Acampadas con Fernando
Veranito, camping, chicos .... Los ingredientes perfectos para pasar buenos ratitos.
ACAMPADAS CON FERNANDO
TREN DE IDA
Me considero una chica de ciudad. Soy de las que creo que en el campo no hay más que hormigas, vacas, hierba y cosas así. En realidad el asfalto y el hormigón son mis hábitats naturales. Pero aquel verano, en el que tenía 21 años, acabé aceptando la proposición de otras dos amigas para pasar una semana de agosto en un camping costero. Mis amigas, Maite y Marimar, eran tradicionales, prudentes y no dadas a aventuras con los chicos. Yo, Menchi, era exactamente todo lo contrario: audaz, aventurera y nada tímida. El caso es que el día tres de agosto cogimos la mochila y nos fuimos a un camping de Cantabria, con el propósito de pasar unos días relajados, que nos liberasen del estrés del curso en la universidad.
Apenas llegamos al camping preferí dejar a mis dos amigas ocuparse de todos los trámites: inscripción, montaje de la tienda y otras cosas por el estilo. Eran más hábiles que yo en esas cosas, por lo que justo era que se ocupasen de ellas. Yo me dediqué a dar una vuelta por el recinto, a fin de ver como era aquello. El recinto del camping era grande, cubierto de una hierba muy bien cuidada. Las duchas y los aseos estaban limpios, y eran más grandes de lo que yo pensaba. El bar-restaurante estaba bastante bien, con una amplia terraza. Por lo tanto aquello era menos salvaje de lo que yo esperaba y, además, la playa estaba a menos de doscientos metros, por lo que no había necesidad de caminar mucho para tomar el sol sobre la arena.
MONTAJE DE LA TIENDA
Cuando volví de mi pasada de reconocimiento pude ver que mis dos amigas ya habían montado la tienda. Las dos estaban sentadas en el suelo, charlando con unos tipos, con toda seguridad los de la tienda de al lado. Mis dos amigas me presentaron a tres chicos jóvenes: Fernando, Manuel y Tino. Dos de ellos eran altos, mientras que Fernando no pasaba del 1,60. Hablamos un rato más con ellos, descubriendo que también eran universitarios que estudiaban en Valladolid. Ellos se fueron a hacer unas compras y entonces pude ver la cara de tontas que se les había quedado a mis amigas:
Son unos chicos muy guapos -comentó Marimar.
Y además son tres, como nosotras -añadió Maite.
Yo no dije nada, porque la verdad es que no me habían parecido ninguna cosa excepcional. Chicos así los había en todas partes, pero la diferencia es que yo sabía encontrarlos, mientras que mis amigas no. Me abstuve de hacer declaraciones, hasta que Maite me dijo:
Esta noche han quedado en pasar a buscarnos para tomar unas copas. Te apuntas ¿no? Les hemos dicho que iríamos las tres.
Si no queda más remedio... -respondí con cierta desgana.
En realidad no me apetecía lo más mínimo la idea. Yo, a diferencia de mis amigas, no necesitaba saciar mis deseos con fugaces aventuras veraniegas. Tenía la agenda repleta de chicos de la ciudad que bebían los vientos por mí, así que esa semana había decidido tomármela como descanso de todo, hombres incluidos. La verdad es que no hice demasiado caso de nada. Estaba algo cansada del viaje, por lo que me tumbé sobre la fresca hierba (hacía mucho calor ese día) y dormité hasta la hora de la cena. Me desperté cubierta de sudor, por lo que decidí darme una ducha. Mis amigas me siguieron y, un poco más tarde, aparecieron los vecinos de tienda.
Nos llevaron a una pizzería de mala muerte. Allí comimos unas porciones de pizza dura y una lata de coca-cola. Si esto iban a ser las apasionantes jornadas de camping, yo estaba arrepintiéndome de no haberme quedado en la ciudad. Enseguida me di cuenta de que Maite se derretía por Manuel. Un rato más tarde comprobé que Marimar empezaba a babear detrás de Tino. No es necesario decir que quedaba Fernando, pero que yo no estaba dispuesta a darle las más mínimas esperanzas. Era un tipo bajito, fuerte, no demasiado guapo y de modales vulgares. Vamos, de esos tipos de aquí te pillo y aquí te mato. Pero conmigo lo llevaba claro, ya que no me atraía lo más mínimo.
¡QUIÉN TE HAS CREIDO QUE SOY?
Después de las pizzas fuimos a los típicos bares musicales de la costa. Insistí en pagarlo todo a escote, ya que no estaba dispuesta a deber ningún favor. Mis amigas se acercaban demasiado a los chicos (cada una al suyo), mientras que yo mantenía una prudente distancia. Supongo que para Fernando la sensación debió de ser algo frustrante, al ver que sus amigos ligaban mientras él no tenía visos de comerse una rosca.
¿No te diviertes? -me preguntó.
La verdad es que no demasiado. Estoy algo cansada del viaje, sabes -contesté, tratando de quitar hierro al asunto.
Desde luego no iba a divertirme demasiado aquella noche, por lo que a los pocos minutos dije que me iba a dormir. Fernando insistió en acompañarme, le dije que no hacía falta, pero él lo hizo de todos modos. Cuando llegamos a las tiendas él preguntó:
¿Me invitas a pasar un rato?
Por supuesto que no -respondí-. No sé por quién me has tomado, ni lo que creías que iba a pasar esta noche, pero yo me voy a dormir sola.
De acuerdo -aceptó, ante la contundencia de mi respuesta-. Buenas noches.
Con el calor que hacía el saco de dormir era innecesario. Me tumbé sobre él, solo con braguitas y una camiseta de dormir, y empecé a contar ovejitas. El caso es que debí dormir como un tronco, porque no recuerdo cuando llegaron mis amigas. A la mañana siguiente desperté temprano, a eso de las nueve. Me pegué una buena ducha y fui al bar a desayunar algo. A la vuelta mis amigas empezaban a despertarse. Por sus caras de tontas imaginé que había pasado algo entre ellas y los chicos, pero por lo visto no fue así. Todo se había limitado a unas pocas carantoñas, lo cual me resultó muy creíble, ya que conocía a mis amigas y sabía que con los tíos nunca podían o querían ir demasiado lejos.
Propuse pasar la mañana en la playa y ellas aceptaron. Me puse un bikini azul, muy sexy, un vestidito azul, con falda muy corta y tirantes, sandalias y gafas de sol. Cogí la toalla y una novela de terror, y a eso de las once ya estábamos sobre la arena. Me tumbé a tomar el sol, pero antes unté de bronceador los hombros, el estómago, los brazos y la parte anterior de las piernas. Bajé los tirantes del bikini, al objeto de evitar esas antiestéticas marcas blancas, y me tumbé boca arriba, con las piernas algo separadas. Al cabo de un rato escuché a mis amigas hablar animadamente con alguien. No necesité mirar para comprender que se trataba de nuestros "compañeros" de camping. Abrí un poco los ojos y, en efecto, allí estaban los tres. Manuel y Tino charlaban con mis amigas, mientras que el idiota de Fernando miraba para mí, justo allí donde la tela de mi bikini se hinchaba un poco, donde terminaban mis muslos.
CREMITA BRONCEADORA
No le hice el menor caso, sino que me di la vuelta, tumbándome boca abajo, al tiempo que dije a mis amigas:
¿Podéis ayudarme con el bronceador?
Yo te ayudo -se apresuró a decir Fernando.
Se colocó a mi lado, de rodillas en la arena y cogió el frasco de leche bronceadora. Estuve tentada de mandarle a freír espárragos, pero no lo hice, más que nada porque mis amigas estaban embelesadas con los otros dos y no me hacían el más mínimo caso. Respiré hondo y traté de no ser demasiado borde con el muchacho, a fin de que Maite y Marimar no me acusasen después de haberles chafado sus incipientes romances. Por ello apoyé la barbilla sobre las manos, giré un poco la cabeza hasta mirar a Fernando y dije con una media sonrisa:
De acuerdo. Esmérate, que no quiero que me vaya a quemar el sol.
Intentaré hacerlo bien -contestó él, al tiempo que abría el frasco.
Dejó caer una gota sobre mi espalda. Estaba fresquita. Al momento sentí sus manos acariciar mi columna vertebral, extendiendo poco a poco la leche bronceadora. Dejó caer otra gota, en mi zona lumbar, para acto seguido aplicar sus manos allí. La verdad es que no me resultó nada desagradable el modo en el que me acariciaba. Me coloqué más cómoda, apoyando la mejilla derecha sobre las manos y le dejé seguir. Otro par de gotas cayeron debajo de mi cuello, entre los hombros. Estaba yo esperando a que las extendiese, cuando noté que sus manos iban al cierre del sujetador del bikini, soltándolo.
Me imagino que no querrás que te quede marca en la espalda ¿no? -preguntó Fernando.
Ajá -respondí-. Veo que eres un experto en esta materia.
La verdad es que comenzaba a excitarme aquel jueguecito. No porque el chico fuese nada del otro jueves, sino porque sus manos ágiles y su desvergüenza estaban empezando a romper mi resistencia. Mis amigas y sus amigos seguían hablando, a unos diez metros de nosotros. Fernando deslizó con suavidad los tirantes del bikini por mis brazos y espalda, de modo que esta prenda cayó a ambos lados de mi cuerpo. Estaba casi desnuda, solo con la escueta tanga del bikini, pero eso resultaba muy estimulante. Con la espalda totalmente al descubierto Fernando siguió frotándome aquella fresca crema por toda ella, desde los hombros hasta donde empezaba la tanguita. Lo cierto es que lo hacía muy bien, haciéndome sentir escalofríos en cada caricia. Sus manos eran suaves y precisas, lentas y eficaces. Frotó con cuidado mis hombros, brazos y costillas flotantes, haciéndome sentir en la gloria, pero no se atrevió con los laterales de mis estupendas tetas, por lo que tuve que llamarle al orden.
En los laterales del pecho también. Es una zona muy sensible y podría quemarse -dije.
De acuerdo -contestó él-. Pero déjame cambiar de postura para hacerlo bien.
Y empezó a acariciar los lados de mis tetas, después de sentarse a horcajadas sobre mí espalda. Aquello fue una gozada. Tenía las tetas hundidas en la toalla, como dos flanes aplastados, pero mis pezones ya estaban duros. Debo confesar que me apeteció darme la vuelta e invitarle a que siguiese con lo mismo por todas las tetas, pezones incluídos, pero estábamos en un lugar público y hubiera resultado un escándalo. Cuando acabó con el pecho, volvió a pasar sus manos firmes por toda mi espalda, dándome un gustito más que sospechoso. Si seguía así un poco más, la cosa podría acabar de cualquier manera. La verdad es que nunca me habían metido mano de una forma tan precisa y tan disimulada, pero aquello me encantaba. Él también debía estar caliente, porque noté algo duro sobre mi espalda, cuando se inclinó hacia delante para frotarme los hombros.
¿Quieres que siga con las piernas? -preguntó, muy prudente.
Por supuesto. No puedes dejar la tarea a medias -respondí.
Empezó por los pies, masajeando despacito la planta y los dedos. Yo sabía que no era necesario tanto cuidado, pero él disfrutaba tocándome y yo disfrutaba con que me tocase, así que no había problema. Después fue subiendo por mis tobillos. Se demoró un poco en la parte posterior de mis rodillas, pero al cabo de un minuto ya empezaba a sobarme los muslos. Modestia aparte debo reconocer que tengo unos buenos muslos, largos, suaves y apetitosos. Seguro que Fernando opinaba lo mismo. Los fue amasando con suavidad, mientras de vez en cuando dejaba caer alguna gotita de leche solar en ellos. Incluso deslizó sus manos por la cara interna de mis piernas, haciéndome notar un calorcito más que agradable.
La tanga del bikini apenas cubría mi culo: era poco más que una raya de tela que se perdía entre mis glúteos. Por ello él tuvo campo abierto para sus manos. Soltó una gota en cada una de mis nalgas y las frotó las dos al mismo tiempo, haciéndome disfrutar de gusto. La humedad ya estaba instalada en mi coño hacía un rato, pero ahora aumentó. Me imagino que el hecho de que yo no protestase le hizo irse tomando confianzas con mi cuerpo. Por si eso fuera poco decidí animarle:
- Ummmmmmmm, lo haces de maravilla. Sigue así, me gusta.
Entonces amasó mis firmes nalgas, apretándolas con ambas manos. Con los pulgares acarició brevemente mis ingles, haciéndome gemir un poco. Fue un gemido breve, que el resto de la gente no pudo oír. Pero él si lo oyó, porque dijo:
- Me encanta ver que te gusta como lo hago. Tienes una piel estupenda ¿sabes?
Acto seguido pasó un dedo por la rajita de mi culo, haciendo que yo temblase y volviese a gemir. Ya estaba bien de calentamiento. Aquel tipo me había puesto demasiado caliente para que la cosa acabase así. Giré el cuerpo sobre un lado, permitiendo que durante un segundo viese uno de mis pezones, me puse la parte de arriba del bikini y dije a mis amigas:
No me encuentro muy bien. Debe haberme dado demasiado el sol. Me vuelvo a la tienda.
¿Quieres que te acompañemos? -preguntó Maite.
No hace falta, Fernando me acompaña -respondí-. Disfrutad del día de playa.
Sentada en la toalla me puse el vestidito, guardé mis cosas en la bolsa y me dispuse a marcharme. Evidentemente Fernando me acompañó. Al muy simple no se le ocurrió otra cosa que preguntar, apenas dejamos la playa:
- ¿De verdad te sientes mal?
PRODUCTOS TÍPICOS
Su cara indicaba que la pregunta iba en serio. Dicen que cada día nace un tonto y debe ser verdad, porque este tipo era un completo idiota. Pero ya me daba lo mismo. El calentón que llevaba se merecía un rápido y completo alivio. No contesté, sino que le miré con cara sugerente, aunque no sé si él captó la indirecta. A la entrada del camping había un mercado de productos típicos. Aproveché para comprar un bote de mermelada de fresa, mi favorita. Él no preguntó nada, ni habló nada más desde su estúpida pregunta, pero la verdad es que el chico estaba mucho más guapo con la boca cerrada, al menos de momento. Cuando llegamos a la tienda de campaña le invité a pasar. Ya no había vuelta atrás. Aunque sospechaba yo que a aquel tipo habría que explicárselo todo. Sus entendederas no daban para mucho.
Una vez dentro me quité el vestidito y las sandalias, quedándome solo con el bikini. Abrí el bote de mermelada, metí un dedo y probé su contenido. Estaba riquísima, dulce, pero no demasiado. Volví a meter el dedo, lo unté un poco y lo acerqué a la boca de Fernando. Él chupó lentamente.
¿Quieres un poco más? -pregunté.
Sí, claro -respondió.
Me quité las dos prendas del bikini, ante sus ojos incrédulos. Mi cuerpo no estaba nada mal, con pechos generosos, cintura delgada y sexo totalmente depilado. Me tumbé en la colchoneta y unté mermelada en ambos pezones, los cuales de inmediato volvieron a ponerse duros.
- Sírvete tú mismo -fue mi invitación.
En esta ocasión no hizo falta que se lo repitiese. Se tiró sobre mi cuerpo, con la boca dispuesta. Lamió con verdadera voracidad los dos pezones, haciéndome sentir calor por todo el cuerpo. Después metió la lengua en mi boca, casi hasta la garganta. Se la chupé despacio, sintiendo el sabor dulce que aún tenía. Él solo llevaba puesto el bañador y pude sentir en mi sexo la presión de su polla dura. Se lo bajé de un tirón, dejando al descubierto una larga polla, de casi veinte centímetros, pero no demasiado gruesa. Estaba dura como una estaca. Me arrodillé ante ella y dije:
- A mi también me apetece un poco de mermelada....
Se la empecé a untar con aquella pegajosa delicia. La verdad es que no dejé ni un centímetro de su pene sin su capita de mermelada, testículos incluidos. Después fui lamiendo, poco a poco, dejando que él se fuese excitando gradualmente. Chupé sus cojones, que estaban pegados a su cuerpo, apreciando la suavidad de los mismos. Después fui recorriendo con la lengua toda su polla, mientras decía:
Está riquísima, tan dura y dulce...
Lo haces muy bien, sigue, sigue -respondió.
Metí en la boca su capullo, relamiendo con golosa lujuria la mermelada. Era una gozada poder chupar una buena polla con sabor a fresas dulces. No logré metérmela entera en la boca, debido a su longitud, pero acabé dejándosela sin rastro de mermelada. Puse un poco más en el capullo y volví a la carga, chupando, meneando, acariciando sus cojoncillos,... Todo esto debió ser demasiado para él. Trató de interrumpirme diciendo:
- No voy a poder aguantar mucho. Si sigues así me voy a correr ohhhhh.
Pero yo estaba demasiado excitada como para detenerme en ese momento. Continué chupando y le oí decir:
- Ya, ya, ya vieneeeeee.
Y soltó en mi boca un buen chorro de esperma caliente. Su sabor se mezcló con el sabor de la mermelada de fresa. Aquella mezcla fue increíble, estaba riquísima. Paladeé la textura de su pegajoso semen y me lo fui tragando. Al final puse otro poco de mermelada en su capullo y volví a meter su polla en mi boca, aprovechado las últimas gotitas de su orgasmo, que cayeron sobre mi lengua. Me relamí los labios y dije:
¡Qué corrida más rica! No sé si me gusta más tu semen o la mermelada.
Lo siento -dijo él en claro tono de disculpa-, normalmente no me corro tan pronto, pero contigo no he podido evitarlo. Lamento dejarte a medias.
No te preocupes, que lo he pasado muy bien. Recupérate un poco y luego ya veremos.
Se tumbó a mi lado, desnudo, con la polla menguando a ojos vista. No hablamos nada, pero al cabo de cinco minutos me di cuenta de que se había quedado dormido. En fin, no había estado mal, pero si el chico no daba más de sí que le íbamos a hacer. Seguro que aquella misma noche encontraba alguien con quien rematar la faena. Noté que mis pezones estaban pringosos por el efecto de la mermelada. En silencio me puse el bikini, cogí la toalla y un frasco de gel y me dirigí a las duchas.
DUCHA RELAJANTE
Estaban a unos veinte metros de la tienda. A Fernando le dejé allí, dormido en pelotas. La verdad es que no se me ocurrió pensar en que mis amigas pudiesen volver y encontrarse con aquella escena. Entré en una de las duchas, cerré la puerta y me quité el bikini, dejándolo junto con la toalla, colgado de la parte superior de la puerta. Abrí el agua fría y disfruté unos instantes de él. Después me enjaboné el cuerpo con las manos. Me estaba aclarando cuando pensé en la corrida de Fernando. Me excité de inmediato y, ya que él no me había dejado satisfecha, decidí hacérmelo yo sola. Acaricié mis pezones con los dedos mojados, poniéndolos duros al instante. Unos cuantos pellizcos en ellos me pusieron a cien. El agua seguía cayendo sobre mi cuerpo excitado, caliente.
Procuré no gemir demasiado, por miedo a que alguien pudiese oírme. Bajé una de mis manos hasta mi depilado coñito y empecé a frotarlo con suavidad. Metí un dedo en él, al tiempo que acariciaba mi tieso clítoris. Conocía perfectamente mi cuerpo, por lo que no tendría problemas en regalarme un bonito orgasmo en un plazo de tiempo breve. Tenía el coño caliente, mojado y muy sensible. Me pellizqué de nuevo los pezones, notando un delicioso placer.
De repente el agua dejó de caer de la ducha. Miré para arriba, pero lo que noté fueron dos manos que por detrás aprisionaron mis tetas. Una de esas manos pellizcó el pezón con fuerza, haciéndome gemir. La otra bajó por mi estómago hasta posarse sobre mi coño, recorriendo toda la rajita. Traté de volverme, pero aquellas manos me agarraron con fuerza, no permitiéndome moverme.
- Tengo una deuda pendiente contigo y te la pienso pagar -dijo la voz de Fernando.
Aquellas palabras me excitaron más aún. Él empujó mi tronco hacia delante, hasta que mis manos se apoyaron en la pared de la ducha. Noté su polla, larga y tiesa, acariciar un poco los labios de mi coño. Estaba deseando que me la metiese. Él me sujetaba por las caderas con fuerza, como si yo me fuese a resistir. La violencia de su acometida no hizo más que añadir gasolina al incendio que había dentro de mi cuerpo. Fingí una leve resistencia, como si quisiera darme la vuelta, pero él lo evitó. Metió una de sus rodillas entre mis muslos, para que yo me abriese de piernas, cosa que hice de inmediato. Era delicioso sentir aquella especie de violación consentida, pero más delicioso aún fue cuando su larga polla empezó a abrirse paso por mi coñito cachondo. Me la metió entera de un solo golpe, arrancándome un grito de la garganta. Apoyé con fuerza las manos en la pared, al objeto de aguantar bien las acometidas que me propinaba. Su polla era deliciosa y provocaba en mi calambres de placer cada vez que la metía.
- Sí, sí. Fóllame más, métemela toda -dije entre suspiros de placer.
Él me la metía cada vez más rápido, hasta que ya no pude más. Abrí la boca y suspiré por última vez, sintiendo que el placer se desparramaba por todo mi cuerpo. Solté un ¡ahhhhhhhhhh! prolongado. El orgasmo fue intenso, maravilloso, potenciado por aquella polla tan larga metida dentro de mí. Las fuerzas me abandonaban, pero aún quería disfrutar un poco más de su polla. Por ello dije:
Siéntate en el suelo, que esto aún no ha terminado.
Veo que te ha gustado mi herramienta ¿eh? -respondió.
Me vuelve loca, es muy eficaz -dije.
El se sentó, como yo le había dicho, lo que aproveché para colocarme sobre su pene erecto. Entrelacé mis piernas alrededor de su cuerpo, agarré su cuello con ambas manos, clavé su polla en mi coño y reanudamos el feroz combate. Me moví sobre él, metiendo y sacando, disfrutando de sus caricias en los pezones. Estaba de nuevo excitadísima, como si el orgasmo anterior fuese cosa del pasado. El roce de su pelvis contra mi clítoris era delicioso, lo mismo que el roce de su polla contra las paredes de mi coño. La temperatura fue aumentando. Nuestras lenguas se acariciaban fuera de nuestras bocas, sus manos torturaban mis sensibles pezones. No tardé en volver a correrme, dejándome caer sobre su polla.
¿Te gusta como estamos follando? ¿Te gusta? -preguntó él.
Me encanta, me encanta, me encantaaaaahhhhhhhhhh -pude decir mientras me corría.
Me quité y, para rematar la faena, me arrodillé entre sus piernas y empecé a chupar su palpitante miembro. Él estaba sentado, con la espalda apoyada en la pared. Yo apoyé las rodillas entre sus piernas, las manos al lado de sus caderas y la boca aplicada voraz a su polla. No necesité usar las manos. En un minuto de mete-saca de su polla en mi boquita él se corrió, llenándome de nuevo la boca de semen. Incluso sin mermelada de fresa su corrida me resultó deliciosa. Alcé la cabeza, con los labios chorreantes del blanquecino fluido. Él acarició mi pelo, sonrió y dijo:
Veo que te gusta mi lechecita...
No lo sabes tú bien -respondí.
Después volví a abrir el agua de la ducha y nos limpiamos un poco. Nos secamos con mi toalla. Pregunté a Fernando:
¿No me digas que has venido hasta aquí desnudo?
La verdad es que no me di cuenta. Me desperté y supuse que estabas en la ducha, así que no lo pensé.
Era increíble. A las doce de la mañana este idiota se pasea por el camping en pelotas sin darse cuenta. Yo me puse el bikini y le di la toalla para que se la atase a la cintura. De ese modo salimos los dos de la ducha, para dirigirnos a las tiendas. "De esto ni una palabra, ni a tus amigos ni a mis amigas", le recordé. Asintió, se puso el bañador, devolviéndome la toalla, y se fue a hacer unas compras. Yo me tumbé sobre la hierba, a la sombra de un árbol que había cerca, y me dormí. La verdad es que estaba agotada.
JUERGA NOCTURNA
Me desperté a la una y media pasadas. Sentada a mi lado estaba Marimar.
¿Qué tal estas? -preguntó.
Bien, bien, no te preocupes. Solo necesitaba descansar un poco -respondí.
Maite ha ido a comprar unos bocadillos. Pensábamos ir a comer con Manuel y Tino, pero como no estabas bien decidimos no dejarte sola.
La verdad es que mis amigas eran muy buenas. También eran bastante ingenuas, por lo que no sospechaban para nada lo que acababa de pasar entre Fernando y yo. A los cinco minutos apareció Maite, con una bolsa en la que había tres bocadillos de tortilla y tres latas de coca-cola. Mientras comíamos les pregunté que tal habían pasado la mañana con los chicos. Contestaron que muy bien. Por lo visto eran unos chicos maravillosos, guapos, listos y educados. Se portaron muy bien con ellas, y esta noche habían vuelto a quedar.
Con un poco de suerte espero que se porten mucho peor con nosotras -dijo Maite riendo.
¿Saldrás con nosotros esta noche, Menchi? -quiso saber Marimar.
No sé. Depende como me encuentre -respondí evasivamente.
Lo decía por Fernando. Me da un poco de pena. Aunque no te vayas a enrollar con él acompáñanos esta noche, porfa -continuó Marimar.
De acuerdo, lo haré.
Ya nos hemos dado cuenta que el chico no te va. Incluso llegué a pensar que dijiste que estabas mal para zafarte del sobe que te estaba dando -intervino Maite.
Más o menos fue así -respondí, mintiendo con una naturalidad sorprendente.
Matamos la tarde dando paseos por los montes cercanos al camping. La verdad es que allí el aire era puro y limpio, nada parecido a la contaminación de la ciudad. A las nueve nos duchamos. Mis amigas se pusieron muy guapas para aquella cita. Yo elegí otro vestidito corto de tirantes, color verde claro en este caso. La cena de los seis en el restaurante del camping mejoró a la pizzería del día anterior. Cenamos con buen apetito y a eso de las once salimos a quemar la noche, en la típica juerga nocturna. Desde el principio mis amigas se agarraron cada una a su chico, mientras que Fernando y yo íbamos por separado. Él apenas había hablado en toda la noche. No era probable que mis amigas fuesen muy lejos con sus amigos, pero había que darles la oportunidad, así que después de unos cuantos cubatas anuncié que me iba a dormir. Por supuesto Fernando me acompañaría al camping.
Los otros cuatro nos pidieron que nos quedásemos un poco más, ya que la noche aún era joven, pero fue inútil. Mis amigas estaban empezando a acaramelarse con los chicos y yo, que no tenía intención de ponerme a hacer carantoñas con el tercero del grupo, iba a ponerles las cosas fáciles. A la una y media Fernando y yo caminábamos por aquella bonita localidad costera. Casi no hablábamos, pero paseábamos por calles silenciosas, sin tomar directamente el camino del camping. La noche era muy templada, por lo que apetecía pasear. Llegamos a las afueras de aquella villa, pero por la parte interior, la opuesta a la playa. Unos cincuenta metros más allá de las últimas casas había un edificio que me sonaba de algo. Nos acercamos a él. De la fachada colgaban unas cuantas banderas: la de la unión europea, la nacional y la de la comunidad autónoma. Era un instituto de enseñanza secundaria, muy parecido a aquel en el que yo había estudiado años atrás.
CIELO ESTRELLADO
Me quedé contemplando aquel instituto unos segundos. Fernando preguntó:
¿Te pasa algo?
No, nada. Solo que me recuerda muchísimo al instituto al que yo iba -respondí, acariciando la verja metálica-. En un césped como este mis amigas y yo pasábamos sentadas largos ratos, hablando, soñando, fantaseando.
¿Te apetecería sentarte otra vez? -preguntó.
Sí, pero la verja está cerrada -repuse.
Por eso no hay problema -dijo, sacando un pequeño objeto metálico del bolsillo del pantalón.
En unos segundos abrió el candado que sujetaba la cadena que mantenía cerrada la puerta. Abrió la verja y me indicó que pasase. No pude evitar preguntarle lo siguiente:
¿Dónde aprendiste eso?
De unos primos. Ahora están en la cárcel, pero no te preocupes por mí, soy incapaz de robar nada. Lo más que hago es abrir una puerta a quien lo necesita. Por 2.500 pesetas no hay candado que se me resista -respondió él.
No di mayor importancia a la cosa. Me senté en un césped estupendo. Estaba mucho mejor que el del camping, más verde, más fresco, más espeso, más alto, más mullido. Es seguro que lo regaban a diario Recordé las charlas con mis antiguas compañeras de instituto, cuando éramos poco más que unas crías, referidas a las notas, a los padres, a los chicos que nos gustaban. Fernando permanecía de pie, a unos metros de mí. Gracias a él yo podía recordar todas estas cosas, así que me pareció justo agradecérselo:
- Gracias por abrirme la verja. Siéntate conmigo, no muerdo.
Se sentó a mi lado sin decir nada. Yo miraba el cielo estrellado, precioso. Para sentarme había alzado un poco mi faldita, sentándome sobre las bragas. Se estaba allí de maravilla, sumida como estaba en mis recuerdos. Pero Fernando me iba a devolver rápidamente al presente. Se lanzó sobre mí con una velocidad y una fuerza nada despreciables. Nuestros cuerpos rodaron por la mullida hierba y, después de tres o cuatro vueltas, yo quedé tumbada sobre la espalda, con él encima de mí. Traté de soltarme de su abrazo, pero no pude. Su cuerpo me inmovilizaba y solo pude preguntar:
¿Qué te crees que estás haciendo?
De momento nada, pero dentro de un rato pienso hacerte chillar de gusto ¿alguna objeción? -respondió él, con una agilidad que no le era propia.
Pero de nuevo su violencia y falta de tacto me había vuelto a excitar. Fernando era un bruto, pero a mí me encantaba. Por lo tanto respondí:
- No, ninguna objeción. En realidad me encanta que me hagas tuya.
No hizo falta que se lo repitiese. Empezó a besarme, a sobarme las tetas y a tantear mis muslos, en unos preliminares brutalmente deliciosos. Ya habría tiempo para estar con chicos educados y dulces. Ahora tocaba disfrutar de algo más salvaje. Quité su camiseta como pude y él permitió que me liberase un poco, lo justo para poder quitarme el vestidito por la cabeza, mientras él tiraba de mis zapatos. Después quitó mis braguitas y mi sujetador, dejándome desnuda a la tenue luz de las farolas. Él se desnudó también, dejando libre su famosa polla. Se tiró de nuevo sobre mí, dándome otro espectacular revolcón. De nuevo quedé debajo de él. Agarró mis muñecas, dejándome indefensa. Sentí sobre el coño la dureza de su polla y en las tetas el roce de su lengua. Intenté liberar mis manos, pero él me tenía bien sujeta, mientras su lengua se dedicaba a poner a cien mis sensibles pezones.
Debo reconocer que entre mis fantasías sexuales (tengo muchas, de todos los tipos) no se incluye la violación, pero aquello no estaba nada mal. Cuando su lengua rozó mis labios, saqué la mía y las hicimos vibrar juntas. Sin soltar mis muñecas, él se echó un poco para atrás, lo justo para colocar la punta de su polla exactamente en mi agujerito. Empujó ligeramente, metiendo solo la puntita, y luego la movió en círculos.
¡Ohhhhh! Sí, vamos métemela entera -dije gimiendo.
Como quieras -respondió, clavándomela de un solo golpe.
Aquello me dejó sin aliento. Grité por la violencia de su acometida, pero lo hice con el propósito de excitarle un poco más. Con toda su polla bien metida, él se tumbó sobre mí, empezando un polvo de lo más clásico. Era delicioso sentirme así, inmovilizada, follada, poseída por completo. Su pene se movía dentro de mi, obedeciendo a los impulsos de su culo, mientras su lengua caliente volvía a juguetear con mis pezones. Pasé las piernas por ambos lados de su cuerpo, apoyando los talones en sus nalgas, sintiendo así sus empujones salvajes.
¡Ah! Más, más, fóllame más -gritaba yo.
Ya lo creo que te voy a follar más, hasta que te corras de gusto -fue su prometedora respuesta.
En ese momento soltó mis manos, cosa que yo aproveche para abrazar su cuerpo. Clavé un poco las uñas en su espalda, haciendo que el me follase si cabe con más fuerza. Nos besamos, él pellizcó mis pezones y yo noté que me iba a correr. Moví un poco las caderas, tratando de disfrutar un poco más, pero acabé explotando de placer. Abracé con fuerza su cuerpo, jadeando de gusto. Él se debió de dar cuenta de mi orgasmo, porque paró de follarme. Dejó su polla dentro de mi coño, inmóvil. Aproveché para girar nuestra posición. Lo hice en un solo movimiento, sin que su polla saliese de mí, y él quedó ahora debajo, con su espalda sobre la hierba.
Él me había follado deliciosamente, pero ahora me tocaba a mí. Empecé a moverme sobre su rica polla, con las rodillas sobre la hierba y las manos apoyadas en su pecho. Las manos de Fernando amasaban mis nalgas, abriéndolas y cerrándolas, tanteando mi ano. Seguí subiendo y bajando sobre su dura herramienta, escuchado el delicioso chapoteo de su pene en mi coño mojado. Al poco rato cambié de posición, dándole la espalda. Me arrodille sobre su polla, mirando hacia los pies del chico y me la volví a clavar. Inicié entonces un lento movimiento de balanceo, metiendo y sacando aquella dura barra que tanto placer me estaba dando. Mis tetas saltaban al compás de mis movimientos. Él se incorporó un poco, llevando sus manos hasta mis tetas, agarrándolas y sobándome los pezones.
Aquello era una pasada. Con una de las mis manos me acaricié el clítoris, mientras su polla y sus manos seguían dándome gusto. Tuve otro orgasmo sensacional, entre chillidos, gritos y jadeos. Al momento él me derribo de nuevo sobre el fresco césped. Se arrodilló sobre mi cara, meneando su polla con rapidez, con jadeos cada vez más intensos.
- ¡Me corro, me corro! -dijo él instantes antes de regalarme otra ración de deliciosa cremita caliente.
Sentí aquellas gotas cálidas en la cara, en la boca, en los labios y en las tetas. Me relamí de gusto, mientras él se derrumbaba sobre la hierba, respirando profundamente. Cogí su polla con la mano, notando como menguaba entre mis dedos.
TREN DE VUELTA
Poco después llegamos al camping. Nos despedimos sin mucho apasionamiento y nos fuimos a dormir. La verdad es que yo estaba muerta de gusto. Me dolía todo el cuerpo, producto de sus brutales maneras, pero en realidad había sido delicioso. Estaba a punto de quedarme dormida, cuando llegaron mis amigas. Aunque ellas no solían beber, lo cierto es que estaban algo borrachas. Me sorprendió el cabreo que traían. Según me contaron, los chicos las habían incitado a beber de lo lindo, para luego llevárselas al huerto. Naturalmente mis remilgadas amigas no aceptaron, por lo que los otros las pusieron de calientapollas para arriba. Me dio pena de ellas, porque tenían un berrinche de los gordos.
Está visto que todos los tíos son iguales -dijo Maite-. Solo van a lo que van.
La más lista has sido tú, que no te has querido complicar la vida -añadió Marimar-. Habíamos pensado en marcharnos mañana. No te importa ¿verdad?
Por mí no hay problema -respondí-. Creo recordar que a las once y media de la mañana hay un tren. Casi llegaremos a casa a comer.
Desde las diez de la mañana estuvimos recogiéndolo todo. A las once nos encaminamos a la estación. En la tienda de al lado no había signos de vida: los chicos debían seguir durmiendo. Ellas no pensaban despedirse de sus dos Romeos, mientras que yo tampoco tenía intención de hacerlo. Durante el viaje en tren ellas hablaron poco, pero cada vez que lo hacían era para echar pestes de nuestros vecinos de camping.
No hay que fiarse de los chicos, aunque parezcan educados -dije con cierto tonillo.
Ya lo veo -contestó Marimar.
Lo peor del caso es que ellos estudian en Valladolid. Seguro que algún sábado por la noche nos les encontramos de juerga -añadió Maite.
Yo estaba segura de que si eso ocurría, ellas volverían a babear por los chicos. Si yo me encontraba a Fernando a lo mejor no perdía la oportunidad de un polvo salvaje con aquella bestia con polla. Todo dependería de mi estado de ánimo.