañana postre… si portas bien.

Entonces sonrió. Y se fue.

Cuando recuperé el aliento, me acerqué a rastras hasta la puerta para cerrarla.

Un trozo de cinta americana se desprendió. Entonces entendí por qué no había funcionado el seguro de la puerta.

Maldito Hasim.

Continuará…