Acapulco Insospechado (3)

Empieza la competencia entre estas dos mujeres, la cual termina en complicidad.

Nos levantamos, ella tomó su ropa del suelo, se vistió y salió hacia su cuarto. El problema fue para mí porque mi ropa estaba toda empapada y no había toalla disponible.

  • ¿Y ahora cómo salgo de aquí?

Tomé la ropa, la exprimí lo más que pude y me la puse de "taparrabos" para salir, volteando a todas partes.

  • Qué pendejo, ya las dos me han visto en cueros, ¿pa' qué me tapo?

Me valió gorro salir encuerado hasta donde estaba mi ropa seca, busqué algo y me vestí, no sin antes colocarme en las rodillas unos curitas que había en el botiquín.

Fui a la recámara de la chica, abrí ligeramente la puerta y le pregunté, en voz baja, si quería comer algo. Desde la mañana (que había interrumpido su desayuno) no había probado alimento y ya era tarde.

  • Preparé un poco de arroz blanco y atún en salsa, ¿o quieres otra cosa?

  • De eso está bien, gracias, no tardo cariño.

¡¿Cariño?! ¡¿De dónde salió eso de "Cariño"?! No mames, si ésto es pura atracción física, sexual... pero cuando estaba pensando en eso escuché a mis espaldas que una puerta se abría, volteé instintivamente y vi salir a la mujer mayor de su cuarto, no me la quería topar, ya sabes, "el miedo no anda en burro".

  • ¿Y a mí no me invitas?

Completamente apenado... apenado y horrorizado, le dije con un gallo atravezado en la garganta:

  • Ah, este... ¡sí!, cómo no, este... te sirvo, vente.

¡Uuuufff! ¡en la madre! por poco me mata del susto, pensé. El corazón se me salía de tan fuerte que latía. Fui a la cocina, tomé dos platos y serví lo que había ofrecido. Yo no tenía hambre, además no sabía qué iba a pasar con esto del baño... y de sólo pensarlo se me hacía como un hueco en el estómago.

La primera en llegar, naturalmente, fue la madre, a quien ofrecí el primer plato que salió del microondas. No decía nada, su semblante lucía tranquilo, igual y hasta un tanto frío.

La que venía renovada era la hija, una blusa blanca, un short entallado que permitía una vista perfecta de lo que su anatomía prodigaba, y unos tenis; el cabello recogido a pesar de que no le cae más abajo de los hombros. Venía con una sonrisa confiada y alegre... bueno, después de tan tremenda cogida, ¿pues quién no?

Me pareció que las actitudes de ambas mujeres eran un tanto retadoras, ambas actuaban como si tuvieran un as bajo la manga.

  • Hola.

  • Hola, hija, te esperábamos para comer.

  • ¿Estaban platicando?

  • No, tu mamá acaba de sentarse a la mesa.. tu comida está por salir del micro.

  • No sabía que cocinaras, mmmh, huele bien ¿Verdad, hija?

Ella sólo asintió con la cabeza y un gesto de aprovación

  • Gracias, la verdad es que no cocino, me sé una que otra cosilla para no quedarme con hambre.

  • Por cierto (añadió la madre), ¿y tú no vas a comer?

  • Ya comí, hace un rato, gracias.

El ambiente se fue aligerando un poco, el cambio de tema estaba siendo tranquilizante. Con su actitud, la mujer mayor había dado un giro a la tensión que se vivía en el momento, sin embargo, algo me decía que en su mente se tramaba alguna idea rara, quién sabe que estrategia preparaba, pero como dije, la otra no se quedaba atrás. Se respiraba el reto entre ambas.

La tarde moría, no había mucho qué hacer. Fuimos los tres a caminar por la playa hasta que la noche nos mostró las estrellas y la bahía su esplendor nocturno.

A veces rozaba tímidamente los dedos con la mano de la chica, pero no me atrevía a tomarla. Yo estaba entre ambas y su madre posó su mano en mi hombro, en un callado intento por abrazarme. Qué situación tan incómoda.

Al regresar a la cabaña, tomamos algo ligero y nos sentamos en la salita, la joven fue a su recámara y trajo un par de juegos de mesa, uno era un par de barajas y el otro uno con dados. Nos decidimos por la baraja, aunque el que tomó la iniciativa para elegir fui yo.

Nos sentamos en el suelo, alrededor de la mesita de centro y empezamos un conquián, el reto de ambas se dejó entrever por las miradas que se echaban al intercambiar cartas.

Preferí verlo como algo divertido y dejé de preocuparme. Seguimos jugando por largo rato. Luego les propuse que cambiáramos de juego y decidimos por el poker. Por supuesto, sin apostar nada (¿yo qué apostaba?).

Fue allí donde se me ocurrió una idea, veríamos hasta dónde llegaban en su silencioso juego; les sugerí que jugáramos de prenda.

La hija aceptó de volada, pero aunque la otra mostró cierta resistencia, no se dejaría ganar y, finalmente, aceptó.

Me entusiasmaba la idea de tener a las dos desnudas frente a mí, sólo que no tomé en cuenta que también yo podría quedar en esas condiciones, jajaja.

Empezamos bien el juego, la primera en entregar prenda fue la madre, luego yo... y así se fueron yendo nustras ropas. Pero la hija era buena jugadora y casi no había perdido prendas. La madre ya sólo tenía el bra y la panty, yo sólo la trusa tipo bikini y la hija aun conservaba la blusa, el brassiere y la pantaleta, nuestras pertenencias hacían un bulto junto a mí... anillos, aretes, zapatos, calcetas, etcétera.

En la siguiente ronda, la madre perdió el bra, cuando se lo quitó, sus senos botaron al frente y quiso taparse pudorosamente, pero, jeje, no podría seguir jugando, así que la convencimos con cierta facilidad para que los dejara ver en todo su esplendor, se veían indecentemente atractivos. Después perdió dos veces seguidas la hija, quitándose la blusa y el bra... ¡Que juego tan maravilloso de senos! al salir de su prisión no rebotaron, eran muy firmes (ya lo había comprobado con antelación, jeje). Ya sólo nos quedaba una prenda a cada uno, era excitante y yo tenía una erección marca diablo.

La siguiente en perder fue la mayor. Se levantó dándonos la espalda y se la quitó dándonos un espectáculo indecible, al agacharse para retirarse la prenda alcancé a ver parte de su intimidad, se alcanzaba a distinguir algo brillante.

La menor, al perder su prenda también se levantó, pero ésta, más atrevida, hizo unos movimientos muy sensuales exhibiéndose y mostrando descaradamente su precioso par de nalgas

La fortuna me sonrió y fui el último en quedar desnudo. Me levanté y dudé un poco, me volteé también pero éstas dos protestaron y me tuve que quitar la trusa frente a ellas, mostrando toda la firmeza que se había generado por la visión de esos portentos de mujer. Las dos miraron ávidamente y con el morbo a flor de piel; una se mordió los labios y la otra, que tenía la mano en las piernas entreabiertas, se humedeció los labios con la lengua.

La siguente propuesta salió de la hija, casi inmediatamente.

  • ¡Ahora juguemos castigos!

No creo necesario aclarar el tipo de castigos que ella tenía en mente.

El primer castigo me tocó a mí, tuve que acariciar lentamente mi erección con la mano mostrándosela a ellas.

El siguiente fue para la hija, que tenía que acariciarse los senos y apretarlos, con lo que dejó escapar un enmudecido quejido.

Después me tocó otra vez, esta vez tuve que subir la pierna a la mesa y representar el movimiento de cóito, haciendo rebotar el pene arriba y abajo.

En seguida le tocó a la mamá, quien tuvo que agacharse dándonos la espalda para abrirse los labios vaginales.

Así, fuimos pasando de sólo mirar a hacer, hubo de todo, les chupé los senos a ambas, les metí dedos en las vaginas, me dieron unas buenas... qué digo buenas, excelentes mamadas, les restregué el falo en las vaginas, nalgas y pechos... fue genital... perdón, genial.

Ya todos estábamos muy, muy calientes. Dejamos el juego y nos entregamos de lleno al placer.

La primera a quien robé los labios fue, naturalmente, a la joven y abalancé mi mano a su pecho, mientras la mayor casi me arrancaba el pene a jalones, que después enguyó y mi mano libre quedó en su nuca.

Hice que se levantara un poco la chica para apoderarme de sus pezones que, deliciosamente duros, degustaba entre los dientes unas veces, y con la lengua otras. Mi mano abandonó su pecho para sujetarla por las nalgas, firmes, deliciosas.

La madre me apretaba las nalgas también, dejó de succionarme por el miembro y pasó la lengua por los testículos y luego por las ingles.

La hija se recostó en la mesita de centro indicándome el camino al cielo. Abrió las piernas y metí la cabeza entre ellas para succionarle el clítoris al tiempo que metía dos dedos en su vagina. La madre le fue a besar los senos a su hija quedando a mi disposición toda su retaguardia, donde mi otra mano se daba gusto metiendo los dedos para hurgar en su vulva hasta encontrarle el clítoris y acariciarlo o apretarlo.

Me levanté para ponerme de rodillas y penetrar de una vez a la chica. Esta vez lo hice sin miramientos y hasta el fondo. Ella dejaba salir los sonidos de su boca junto con la respiración incontrolable.

La mamá cambió de posición impidiéndome seguir el juego en su intimidad. Abrió las piernas sobre la cara de la muchacha, quien, como podía, le abría los labios y le pasaba la lengua por el clítoris y la vagina alternadamente.

La boca de la madre se abría para alcanzar con la lengua la entrada vaginal de su pequeña y mi falo cada vez que salía de esa cabidad, limpiándolo lujuriosamente.

Me salí con la intención de cambiar de lugar y la madre hacía lo mismo que su hija, quedaron lascivamente en 69. Me coloqué en el otro extremo y entré en la otra vagina. Me agaché un poco para presionar los senos de la muchacha, pero ésta se levantó, con algo de dificultad, para sentarse justo en las nalgas de su madre y ofrecerme sus senos, los cuales lamí y mordí cuidadosamente mientras la invadía en su interior con los dedos de una mano y la sujetaba con la otra. Una de sus piernas estaba abriéndome camino y la otra me rodeaba la cintura.

Su madre, después de dejarme empapado con sus flujos, se retiró, yo estaba a punto de eyacular, pero aproveché el momento y nuevamente cambié de vagina, yendo a colocarme dentro de la que exploraba con los dedos. Allí no aguanté más y exploté, al tiempo que lo hacía la chica, volviéndome a bañar el miembro.

Caí al suelo, mis piernas ya no respondieron. La joven quedó arriba de mí, aún clavada. Mis ojos no podían abrir por el sudor que les había entrado y la mujer que estaba encima dejó sus tibios y suaves senos en mi pecho.

Ya nos habíamos calmado, todo estaba como si nada. La chica se quedó dormida sobre mí, la mamá estaba recostada en el sofá, exhausta. Yo, apenas tuve fuerza para voltearme y recostar a la muchacha en el suelo, detenidamente miré su cuerpo, era un ángel.

Amaneció y el sol entraba con fuerza por la ventana, nos fuimos despertando gradualmente. La mamá fue la primera. Fue a bañarse y el ruido del agua me despertó, ví la sonrisa en la cara aún dormida de la chica y besé sus labios. Abrió los ojos sin abandonar la sonrisa y me rodeó fuertemente con los brazos.

Nos levantamos, tomamos nuestros respecitvos duchazos, desayunamos todos juntos y partimos de nuevo al D.F.

Durante el camino platicamos y reímos. Quedamos en que seguiríamos haciéndolo cuando tuvieramos oportunidad y ya sin competencias.

Me dejaron en la casa, mi mamá abrió la puerta y nos preguntó:

  • ¿Cómo les fue?

Todos dijimos que muy bien, no se imagina lo bien que lo habíamos pasado.

Confesión:

Estas dos mujeres existen y son como he descrito, sin embargo la historia es sólo una fantasía. Agradezco que se hayan tomado el tiempo para leer y para escribirme, tanto en los comentarios que aparecen en esta página como los que me han hecho llegar a los e-mails.

Sé que a algunos no les gustó que no haya usado palabras como las que se usan en la mayoría de los relatos pero no me nace utilizarlas, aunque lo he llegado a intentar.

Espero que lo hayan disfrutado.

Heart