Acogiendo a Hasim. El coche de papá.

El mundo de Sara cambia cada vez más. Desde la llegada de Hasim, acogido por sus padres, la vida de esta joven española cambia radicalmente.

ACOGIENDO A HASIM.

EL COCHE DE PAPA.

Después de todo lo sucedido la noche del viernes, Sara pensó.

Pensó en ella. Pensó en Hasim. Pensó en su familia.

Porque estaba hecha un lío.

Odiaba a Hasim. Era un mentiroso. Un cerdo absoluto. Un cabrón.

La había utilizado como si fuera un objeto cualquiera. La había humillado en privado… y en público delante de unos desconocidos a los que la había vendido para ser usada como si fuese una muñeca de plástico sin personalidad ni sentimientos.

La maltrataba físicamente.

Era… era… era un puto cabrón farsante.

No era un refugiado. Era un hombre malo. Era…

Era todo muy confuso.

Una parte de ella detestaba a Hasim de todas las formas posibles, pero otra parte de Sara se sentía… ¿cuál era la palabra?... atraída. Sí, atraída como una polilla a la luz. Sólo que esta luz era una hoguera de violencia, sexo y miseria.

No podía entenderlo.

Tenía una buena familia y una buena educación. La faltaba poco para poder hacer las pruebas de acceso a la universidad y era una alumna brillante en su instituto de élite. Era una buena cristiana.

Y, sin embargo… sin embargo, algo había en Hasim que la impedía oponerse de verdad a él. Porque le evitaba cuando podía, se encerraba en su dormitorio por las noches, se… pero el hecho es que cuando él lograba llegar a ella, no era capaz de resistirse de verdad. Y no había sido capaz de contárselo a sus padres.

Estaba a su merced. Y no sabía la razón.

Debería contárselo a sus padres.

Ellos la apoyarían. La ayudarían. Detendrían juntos la maldad de Hasim.

Le entregarían a las autoridades.

No.

Incluso mientras pensaba eso, Sara sabía que no iba a hacerlo.

Era como una droga. Era como si ella… como si…

  • ¿En qué piensas, cariño? –interrumpió sus pensamientos su madre.

  • ¿Qué?. Yo… yo no… -intentó buscar una excusa, porque se dio cuenta de que llevaba un buen rato con la cuchara con los cereales colgando de su mano encima del cuenco hacía un rato.

  • ¡Habrase visto! –se quejó su padre, entrando en la cocina, donde estaban madre e hija-. Hasim se ha llevado mi coche. Esto se ha terminado, ahora mismo llamo al Padre Luis y que le busque otro sitio.

  • He sido yo –interrumpió mi madre. Mi padre y yo nos quedamos boquiabiertos-. Me ha dicho que tenía una reunión con gente de la mezquita pero que era fuera y si podía darle dinero para coger un taxi y que luego volvería con alguien mañana, así que como no ibas a necesitarlo, se lo he prestado.

  • Pe pero pero ¿cómo haces eso sin consultármelo? –y me miró enfadado-. Sara, sube a tu habitación.

Antes de llegar arriba, ya estaban discutiendo mis padres.

Todo por culpa de Hasim.

Ese sinvergüenza. Seguro que era mentira, que lo había robado, seguro que… que no volvería. ¡Me había librado de él!.

Por un momento, sentí alegría.

Después me di cuenta de que era mentira.

No podía ser verdad.

Si no, mi madre no habría dicho eso.

Hasim iba a regresar.

Y me haría sufrir.

Lo sabía.

  • Buen olor.

  • Coche oler a ti.

  • Amigos gustar olor tuyo, pequeña kafir.

Ocho mensajes de Hasim.

Cuando entré en mi habitación, la luz de mi móvil me avisó.

Los primeros tres me hicieron temblar.

Los siguientes cinco me pusieron una bola en el estómago.

Eran fotos.

Fotos mías.

En las primeras tres aparecía desnuda comiendo las pollas de esos desconocidos que me habían usado en el garaje. A ellos no se les veían las caras, pero la mía estaba muy bien enfocada.

En la cuarta aparecía con los ojos cerrados y la cara llena de lefa. La leche que esos cerdos habían lanzado encima de mí.

En la quinta… en la quinta… en la quinta se me veía con la puerta abierta del coche de mi padre masturbándome en el asiento de atrás.

Me pareció la más humillante de todas.

Pero lo peor no fue eso. Lo verdaderamente malo fue que sentí una cierta excitación viendo las fotos, mirándolas con detenimiento.

Era algo repugnante. La culpa era de Hasim. Sara estaba convencida.

Él era el responsable de todo.

De todo lo malo que la estaba pasando desde que tuvieron que acogerle.

Y el Padre Luis. Él obligó a sus padres a que acogieran a ese endemoniado.

  • Noche. Uniforme. Yo avisar y bajar garage, pequeña kafir.

Este nuevo mensaje me provocó una oleada tras otra de emociones, cada una más intensa que la anterior…

¿Pero quién se creía que era él para darme órdenes?.

Yo no era un objeto ni una esclava de esas que se veían en las películas ni nada por el estilo.

Yo era libre.

No era suya.

Yo no tenía que hacer nada.

Él era nuestro invitado, no al revés.

Debería agradecernos el acogerle, no pedir y pedir y pedir…

No, no lo haría.

No iba a estarle esperando con el uniforme del instituto y bajar de nuevo al garaje para que la hiciera algo, algo malo seguro.

No, ella era más lista que eso.

Hasta aquí había aguantado.

No lo haría.

No.

Bajaría ahora mismo y se lo contaría todo a sus padres.

Ellos detendrían a Hasim.

Mandarían meterlo en la cárcel.

Extraditarlo.

Expulsarlo.

Eso es. Eso es lo que tenía que pasarle por ser malo.

Era una mala persona.

Era un cabrón.

Era… era…

De pronto, Sara se derrumbó.

Empezó a llorar sin parar, dejándose caer de rodillas junto a su cama.

Porque en el fondo no estaba segura de qué iba a pasar.

Porque sus piernas no la respondían.

No tenía fuerzas para bajar y terminar todo.

No… no podía… no…

El día pasó lentamente para Sara.

A cada rato, esperaba ver iluminarse su teléfono móvil con más mensajes de Hasim.

Debería haber borrado las fotos, pero no había sido capaz.

Incluso las había vuelto a mirar un par… bueno, tres veces más…

Encima su padre se había enfadado con su madre por prestarle su coche a Hasim y se había ido con el coche de ella a visitar a unos amigos en la otra punta de la urbanización.

Y su madre… su madre tenía una cara extraña y llevaba todo el día evitándola.

Ni siquiera la miraba a los ojos cuando comieron las dos solas.

  • ¿Te pasa algo, cariño?. Casi no has comido –me preguntó al final, después de un buen rato de silencio.

  • No, no pasa nada mamá –mentí-. Es que me encuentro un poco mal y…

  • ¿Necesitas naproxe…? –empezó a decir y yo entendí que pensaba que era por la regla.

  • No, no… ya se me está pasando.

  • No te preocupes por tu padre –cambió de tema, o quizás pensó que estaba disgustada y que no tenía apetito por eso-. En cuanto se le pase, volverá. Él sabe que hay que compartir con los que menos tienen.

  • ¿Fue por eso? –no sé la razón, pero la pregunta surgió sola.

  • Por… por… ¿y por qué otra cosa podría ser? –respondió mi madre y, por un momento, me pareció que se sonrojaba.

  • No, es que… no, no pasa nada, mamá.

  • ¿Saldrás esta noche?.

  • No… creo que no… -y en ese momento lo supe. Era inevitable.

  • Haces lo correcto –contestó mi madre y, por un momento, incluso pensé que ella lo sabía, que lo sabía todo-. Quiero decir, que con papá así, es mejor que te quedes esta noche. Ya sabes. Por él.

  • Sí, mamá.

Esa tarde, cuando regresó su padre, se fueron los tres juntos de compras y terminaron viendo una película en el cine como una familia normal, como siempre habían hecho, y después de cenar regresaron a casa.

Todo era normal de nuevo.

Sin rastro de mensajes de Hasim y viviendo el día tal como hacían antes de acogerle. Todo era normal. Todo era perfecto. Todo era como debía ser.

Y, sin embargo, Sara no podía evitar mirar su móvil de vez en cuando.

Su mirada se desviaba hacia la pantalla desde que habían vuelto a casa.

No lo podía evitar.

Pero, al final, el sueño del estómago lleno, el calor del ambiente, la recuperación de la unidad familiar y la tensión del día, lograron que poco a poco su mente terminase desconectando y entrando en el mundo onírico.

  • Bajar, pequeña kafir

  • 15 minutos

  • Bajar ya

  • Bajar ya o enfadar u subir

Cuando Sara quiso darse cuenta, los cuatro mensajes hacían parpadear la pantalla de su móvil.

Se había dormido.

No los había visto.

Era poco más de media noche.

Hasim debía de llevar cinco minutos ya esperando fuera si la hora del mensaje no mentía.

Y aún podía escuchar a sus padres.

Estaban despiertos.

  • Bajo en 5 minutos.

Tenía que hacerlo.

Tenía que responder.

No quería que Hasim subiera.

No habría sabido qué decir a sus padres.

  • Espero

  • Uniforme

Sara se cambió lo más rápido que pudo.

Ni siquiera sabía porqué se puso el uniforme del instituto. Era algo absurdo.

Sólo iba a bajar para que no subiera Hasim.

Nada más.

Si sus padres la viesen así vestida se moriría de vergüenza cuando la preguntasen.

Estaban haciéndolo.

No podía creerlo.

Sus padres estaban haciendo el amor cuando salió de su habitación.

No es que fuese la primera vez que… Sara ya sabía que lo hacían con frecuencia, pero era la primera vez que su puerta estaba abierta mientras follaban.

Y la curiosidad pudo con ella.

Por un instante se olvidó de Hasim y se acercó.

Su padre estaba encima, bombeando con furia dentro de su madre.

Era un espectáculo… apasionante… ver sus cuerpos desnudos y sudorosos fundidos en el acto de máxima expresión de su amor. De la pasión que seguían teniendo.

Sin querer, Sara se estaba calentando. Sentía que en su interior crecía un calor como si se tratase de una caldera.

Hasta que su madre la miró.

No sabía cómo lo sabía, pero lo sabía.

Mientras su padre la estaba follando, su madre estaba mirando hacia la rendija de la puerta por donde estaba espiándoles Sara.

Y parecía que sonreía.

Y que asentía.

Fue un instante extraño. Perturbador.

Sara se retiró con el pulso a 100 por hora y con su coño aún caliente por la escena que había presenciado y los intensos gemidos de su propia madre.

Cuando entró en el garaje, la luz no funcionó.

Iba a usar la linterna del móvil cuando escuchó a Hasim.

  • Alto, kafir, quieta. No te muevas.

Sara obedeció sin poder evitarlo, sin pronunciar ni tan sólo una palabra de oposición, queja o preguntar las razones.

Simplemente se dejó rozar por los dedos de Hasim.

Recorrieron sus labios lentamente. Primero a un lado, luego al otro, deteniéndose en el centro.

Ella tardó sólo un segundo en entender qué quería Hasim.

Tardó un segundo.

Un segundo de más.

Recibió dos bofetadas, fuertes, que casi la hicieron caer, pero aguantó. Algo la decía que sería peor dejarse caer.

Acertó.

  • Bien, kafir, bien… vas aprendiendo… -la susurró al oído.

Después apoyó las yemas de sus dedos de nuevo en los labios de Sara, y esta vez la joven abrió sin dilación la boca para chuparle los gordos dedos a Hasim.

  • Gustar chupar, ¿sí, kafir?.

Sara asintió sin dejar de lamer con su lengua los dedos de la mano del hombre. Intuía que parar no sería bueno para ella.

Mientras seguía chupándole la mano, en la oscuridad del garaje, Sara sintió cómo la otra mano de Hasim empezaba a acariciarla el culo sobre la falda.

De repente, las caricias se convirtieron en un azote en el culo.

Fue una sorpresa para Sara y a punto estuvo de pegar un grito.

Lo que sí pasó fue que la mano de Hasim salió de su boca y bajó hasta la parte exterior de su muslo.

Empezó a subir lentamente, con los dedos humedecidos en la saliva de la joven hacia el extremo de la falda.

No pararon allí.

Siguieron subiendo por debajo, rozando lentamente la piel interna de los muslos de la chica y produciéndola unas extrañas sensaciones, mientras la mano del culo proseguía su recorrido de inspección bajo la blusa por la espalda de Sara y hacia arriba.

Se sentía atrapada, nerviosa y… y.. y sí, ligeramente excitada.

  • Mal, kafir, muy mal, aprender lento… -dijo con un tono acerado justo antes de agarrar los bordes del sujetador y las bragas de Sara con cada mano y romperlos de un tirón.

  • Ahhh… nooo… -intentó revolverse la chica, pero la fuerte mano de Hasim era más rápida de lo que se imaginaba. Un par de bofetadas la hicieron tambalearse de nuevo y saber que no había opción a ninguna negativa ni duda cuando él quería algo.

  • Ahora lista para paseo, kafir –anunció ese hombre que se había metido en su vida y la estaba revolviendo por todas partes.

La pasó algo que parecía una venda o un pañuelo por la cabeza y se lo puso en los ojos antes de sacarla de la mano del garaje.

Sara iba a oscuras.

Dependía totalmente de Hasim.

Su mano endurecida era lo único a lo que se podía aferrar.

  • Subir –dijo, mientras Sara escuchaba abrirse una puerta delante de ella.

Como pudo, con la ayuda de Hasim y un segundo par de manos que surgieron ¿delante de ella?, se sentó en el interior de un coche.

Alguien la abrochó el cinturón de seguridad y ella se quedó quieta mientras arrancaban y se ponían en marcha.

Sabía que preguntar su destino no lo haría más fácil.

Lo haría más difícil.

Y Hasim la castigaría.

Después de lo que la pareció una eternidad, llegaron a… a donde fuera, porque seguía sin poder ver nada.

Hubiera podido quitarse la venda o lo que fuera con las manos, pero sencillamente no se le pasó por la cabeza.

La puerta se abrió y el cinturón de seguridad desapareció.

  • Ven –dijo Hasim, a la vez que sus manos se encontraban y la guiaba de nuevo como a un ciego por un camino hasta unos escalones y después el pasillo de una casa donde se escuchaba música que parecía árabe.

Así siguieron hasta entrar en un cuarto en el que flotaba un aire viciado con el fuerte olor del tabaco y del sudor mezclados y… el de algo más. Otro olor que empezaba a reconocer Sara, un olor que significaba, que recordaba algo: humillación.

Hasim la soltó.

La música seguía sonando de fondo.

  • Bailar.

Con movimientos torpes por la ceguera que sufría obligatoriamente, o quizás fuera voluntaria, que simplemente Sara no deseaba ver lo que iba a pasar. Porque iba a pasar. No podría evitarlo. Nadia la iba a ayudar. Estaba perdida desde que bajó al garaje.

El caso es que la chica se puso a bailar.

Y al momento recibió otra bofetada.

  • Bien, kafir. Bailar bien. Girar. O doler más.

Sara hizo lo que la pidió Hasim.

Muy lentamente empezó a girar sobre si misma mientras se contoneaba en un apagado baile lleno de torpeza por no poder usar la vista.

Fue suficiente para su público.

Sara empezó a escuchar silbidos y palabras que por el tono supo que eran obscenas, porque la verdad es que no entendía nada de lo que decían.

Tenía miedo.

Y su ceguera forzosa aumentaba su sensación de miedo y vulnerabilidad.

Ni siquiera sabía cómo pudo seguir haciendo ese baile errático con los ojos vendados para ese público bestial, pero lo hizo.

Al poco, Hasim ladró unas palabras y el tono de las frases cambió alrededor de Sara. Más parecían órdenes que otra cosa.

El caso es que empezó a escuchar otras cosas. Movimientos en torno a ella.

Y cada vez se sentía más expuesta.

No por estar allí rodeada de un grupo de desconocidos con el uniforme de su instituto privado que sabía que resultaba tan provocativo para algunos hombres.

No por estar sin bragas ni sujetador.

Ni siquiera era por su eventual ceguera.

Era porque sabía que estaba más sola de lo que había estado jamás en su vida. Una soledad distinta, extraña, porque era de su ser más íntimo. Y la culpa la tenía Hasim.

Estaba destruyendo su antiguo yo y la estaba despojando de todo. Y eso era aún peor que todo lo demás. Y la daba más miedo aún.

De pronto, alguien se puso detrás de ella y ya no pudo seguir moviéndose.

Unas manos fuertes rodearon su cuerpo y la quitaron la blusa.

Intentó cubrir sus tetas con las manos, pero se las sujetó por las muñecas, mientras apretaba su cuerpo masculino contra su espalda.

Notaba el endurecido pene contra su culo.

Entonces unas manos empezaron a magrearla las tetas, mientras volvían los comentarios sucios.

Sara seguía sin saber qué decían. Pero lo sabía. No necesitaba conocer el idioma para descubrir el tipo de cosas que estaban mascullando a su alrededor esos hombres.

A esas primeras manos las siguieron otras.

No podía ni llegar a saber cuántas eran. Ni cuántos los hombres que la estaban sobando.

Al principio sólo la manoseaban las tetas y mordían sus pezones, pero poco a poco el ambiente se iba calentando y algunos la forzaban a besarlos y otros jugaban con sus manos en su coño.

Se sentía extremadamente humillada, salvajemente usada, tratada como un juguete o una cosa sin voz ni voto ni sentimientos ni nada de nada.

Los tocamientos duraron un buen rato, pero al final el hombre que la sujetaba por las muñecas… tenía que ser Hasim… esperaba que fuese Hasim… porque si no, no tendría ningún sentido…

¿Por qué?.

¿Por qué había pensado eso?.

¿Por qué pensaba que Hasim tenía ningún derecho sobre ella?.

¿Por qué una parte de ella siquiera consideraba que Hasim pudiera tener derecho a humillarla o ella a consentirlo?.

Estaba cada vez más confusa.

Y cuando la obligaron a inclinarse hasta quedar de rodillas, no se opuso.

Ni tampoco cuando tuvo que apoyar las manos en el suelo, un suelo que notaba sucio y grasiento.

Ni tampoco dijo nada cuando la levantó la falda para dejar su culo expuesto.

  • Chupar, kafir –dijo Hasim, con un tono casi de alegría desde detrás de ella-. Disfrutar. Chupar mucho.

La primera polla se pegó a su boca justo a la vez que otra polla se apoyó contra su hinchado coño.

Porque su cuerpo la traicionaba.

Porque todos esos magreos habían conseguido que su coño se calentase y empezase a dilatarse preparándose para…

Casi suspiró cuando por fin notó entrar la cabeza de la polla dentro de su coño.

Era virgen.

Otras cosas habían entrado en su coño, incluso un plátano entero… pero nunca la polla de un hombre, de un hombre de verdad, porque eso era lo que iba a pasar.

No el pene de un novio de su edad, era el pene de un hombre maduro, que posiblemente podría ser incluso de la edad de su padre, porque estaba segura de que también en eso Hasim había mentido… si es que era Hasim.

Sara esperaba que fuese él.

No sabía qué diferencia habría, pero esperaba que de verdad fuese Hasim el que estaba rompiendo con su endurecida polla la castidad de su región más íntima.

Una torta rompió sus pensamientos.

Una torta y la violenta entrada de toda la gorda y caliente polla dentro de su coño. Esta vez el suspiro se volvió en grito.

Grito que ahogó la polla que entró en su boca.

Una polla sucia, con sabor agrio, pero tan gorda que apenas entraba parte dentro de su boca.

Sara no tuvo más remedio que lamerla.

Era lo que Hasim la ordenaba.

Era lo que necesitaba para poder tragar.

Era lo que su cuerpo pedía para poder respirar.

Y, sobre todo, era a lo que la obligaban las fuertes y dolorosas embestidas que padecía por culpa de la endurecida, hinchada y caliente polla. El movimiento al que la sometía la forzaban a comer la polla que tenía delante para adaptarse al impulso que recibía en esa posición de perrita.

Una y otra polla iban ocupando posición delante de Sara.

Todas pasaban por su boca.

Algunas entraban enteras, otras sólo parte.

Todas tenían un sabor desagradable.

Todas la usaban sin piedad ni amor.

Y la que menos, la polla que la perforaba el coño.

Salvaje.

Fuerte.

Duro.

Así bombeaba y descargaba toda la fuerza de su cuerpo contra ella, concentrando todo ese destilado en la polla como si fuese una herramienta para destrozarla.

En un momento dado, Sara descubrió que estaba llorando.

Pero ya no sabía por qué.

No sabía si era por vergüenza o por humillación o… o por placer.

La sesión se prolongó un tiempo que se la antojó eterno.

Era muy difícil calcular el tiempo sin la vista.

Era muy difícil pensar cuando polla tras polla ocupaban su boca y otra más, poseída como si fuese una máquina con apariencia humana, no cejaba en perforar su coño hasta hacer que se sintiera explotar física y espiritualmente.

Al final eyaculó.

Dentro.

Una explosión de lefa estalló dentro de Sara, inundándola de un líquido espeso y caliente.

Pero no la sacó.

Dejó el pene muy dentro de ella mientras las últimas gotas se vertían dentro de ella, que apenas podía decidir si era un alivio que por fin hubiera terminado, si entraba en pánico por la posibilidad de quedarse embarazada, si el tener que seguir comiendo pollas era aún más humillante en esos momentos o… o si había algo más…

Cuando la sacó, Sara notó que parte de la lefa goteaba desde su coño.

No la veía, pero lo sabía.

Lo sentía.

No necesitaba otra confirmación que las señales que recibía de su hiperhinchado y excitado coño. Porque sí. Porque lo estaba. No podía negarlo.

Igual que no dejaban de poner pollas delante de su cara para que se las tragase… salvo que a partir de ese momento la cosa cambió también allí.

A partir de ese momento, todas las pollas que pasaban por su boca terminaban descargando toda su lefa dentro de la boca de Sara.

Ya no estaban un rato.

Ahora estaban hasta el final.

Tuvo que tragarse la lefa de más de 20 pollas.

Sólo entonces la dejaron cubrirse de nuevo las tetas.

Sólo entonces Hasim la devolvió a casa.

Sólo entonces, pudo subir tambaleándose hasta su cuarto y quedarse dormida sobre la cama sin ganas ni para quitarse el uniforme.

Sólo entonces…

Continuará…