Accidentalmente enamoradas ll

Ana no pudo más e ignorando por completo su razón y los gritos de su conciencia tomó, valor y la besó

“Come up to meet you, tell you I’m sorry

you don’t know how lovely you are

I had to fine you tell you I need you

and tell you I set you apart

Tell me your secrets an ask me your questions

Oh let’s go back to the stars

Running in circles, coming up tails

Heads on a science apart

Nobody said it was easy

It's such a shame for us to part

Nobody said it was easy

No one ever said it would be this hard

Oh take me back to the start”

Le cantaba Danielle al oído, tratando de calmarla, de que parara de llorar.

– Ya es hora mi amor- Dijo con delicadeza Danielle-

– ¿Tan pronto?

–Ya han pasado 2 horas.

– Bien… Vámonos.

Así, Danielle se puso de pie y ayudo a Ana a hace lo mismo. Ya era tarde, no había nadie en las calles, las dos estaban empapadas pero caminaban juntas, tomadas de la mano listas para enfrentar su destino, sin importar que tan difícil fuera.

– Mamá, ya son las 6:30 -Dijo una joven entrando a la habitación-

– ¿Mamá? –Dijo algo confundida Danielle-

– ¡Oh, por fin despertaste! -Grito efusivamente la atolondrada niña-

– Sí Dan, ella es mi hija…

– Mía Fuentes, mucho gusto -Se presentó, (interrumpiendo a su madre) dando un par de besos en sus mejillas-

– El gusto es mío, Danielle Ravenscroft. -Contestó con una sonrisa falsa-

Madre e hija platicaban de algo a lo que Danielle no le puso ni la más mínima atención, solo resonaba una y otra vez una palabra: “Mamá”… Dan sabía que alguien tan hermosa como Ana debería estar como mínimo comprometida, ya ni hablar de casada, pero… ¿Una hija? ¿Una hija tan joven? Le dolió el corazón, sintió que algo se le rompió porque tontamente se había entusiasmado con Anabel, pero no se podía permitir demostrarlo, no iba a dejar que vieran como le dolía, a toda costa debería esconder lo que sentía (como siempre lo hacía).

La joven era muy bella, igual de hermosa (o quizá más) que su madre, eran muy parecidas, tenían los mismos ojos, las mismas cejas delgadas y definidas, los mismos labios pálidos en forma de corazón; lo único que las diferenciaba era que Mía era un poco más blanca que Ana y también un poco más alta.

– Tengo que irme. -Dijo Ana sacando de sus pensamientos a Danielle-

– ¿Irte?

– Sí, tengo que ir al templo…

– Ah, ya entiendo.

– Sí, pero no te preocupes, Mía se quedara, para no dejarte sola.

– No se molesten, vallan a donde tengan que ir, de todos modos no planeo irme a ningún lado.

– No es molestia, yo encantada me quedo contigo -Contesto Mía-

Así pues, se fue Anabel, sin ganas… No quería dejar bajo ningún motivo, sola a Danielle, menos ahora que por fin había despertado.

Anabel, era una mujer de 30 años, con una vida algo compleja. A los 14 años se fue de su casa, con su “novio” un joven del pueblo de donde ella era, él le prometió ayudarle, juro por todos sus santos que haría que su vida cambiara, que la amaba y que trabajaría duro para sacarla de su pobreza y le daría una vida de reina, como siempre la había soñado. Ella lo creyó… Se fue con él, a los 15 años se embarazo de su primer hijo, lo tuvo cuando recién cumplió los 16, fue una niña, una pequeña y sana niña a la que sus padres recibieron con mucho amor, su nombre fue Mía.

Dejaron su pueblo y llegaron a la ciudad de México buscando oportunidades… Pero para entonces parecía que el amor se les acabo, Maximiliano (su esposo) la maltrataba frente a su hija, le gritaba, le aventaba la comida, le decía que no valía nada. Pero gracias a “Dios” Su esposo dejo de hacerlo cuando le hablaron del evangelio. Ambos se convirtieron.

Ana era muy devota, creía con todas sus fuerzas en Dios y vivía como ordenaba la biblia, el tiempo pasaba y ella se afirmaba en su fé, hasta que poco tiempo atrás, ella quiso asumir un cargo en el templo, empezó a estudiar para convertirse en Diaconisa que es prácticamente lo mismo que un pastor. Siempre se convenció de que su vida, su destino era permanecer al lado de Maximiliano (aunque no lo amara) pero ahora… Ahora cuando conoció a Danielle todo cambió.

Como todo religioso estaba en contra de la homosexualidad, incluso ella muchas veces hizo campañas para “rescatar” a jóvenes del mundo de la “depravación” pero ahora… Estaba confundida, pues se sentía innegablemente atraída por Danielle, tenía mucho miedo, porque eso no era correcto, porque tenía una familia, porque ella era un sierva de Dios, porque, porque, porque… Pero sin importar que en su cabeza resonaran uno y mil porqués, solo podía recordar la dulce sonrisa de la joven, y entonces se iban todas sus dudas.

Mientras tanto en el hospital, Mía trataba de consolidar una conversación amena con Danielle, le preguntaba cualquier cosa, solo para conocerla, pues desde que la vio (en estado de coma) le pareció una mujer hermosa, encantadora, fascinante. Danielle por educación, le contestaba con una sonrisa, le hacía esporádicamente bromas, le platicaba de su vida, de sus amigos, de su familia. A ella no le quedaba duda, esta niña quería algo más que una amistad.

Y era cierto, Mía desde hace un buen tiempo, sabía que lo suyo no eran los hombres sino las mujeres, sabía que era lesbiana (aunque no declarada) y que su mayor anhelo era casarse con una buena mujer, con una buena posición económica, que le sacara de su vida de “miserable” , quería además que fuera hermosa, que la amara con locura igual que ella lo haría, parecía imposible encontrar a alguien así, pero cuando hablo con Danielle supo que esa era su oportunidad, que sin importar nada, se casaría con esa mujer.

– ¿Oye puedo pedirte un favor?

– Sí claro, dime -Contestó Mía-

– ¿Podrías traerme un chocolate? Es que tengo hambre.

– Sí, allá afuera hay una máquina de dulces, no tardo

Y salió Mía del cuarto… Fue a la máquina y estuvo pensando en que chocolate comprarle, si con nuez o sin nuez, si dulce o amargo, su blanco u oscuro y cuando por fin se decidió llegó su madre…

– ¿Qué haces aquí? Deberías de estar con Danielle.

– Pues ahí estaba pero me pidió un chocolate y vine por él.

Ambas caminaron de regreso a la habitación y cuando llegaron se encontraron con una grande sorpresa…

Dan estaba de pie, sosteniéndose con su mano izquierda de la cama, decía que le dolía una de sus piernas, que las sentía, que las podía mover. Mía corrió por un doctor y Ana se acercó a ella, dijo que se sostuviera de ella, y lo hizo, solo que por alguna razón sus piernas fallaron momentáneamente y tuvo que abrazarla, Dan se sujetaba fuerte de su cuello con su mano sana y Ana la tenía delicadamente de la cintura.

Sus ojos se encontraron, sus rostros estaban a una corta distancia, Ana dirigió la mirada hacia los finos labios de Dan y la joven sonrió…

Sin darse cuenta ambas se acercaban, Ana estaba embelesada con la sonrisa de su heroína, Dan se perdía en esos ojos que desde el principio le atraparon… Ambas inhalaban el aliento de la otra y les parecía exquisito, Ana no pudo más e ignorando por completo su razón y los gritos de su conciencia tomó, valor y la besó…

Fue un beso tímido, delicado, con algo de vergüenza, con una pizca de inocencia, sus labios apenas se tocaban, no se movían, solo… Disfrutaban el momento. Poco a poco abrían sus bocas, Ana con no sabía qué hacer, temía equivocarse, pero Dan… Dan no quería moverse por miedo a ahuyentar a “su hermosa” por ser demasiado “agresiva” pero… Ambas dejaron de pensar y solo se dejaron llevar. Pronto sus lenguas exploraban una nueva boca, pronto sus salivas se mezclaron… Pronto se olvidaron de las edades, religiones y estatus sociales… Eran dos, pero parecían que se fundían en una.

COREY