Acicalamiento

Siempre me ha encantado un hombre preparándose para algo especial...

Tu reflejo tras la mampara del baño llama mi atención. Distraída y en ropa interior andaba por la casa recogiendo las cosas antes de tener que reunirnos en la fiesta con el resto de los invitados.  He entrado a buscar toallas y distingo tras los cristales que cubren la ducha tu silueta desnuda, muy masculina, y escucho el sonido del agua corriendo de fondo, chocando contra tu cuerpo y contra el mármol de la pared del baño. Pero no es eso lo busca mi mirada. Tu piel la tengo mil veces conocida, tus formas mil veces exploradas… En tu mano hay una hojilla de afeitar, y el ruido seco de su deslizar por tus ingles es lo que me llega a la entrepierna… Mi macho se está afeitando el cuerpo; para mí, para esta noche.

Mi macho se acicala…

No puedo reprimir el impulso y abro la puerta de la mampara. Aunque ver tu silueta difuminada por el cristal, las gotas de agua y el vapor que sube por la temperatura de la ducha me resultaba muy excitante, necesito la proximidad de tu cuerpo.  Me miras, complacido de ser descubierto en una actitud pudorosa en el interior del estrecho cuadrado de cerámica y mármol. Tienes el cuerpo mojado, el cabello recién cortado, la barba arreglada y una sonrisa que ilumina todo el rostro. Me miras y continúas afeitando tus huevos, raspándolos levemente. Me excita el sonido, como de arañazos con la uñas cuando te las clavo en la espalda mientras follamos. Y a ti parece que te excita que te mire, me imagino, porque tu polla empieza a reaccionar a mi lasciva actitud. Te estás empalmando y eso me hace hervir la sangre.

Esa polla dura quiere atenciones.

Pongo mi mano sobre la tuya y te arrebato la hojilla de afeitar. Y como no, tú te dejas hacer. La paso sobre tus pectorales, las axilas, el abdomen plano… retocando el trabajo que sé que acabas de realizar. Pero lo que me interesa está realmente más abajo, allá por donde sueles ronronearme que me acerque cuando estás muy cachondo.  Allí, donde se concentran ahora todos tus sentidos, va mi mano. Agarro tu verga dura con los dedos de la izquierda y lamo tus huevos a la vez que la levanto. Aprecio como se te eriza la piel y se tensan tus muslos. Me encanta esa reacción tan carnal de tu cuerpo, tan increíblemente incontrolable. Podrás no gemir si te contienes lo suficiente, y hasta no erectarte si piensas en fórmulas químicas o matemáticas, pero nunca has conseguido que tu piel no se revele contra tus deseos de parecer inalterable.

Recorro tu polla orgullosa desde la base a la punta con la lengua, dejando un marcado rastro de saliva en el proceso. Aprecio su fuerza, su calor… Noto el color enrojecido que ha tomado tu capullo nada más verme agachar frente a ti, como si llevaras horas perforándome el culo. No te preocupes… te voy a obligar a hacerlo esta noche.

Me la trago entera, hasta el fondo. Me llegas a la úvula y me atraganto con su tamaño. Me encanta sentirla tan dentro, sin poder casi respirar. Aferro los labios a tu base y te miro desde tu entrepierna. Siempre me ha encantado mirarte mientras te la chupo. Ahora tienes la boca abierta, en un gemido entrecortado que me vuelve loca. Me devoras con esos ojos. Me agarras la cabeza y me fuerzas a continuar allí parada, y miras al techo mientras sueltas un suspiro seco y sonoro.

  • Joder. Trágatela entera, nena. Mátame de gusto.

Si pudiera te contestaría, pero mi garganta está muy ocupada en intentar meter aire en los pulmones mientras succiono y aprisiono tu glande contra la parte posterior del paladar con la lengua. Y tragar... Pero las palabras resuenan en mi cabeza, aquellas que no pronuncio, queriendo que atraviesen la piel de tu capullo y se claven en tus oídos.

  • Antes me muero que soltarte. Vas a tener que atragantarme con tu leche para que deje de chupártela- pienso, sin dejar de concentrarme en la dureza de tu miembro.

Aumentas el ritmo, follándome la boca. Mis dientes te arañan la base pero parece no molestarte, ya que tus embestidas son cada vez más brutales. Tengo que aferrarme a tus caderas para no perder el equilibrio y caer de culo en una de ellas. Y te devoro el capullo como si no lo hubiera visto en años. Duro en el interior de mi boca, caliente y orgulloso de estar reventándome los labios justo cuando más prisa tenemos en terminar de arreglarnos. Empieza a babear cuando se intensifican tus gemidos, y tus embestidas hacen que mis carrillos se dilaten poniendo a prueba su elástica consistencia. Allí pones tus manos, entre mi barbilla, el cuello y los cachetes, impidiendo la retirada de tu verga antes de que me la inundes con tu leche.

  • Me voy a correr, zorra. Te voy a dar toda mi corrida. ¿La quieres, la quieres?

Yo solo puedo mirarte y asentir, y gemir lastimeramente sabiendo que me atragantaré con ella. ¡Qué gusto! ¡Qué verga tan deliciosa! Tu polla caliente me está destrozando la garganta. Me tienes completamente empapada la entrepierna, y más me excita imaginarme que luego podría vestirme de gala e ir oliendo a hembra en celo a la fiesta, sin cambiarme de bragas.

Con un gemido hueco te corres en mi boca. La siento caliente mientras sigues bombeando, aferrado tú ya a los perfiles de aluminio de la mampara mientras terminas de llenarme con tus últimos chorros espesos los carrillos. No suelto tu polla, la necesito hasta el final. Quiero toda tu leche en el interior de mi boca. Escuchas incluso el leve chapoteo que produce tu carne dura sumergida en tu propio esperma y mi saliva, entremezclado con tus gemidos y maldiciones de gusto.

Cuando siento que tus muslos se relajan y la dureza de tu carne pierde consistencia la chupo una última vez, limpiándola y llevándome todo tu semen capturado sobre la lengua. Pego los labios a tu pelvis, allí donde se inicia el crecimiento de tu vello púbico, y dejo resbalar la leche por ellos, paseándome lentamente alrededor de tu verga y tus huevos. Cuando ya no queda nada en el interior de mi boca extiendo con los dedos tu corrida por toda la zona, dejando los pelos pringosos y resbaladizos bajo mi presión. No dejas de mirarme mientras respiras entrecortadamente, sujeto a la mampara, con las piernas abiertas y tus bolas colgando ahora laxas entre ellas. Hace un momento estaban tensamente sujetas contra el tronco de tu polla. Tu pubis queda impregnado de tu esencia caliente…  perfecta espuma de afeitar…

Ahora estás preparado para que te rasure la entrepierna.