Acho en la pampa 7
Acho se cruza con don bruno, el payador...
ACHO EN LA PAMPA 7
Acho regreso a los dos días a su casa solitaria en medio de La pampa. Lo había pasado muy bien con los hermanos españoles que le habían dado sexo de todas las maneras y formas posibles.
Por el camino fue rememorando cada segundo que paso en aquel lugar. Fue una verdadera fiesta de sexo y locura. Los españoles eran bien encendidos y fogosos.
Iba recordando cada rocé de su piel con la de aquellos machos candentes. Lo habían revolcado de un lado a otro, sacándole la leche, ordeñándolo por todas partes.
Cuando llegó al cómodo rancho como el lo llamaba, bajo los alimentos y los acomodó tranquilamente en los muebles que tenía parta tal fin.
Luego salió a los corrales a ver a sus queridos animales. Les repartió la alfalfa, el agua, los miró por todos lados, a ver si alguno se encontraba lastimado. Los mojo un poco, ordenó lo que estaba desordenado.
Nunca les hacía faltar ninguna cosa a sus animales, los trataba muy bien. No les hacía faltar nada.
Al día siguiente luego de haberse dado un buen y refrescante baño, salió para la estancia de Rodenas, el vecino rico, que en esos días realizaba la yerra. Se congregaban entonces todos los vecinos a dar una mano, y era también una especie de encuentro y de fiesta. Estaban todos o casi todos los vecino y siempre aparecía alguien de afuera, algún invitado importante o no, pero siempre habían nuevas caras.
Cuando llegó al lugar varios peones y peoncitos lo saludaron amigablemente. Algunos vecinos ya se encontraban mateando y preparando cosas para la faena.
En realidad el se dedicaba mas a los potros. Y en ese año Rodenas le había dicho que había pocos otros nuevos. Igual siempre era un placer verlo al muchacho delgado de anchas caderas y pantalones finos y cabello largo lidiar con potros fieros y bravos, era como un encantador que le hablaba y los acariciaba dulcemente para luego montarlos a su entero placer. Mas o menos como hacía con loa machos, pensaba mas de un vecino que se había encontrado en esas lides con Acho el amante joven de aquellos lados.
Por supuesto que pocos lo reconocían porque la mayoría eran hombres casado, con compromisos y con hijos y que no andaban divulgando lo que hacían en la intimidad. para ellos eso era sagrado. sí que no era extraño que Acho se encontrara a veces en medio de una conversación con dos o tres señores que habían gozado de sus carnes y como si tal cosa, nadie siquiera hacía alguna insinuación, ahora cuando estaban a solas era otra cosa.
La mañana fue corriendo entre lazos, sudor y novillos. Polvo y sol. Un gran asado campero. En ese momento llegó al lugar el viejo Bruno, un payador que andaba con su viguela colgada en todas partes.
Acho nunca lo había conocido mas que de vista. Se había cruzado con el en alguna estancia vecina, pero no había estado con el ni cerca. Don Bruno lo miro al pasar y le saludo con la cabeza gacha y siguió camino a encontrarse con el dueño de casa.
La siesta se vino encima y muchos empezaron a tirarse por aquí y por allá. Los peones y peoncitos se arremangaban las camisas, y algunos también se las quitaban y mostraban sus recios pechos, sus dorados pechos al viento.
El silencio fue ganando la estancia. Algunas mujeres aún andaban recogiendo cosas tiradas.
Por ahí en medio de la nada se escuchaban las cuerdas sonando en la soledad del campo. Acho debajo de un frondoso árbol se tiro sobre sus manos. Haciendo de almohada. entrecerraba los ojos y escuchaba el sonar de aquellas musicales cuerdas.
Trató de ubicar en su cabeza, que comentarios tenía del payador, de don Bruno, y recordaba como al pasar algunos comentario de la mujer del farmacéutico, por ejemplo, decir, es un soltero empedernido, siempre anda solo, y mejor si anda con esa viguela para todos lados y las chinitas se le tiran encima, y cosas así.
Se entre durmió, entró en un vaho amodorrante, se perdió en un territorio oscuro y lejano. No escucho mas nada.
No sabe cuanto tiempo había pasado, cuando escucho ruido a su alrededor, no sabía si soñaba.
__¡Disculpe mocito, no era mi intención molestarlo!__ decía don Bruno con un enorme garrote en sus manos chorreando meada cerca del grueso tronco del árbol donde Acho dormitaba.
__¡No lo vi, disculpe, y ahora no puedo cortar el chorro…lo siento!!__ decía en tanto el líquido brotaba de una soberbia cabeza que brillaba. Seguramente el viejo don Bruno, vio los ojitos del joven Acho regodearse de la visión que estaba teniendo en ese momento. No se escuchaba nada. Estaban todos alrededor o dormidos o escondidos entre los montes haciendo sus cosas. Luego de un momento que pareció eterno el viejo guardó la morcilla en su pantalón. Sonrió. Y se movió hacia un pequeño montecito que había a unos pasos. Acho no podía quitar la vista de lo que había admirado. Quería mas y por supuesto su cola empezó a calentarse y a dilatarse de deseos y ganas.
El viejo don Bruno se perdió en el montecito. Acho se incorporó con sus cabellos al viento de l siesta caliente. Miro para todos lados. Oteando, para ver quien estaba mirando. No vio persona alguna. Se puso de pie. Se encaminó hacia el montecito. Llegó y entró en el. Las ramas lo golpeaban en los brazos y las piernas, avanzó por un caminito estrecho que encontró. Se veía un poco mas allá como un claro.
Vio al payador recostado contra un árbol. No se veía muy bien y se acercó conteniendo la respiración.
__¡Pensé que ibas a tardar un poco más!__ dijo don Bruno
__¡Bueno…no sé!!__ balbuceó el joven ardiendo. El maduro macho estaba con su mástil alzado y duro, se lo acariciaba. Acho se arrodilló y miro al viejo payador.
__¿Qué esperas?¿Quieres tocarlo?__ espetó el macho anhelante
__¡Si quiero!__ dijo firme el joven muy caliente. La baba le chorreaba por la comisura de los labios, al joven que se acercó y olfateó la hermosa daga que le ofrecía aquel extraño macho payador.
__¡Dele nomas mocito, este bocao es todo pa uste, sírvase nomás!!__ decía gimoteando aquel macho de ojos grises. La boca de Acho se abrió. Rodeó la cabeza del perno. La apretó con los labios. El macho gruñó. Acarició los cabellos sedosos del chico glotón. Se apoyó un poco más contra el tronco del árbol. Las embestidas de la boca tragona y la lengua gorda del joven jugaba con la poderosa poronga.
Lamentos de parte de el viejo payador que tensaba las piernas desnudas. No tenía el pantalón lo había esperado al joven ya sin esa prenda. Las bolas gordas del viejo eran repasadas por la maravillosa endiablada lengua.
__¡Ohhh mocito…ohhh uste si que es atrevido!
__¿Le gusta don?__ preguntaba el joven domador
__¡Claro…ahhh, así está muy bien…!!__ la lengua dibujaba trayectorias sobre el tronco venoso de aquel macho. Seguí acariciando los cabellos largos, de vez en cuando los tironeaba. El placer envolvía la tarde, mientras los cantos de las chicharras se hacían presentes y se mezclaban con los gemidos brutales de los amantes.
Las manos del chico se aferraron al mástil erecto y potente. El vaivén se hizo placentero. La piel del monstruo se corría de arriba hacia abajo, todo tenía un ritmo. El viejo payador movía su cabeza para un lado y otro mientras mordía sus labios en señal de ardiente placer.
__¡Eres un demonio jovencito, ahhh, que lindo tragas mi aparato, uyyy, ayyy, si, que gran tragador eres!! ¡Ahora espera….espera un poco!!__ dijo el viejo Bruno y con la vara dura como roca se puso de pie, recogió su pantalón de entre la maleza, miro al joven sonriente
__¡Vamos, ven conmigo!__ y empezó a caminar mostrando su culazo blanco. Acho lo seguía. Caminaron unos metros y apareció ante la vista del chico una pequeña cabaña. El macho abrió la puerta y allí una cama revuelta los esperaba. El mástil había alicaído un poco, se quitó el resto de la ropa e invito al joven domador a hacer lo mismo. Acho no tardó nada en quedar desnudo. Las formas del chico hicieron que el garrote se moviera poniéndose duro, solo con ver la redondez de la cola del joven. Don Bruno acarició el culito del chico. Lo besó despacio y con sumo placer, por entra las media lunas metió su lengua, buscando el anillo precioso. Lo baboseo, lo besó, Acho gemía lloriqueando como hacía cada vez que se calentaba al máximo.
A la vez el chico se apoderó de la herramienta y con la boca lo volvió a comer. El macho gritaba de placer. Se contorsionaban, giraban, mientras sus lenguas se perdían en las carnes al rojo del otro. La lengua del viejo escarbaban el glorioso agujerito ya dilatado del Acho que bufaba. Un dedo y luego otro y el payador que balbuceaba palabrotas, mientras cogía al jovencito con los dedos mientras Acho le besaba, le comía el garrote brutalmente duro, repasaba las bolas enormemente gordas.
En eso estaban cuando irrumpen en el lugar dos peoncitos que quedan boquiabiertos, mirando la escena. Uno es el hijo del capataz de la estancia, y otro don Bruno no sabe quien es.
Quedan paraditos, el viejo payador con su garrote alzado los mira sacando su boca del ojete del efebo que lo estaba comiendo.
__¿Y ustedes que andan haciendo?__ habló fuerte el viejo
__¡Nosotros, señor!_- dudo uno de ellos
__¿Que hacen con tu amiguito aquí?__ ellos ardían en sus mejillas.
__¿Sus padres saben que están aquí?__ decía el viejo moviéndose y sentándose al borde del a cama. La amenazante vara seguía alzada y parecía mas grande de lo que era.
__¿Quieren un poco?__ dijo el viejo señalando y agarrando su poronga como una roca. La blandió como un puñal en el aire. Acho se acercó ala herramienta y le daba lamidas con su cola como gata para arriba, el viejo gemía y seguía blandiendo su arma, el joven Acho que relamía la espada y los dos chicos que con sus ojos brillantes observaban aquella rabiosa pijota delante de sus narices.-
continuara