Acechada
Una madre observa que su hijo empieza a tener una extraña actitud, coincidiendo además con escenas de acoso.
ACECHADA
Verónica no solía salir, pero aquella noche se animó. Llegó a casa pasadas las dos de la mañana y su instinto de madre la llevó, a hurtadillas, directamente a ver a su hijo. Cuando entreabrió la puerta y lo vio durmiendo sintió cierta satisfacción. Era un buen muchacho. No le había dado nunca ningún problema, ni ahora que era un adolescente de dieciséis años. Cuando Verónica se vio siendo madre soltera, con solo diecisiete años, el mundo se le vino encima. Pero ahora consideraba que era lo mejor que le había pasado en su vida. No lo habría logrado sin la ayuda de sus padres, pero entre todos estaba convencida de que habían hecho un buen trabajo.
1
Inquieta, tensa y acalorada. La joven madre estaba teniendo uno de los sueños más pesados que recordaba. Le había costado dormirse, se sentía “ni en pena ni en gloria”. No sabía si taparse o destaparse, o tenía frío o tenía calor. Después se dio cuenta de que cualquier cosa le molestaba. El tictac del reloj, los coches de la calle, el sonido de la lluvia que no cesaba. Una vez dormida seguía sintiendo la incomodidad, incluso el dolor de cabeza con el que se había acostado.
Soñaba ahora que andaba rápido por un túnel urbano, seguida de cerca de dos hombres con gabardina. Ella aceleraba el paso, pero también lo hacían los dos individuos. Desde luego no podía esperar nada bueno de esos tipos, y lo sabía. Emprendió la carrera, pero ni así conseguía dejar atrás a los perturbadores personajes, la angustia era cada vez mayor hasta que, al fin, logró despertarse.
Estaba empapada en sudor y sus sienes parecían estar a punto de explotar. Vio que estaba completamente destapada, pero no le sorprendió. Antes de dormirse lo había probado todo. Bebió un trago del vaso que siempre dejaba en la mesilla de noche y se decidió a tomarse un analgésico. Vio entonces, antes de acostarse de nuevo, que la puerta estaba entornada. Habría jurado cerrarla antes de meterse en la cama. De hecho, lo hacía incluso en pleno verano, era una de sus manías.
«Qué raro » , pensó justo antes de intentar conciliar el sueño de nuevo. «»
2
Verónica se levantó muy temprano. Tenía todo un ritual de belleza antes de ir a trabajar. Desayunó, se duchó y ahora repasaba el vello de las piernas con una pequeña cuchilla. Sentada en el váter y con el pie apoyado en la bañera recorría su desnuda pierna cuando el pomo del baño empezó a hacer ruido, como si alguien intentara abrir la puerta.
—¡Ocupado! —gritó desde dentro mientras seguía con lo suyo.
Continuó la acción cuando, de nuevo, el pomo luchó contra el seguro para abrirse.
—¡Cariño, estoy yo!
Sin darle mayor importancia abandonó definitivamente la depilación para comenzar a vestirse. Observaba su envidiable figura en ropa interior en el espejo cuando le asustó un tercer intento de la puerta por abrirse, esta vez incluso más violento y duradero.
—¡¿Max?! —preguntó algo intranquila la madre.
De nuevo el silencio, un par de minutos de tregua, y otra vez las sacudidas, esta vez incluso deformando la madera como si alguien estuviera aporreándola con todas sus fuerzas.
—¡Hijo! ¿Eres tú? ¡¿Pasa algo?!
Empezaba a estar realmente angustiada, decidió vestirse a toda prisa a pesar de que volvía a reinar la calma. Salió del cuarto de baño y fue directa a la cocina, donde se encontró a su hijo, sosegado y perfectamente listo para ir al instituto, desayunando un tazón de cereales.
—¿Máximo?
—¿Sí? —respondió él sin separar la vista del bol.
—¿Qué te pasaba? ¿Por qué no respondías?
—¿Cuándo, mamá? —preguntó el alzando, ahora sí, la cabeza.
—En el baño, cuando has visto que tenía puesto el cerrojo.
—No he ido al baño mamá, me he duchado en el pequeño.
—Pero alguien quería entrar cuando…me estaba…
El adolescente puso cara mitad de sorpresa y mitad de burla, antes de decir:
—¿Espíritus?
La madre no pudo evitar sonreír.
—¡Vete al cuerno! No tiene gracia Max…¿Eras tú o no?
—Pero si ya te he dicho que no he ido en toda la mañana, ¿para qué? Si tengo todas mis cosas en el pequeño desde hace mucho.
La madre se extrañó, el chico parecía realmente estar diciendo la verdad. Aunque el tema le ponía los pelos de punta, decidió no darle más importancia.
—Vale, anda, date prisa o no llegarás a clase.
—Ya, pero, ¿cómo puedo irme sabiendo que en la casa hay fantasmas? —ironizó el hijo poniendo voz de ultratumba.
La madre rio ante la payasada, pero el suceso no le había hecho ninguna gracia.
3
Tres días después Verónica volvió a casa a la hora de cenar. No solía tener que trabajar hasta tan tarde, pero estaban siendo días de mucha carga de trabajo. Los jefes estaban nerviosos y lo acababan pagando las secretarias, como siempre.
—¡Ya estoy en casa! —anunció cerrando la puerta principal—. ¿Qué tal tu día?
—Un asco, la de ciencias nos ha puesto un examen para el lunes, “control sorpresa” ha dicho. Pues ya ves tú que sorpresa. Para animarme un poco estoy calentando unas pizzas.
—¿Comida basura entre semana?
—Mamá… —se defendió él.
—Vale, vale. No diré nada, ya sé que tu vida es muy estresante —se burló guiñándole un ojo—. Me voy a cambiar y vengo a degustar le delizie dello chef.
Diez minutos después Verónica volvió a la cocina, con un camisón puesto y la larga melena recogida en una coleta.
—¿Están ya las pizzas? ¿De qué son?
—Mi especialidad —respondió el hijo simulando el acento italiano—. Margherita e margherita.
—¡Muy original!
—¿Verdad? —siguió él—. Si quieres hacemos mitad y mitad y así probamos de las dos.
La madre no podía evitar reirse con las recurrentes payasadas de su hijo. Se acomodaron, como de costumbre, en la pequeña mesa de la cocina. Degustando las pizzas congeladas y compartiendo un refresco. Hablaban de cualquier tontería cuando Verónica se dio cuenta de que el hijo ya no respondía.
—¿Max?
El joven tenía la mirada fija en algún punto y permanecía inmóvil, sosteniendo aún el último pedazo de pizza en la mano.
—¿Hijo? ¿Estás bien?
Parecía mirarla fíjamente, pero no reaccionaba.
—Va, no hagas el tonto eh, que me voy a asustar.
Intentó seguir su mirada, fijarse en donde apuntaban sus ojos. Trazando una línea imaginaria llegó hasta su propia entrepierna. Verónica estaba aposentada en un taburete con las piernas exageradamente abiertas. El corto camisón había subido lo suficiente para mostrar parcialmente sus braguitas negras, asomándose ligeramente por la raja de la ropa.
—¿Máximo?
Él seguía impertérrito. Finalmente, como een un acto reflejo, la madre cerró las piernas y se adecentó el camisón. Fue en aquel mismo instante en el que su hijo volvió en sí, sonriendo como si nada hubiera pasado.
—¿Estás bien Máximo? ¿Qué te pasaba?
—¿A mí? —dijo realmente sorprendido.
—No fastidies eh, te hablaba y no contestabas.
—Ay no sé mamá, me he distraido un momento supongo, ¿qué decías?
La madre fue incapaz de seguir con la conversación, pero tampoco tuvo la valentía de seguir indagando en el extraño comportamiento de su hijo. Él al momento siguió como si nada, comentando cualquier estupidez que habían visto en la televisión y bromeando, pero ella no se sacaba la escena de la cabeza.
4
Otra mala noche. Durmiendo a trompicones, nerviosa. Esta vez corría bosque a través, de noche, iluminado el cielo solo por la luna. A su espalda podía oír el ruido de las alimañas, o quizás eran lobos. Ni si quiera sabía de que huía, pero sabía que debía hacerlo. De nuevo podía notar su cuerpo empapado en sudor, febril. Se despertó de un sobresalto, pudo notar incluso la cama temblar debajo por el espasmo.
Recuperó el aliento como pudo y se terminó el agua de su mesilla de un trago. Se dio cuenta de que volvía a estar destapada, le pareció incluso que tenía el camisón mal puesto. Mucho se debería haber revuelto en sueños para terminar así. Alzó la vista y vio la puerta abierta. Ya no era entornada, ni mal cerrada. Estaba abierta de par en par.
Supo feacientemente que ella no había dejado la puerta así. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Se levantó de la cama y fue hasta la habitación de su hijo, necesitaba comprobar que estaba todo en órden.
—Hijo, ¿estás bien? —preguntó desde la entrada de su habitación.
—¿Mmm? —respondió él, medio dormido.
—¿Has venido a mi cuarto por algo?
—¿Qué?
—Pues eso, que si me necesitabas para algo y has abierto mi puerta.
—Joder mamá, no empieces, qué rarita estás ultimamente —dijo él cubriéndose la cara con la almohada.
Verónica decidió volver a la cama, pero aquella noche ya no fue capaz de volver a conciliar el sueño.
5
La mañana siguiente se dedicó a fregar los platos acumulados del día anterior. Era sábado, pero había madrugado igualmente al no poder dormir. Se esmeraba a sacarle brillo a la vajilla mientras reflexionaba con lo que estaba pasando últimamente. Podía dejar pasar un par de cosas, pero no tantas. Le dio miedo pensar que su hijo tenía algún problema. En lo primero que pensó, y ojalá fuera solo eso, es en el sonambulismo. Tampoco conocía mucho el tema, ni tenía claro que cuadrase con el diagnóstico. Quizas era ella, que estaba estresada y veía fantasmas por todas partes.
Trabajaba ahora la grasienta bandeja del horno, luchando contra restos de queso fundido. Se movió un poco hacia atrás y chocó con algo.
—Joder hijo, que susto me has dado —dijo explicándose—. ¿Qué haces levantado tan temprano?
No contestó. Se quedó nuevamente inmóvil, a escasos dos centímetros de ella, aprisionándola entre su cuerpo y la encimera. Ella no se dio cuenta en un primer momento y siguió frotando.
—¿Has quedado para jugar al baloncesto con tus amigos? —insistió.
El hijo siguió sin contestar, pero, de manera casi imperceptible, pareció avanzar lo suficiente para que su cuerpo chocara de nuevo con el de la madre. Verónica tenía tan poco espacio que apenas podía seguir con la tarea.
—¿Max?
Silencio.
Intentó darse la vuelta, pero ya no tenía espacio ni para eso.
—Hijo...que no me puedo mover...
Se dio cuenta que vestía solo con calzoncillos y camiseta, y de que ella seguía en camisón. Sin mediar palabra, pudo notar un dedo del joven que recorría su cuello, su hombro y terminaba quitándole uno de los tirantes de la ropa, dejándolo caer sobre el brazo. En ese instante notó también un bulto presionándole los glúteos. Fue sin duda el momento más aterrador de su vida.
—¡¿Máximo?! ¡¿Qué pasa?! ¡¿Qué haces?!
Ni una sola palabra, pero le pareció oirle respirar profundamente. Ahora la que permanecía inmóbil era ella, atemorizada. Cada vez sentía la joven erección de su hijo más clavada entre sus nalgas, sostenida solo por el calzoncillo y su propia ropa. Otra vez notó su mano en el hombro, esta vez entera, no solo un dedo. Lo acarició y bajó despacio, colándose en el canalillo para acabar agarrándole un pecho. Fue entonces cuando logró reaccionar.
—¡¡Máximo!! —exclamó ella dándose la vuelta, empujándole y propinándole una bofetada, todo casi en un mismo movimiento.
El hijo pareció volver también en sí, mirándola entre asustado e indignado.
—¡¿Pero qué haces, mamá?! —le recriminó.
—¡¿Cómo que qué hago?! ¡Lo sabes muy bien!
—¡¡¿¿Yo??!! ¡¡Pero si yo venía a prepararme un tazón de cereales!! —le explicó desesperado.
Parecía realmente aturdido, miraba a la madre y, depués, se observó el bulto de su entrepierna, confundido. Ella no supo qué decir, sacudió con la cabeza y se marchó, completamente abochornada.
6
Verónica estuvo realmente preocupada, pero pasaron dos semanas muy tranquilas. Su hijo era el de siempre, bromista, alegre, sin “ausencias”. Se dijo a sí misma que fue algo pasajero, probablemente relacionado con algún tipo de sonambulismo. Se metió en la cama, llevaba días durmiendo bien y esperaba seguir con la racha.
El sueño no podía ser mejor. Un atractivo y fibrado empresario la invitaba a cenar y a tomar algo, y acaban en un hotel. Notaba sus meses de abstinencia, estaba realmente caliente. Sudaba, pero no por nada parecido al malestar.
—Mmm —gimió entre sueños.
El hombre la desnudaba casi con violencia, le arrancaba las bragas y la penetraba sin piedad.
—Mmm, síii.
Ahora probaban todo tipo de posturas, siendo cada una más excitante que la anterior. A sus treinta y tres años era una mujer absolutamente deseable, pero al ser madre soltera su vida sentimental había pasado siempre a un segundo plano. No era célibe, desde luego, pero eran pocas las relaciones que había mantenido.
—¡Mmm! ¡Mmm!
El fornicio siguió hasta que, muy a su pesar, se despertó. Aún no había abierto los ojos, y cuando lo hizo le pareció ver una figura salir a toda prisa por la puerta abierta de su habitación. Se frotó los ojos, volvió a mirar, pero ya era tarde. De nuevo estaba destapada, pero esta vez era aún peor. Tenía el camisón tan mal colocado que uno de sus pechos estaba completamente descubierto y se dio cuenta de que sus bragas estaban por las rodillas. Enseguida se puso bien la prenda y la ropa interior, notó entonces que tenía la entrepierna completamente mojada. Su cuerpo se enfrió en cuestión de segundos por el miedo.
7
A la mañana siguiente alargó la ducha. Era una costumbre habitual cuando tenía algún problema. Reflexionaba debajo del agua caliente con la esperanza de que esta se llevara todo lo malo. Oyó entonces la puerta siendo forcejeada desde fuera.
—¡¿Máximo?!
Continuaron los ruidos, el temblor de la madera, el chirriar del pomo.
—¡Estoy en la ducha! —informó con la mosca detrás de la oreja.
Pero lejos de disminuir, el ruido, aumentó. Los crujidos eran tan fuertes que por un momento pareció que la puerta estuviera a punto de partirse en dos.
—¡Max! ¡No me hace ninguna gracia! ¡¿Me oyes!?
Verónica apartó la cortina de la ducha y se quedó mirando la escena, en una mezcla de indefensión, enfado y ofensa.
Más lucha, más ruido...
—¡¿Se puede saber qué quieres?! ¡Y luego no me vengas con tonterías eh!
Apenas terminó la frase que la puerta, finalmente, cedió. Cayéndose al suelo un par de piezas metálicas que conformaban el pestillo y abriéndose tan solo un centímetro. La madre seguía con su mirada clavada en aquel pedazo de madera, boquiabierta. Se abrió entonces del todo, lentamente, con un pequeño y sutil empujón desde fuera, casi como en una película de terror. El pasillo estaba oscuro y aunque se vislumbraba una silueta masculina era imposible determinar quién era.
—¿Max...? —titubeó ella.
La figura la observaba, parecía llevar puesta una gorra calada. Verónica se dio cuenta entonces de su desnudez y en un ataque de pudor se cubrió el cuerpo desnudo con la cortina, dejando al descubierto solo la cabeza.
—Te he dicho que no tiene gracia —dijo en un susurro.
La enigmática silueta la miró unos segundos más y se fue, sin hacer ruido, casi de manera fantasmagórica. La madre intentó recuperar la calma, controlar la respiración que se había acelerado en demasía. Podía sentir su corazón en el cuello, en el párpado y en la nuca. Salió de la bañera y rápidamente se secó como pudo, nerviosa, como si estuviera llegando tarde a algún sitio. Con el pelo aún mojado y llevando solo el albornoz fue a la cocina a paso firme.
—¿Se puede saber a qué juegas? —le preguntó, alterada, a su hijo que comía tranquilamente un plátano en la mesa.
—¿Qué?
—Basta de juegos, Max, sabes perfectamente de qué hablo.
—Mamá, ¡¿qué dices?! —preguntó él realmente sorprendido.
—Has forzado tanto la puerta del baño que la has roto, no tiene gracia, ¿sabes?
—¡¡¿Pero qué dices?!! Me estás empezando a asustar eh, cada día me sales con cosas más raras.
—Te he visto, ¿vale?
—¡¿Pero cómo me vas a ver si he estado aquí desayunando todo el rato!? ¡Se te está yendo la olla eh!
La madre se quedó completamente descolocada. Lentamente se sentó también en la mesa, pensativa.
—Anda, anda, seguro que te pasa por dormir poco esto, llevas tiempo quejándote —dijo el hijo intentando sacar hierro al asunto—. ¿Te preparo algo?
—No gracias... —contestó ella aún aturdida.
Máximo abrió la puerta de la nevera y dijo:
—Tienes las tetas más perfectas que he visto nunca.
—¡¡¿¿Qué has dicho??!! —interrogó ella dando casi un bote en la silla.
—Que si quieres leche o mejor te preparo un poco de café.
Verónica se levantó y se fue, transtornada, hacia la cafetera.
—Ya me lo preparo yo, gracias.
—Te daría por el culo hasta sacarte los ojos.
Esta vez no lo dudó, fue hasta su hijo y agarrándole del cuello de la camiseta le preguntó:
—¡¡¿¿Qué acabas de decir??!!
La expresión del muchacho era un poema, casi de pánico.
—Qué vale...que...como quieras...
Estaba entre asustado y triste. La madre se dio cuenta y volvió a soltarlo, intentando serenar los nervios. Notó de nuevo su respiración acelerarse y apoyó las manos en la encimera, inclinándose un poco sobre ella, procurando no entrar en shock.
—Me voy que llego tarde a clase —anunció él con voz de circunstancias.
Parecía que todo iba a acabar allí, pero la madre pudo notar perfectamente como el hijo le daba una palmada en el trasero al pasar por su lado camino de la puerta. Una simple palmada que sintió como un latigazo en el alma.
8
Aquella misma noche madre e hijo se encontraron de nuevo en la cocina para cenar. Por la cabeza de Verónica habían pasado toda clase de ideas, algunas explicaciones eran médicas, otras macabras. Estaba asustadiza y analizaba cada detalle. Máximo se dio cuenta, pero intentó actuar con normalidad.
—Aquí tienes —dijo entregándole un vaso con medio refresco, algo que ya casi era una tradición a la hora de cenar.
—Gracias —fue lo unico que respondió.
Se puso ella a hacer una cena sencilla, unas simples torillas a la francesa. Mientras tanto él miraba las noticias en un pequeño televisor que tenían al final de la encimera. La madre, discretamente, empezó a vaciar el refresco en la pila. Sospechaba de todo, incluso de que su hijo la estuviera drogando. Y si era así, aquella era la manera perfecta.
Trancurrió la velada tranquila, tanto que se volvió tensa. Con hijo comentando cosas de la programación y madre contestando con monosílabos.
—Me voy a dormir ya —anunció ella sin ni siquiera tomar postre.
No se permitió dormir. La tensión la mantenía despierta y si se veía flaquear tiraba del móvil para distraerse. Las horas fueron pasando, estaba a punto de desistir cuando vio como, muy lentamente, la puerta de la habitación se abrió. Se hizo la dormida. Aunque andaba a hurtadillas perfectamente pudo oír como alguien se acercaba. Oía incluso su respiración. Como pudo permaneció inmóvil y con los ojos cerrados.
El visitante, igualmente despacio, la destapó. Sintió un escalofrío pero logró retenerse. Nuevamente una respiración profunda, sentía aquellos ojos obserándola. Un dedo le acarició, muy delicadamente, la mejilla, para después bajar por el cuello y terminar en el escote. Desapareció el dedo y volvió un minuto después acompañado del resto de la mano para acariciarle un pecho por encima del camisón. Casi podía oler la excitación de su acosador.
De nuevo el pecho, con más ganas esta vez, magreándolo impunemente. Notó entonces como le retiraban ambos tirantes del camisón y lo bajaban hasta descubrir completamente su busto. Apretó fuertemente la mandíbula para no moverse. Las yemas le acariciaron los indefensos pezones, pellizcándolos incluso cuando se decidió por fin a abrir un ojo. Pudo ver lo que tanto había temido, a su hijo completamente desnudo frente a ella.
Máximo no se percató de nada y siguió manoseándola a su antojo. Le subió ligeramente la parte de abajo del camisón, agarró la goma de las bragas y se las bajó pausadamente, esta vez hasta retirarlas por completo. Le sobó un poco el trasero y enseguida comenzó a jugar con su sexo, acariciándole el clíroris de manera circular. La madré pensó en llorar, se sintió perdida, la trampa había llegado tan lejos que se sintió atrapada en ella. Tenía ambos ojos abiertos y veía, desolada, la escena.
Siguió magreándola impúnemente, entrepierna, pechos, culo, todo lo que se le antojaba, emitiendo de vez en cuando un casi imperceptible pero no por ello menos repugnante gemido. Los ojos de ella se adaptaron a la oscuridad y contemplaba el terror aún más nítidamente, observando el erecto miembro de su hijo. Él, visiblemente excitado, le abrió con delicadeza las piernas y se acomodó entre ellas, tumbándose sobre ella. Sus caras quedaron también una delante de la otra, y Máximo se percató entonces de que la madre estaba despierta.
Le miró con asombro, con miedo por un momento, pero estaba demasiado caliente y hasta ese momento nadie le había impedido seguir. En vez de huír, comenzó a besarla por la mejilla, los labios y el cuello. Verónica siguió impasible, como si se tratara de un maniquí. No tuvo el valor de afrontarlo y se aisló.
El hijo colocó el glande en la entrada de su sexo y, aunque ella no estaba excitada en absoluto, consiguió penetrarla sin demasiado esfuerzo.
—¡Mm! ¡Mmm! ¡Oh! —gimió él mientras se hacía camino por el ansiado conducto.
Mientras que la penetraba seguía besándola y le agarraba del pelo.
—¡Mm! ¡Mm! ¡Mmm!
Ella cerró los ojos con fuerza, de incomodidad, de dolor físico y psicológico.
—¡Oh! ¡Ohh! ¡Mmm! Mmm...mamá...mmm.
Se movía con cuidado, despacio, disfrutando de cada movimiento lento y profundo. De fondo solo el sonido de los gemidos y el chirrido de los muelles de la cama al ritmo del vaivén. Le puso las manos en las nalgas para acompañar los movimientos, obligándola a moverse.
—¡Mmm! ¡Mmmm! ¡¡Mm!!
Verónica apenas sentía nada, miraba el techo en la oscuridad, su cabeza se movía arriba y abajo de manera inevitable por las acometidas. Se había convertido en una muñeca, en un juguete roto.
—¡Mm! ¡¡Mm!! ¡¡Mm!! Mamá, mamá...¡mamá!
Sentía ahora su cuerpo inherte rebotar contra el colchón, empleado como un simple receptáculo de placer.
—¡¡Ohh!! ¡¡Ohh!! ¡¡Ooohhh!!
Finalmente su hijo eyaculó, entre gritos y espasmos y llenando su interior de su simiente caliente, dejándose caer sobre ella exhausto al terminar. Pasaron varios minutos en los que Máximo siguió en la misma posición. La madre podía notar su miembro perder fuerza dentro de ella, poco a poco. Demasiado poco a poco. Recuperó el aliento, se puso en pie y con la misma delicadeza que al principio, casi de manera ritual, vistió y adecentó a la madre. La tapó después y se fue de la habitación cerrando la puerta con cuidado, sin decir ni una sola palabra.
FIN
Pocas horas después Verónica se duchó casi como una autómata, se vistió y fue a la cocina. Como de costumbre se encontró a su hijo desayunando, pero esta vez estaba serio.
—Hijo... —dijo sin apenas fuerzas.
—Mamá, perdona por lo que voy a decirte, pero necesitas ayuda. Y quiero que sepas que yo estoy y estaré contigo en todo momento.
Ella lem iró incrédula.
—Yo creo que te has dado cuenta, pero últimamente dices cosas raras. Cada vez más. Incluso...haces...te insin...digo...insinúas cosas raras. Tu comportamiento no es para nada normal, al principio no quise darme cuenta, pero luego pensé que no hay nada de malo en pedir ayuda. A todos nos puede pasar. Quiero que vayamos a ver a un especialista, mamá.