Accidentalmente enamoradas lV

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Pensamientos de Anabel en la actualidad.

Es difícil mi princesa hermosa, es difícil aceptar frente a todos que te amo, que soy infiel, que soy mentirosa, que olvide a mi primer amor…. Pero no es por vergüenza como tú crees, no es porque no esté segura del amor que siento por ti, sino porque no soy una gran mujer, no estoy preparada, no tengo estudios, no tengo carrera como Sandra, no puedo ofrecerte la vida que mereces, los lujos y comodidades a las que estas acostumbrada.

Si dudo tanto, no es porque no esté segura de lo que siento, sino porque tengo miedo de no ser lo suficiente para hacerte verdaderamente feliz, porque a diario recuerdo ese gran juramento que te hice: que ante todo estaría para mi tu felicidad… ¿Y si yo no soy tu felicidad? No lo pregunto porque dude de tu amor, sino porque dudo que te de una vida digna y sin ella dejes de sonreír.

Mi princesa… Te amo más que a mi vida, estoy segura de eso, del amor que siento hacia ti, y también de tu amor hacia mí, pero de lo que no estoy segura es de mi capacidad de darte todo lo que mereces y necesitas para que seas verdaderamente feliz.

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– Anda Stephen, vamos.

La familia Ravenscroft se encontraba reunida en la sala de estar, en su mayoría entusiasmados por la visita de un gran amigo; Su nombre es John, John Wells.

Gran amigo desde la niñez de Stephen (padre de Danielle), que bajo varias circunstancias había decidido residir en México.  El desde que llegó (hace 19 años) se convirtió en cristiano, con algunos problemas y peros, pero en la mayor parte del tiempo seguro de su fe. Y su actual visita fue para invitar a la familia como otras tantas veces, a celebrar con él, el aniversario de su congregación. Generalmente Stephen se negaba, tenía una y mil excusas pero esta vez por alguna extraña y desconocida razón aceptó. John se sentía muy satisfecho y feliz porque pensaba que su amigo por fin se acercaría a Dios, pero el resto de la familia estaba desconcertada.

Danielle estaba más que decidida. Ni iría. Primero: No le caía para nada John. Segundo: no quería salir de su casa (principalmente de su habitación) y tercero: No quería pararse en ninguna iglesia porque le recordaba a Anabel.

Durante todo este tiempo Danielle estuvo encerrada: En su habitación, en sus pensamientos, en su dolor. Quería a toda costa olvidar a Anabel, pues no comprendía como pudo dolerle tanto su rechazo, su “franqueza” no entendía en qué momento y bajo qué circunstancias nacieron estos fuertes sentimientos. Su solución fue intentar odiarla; Odiarla por no agradecerle cuando le salvó la vida, por haberla ilusionado, por haber jugado con ella, por besarla sin sentir nada, por despreciarla, por lastimarla… Pero cada vez que intentaba hacerle entender esto a su corazón, él tomaba fuerza y le reclamaba su presencia, le gritaba que en realidad la amaba por más que intentara engañarse.

– No papá, ya te dije que no quiero ir.

– Danielle tienes que entender algo, no te estoy preguntando si quieres ir, si tienes o no deseos de salir, te estoy diciendo que nos vas a acompañar y todos iremos como la gran y ejemplar familia que somos ¿Entiendes eso hija? – Dijo Stephen en un tono muy sereno –

– Pues entonces quiero que tú entiendas algo: ¡No voy a ir! Es mi última palabra.

Danielle salió de la habitación muy enojada, decidida que nada ni nadie la haría salir de su casa.

Pero el domingo las cosas resultaron diferentes a como Danielle las había planeado.

– ¡Stephen! Qué bueno que vinieron.

– John un gusto verte de nuevo.

– Disculpen ¿En dónde está el baño? – Dijo Danielle interrumpiéndolos –

– En esta puerta a la derecha, al fondo a la izquierda.

– Gracias John.

Al parecer Danielle, por más segura que estaba que no los acompañaría, la imposición y amenazas de sus padres pudieron más que su propia voluntad.

Así pues el domingo, todos se encontraban arreglándose. Stephen con un pantalón blanco, camisa azul cielo y un saco azul oscuro, zapatos negros. Elizabeth (madre de Danielle) Eligió un precioso vestido rojo que llegaba por un poco más debajo de medio muslo, con un cuello en V con un discreto escote en la espalda, con mangas a 3/4 resaltaba mucho su figura, sus bellos pechos bien formados a los cuales la gravedad aun no pasaba factura, su cintura cuidada como de avispa y sus caderas un poco anchas por sus dos jóvenes hijos, pero que daban a relucir unas nalgas fuertes y bien formadas, no muy grandes pero no muy pequeñas y para finalizar sus bellas y torneadas piernas.  El joven William (hermano de Danielle) Se puso su conjunto algo informal pero que le resultaba muy cómodo: un pantalón pegado a sus fuertes y largas piernas color crema, a juego de una camisa negra pagada (igual o quizá más que su pantalón) abierta hasta su pecho. Danielle pues… No se esmeró mucho, se puso lo primero que encontró en su closet sin importarle el color, o si era lo suficientemente formal (o informal) para la ocasión.  Entonces todos salieron para llegar a las 6 de la tarde (con esa puntualidad característica de los ingleses) al templo.

Danielle se dirigió al baño, distraída, fastidiada, caminando con la intención de mojarse la cara para intentar tranquilizarse y fingir ante el espejo  una buena y creíble sonrisa. Iba absorta en sus pensamientos cuando alguien se estrelló contra ella, haciendo que ambas cayeran.

– Disculpe ¿Se encuentra bien?

Escuchó Danielle… Con esa voz que reconocería siempre, bajo cualquier circunstancia.

– Sí, creo que está vez no será necesario que me lleves al hospital.

– ¡Danielle! ¿Qué haces aquí?

– Hola, gracias por tu bienvenida… ¿Crees que podrías ayudarme a levantarme?

En ese momento llegó un hombre, no muy grande entre 40 y 45 años de edad, de estatura baja, 160 quizá, de piel morena y cabello negro con ojos color miel. Quien al ver tal escena se molestó con Anabel. Estaban las dos en el piso, Danielle completamente recostada, Anabel encima de ella sin recargar todo su peso. Este hombre se apresuró y primero levanto a Ana sin mucho cuidado incluso con algo de brusquedad. Pero con Danielle fue todo lo contrario, la tomo delicadamente de su brazo y respetuosamente tomo su cintura para ayudarla a ponerse de pie.

– Señorita ¿Se encuentra bien?

– Si, gracias…

– ¿Qué pasó hermana Anabel? – le preguntó este hombre a Ana.

– No fue su culpa señor, yo iba descuidada y tropecé con… La señora. – Contestó Danielle–

– Disculpe entonces… –Le dijo a Danielle – Hermana debe de tener más cuidado la próxima vez. – Ordeno con cierta molestia a Anabel –

– Si… Disculpen.

–Si me disculpan me tengo que ir. Hermana, por favor asegúrese de que la señorita se encuentre bien.

Entonces este hombre se fue…

– Danielle ¿de verdad te encuentras bien?

– Sí “hermana” no tiene de que preocuparse.

– No hace falta que te recuerde que no tiene mucho que te accidentaste.

– No, no hace falta que me recuerdes que por mi estupidez casi muero.

– Dan…

–No digas nada, sé que no te intereso y que solo preguntas como estoy para que no te coma la conciencia y que quedes bien con el hombre que acaba de entrar, pero no te preocupes, estoy bien.

Danielle dio media vuelta y se alejó cojeando un poco pues si le dolió la caída, pero erguida por su orgullo, pensando en que quizá había sido muy grosera con Ana, pero al mismo tiempo se recordaba el dolor que le hicieron sentir sus palabras, tratando de convencerse que fue justo; Llegó con su familia y se sentó entonces comenzó el servició, Anabel estaba en el púlpito frente a todos.

Danielle al verla ahí tan en control no pudo evitar sonreír pues automáticamente, casi sin quererlo empezó a fantasear con la oradora. Le parecía (extrañamente) excitante la situación, se veía tan autoritaria, tan fuerte… Pero no dejo que esos pensamientos invadieran su mente pues de inmediato los detuvo.

Ana por su lado, desde el lugar en donde estaba tenía una vista privilegiada, pues el hermoso vestido que eligió Danielle verde agua, tenía un no muy discreto escote y desde dónde estaba Ana podía ver perfectamente sus pechos, sus blancos pechos; Pero aunque le fascinaban, no les tomó mucha importancia, prefería ver su precioso rostro, sus ojos… Fingía perfectamente bien, pues ella decía que estaba “bendecida” y eso era sinónimo de estar más que bien pero por dentro todo estaba roto, tenía unas inmensas de bajar y arrodillarse delante de Danielle pidiéndole perdón, y suplicarle que la besara… Aunque sea una sola vez. Pero no fue capaz de hacer nada de esto.

Pasó rápidamente todo el servicio y TODOS se dieron cuenta de las visitas, de que una familia aparentemente adinerada visitó su templo. Entonces el pastor se acercó a ellos a saludarlos.

– Hermanos, que bueno que se animaron a visitarnos. Mi nombre es Lucian Montés pastor de esta congregación.

– Gracias por su invitación, mi nombre es Stephen Ravenscroft y esta es mi familia: Mi esposa Elizabeth, mi hijo William y mi preciosa hija Danielle.

– Mucho gusto. ¿Les gustaría pasar a cenar con nosotros?

– Sí, claro, será un placer.

Todos siguieron a Lucian quien anteriormente levantó a Danielle, al llegar toda la congregación estaba cenando conviviendo y al final de la concina en una mesa privilegiada se encontraban algunas personas quienes según el pastor eran “siervos de Dios”

– Hermanos, permítanme presentarlos, ellos son la familia Ravenscroft, el hermano Stephen y su esposa la hermana Elizabeth, sus hijos Danielle Y William.

– Dios los bendiga hermanos.

– Ellos son mi ayuda, el hermano Aaron ministro en el MIEPI y la hermana Lidia su esposa y también sierva. La hermana Maribel estudiante del instituto Esdras para ser ayuda de pastor, el hermano John siervo de Dios, la hermana Anabel, sierva de Dios y estudiante para Diaconisa, y por último mi ayuda idónea, la hermana Cesia, Diaconisa , pastora y mi esposa.

– Es un placer.

Todos se sentaron a la mesa y causalmente Danielle se sentó justo enfrente de Anabel; Intentaban con todas sus fuerzas no mirarse, pero era realmente imposible, parecía que sus ojos eran imanes, fuertes imanes que las delataban con quienes podía mirar sus fugaces pero constantes miradas.

Lucian propuso que alguien los visitara y como nadie se ofrecía como voluntario, decidió enviar a Anabel a casa de sus nuevos invitados para “seguirlos motivando” ella tragó en seco pero acepto, pues ella era conocida por su trabajo de visitar almas y hacer que se convirtieran al evangelio.

Así pues ella acepto y quedaron de verse el martes por la tarde. Ese fue el comienzo de una grande amistad entre dos familias.

Creo que les debo una disculpa, por la tardanza y porque aún no he avanzado mucho en el aspecto de alargar los capítulos, pero como les comentaba, estoy pasando por unas semanas difíciles.

Agradezco enormemente sus comentarios y valoraciones, aunque aquellos que consideran que mi manera de escribir es mala les pido por favor que me expresen los porqués de su opinión para intentar mejorar.

Y quisiera pedirles algo de tolerancia, si es que momentáneamente los capítulos se notan algo aburridos, pues por lo mismo que son algo cortos, yo considero esto como parte de la introducción, espero que en el siguiente las cosas cambien un poco y se vuelvan un poco más atractivos para ustedes.

¡Un saludo!

COREY