Accedí ir al pueblo

Después de mi último divorcio, mi madre se empeñó en que para poner en orden mis ideas y descansar, fuera a pasar las vacaciones al pueblo junto a mi tía.

Esa mujer se abalanzó sobre mí y con avidez agarró mi pene con su mano para introducirlo en su boca. Sus movimientos bucales a lo largo de mi miembro hicieron su efecto y no tarde en tener una corrida monumental que muy bien podía haberse perdido en su boca, pero no, se perdió a lo largo de mi pijama. En ese momento desperté.

¿Y quien era esa mujer que hizo que mis fantasías oníricas me llevasen a tan dulces momentos, pero con un final no muy placentero? No había la menor duda que la imagen de esa mujer correspondía claramente a la de mi tía Concha.

No era la primera vez que mi pene descargara sus líquidos a su costa, pero en esas ocasiones fueron ayudados por los dedos de mi mano. De eso hacía muchos años…

Permítanme, antes de seguir mi narración, que les haga participes de algunos detalles sobre mi persona.

No se puede decir que la vida me sonría en lo que respecta mantener una relación estable con una mujer. Debo ser un tipo raro, porque  poco es el tiempo que una mujer me llega a soportar, o posiblemente sea al revés, el caso es que hace muy poco he tramitado mi segundo divorcio.

Dicho esto me voy a presentar: mi nombre es Enrique, tengo treinta y un años y de estado civil, como he comentado, divorciado. Trabajo en una empresa de asesor financiero y de momento no tengo ningún problema para desenvolver bien mi trabajo.

Y si como asesor en la empresa, creo que soy bastante competente, no puedo decir lo mismo en asesorarme a mí mismo para encontrar la persona adecuada con quien compartir mi vida.

Como he comentado tengo en mi haber dos divorcios y si puedo decir que el primero se debió a cierta inmadurez por ambas partes para afrontar un matrimonio, el segundo no entendía que nuestra unión hubiera durado tan poco.

Bueno, si entendía porqué había durado tan poco. Lo que me trastornaba, era no haberme dado cuenta antes de cómo era la persona con la que contraía nuevas nupcias. Y no fue porque no le di vueltas antes de dar ese nuevo paso, pero por mi experiencia, creo que no llegas a conocer a la otra persona hasta que contraes matrimonio. Digo contraes matrimonio, porque aunque hayas convivido con esa persona un periodo de tiempo, no se que pasa, pero en el mismo momento que formalizas la unión con papeles, ya sea por la iglesia, ya sea por el juzgado, algo cambia. Y en mi caso para mal.

No voy a entrar en detalles si la culpa era mía, de la otra persona, o de los dos. El caso es que si el matrimonio no funciona, entiendo que no hay necesidad de prolongar esa situación y lo mejor es cortar.

Y así me encontraba, de nuevo libre de ataduras pero bastante dolido. Esta segunda separación me estaba pasando factura y me veía bastante deprimido. Lo achacaba a que quizá yo era un bicho raro que no sabía adaptarme a mi pareja.

Mi hundimiento no pasaba desapercibido y menos para mi madre. Me invitó a vivir junto a ella y no me importó refugiarme en su piso. La compañía de mi madre me iría bien. Ella, como suelen hacer todas las madres, se esforzaba en consolarme y recomendarme pasar pagina. Entre otras cosas, casi siempre me decía: “Tienes que tomarte un tiempo de reposo y reflexionar. No tienes que atormentarte. Ya se que los jóvenes no aguantáis nada, pero has hecho bien si en realidad no te entendías con tu pareja, hay más mujeres y alguna te está esperando”.

Tenía razón que necesitaba descansar y poner en orden mis ideas. Me hacía gracia cuando terminaba diciendo: “alguna me está esperando”.

Había pensado aprovechar las vacaciones que se avecinaban para ir a algún sitio tranquilo y en eso mi madre, como siempre, algo tenía que decir y así me lo manifestó.

-He hablado por teléfono con tu tía Concha y estaría encantada de que vayas al pueblo para pasar las vacaciones allí.

-Pero madre, ¿cómo se te ha ocurrido de que yo quiera pasar las vacaciones en el pueblo?

-Ya  hemos hablado de que precisas pasar un tiempo en un lugar tranquilo y mejor que en el pueblo no vas a estar y además atendido por tu tía.

-Pero si la tía apenas se acordará de mí. Hace mucho tiempo que no nos vemos.

-Pues ya va siendo hora, que es mi hermana y parece que le rehúyes.

-No la he rehuido nunca, lo único que cuando tú has ido al pueblo yo no he podido ir por asuntos  del trabajo.

-Pues mira, en estas vacaciones muy bien puedes aprovechar para ir a verla. Verás como te entiendes bien con ella.

No sabía que decirle. La verdad era que el pueblo donde había pasado toda mi niñez, bien podía servir para mis propósitos, pero la idea de ir a casa de mi tía Concha no me seducía nada.

-No se –respondí a mi madre-. No me agrada ir a entrometerme en casa de nadie. Ya pensaré que hago.

-¿Cómo que en casa de nadie? La casa donde vive tu tía es tanto de ella como de tu madre. Es la herencia que nos dejaron tus abuelos y todavía no hemos repartido.

-Aunque así sea, vive ella y no quiero importunarla.

-Mira que eres cabezón. ¿No te he dicho que estará encantada y además me ha insistido para que vayas? No se hable más, hazme caso por una vez y vete a pasar las vacaciones al pueblo, que me lo agradecerás.

Tanta fue la insistencia de mi madre que por no oírla más acepté. Tampoco mucho no iba a perder por ir al pueblo, lo único que no me seducía era ir a casa de mi tía Concha. Mejor hubiera sido ir al hotel del pueblo pero era algo que contravenía a los deseos de mi madre.

Mi tía Concha, mi tía Concha. Hacía muchos años que no la veía y mis recuerdos de ella me llevaban a la adolescencia. Era la hermana menor de mi madre y tendría unos ocho o nueve años más que yo, los suficientes para en aquellos años de adolescente verla como una persona mayor, aunque no tan mayor como para encender mis primeras pasiones y mis primeros desahogos sexuales.

Me hizo gracia recordar esos momentos. Tenía 12 años y como todos los veranos, íbamos a pasarlos al pueblo a casa de mis abuelos, donde también vivía mi tía Concha. Mi tía salía o cortejaba,  con un hombre del pueblo el cual venía a buscarla todo los sábados por la tarde para salir con ella. Regresaban ya entrada la noche, pero antes de llegar a casa, hacían una parada en un pequeño parque y se sentaban en uno de los bancos que estaban algo  apartados donde apenas podían ser vistos.

Uno de esos sábados calurosos de verano, estaba yo en el parquecito y les vi venir muy abrazaditos. Para evitar importunarles, me escondí detrás de unos arbustos y mi curiosidad adolescente me hizo permanecer allí para observarles. Se sentaron, y aunque estaban cerca de mí, no era posible que me vieran. El caso es que a pesar de la obscuridad yo les podía ver todos sus movimientos.

Seguí agazapado y observaba como el hombre se arrimaba a mi tía para besarla, pero ésta enseguida se separaba diciendo “estate quietecito”. Estas palabras no le bastaban al hombre porque seguía insistiendo. A mí no se que me pasaba, pero sentía unos picores que no había tenido nunca. Cuanto más insistía el hombre en conseguir que mi tía aceptase sus caricias, más encendido estaba mi organismo. No pude más cuando la mano del hombre quiso meterse entre su vestido para acariciar su pecho. Aunque no desconocía lo que era la masturbación, porque alguno de mis amigos ya lo practicaban, ese día fue la primera estimulación que ejercí a mi pene. Lo agarré firmemente con mis dedos índices y medio por una parte, el pulgar por la otra y comencé a masturbarme. ¿Qué sensación?

Me quedé a medias cuando mi tía dijo: ¡basta! Sin más se levantó, lo que enfureció al hombre diciendo: no se Concha como no te dejas que te toque”, a lo que mi tía respondió: “sabes que no me gusta que me manoseen y si quieres que sigamos me tienes que aceptar así, ya habrá tiempo si llegamos a casarnos”

Yo no entendía nada, lo único que sabía es que el gusto que me había entrado con mi tocamiento era indescriptible.

Seguí agazapado hasta que se marcharon. Me encontraba tan excitado que de nuevo puse en marcha el manubrio y esta vez no pare hasta que un espeso liquido clarito y trasparente, asomo por la punta de mi pene. Mi primera eyaculación. Y como he narrado al comienzo de este relato, no fue la única vez ese verano que me masturbé a costa de mi tía Concha.

Estos eran los pensamientos que me venían a la mente durante el viaje en coche que hice al pueblo. Sonreía al recordar esos momentos. Los tenía olvidados y me pregunté como seguiría mi tía Concha. Uno de los últimos recuerdos que tenía de ella era cuando contrajo matrimonio. No sabía si ella había olvidado lo que le aconteció y si había pasado página. Y es que en verdad fue muy fuerte lo que le ocurrió.

Me explicaré: una vez efectuado el acto religioso de contraer matrimonio fuimos a un restaurante para celebrar el banquete de boda. A mí me colocaron en una mesa con otros chicos de más o menos de mi misma edad. Yo tenía entonces dieciséis años.

Todo parecía muy divertido. Cuando llegaron los novios al restaurante, nos sirvieron unas copas de cava para efectuar el brindis de bienvenida con los consiguientes gritos de “¡Vivan los novios!”. No tardó en oírse un grito  diferente que rompió la algarabía que había en la sala y un silencio sepulcral se produjo en todo el recinto. Yo no veía nada porque todo el mundo se agolpó donde se encontraban los novios. ¿Qué pasaba?, el reciente marido estaba tendido en el suelo. No tardé en enterarme que había sufrido un ataque de corazón de muerte súbita.

En fin, estos eran algunos de los recuerdos más significativos de mi tía Concha. Desconocía que era de su vida en la actualidad, ni tampoco me había preocupado por enterarme. No sabía como imaginármela.

Y allí me encontraba tocando el timbre de su casa, aunque como decía mi madre no era solo de mi tía Concha sino que también era de ella.

-¡Enrique! –fueron las primeras palabras que oí al abrirse la puerta.

Me dio dos besos en las mejillas y me invitó a pasar.

Una vez dentro de casa y de preguntar por mi madre, me dijo lo que se suele decir cuando llevas muchos años sin ver a una persona: “si no llego a saber que venías no te hubiera reconocido”. Pues a mí no me pasaba lo mismo, era ella, la misma mujer que guardaba en el recuerdo. Quizá me sorprendió porque esperaba otra figura.

La observe y en verdad me pareció una mujer más joven de lo que me imaginaba. Lo cierto es que no sabía porqué me la había imaginado más mayor, superándome solo en ocho o nueve años. Quizás se entienda porque a mis dieciséis años una mujer de veinticuatro o veinticinco se le ve muy distante en la edad.

Si de cara se le veía bastante joven y con cierta belleza, no puedo decir lo mismo de su atuendo, sus gafas y su peinado. Una vestimenta holgada y oscura, combinada con unas gafas de bibliotecaria, más un moño alto, no le hacían justicia a su cara y su cuerpo. Pero bueno, yo no venía a su casa para hacer una valoración de su fisonomía. Bastante tenía si me dejaba ir a mis anchas en el periodo de vacaciones y me servían estas para poner en orden mis ideas.

Y sí que me iba sirviendo esa estancia en el pueblo. Llevaba quince días y me sentía otro. Mi tía Concha apenas interfería en mis salidas y entradas a casa. Sí que se  negaba a que fuera a realizar cualquier comida fuera de casa y era el tiempo que solíamos estar más rato juntos. La verdad es que me agradaba su compañía, charlábamos de cualquier cosa y su conversación era de lo más amena. Ejercía de maestra en el pueblo, algo que desconocía, y no estaba para nada desinformada de la actualidad, tanto nacional como internacional.

Si algo respetábamos en nuestras conversaciones, era hablar de nuestra vida íntima. Ni yo le preguntaba a ella y ella hacía lo propio conmigo. Ignoraba por completo si mantenía relaciones con algún hombre, pero me daba la sensación de que no. Salvo el tiempo que dedicaba a estar conmigo, solo mencionaba sus salidas por la mañana para ir a la piscina municipal y sus reuniones por las tardes con algunas amigas.

Sí que notaba en mi tía que cada día estaba más interesada por estar en mi compañía, pero lo aludí a que nos compenetrábamos bien y los dos deseábamos mantener una conversación amigable pero sin mayor importancia. O por lo menos eso parecía.

Pero algo cambió en nuestra independiente convivencia. Como digo llevaba unos quince días y todo me iba sobre ruedas. Iba perdiendo esa angustia que tenía y me encontraba más vigoroso, tanto, que decidí hacer un poco de vida social y comenzar a relacionarme algo más con la gente del pueblo.

Uno de esos días regresaba de mi paseo diario que efectuaba por los alrededores del pueblo y como casi siempre mi tía Concha no se encontraba en casa. Era casi mediodía y el calor apretaba de lo lindo. Decidí ir a la piscina para refrescarme un poco. Había la posibilidad de encontrarme con mi tía Concha con lo que aprovecharía para invitarla en el bar a tomar un aperitivo.

Una vez en la piscina, ya en bañador, intenté visualizar a mi tía. Había mucha gente y no era fácil distinguir donde podía estar. Me iba a echar ya a la piscina desistiendo de mirar, cuando mi vista se centro en un grupo de mujeres en bañador, en el que destacaba una que estaba de espaldas con  un cuerpo de lo más sublime que había visto. A unas piernas bien torneadas  le seguían unas nalgas redondas y firmes siguiendo con una cintura bien definida. Un pelo largo moreno que le caía a lo largo de su espalda, completaba su figura que se me antojaba soberbia.

Mi detenimiento al observar esa figura no debió pasar desapercibido para una de las mujeres que por lo visto comentó al resto mi atrevida mirada. Esto hizo que inmediatamente la mujer en la que tenía clavada la vista se volviese.

-¡Hostia! – fue lo primero que me vino a la boca.

La mujer en cuestión se trataba de mi tía Concha. ¡Sorprendente!. Algo intuía que no tenía un cuerpo desdeñable pero, ¿cómo podía ser que no lo hubiera valorado hasta ese punto antes? La respuesta era más bien sencilla. Estaba despojada de esas ropas oscuras que no contorneaban su cuerpo y a la vez ese moño anticuado se había convertido en una atractiva melena.

Mi tía Concha al volverse me vio y sonriendo se acercó a mí. Si de espaldas estaba alucinante, puedo decir que de frente estaba apoteósica.  No llevaba esas gafas ridículas que impedían asomar unos ojos grandes y negros que realzaban su bonito rostro. No puedo por menos decir algo sobre unos hermosos y lujuriosos pechos que contorneaban el bañador. Deslumbrante. Vaya pedazo de mujer.

Me sentía como aturdido porque no me moví del sitio hasta que mi tía Concha llegó hasta mí, me dio un beso en la mejilla, me agarró del brazo y me hizo dirigirme donde estaban el resto del grupo de mujeres.

Me sorprendió también mi escultural tía cuando me presentó al grupo de mujeres. Mencionó mi nombre pero en ningún momento aludió que yo era su sobrino. Una vez hechas las presentaciones yo necesitaba digerir  a solas lo que había visto, por lo que me disculpé diciendo que necesitaba un chapuzón de agua para quitarme el calor que tenía encima.

Y sí que tenía calor, pero me parecía más una calentura producida por la soberbia mujer que tenía como tía.

Esta nueva visión de mi tía Concha no la llevaba bien. Había superado mi decaimiento de mi último divorcio, pero se había iniciado en mi mente un desasosiego que me perturbaba hasta tal extremo que, a muy pesar mío, iba a dar por terminada mi estancia en el pueblo.

Y es que no era para menos el querer marcharme. Los días siguientes a la contemplación de mi tía Concha, cada vez que la veía no podía evitar desnudarla con la mirada, quitando su peculiar vestimenta y peinado así como esas horrendas gafas para mostrarse ante mí tal como la había contemplado en la piscina.

Y ahí estaba…, en la cama completamente bañado por mi semen. Mi subconsciente había conseguido que mi cuerpo se desfogara a costa de mi tía. ¿Verdaderamente deseaba que esos sueños se convirtiesen en realidad?

No se que me pasaba, pero esa mujer me atraía en grado sumo y no era cuestión de masturbarme a su salud como había echo en la adolescencia, más bien mi deseo era poseerla, pero eso no podía ser. Era la hermana de mi madre y no podía ni debía insinuarle la atracción que ejercía en mí.

Pero algo más había en ella. Si solo fuera deseo, con marcharme lo solucionaba. En pocos días en los que encontrase desahogo con otra mujer, se me pasaría la calentura. Pero no. Esa mujer ejercía sobre mí otros sentimientos aparte de los deseos sexuales.

No lo entendía. Mi propósito era venir al pueblo para despejar la mente y olvidarme de mujeres durante un tiempo y mira por donde me estaba enamorando de una mujer que más o menos era fruto prohibido.

Lo cierto es que era verdad que algo muy fuerte sentía por mi tía Concha. No solo era el deseo de  poseer ese cuerpo divino que encerraba esas prendas, sino que además veía en ella unas excelencias y virtudes que  nunca había visto en otras mujeres.

Era mi jodido parentesco el que me frenaba. No quería ni pensar si mi madre supiese lo que pasaba por mi mente. Los calificativos de degenerado para arriba no me los quitaba nadie.

Todo esto era lo que pasaba por mi pensamiento  pero, ¿qué pensaba sobre mí mi tía Concha?

Ansiaba por saber en que concepto tenía a los hombres y donde me tenía situado a mí, ya que en todos esos días que llevaba junto a ella, solo mencionaba la relación que tenía con sus amigas pero nada más. Me extrañaba que una mujer tan apetecible no tuviera ninguna relación con el género masculino.

Esa tarde después de comer, estando sentados en la salita tomando café, me comentó que dentro de pocos días tenía una boda de una amiga que iba a contraer matrimonio.

-¿Y tú? –le pregunté a bocajarro.

-¡Yo, qué! –respondió sorprendida.

-Que si no te vas a casar.

-Que cosas dices Enrique. Yo ya estoy casada.

-Sí, ya se que te casaste, pero aunque sea doloroso recordarlo no creo que se pueda decir que fue una boda con todas las consecuencias que vienen después.

-Bueno, mejor no hablar de eso. La verdad es que hasta ahora no me ha interesado repetir la experiencia.

-Eso quiere decir que has rechazado alguna proposición.

-Alguna he tenido –dijo como no dándole importancia.

Era la ocasión para preguntarle si en la actualidad le atraía alguien y así se lo dije:

-¿Y ahora, estás interesada por alguien?

Mi tía Concha puso una cara de circunstancias como queriendo eludir la respuesta y salió por la tangente preguntándome:

-¿Y tú, después de tus divorcios te interesa alguien?

Nunca había hablado con ella de mis separaciones, lo que deducía que mi madre la tenía al corriente y de alguna manera me devolvía la pelota, pero no le iba a decir en esos momentos que era ella la que me interesaba, así que le respondí.

-No eludas mi pregunta, primero respóndeme tú.

Me miró fijamente. Me dieron ganas en ese momento de lanzarme hacía ella y plantar mi boca en esos labios carnosos que pedían a gritos ser besados, pero no me quedaba otro remedio que contenerme. Después de un silencio que me pareció eterno dijo:

-No estoy muy segura, pero creo que sí siento algo muy especial por una persona.

Si me clavan en esos momentos una aguja, no la habría notado. Me quedé sin habla al oír que otra persona acaparaba su atención. No esperaba esa respuesta. ¿Y que esperaba, que me dijese que era yo esa persona? Una mujer de esas condiciones tenía que tener los hombres a manta,  y alguno tenía que llegar a interesarle. No dieron mis pensamientos para más porque sonó el timbre de la puerta. Mi tía se levantó y acudió a ver quien era y cuando regresó me dijo:

-Es una amiga, tengo que ir con ella para hacer un encargo. No tardaré mucho en volver.

“Cuando regreses es posible que no esté” –me dije.

No tenía sentido permanecer más en esa casa. Vine tocado y si seguía más tiempo me iría más trastornado. Sentía que esa mujer, en el poco tiempo que llevaba en su casa, me había  llegado muy adentro y no podía soportar que fuera para otro hombre.

Estaba en esos pensamientos cuando oí el ruedo de la puerta de la calle que se abría. Era mi tía que regresaba.

-¿Ya habéis hecho el encargo? -le dije extrañado una vez había entrado en casa.

-No –contestó-. Pero es que se acerca una tormenta y no quiero que me pille fuera de casa.

La tormenta estaba más cerca de lo que preveía, porque el brillo de un relámpago acompañado de un tremendo trueno hizo vibrar los vidrios de las ventanas. Como un resorte mi tía se abalanzo hacia mí y sus brazos rodearon mi cuello produciéndome una agradable sensación. Mis brazos rodearon su cintura, era un placer sentir su cabeza en mi hombro. Mi mano comenzó a acariciar su cabello y al tropezar con ese moño que no le favorecía en nada, me atreví a deshacerlo y extender su pelo sobre su espalda. Recibía mis caricias a lo largo de su cabello pero no dijo nada, estaba como petrificada agarrada a mí, hasta que se retiró diciendo:

-Perdona Enrique por ponerme así, pero es que le tengo verdadero pánico a los truenos.

Mi mirada se clavó en su cara y no pude más. Retiré con una mano sus horrendas gafas y con la otra la atraje hacia mí para que esos labios carnosos se uniesen a los míos en un ardiente beso. Me daba la sensación que ella recibía con satisfacción ese beso pero no debió ser así, porque rápidamente se separó de mí diciendo:

-¿Que haces Enrique?

Que le iba a contestar, ¿que me gustaría seguir besándola y llegar a poseerla?

-Perdona Concha, pero no he podido contenerme. Me atraes muchísimo y no solo es eso, hay algo especial que siento por ti –le respondí.

Sus ojos me miraron fijamente con asombro y observe que en ellos apuntaban unas lágrimas. Sin decir nada se giró y rápidamente se marchó hacia su habitación diciendo: “No, no, esto no puede ser…”

Me quedé desolado, quizá esperaba otra reacción, pero verla tan compungida me dejó completamente helado. Mi intención de marcharme cobró fuerza y me dirigí a mi habitación para hacer las maletas. No tenía sentido seguir más tiempo debajo de ese techo. Esa mujer no sentía hacia mí nada distinto que el afecto familiar y no lo podía soportar.

Una vez preparadas las maletas, como lo cortes no quita lo valiente, no me iba a ir sin despedirme de Concha.

Vi que todavía no había salido de su habitación y me dirigí hacia ella. Llamé a la puerta y me pareció oír un débil “¡sí!”. Abrí y la encontré que se estaba incorporando de la cama pasando por sus ojos el borde de la sabana. No cabía duda que había llorado.

-Siento Concha que te haya producido este malestar, pero no te preocupes ya me voy.

Se sentó sobre el borde de la cama y me respondió.

-Qué dices,  no te entiendo.

-Es muy fácil, ya no me tendrás que soportar, me marcho de tu casa y del pueblo. Antes quiero que sepas que no me arrepiento de habértelo dicho lo que has oído,  porque  verdaderamente es lo que siento.

-Pero Enrique esto no es posible, soy tu tía.

-Y qué, eres una mujer y como tal te veo. Además en el tiempo que llevo junto a ti me he dado cuenta que no voy a encontrar otra como tú.

-¡Ay Enrique, no me lo pongas más difícil!

-El qué te pongo difícil –le contesté.

-Nada, nada…, bueno, ¿es que no te das cuenta que soy la hermana de tu madre?, y además tengo…

No la deje terminar.

-Sí, ya se que eres la hermana de mi madre y que estas interesada por otro, pero eso no me impide a que diga lo que siento por ti.

-¿De donde sacas que esté interesada por otro?

-Tú lo has dicho esta misma tarde.

Una leve sonrisa que no sabía como interpretarla inundó su rostro.

-Déjame acabar la frase. Te iba a decir que además… soy ocho  años mayor que tú.

-Para mi no tiene importancia ¿La tiene para ti?

-No lo sé, pero Enrique, no dejes de olvidar que soy tu tía.

-No, no lo olvido y si no fuese por eso te lo hubiera dicho antes. Pero dime: ¿hay en verdad otro hombre?

Me acerqué a ella. Me envalentoné porque en sus palabras no notaba nada más que defenderse alegando nuestro parentesco, pero no veía una clara repulsa hacia mí. Cogí sus manos y a pesar de que ella quiso deshacerse se lo impedí, aunque me dijo:

-Déjame, por favor Enrique por lo que más quieras.

-¿Tanto te molesto? –le pregunté.

-No puede ser Enrique, no puede ser.

Apreté con más fuerza sus manos. Mi mirada se quedo fija en su rostro para decirle:

-¿El que no puede ser Concha?

Hacía esfuerzos para que nuestras miradas no se cruzasen y se mantenía en silencio sin responderme. Rompí el silencio diciéndole:

-Hay otro hombre, ¿no?

Esta vez no se hizo esperar el responder y lo hizo casi gritando.

-¡No! ¡No hay otro hombre!

-Me has engañado –repuse.

-No del todo –respondió.

-¿Entonces? –le dije porque no entendía nada.

Unas nuevas lágrimas aparecieron en su rostro al mismo tiempo que tiró con fuerza para desprenderse de mí. Muy a pesar mío, veía que a pesar de intentar quemar mis últimos cartuchos, tenía la batalla perdida y solté sus manos diciendo:

-Lo siento Concha. Siento de nuevo entristecerte y esa no es mi intención. Ya me voy, por nada del mundo quisiera atormentarte.

Esta vez fue ella la que me cogió de las manos diciéndome:

-No te vayas Enrique.

-Si lo dices por lo que pueda pensar mi madre por irme antes de tiempo, no te preocupes.

Su mirada se clavó en mis ojos y veía como alguna de sus lagrimas llegaban a la comisura de sus labios. De su boca no pudieron salir otras palabras que más  deseaba poder oír.

-¿Es que no te das cuenta que es en ti en quien me he fijado?

Mi reacción no se hizo esperar, cogí entre mis manos su cara y la volví a besar y esta vez no deje que se separase, ni ella hizo ningún intento. Fue un beso intenso, más que intenso  ardiente. Sus brazos atenazaron mi espalda mientras nuestras lenguas se enzarzaran como queriendo hacer un nudo entre ellas.

-¿De verdad me quieres? –me preguntó cuando nos separamos para poder respirar.

-No sabes cuanto Concha. Quiero estar contigo siempre.

-Pero acabas de salir de un nuevo divorcio.

-Por eso se que te quiero, porque he conocido a otras mujeres y se que no puedo encontrar otra como tú.

Esta vez fue ella la que se acercó sus labios a los míos para darme un beso. Fue un beso breve para después decirme:

-Esto es una locura,  ¿Qué va ha pensar tu madre?

-No he hecho nada más que obedecerla. Casi me obligó  venir. Me animé porque me dijo que tú estarías encantada e insististe para que viniera. También me dijo que después se lo iba a  agradecer y desde aquí le mando un beso.

-Yo también le agradezco que te dijera de venir, pero  nunca le dije que estaría encantada que vinieras, ni tampoco insistí. Simplemente me comunicó por teléfono que ibas a venir al pueblo y le contesté, como se dice en estos casos, que serías bien recibido, pero nada más.

-¿Quieres decir que tú no insististe para que viniera?

-Ya te lo he dicho.

La carcajada que salió de mi boca desconcertó a Concha.

-¿A que viene esa risa? –preguntó.

-Bendita sea mi madre…. ¿Y te tienes que preocupar por ella? Esto ha sido una maniobra suya. Ella sabía que la única mujer que me convenía y podía interesarme eras tú y no ha dudado en reunirnos para que supiéramos que éramos el uno para el otro.

-¿De verdad piensas eso?

-Pues claro. ¿Tú no conoces a tu hermana?

-Si es eso lo que buscaba, lo ha conseguido. Quiero entregarme a ti totalmente.

Nuestros labios de nuevo se buscaron para unirse en un escalofriante beso y nuestros cuerpos se apretaban el uno contra el otro ayudados de nuestros brazos. Si ella quería entregarse a mí yo ansiaba por poseerla.

Nuestros rostros se separaron un instante, nos miramos y sobraban las palabras. Los dos ansiábamos  seguir. Suavemente la recliné en la cama y comencé a despojarla delicadamente de su vestimenta, iba con el segundo botón de su blusa cuando ella me agarró las manos y con voz temblorosa me dijo:

-Enrique, quiero que sepas una cosa…

Pensé que me iba a decir que no siguiese desnudándola, pero lo que me dijo me dejó estupefacto.

-Nunca he estado en la cama con un hombre.

-¿Es cierto eso? –le pregunté porque me parecía mentira que una mujer como ella no se hubiera acostado con ningún hombre.

-Es verdad. Ni tan siquiera con el hombre que me llegué a casar.

-¿Me vas a decir que eres virgen?

-Así es.

-Pero con este cuerpo que pude ver claramente en la piscina. No me digas que no has tenido detrás a muchos hombres.

-Algunos he tenido pero no me han interesado, ni he querido. Además desde que  llevo este ropaje, las gafas, y este moño ridículo, parece que no llamo tanto la atención y me ha venido bien para evitar moscones.

-Pero en la piscina no puedes evitar que vean ese deslumbrante cuerpo que tienes.

-Voy a la piscina por la mañana, que solo van mujeres y algún que otro hombre pero jubilado.

-¿Y porqué ese deseo de evitar a los hombres?

Una alegre sonrisa iluminó su cara para decirme:

-Porque algo me decía que tenía esperar hasta que llegases tú.

Era mucho más de lo que me podía imaginarme, iba a ser el primero que iba a poseer a esa mujer. La besé dulcemente y como si estuviera haciendo una operación quirúrgica, proseguí delicadamente a despojarla de su vestimenta. Si era la primera vez, como decía, quería poseerla sin prisas y que su recuerdo de ese día fuera imborrable.

¡Madre mía que cuerpo! No se parecía en nada al de las mujeres que había poseído hasta ese momento. Un cuerpo que con la madurez había alcanzado una autentica perfección.

Contemplar desnuda esa mujer era algo deslumbrante. Todo, todo en ella era una autentica delicia contemplar.

La bese en la boca, en la frente, en los ojos  y recorriendo toda su cara con mis besos, fui desplazando mi boca para besar su cuello hasta llegar a esos pechos, ni grandes ni pequeños pero increíblemente bellos. Allí me detuve para acariciarlos con mis manos, besarlos y absorber esos pezones que altivos me pedían comérmelos.

Concha mantenía los ojos cerrados, pero su boca denotaba el delicioso placer que sentía intentando morderse los labios con sus dientes y emitir unos gemidos que a mí me parecían campanas a gloria.

Seguí mi incursión en ese majestuoso cuerpo hasta llegar a su mote de Venus, en el que un fino vello intentaba esconder unos labios que albergaban ese tesoro virginal. Besé cada parte que encontraba en mi recorrido y con enorme suavidad separé sus piernas  para besar la entrada de esa gruta que se me antojaba divina. Mi lengua fue apartando sus labios para lamer con ansiedad ese clítoris que se iba engrandeciendo a mis lamidos.

-Para, para, para…, me matas Enrique, me matas… –profirió Concha juntamente con unos gemidos, al mismo tiempo que un abundante chorro de flujo se desprendía de su vagina.

Mi lengua se detuvo pero no pude por menos que mi boca absorber ese delicioso líquido que se desparramaba por toda su vulva.

Me puse a la altura de su cara, me beso y no le importó que sus labios se impregnaran del flujo que había absorbido y que todavía llevaban mis labios.

-Que me estás haciendo Enrique…- me dijo Concha entre susurros.

-¿No te gusta? –le pregunté.

-Si mi amor, me gusta mucho, pero es que hasta ahora no había sentido estas sensaciones… Tú que sientes.

-Mi vida, siento que voy a explotar y deseo poseerte y hacerte mía para siempre.

-¡Ay Enrique! Esto es maravilloso y no me arrepiento de haber esperado hasta este momento. Yo también deseo que me hagas tuya.

Me desnudé completamente y Concha no perdía ocasión para acariciar las partes de mi cuerpo que iban quedándose al descubierto.

Aunque tenía unas ganas locas de introducir mi miembro en su cavidad, tenía que tener la suficiente delicadeza para que mi pene penetrara en su vagina con suavidad sin que sintiera dolor. Pensé que era la primera vez que iba a desvirgar a una mujer. Tanto mis dos mujeres como con otras que había tenido sexo, habían tenido relaciones con otros, por lo que casi me ponía a la altura de Concha.

Mientras nos besábamos con autentico ardor, mi mano se acercó a su vulva y comencé a realizar movimientos de fricción por toda el área vaginal mientras mi otra mano se perdía suavemente sobre uno de sus pechos. De nuevo notaba como Concha se iba excitando emitiendo unos jadeos y gemidos, mientras su clítoris era acariciado con la punta de mis dedos. Su vagina volvió a desprender flujo y de su boca salieron las palabras que estaba esperando.

-Poséeme mi amor…, quiero ser tuya, tuya, tuya…

Me puse encima de ella y separando sus piernas, mi pene,  que estaba más que alterado, iba ansiosamente rozando sus nalgas buscando cobijo, pero le hice que se mantuviera sereno. No quería hacer el menor daño a Concha y suavemente fui introduciéndolo por las estrechas paredes de su vagina.

Por si había alguna duda de su virginidad, unas gotas de sangre aparecieron cuando mi pene irrumpió en su vagina.

-¿Cariño, te hago daño? –le pregunté.

-No, no mi amor… Sigue…, sigue…

Quizá era verdad que no le hacía daño gracias a que sus paredes estaban bien lubricadas por su flujo, pero mi pene siguió explorando con sumo cuidado esa cueva que me resultaba fascinante.

Una vez que mi miembro terminó la penetración, con suavidad comenzó a desplazarse por todo el conducto vaginal. Las nalgas de Concha se sumaron al movimiento de mi pene, facilitando su deslizamiento entre las paredes que lo atenazaban.

El uf…, uf…,uf…, que desprendía la boca de  Concha me alteraba más si cabía y veía que no podía resistir demasiado. Notaba que de un momento a otro mi órgano viril, si no ponía remedio, descargaría todo el semen dentro de su vagina. Por otro lado, sus piernas atenazaban mi espalda e impedían a mi miembro realizar más movimientos que lo de desplazarse a lo largo de su conducto vaginal, así que le dije:

-Mi vida, estoy a punto de correrme y tendrás que dejarme salir si no quieres que descargue dentro de ti.

-No, no, mi vida…, mi tesoro. Quiero que me des todo…. ¡Ah!, ¡ah!, ¡ah! ¡AAAAAAH!...

A su tremendo orgasmo le correspondió una mezcla de gemido con bramido que salió de mi garganta.

No hice ni mención de sacar mi pene de su escondrijo. Todo mi esperma se esparció por su vagina hasta perderse en lo más profundo de sus entrañas.

Era la primera vez que a costa de Concha, mi semen no se perdía entre mis manos y el pijama. Por fin, mi líquido seminal había encontrado acomodo en esa gruta que muy bien podía decir que había sido explorada por primera vez.

No hubo descanso en los tres días que faltaban para cumplir mis vacaciones. Nos amamos hasta la saciedad y llegamos a tal extremo que no había poro de nuestro cuerpo que no hubiera sido besado ni acariciado ni poseído. Ni que decir tiene que el  sueño que había tenido esos días se convirtió en una verdadera realidad. Concha me complació queriendo saborear mi pene y su boca no tuvo ningún remilgo en absorberlo completamente, para que después de recorrerlo sin prisas y con suavidad, recibir mi descarga en su garganta sin ningún menosprecio. Se cumplieron con creces mis fantasías oníricas

Tristemente llego el final de las vacaciones y aunque habíamos hecho un sinfín de proyectos, de momento ella tenía que incorporarse a la escuela y  yo a mi trabajo. Concha, si podía ser, no quería abandonar la enseñanza y parecía bien, pero pensamos que era más fácil que ella encontrase trabajo en la ciudad, pidiendo un traslado, que yo encontrar empleo en el pueblo. Mientras arreglábamos esa salvedad, buscaríamos la forma de vernos lo máximo posible.

Cuando regresé al piso de mi madre, tal como esperaba, la encontré impaciente por saber como me había ido la estancia en el pueblo.

-Que tal, como te han sentado las vacaciones –me pregunto de entrada.

-Bien –le contesté

-Y con tu tía que tal.

-Bien también –le dije.

Ella no se quedó conforme e insistió.

-¿Cuanto de bien?

-Madre, muy bien y ya está.

No quería de momento decirle nada más. Estaba completamente agradecido a ella y mi ánimo estaba más que eufórico, pero quería tenerla un poco en ascuas. Veía que ella estaba expectante en saber que su maniobra había triunfado, pero no le quise dar el gusto de momento, lo tomé como un juego y le haría sufrir un poco.

-Vale, vale. Ya veo que muy bien y ya está. Será solo eso –me contestó no muy convencida.

No habían pasado ni diez días de mi regreso a la ciudad cuando mi madre me pasó el teléfono diciendo que era su hermana Concha y que quería saludarme. Yo con Concha hablaba todos los días desde el trabajo pero ese día no pude llamarla y suponía que querría saber si me había pasado algo.

Y algo había pasado. Acababa de hacerse el test de embarazo y le había salido positivo. La alegría que me produjo no pasó desapercibida para mi madre, que después de colgar el teléfono me dio un abrazo diciendo:

-Lo sabía, vaya si lo sabía.

-El que sabes madre –le contesté.

-No me engañéis más. Tenía que ser y no me he equivocado. No sabes la alegría que me dais.

No podía seguir engañándola ya no tenía sentido. La abracé dándole un beso y le dije que era el hombre más feliz de la tierra y no sabía como agradecérselo. Ella sin darle importancia me dijo:

-Yo siempre he querido lo mejor para ti y sabía que en el pueblo lo habías de encontrar.

Tenía la seguridad de que no podía encontrar otra mujer mejor que Concha, a pesar que éramos tía y sobrino.