¿Aceptas ser un cornudo sumiso de por vida?
Me habías preguntado varias veces cuál era mi fantasía favorita. Lo solía hacer siempre que estábamos en la cama y mientras me acariciabas la polla. Yo me mostraba remolón, te decía que no tenía ninguna especial o que todas las había llevado a la práctica contigo.
Pero no era cierto y tú lo sabías; te lo imaginabas. Intuías que había algo oculto que no quiera confesar, que me daba pudor. Así que tú insistías en que tenía que tener alguna fantasía oculta, en lo más profundo de mi ser, que no quería confesar. Yo te decía que no y tú me comentabas que todos las tenemos.
La mía es acostarme con una mujer - me dijiste mientras me acariciabas la polla.
Pero eso no es una fantasía oculta –te dije-. La mayor parte de las chicas fantasean con eso. Es muy inocente.
Bueno, ahora dime la tuya.
Hacerlo con un travestí –te confesé, mientras veía mi polla endurecerse más por el hecho de imaginar la situación pero, sobre todo, porque tú lo supieras.
Porque tú sonreíste, hiciste que me corriera y me dijiste que era una fantasía muy inocente. De hecho al día siguiente, cuando regresé a casa, te encontré sentada en el sofá junto a una chica que era muy atractiva y vestía muy provocativa. Y me la presentaste y comenzaste a desnudarla.
- Es para ti. Mi regalo –me dijiste con una pícara sonrisa-. Ven, no tengas miedo.
Y me acerqué y comencé a acariciarle los pechos aquel travestí tan mono, mientras tú me decías que se llamaba Carola y que querías que disfrutara con ella para cumplir mi fantasía. Y saliste de la habitación y me dejaste solo con el/ella que cogió mi cabeza y la llevo a su polla erecta. Y chupé. Chupe la polla con ardor y fervor, porque no me daba asco, la verdad, y estaba muy excitado por aquella situación, porque Carola se puso de pie y me hizo arrodillar entre sus piernas para que se la chupara mejor, hasta que se corrió sobre mi cara y yo me masturbé, llegué al orgasmo y me quedé tendido en el suelo. Tendido y exhausto por el placer.
Entonces fue cuando apareciste tú con una cámara en la mano, despediste al travestí y me dijiste que tenías grabada mi escena. Que Carola era un amigo/a que conocías de hace tiempo y que te había ayudado en la trampa que me habías tendido. ¿Trampa?, te pregunte. Sí, me dijiste. Es una trampa porque ahora te tengo grabado con esta escena y harás lo que yo te diga si no quieres que le enseña la grabación a tu amigos, tu familia o a tu jefe.
No me esperaba aquello de ti y te lo dije, pero tú me contestaste que sabías que iba a caer en la trampa porque conocías mi tendencia bisexual y sumisa. Que habías visto como olía tus bragas usadas cuando creía que tú no estabas. Que habías visto como incluso me las ponía mientras me masturbaba. Que habías visto en mi historial del navegador que veía páginas de travestís, de femdom y de cuckold (de cornudos sumisos), y que, como me amabas y me querías, ibas a complacerme y hacerme muy feliz. Porque además yo tenía un pito, no una polla, pues el tamaño de mi pene era ridículo y por eso mantenías una relación con un compañero de trabajo a escondidas, por lo que también cumplías una de mis fantasías: la de ser cornudo sumiso.
- Porque ya lo eres y lo vas a ser mucho más mucho –me aclaraste.
No supe qué decir. Me quedé callado y no dije nada, pero tú añadiste que a partir de ahora serías tú la que llevaría los pantalones, que ibas a follar con tu amante en nuestra cama de matrimonio, que yo sería vuestra criada sumisa y que si no aceptaba, harías público el vídeo y destruirías mi vida.
¿Aceptas? –me preguntaste mientras acariciabas mi polla.
¿El qué?
El ser mi cornudo sumiso, claro.
Sí –contesté sin pensarlo.
Y no lo pensé mucho, la verdad, porque al decir sí, que aceptaba ser tu cornudo sumiso, me corrí a borbotones con un orgasmo que me dejó derrengado sobre el suelo.
- Lo sabía. No he tenido que presionarte mucho – me contestaste.
Desde ese día visto bragas, medias y todo lo que se te ocurre, sobre todo cuando tu amante viene a casa a follar contigo en nuestra cama de matrimonio y yo os sirvo de criada, de doncella francesa, si no tengo que acudir a su trabajo y hacérselo mientras los dos folláis. En este caso pones una cámara web frente a la cama y me permites que mientras le hago a él las tareas, pueda ver cómo follas con él, cómo me haces cornudo sumiso.
Y cuando llego a casa te lamo el coño y te lo dejo bien limpito de su leche. Otras veces he de ir a la casa de tu amigal travestí Carola para hacerle las tareas domésticas mientras tú follas con tu amante. Como es natural ya no gasto calzoncillos porque siempre he de llevar bragas, sobre todo cuando viene tu amante pues quieres que ante él me sienta femenina para que él se sienta más macho al verme.
A veces te levantas de la cama, enciendes el ordenador portátil que suele estar en la mesilla con la cámara web y miras cómo le haga las tareas a Carola mientras tú follas con tu amante, sino me azota. Porque la última vez le dijiste a Carola que me azotara el culo delante de la webcam porque querías verme azotado mientras me hacías cornudo. Y ella lo hizo. Me puso delante de la webcam, me obligo a estirar las manos hacía el techo, abrir un poco las piernas y comenzó a azotarme el culo, mientras te veía follar con otro, mientras observaba entre gemidos como me hacías cornudo.
- Cornudo y apaleado, le dijiste a Carola mientras cabalgabas a tu amante. Así quiero verlo siempre. Y dale fuerte los azotes en el culo porque no lo oigo gemir y me excita mucho oírlo mientras follo con mi amante. Pero procura que no se corra, que lo conozco y es capaz de sentir mucho placer con la humillación.
Y tenías razón, como siempre, porque en esta situación tuve el orgasmo más bestial que había tenido por la humillación de verte follar con otro y ser además azotado por un travestí que no dejaba de llamarme cornudo tras cada azote en mi culo. Mi semen llegó a varios metros de donde estaba. Y sin tocarme: sólo con verte follar con otro, sentirme cornudo y ser azotado mientras me lo hacías.
Me conocías tú a mí más que yo a mi mismo. Así que en esta situación seguimos hasta que decidiste que nos casáramos, que querías casarte conmigo.
Aunque no va a cambiar nada –me aclaraste-. Te voy a poner los cuernos en el momento antes de la boda, para que entres al matrimonio como cornudo y después, en la noche de bodas, para que sigas siéndolo e iniciemos un matrimonio feliz.
¿Aceptas? –me preguntaste.
No lo sé –respondí.
Porque no lo sabía. Una cosa era un juego de novios y otra estar casados de por vida. Pero entonces tú me sonreíste, te levantaste, cogiste un DVD del armario y me lo diste.
- Aquí tienes la cinta que te grabé con el travestí. Ya no quiero chantajearte más puedes irte libremente. Eres libre.
Y cogí la cinta y me fui del piso. Anduve caminando por la calle, tomé algunas copas, me sentía irritado y no sabía por qué. Era libre, por fin me había desecho del chantaje y tenía libertad para rehacer mi vida, para encontrar a una chica normal que me quisiese y con la que formar una familia formal. Y normal. Eso pensaba mientras callejeaba sin saber por dónde iba. De vez en cuando paraba en un pub y me tomaba una copa. No estaba borracho, pero sí extrañado. Porque sin darme cuenta había vuelto a tu calle. Sin darme cuenta subía a tu piso. Sin darme cuenta llamaba a tu puerta. Y sin darme cuenta me arrodillé ante ti y te pedí perdón y que no me dejaras porque no podía vivir sin ti.
¿Sin mi y sin la humillación de ser cornudo?
Sí, por favor- te dije implorando.
Suplícamelo.
Te suplico que no me dejes.
Y qué más.
Y que me hagas cornudo.
¿Cornudo y apaleado?
Sí, amor mío.
Entonces sí. Te perdono.
Toma, aquí tienes la cinta con la grabación –te dije devolviéndotela.
No la quiero. Ya no me hace falta.
Lo sé.
¿No quieres rehacer tu vida con otra chica más normal?
No, amor mío. No quiero.
¿Aceptas entonces que vas a ser un cornudo sumiso por el resto de tu vida?
Si, amor mío.
¿Aceptas que jamás follarás conmigo, que te vas a morir sin follar conmigo porque eso le molesta a mis amantes?
Sí, lo acepto.
Entonces pasa.
Y entré en tu piso, pero tú me llevaste al cuarto de baño donde me desnudaste, me pusiste tus bragas, me pintaste los labios y los pezones con carmín y me cogiste de la mano para llevarme a la que era nuestra cama de matrimonio y donde estaba tu amante desnudo y repantigado.
Acepta ser cornudo por el resto de su vida –le dijiste a él.
No lo creo –contestó tu amante.
Demuéstraselo, cariño.
Sí, amor mío.
Y me senté en la cama, le cogí la polla y comencé a chupársela.
- ¿Ves como es un buen cornudo sumiso?...Vamos a ser todos muy felices porque además es muy puta.