Aceites... esenciales

Alternativas interesantes y aceitosas a las que poder recurrir para probar cosas nuevas que funcionan y siempre dejamos de lado.

Estábamos relajados, tumbados en la cama, después de haber hecho el amor por la mañana. Sin quererlo ni beberlo, habíamos decidido dedicar todo el día a nosotros, a querernos, a extasiarnos, a excitarnos.

Él me hablaba y me explicaba anécdotas, pero yo no le prestaba mucha atención, estaba más centrada en comérmelo con la mirada. Me gustaba ver sus labios moverse cuando articulaba palabras, morder su cuello y sus orejas, sus músculos, sus piernas, pero yo tenía una debilidad que me podía, y era su hermoso trasero. Cada vez que se lo tocaba intentaba manosearlo de todas formas; me volvía loca. Me encantaba tocarlo, acariciarlo, sentirlo tan cerca de mí hasta respirar su aliento.

En un momento de silencio, mientras jugaba con su ombligo, me lancé y le dije:

  • Oye, tienes cara un poco de cansado. ¿Puedo hacer algo para arreglarlo?

  • Haber, sorpréndeme.

  • Esto lo soluciono yo en un abrir y cerrar de ojos. Date la vuelta, pero tumbado boca abajo, ¡no hagas trampas!

Y me levanté rápidamente de la cama para ir a buscar el delicioso aceite que había comprado para probar en ocasiones como ésta.

Puse mis rodillas lado a lado de su cadera y me senté en su culo. Vertí un chorrito de aceite en mis manos. Estaba calentito, como si ya supiese cómo iba a acabar aquel masaje antes de empezar.

Me unté bien las manos, y cuando ya noté que resbalaba lo suficiente, eché un poco sobre su espalda y empecé a esparcirlo por toda ella.

Iba notando como mis manos aumentaban de temperatura poco a poco mientras recorrían toda su espalda como si de amasar se tratase. Con mis nudillos apretaba ligeramente y hacía pequeños círculos, paseándolas. Amasaba, y cada vez iba aumentando ligeramente de intensidad, y sabía que le gustaba porqué dejaba ir pequeños ruidos de placer.

Con los puños cerrados y presionando un poco, volvía a descender por su espalda, y volvía a subir. Entonces abría la mano lo más expandida posible y me paseaba por ella, como si fueran pisadas de elefante. Presionando y soltando, presionando y soltando.

Esta vez fui bajando hacia su trasero y descendiendo por sus piernas, masajeándolas tranquilamente. Bajaba y subía, amasándolas. Y cada vez que llegaba a mi debilidad, me detenía unos segundos más, y hacía hincapié ahí.

Le dije que se tornara, y retomé los amasamientos por su pecho, su musculado pecho. Con mis dedos me las ingeniaba para intentar no repetir movimientos y nunca me detenía, siempre en movimiento, arriba y abajo, amasando y rozando, tocando o presionando, y él mantenía los ojos cerrados y la boca entreabierta. Tenía ganas de comérmela, pero prefería seguir así, excitándome poco a poco un poquito más.

Masajeaba sus piernas y las movía a mi antojo, como si vibraran. Notaba que le daba un cierto gustillo.

Hasta que, decidí que era el momento de ir más allá, y, con las dos manos, fui rozándole poco a poco los muslos por la parte interna, mientras notaba como la tensión de su excitación aumentaba. Estaba a dos escasos milímetros de su sexo pero, antes de podérselo tocar, volvía a bajar, y repetí los movimientos dos veces más, hasta que vi su pene se empezaba a ponerse erecto.

Entonces, empecé a jugar con el tronco de su pene, acariciando su glande, estimulando sus testículos, hasta que él fue abriendo los ojos y me miró tan fijamente que comprendí que era el momento de pasar a la acción.

Balanceé mi cuerpo hacia su sexo y no pude resistirme a pasarle la lengua por todo el tronco. Con una mano lo sujetaba y mientras lo iba lamiendo de abajo a arriba, dejando que mi lengua se deslizase por su miembro. Él empezaba a soltar pequeños gemidos que cada vez me excitaban más. Yo succionaba su sexo, y empezaba a subir y bajar, solo con los labios presionando ligeramente el tronco. Ya había aprendido a introducir todo su miembro en mi boca, y eso nos proporcionaba un placer mutuo. Repetía una y otra vez el movimiento, y variaba de intensidad. Él se iba incorporando, con los ojos excitados, y yo, mientras seguía con lo mío, levanté un poco la mirada para poder verle. Él me hizo “ven” con el dedo, y luego lo chupó.

Consiguió llamar mi atención, y entonces dejé lo que estaba haciendo y él aprovechó para hacerse con un preservativo. Se lo puso a velocidad de bala, y luego me penetró sentada.

Segundos después se abalanzó sobre mí y empezó a poseerme. Cada vez nos íbamos excitando más, y dejábamos ir algún que otro gemido, que nos excitaba aún más.

Se incorporó un poco y cogió mis piernas, para penetrarme profundamente. Noté que sudábamos juntos, extasiados, y que mi sexo ja se había humedecido. Me volteó hacia un lado y siguió dándome, de lado, y yo notaba como me abría más, y le dejaba libre la entrada.

Me puso mirando hacia él, con esos ojos que me miraban con seguridad y me decían que estaba siendo suya, para susurrarme algo al oído, pero me adelanté y le pedí que eyaculara en mi boca; me gustaba el contraste del sabor de su eyaculación con el de mi saliva.

Excitado y extasiado, llegó al orgasmo, y pequeños momentos después, se quitó rápidamente el preservativo e introdujo su sexo en mi boca. Eyaculó.

Yo me lo tragué entero, y mientras aun lo tenía dentro de mi boca, jugueteaba con mi lengua. Él dejó ir un suspiro muy largo y se tumbó a mi lado.

Nos tocábamos cada uno, como si nos faltara parte de nuestro cuerpo. Nos habíamos unido y sudado tanto juntos, que nos sentíamos como uno de solo.