Aciago destino

Un relato erótico de humor para una concepción escabrosa.

Aciago destino.

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Un relato erótico de humor para una concepción escabrosa

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Esteban Barroso fumaba ese cigarrillo de forma compulsiva. Sudaba tanto que dos manchurrones asimétricos y oscuros empapaban su camiseta. Le picaban las orejas y le escocían los ojos.

Y aún no tenía una respuesta a la pregunta que su recién encontrada hija, con ojos brillantes y dientes blanquísimos, le había hecho.

Cruzaba las piernas y las descruzaba, y a cada movimiento del camarero preparando sus dos cafés le sumía en un estado más hondo de crisis nerviosa.

Las sienes le palpitaban y había empezado a guiñar el ojo de forma compulsiva.

Una sonrisa torcida, dibujada por un pintor borracho haciendo el pino, se dibujó en sus labios cuando su recién encontrada hija se volvió y le sonrió. Esos dos cafés marcaban el culmen de su agonía.

Cerró los ojos y pensó que esto era un mal sueño, una pesadilla fabricada por una parte de su cerebro que recibió un golpe de pequeño y que así se vengaba por el porrazo recibido.

Esteban Barroso jamás mentía. Desde que lanzó su primer grito al nacer, odiando a la matrona que le había arrancado de aquel útero tan cómodo, hasta hoy mismo que había prometido a su recién conocida hija contarle cómo había sido engendrada, Esteban Barroso jamás había dejado escapar de sus labios ni por afirmación ni por negación ni por acción ni por omisión una sola falacia.

Y aquella maldita virtud cristiana que le había llevado hasta lo más alto en el trabajo (físico de partículas eleuterianas) y en lo social (presidente perpetuo de su comunidad de vecinos) lo estaba catapultando a una hipercrisis de proporciones devastadoras para su cordura.

Cómo contarle a esa criatura de poco menos de veinte años que su concepción fue producto de un escupitajo.

El camarero servía ya una leche humeante sobre unas tazas que contenían un café aún más humeante.

Esteban Barroso recordó aquella infortunada tarde, aciaga para él, esplendorosa para su recién encontrada hija.

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Carmen de Valdés y Esteban Barroso en la cama. Él sentado en el borde del colchón, y ella de rodillas a su lado sonriente. Desnudos como Adán y Eva cuando eran ignorantes. Esteban Barroso había aceptado la insistente propuesta de ella, muchas veces ignorada por él y muchas veces vuelta a proponer por ella de follarla por el culo.

"Es un pecado, una guarrería y una porquería", argumentaba él. "Es innovación, es limpio si somos limpios y soy atea", respondía ella. "Además", remataba Carmen de Valdés, "tendrás tan prietita la polla y te dará tanto gusto que voy a cagar leche hasta mañana".

Bien es cierto que Carmen de Valdés era un poco burra.

Tanta insistencia encontró Esteban Barroso a lo largo de tres meses que al final aceptó. No porque ella le negara la entrada a su vagina si continuaba con esa mojigata protesta, sino porque Esteban Barroso había oído a un compañero de partículas eleutorianas que aquello era la polla.

Asique una tarde, después de un polvo rápido y sin concesiones al romanticismo, él aceptó despojarla de su virginidad anal y ella rompió a llorar de alegría y a proferir alabanzas al dios del que renegaba. También dio las gracias a Esteban Barroso.

"¿Cómo lo hacemos?", preguntó él, al que la vergüenza del acto le había impedido hacer esa pregunta a su compañero de partículas eleutorianas. "Es fácil", sonrió ella, "sólo necesitamos un cojín, un condón y vaselina".

La suerte, que ese día estaba a otras cosas, hizo que no encontraran cojín, ni condón ni vaselina.

"Mejor lo dejamos para otro día", propuso Esteban Barroso. "Mis cojones", respondió ella, ", por mis muertos que hoy me rompes el ojete.".

Ya sabemos que Carmen de Valdés era muy burra.

Al final, y todo el mundo lo sabe, cuando no hay carne, lentejas quedan, y a falta de cojín se enrollaron las sábanas, el condón del polvo sin romanticismo anterior fue lavado, y como sustituto de la vaselina usaron aceite de girasol.

El ingenio del ser humano se agudiza en los momentos difíciles.

Primero fue la puntita, a lo que Carmen de Valdés, atea convencida y devota defensora de la libertad ideológica, se encomendó a todos los santos del calendario zaragozano. Y cuando el salchichón de polla se hubo introducido en su intestino grueso hasta los testículos, clamó a los ángeles, los arcángeles y los serafines divinos dedicándoles graciosas pestes y dudosa gratitud.

Por fortuna, ya sabemos que el ser humano se aferra a la vida cuanto más dura es la prueba, y el ano dilatado y atormentado de Carmen de Valdés, se relajó ante un mete saca al principio indolente y carente de la más mínima proporción del ritmo, pero luego, a media que las entrañas de Carmen de Valdés proporcionaban a Esteban Barroso un gozo que dudaba existiera, se fue convirtiendo en un vals de acompasados gemidos de él y de improperios de ella.

Esteban Barroso, que como decimos gozaba como un querubín saltando de nube en nube, estaba ajeno a los aullidos de dolor de Carmen de Valdés.

¿Y porqué Carmen de Valdés, otrora defensora del amor libre en general y entusiasta de ser follada por el culo en particular, deseaba que ese tormento en que se había convertido el encuentro entre dos amantes acabase cuanto antes, sino ya?

Debido a que se estaba yendo de vientre.

"¡Que me cago, Esteban Barroso, que me cago ahora mismo!", profería como una posesa.

Pero Esteban Barroso, ajeno a la desdicha de su amante, y su terrenal necesidad, flotaba en una nube celestial, sintiendo su miembro prietísimo en aquel dulce nicho.

Quiso la fortuna, para alguien, y ahora veréis porqué, que Carmen de Valdés había lavado el condón que enfundaba la polla que le producía tanta congoja con detergente de lavavajillas. A ello se unió el hecho, una vez oído pero no escuchado por Esteban Barroso que el profiláctico de látex no casa bien con el aceite vegetal y, menos, con el detergente.

A resultas de que cuando la leche procreadora de Esteban Barroso surcó el recorrido del pene no encontró obstáculo de látex a su avance, esparciéndose por las entrañas.

Cuando Esteban Barroso, con un sonido de ventosa que presagiaba el desastre, sacó su miembro del culo de su amante, ésta no pudo reprimir una ingente y olorosa ventosidad directa hacia él, esparciendo la leche procreadora por sus ojos, su pelo y sus labios.

Esteban Barroso, cristiano convencido y hombre de pro, escupió la leche de la vida, asqueado y aún inmerso en aquel fétido y desagradable espectáculo,

A continuación, Carmen de Valdés, rendida y destrozada ante el embate de sus entrañas, defecó en la cama una ingente cantidad de excremento.

Debido a ello, y como todo el mundo podrá comprender, Carmen de Valdés y Esteban Barroso no volvieron a verse

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Y ahora, aquella chiquilla se presentaba ante él, y le preguntaba cómo había sido concebida.

Respuesta verdadera:" Debido a que mi semen, que llegó a mis labios catapultado por un pedo de tu madre cuando la sodomizaba, lo escupí y fue a dar en su coño".

Respuesta a una hija: "Tu madre y yo te tuvimos con amor y respeto mutuo una tarde de verano en su casa".

Pero, y como ya todo el mundo ya sabe, Esteban Barroso jamás miente.

Ya se acerca la criatura con los dos cafés.

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Ginés Linares

gines.linares@gmail.com