Acabamos en la playa
Como conocí a mi actual novia. Fetichismo de pies, pechos preciosos, sexo anal y más. Lo que empezó en una biblioteca acabó en la playa.
Hola, me presento: Me llamo David. Soy moreno, tengo los ojos negros, mido 1,85 y me encanta nadar, tanto me gusta que he terminado por depilarme las piernas y el pecho para estar menos molesto en el agua. La historia que os voy a contar me pasó hace muy poquito, apenas un par de semanas. Estudio ingeniería química en la Universidad de Málaga. Estoy metido de lleno en los exámenes así que acudo a la biblioteca general que desde mediados de mayo sólo cierra de seis a siete de la mañana permaneciendo abierta las 23 horas restantes. Empiezo mi relato que sucedió el jueves tres de junio, un día muy caluroso.
Estaba harto de estudiar, era media tarde. Llevaba desde las once de la mañana estudiando y no había parado más que para tomarme un bocadillo a mediodía. La biblioteca estaba a rebosar como es propio de estas fechas. Lo único que me amenizaba el largo y agobiante día era el aire acondicionado y la chica del otro lado de mi mesa. Me sonaba su cara, la veía hacer ejercicios de cálculo de primero de mi carrera, yo estoy en tercero así que supuse que me resultaría familiar de verla por mi facultad. A ella se le veía también agobiada, llevaba en frente mío desde primera hora de la tarde. Me fijé en ella nada más entrar, no solo porque me resultase una cara conocida si no porque lucía un cuerpo espléndido. Medía aproximadamente 1,70, estaba delgada pero sin exagerar, la piel ligeramente morena y el pelo negro y liso recogido en una cola. Tenía una cara preciosa con unos ojos marrones y una mirada profunda y tierna que inspiraba dulzura. Llevaba puesto un top de color rojo sin sujetador, pero no le hacía falta porque sus pechos con forma de pera, a pesar de rondar la talla 95, desafiaban a la gravedad de una manera inverosímil. El resto de su vestuario se limitaba a una minifalda blanca y unas chanclas que apenas cubrían sus pies.
Se la veía nerviosa, cruzaba y descruzaba las piernas continuamente, yo no lo veía. Pero si que lo sentía porque más de una vez me dio alguna patada sin querer que saldaba siempre con una sonrisa y un perdón. Para mi era delicioso ya que por comodidad no tenía las chanclas puestas y siempre me daba con su delicioso pie desnudo.
A eso de las siete me fijé en que estaba angustiada por culpa de un problema que no le salía, la verdad es que yo la asignatura de cálculo la domino bien ya que saqué una muy buena nota así que venciendo a mi timidez le pregunté que si quería que la ayudase. Aceptó más por desesperación que por ganas, supongo que a nadie le hace gracia que se entrometan en sus asuntos. Me levanté y me dirigí a ella bordeando la pequeña mesa. Me incliné a su lado y me presenté.
-Me llamo David, estoy en tercero de química, te he visto por la facultad alguna vez ¿verdad?-. Ella me miró y me dijo: -Puede ser, yo he entrado este año nueva en primero, ando todavía un poco perdida en esto de la universidad. Me llamo Lucía.- Estuve más de una hora explicándole el largo ejercicio, al principio a su lado y luego retornando a mi sitio y desde allí, para algo servían por lo menos las estrechas mesas, para estar más cerca. Poco a poco fuimos a la vez que estudiábamos hablando de la universidad, de lo difícil que era la carrera, de lo poco gratificante que a veces resultaba estudiar y de otros temas diversos. Al final terminamos por salirnos un rato afuera a charlar porque veíamos que estábamos empezando a molestar dentro de la biblioteca. Ella era muy simpática y muy graciosa.
Nos acercamos a las escaleras de fuera, se sentó en un escalón y yo me senté un par de escalones más abajo, así tenía a mi lado sus preciosos pies que contemplaba casi con descaro, eran preciosos, casi perfectos. Como era alta tenía unos pies acordes, calzaba aproximadamente un 38 o 39. Las uñas de los pies estaban pintadas de rojo a juego con el top.
Además desde mi posición veía gran parte de sus muslos y adivinaba de vez en cuando su precioso tanga negro. En un momento dado bromeé agarrándole el pie y comentándole que ese era el dichoso pie que me pateaba continuamente en mi pierna Ella sonrió y poniéndome el pié en el pecho me dijo que me andara con cuidado que todavía podía empujarme escaleras abajo. Le agarré el pie como haciendo como que me lo quería quitar de encima pero entreteniéndome enormemente y recreándome a la hora de soltarme para poder impregnar todo su olor en mis manos. Medí cuenta que en mis pantalones cortos empezaban a abultarse algo así que decidí dejar de hacer el tonto por si se diese cuenta y se enfadase.
Al rato de estar hablando le comenté que tenía pensado quedarme a estudiar toda la noche ya que se me avecinada un examen bastante difícil, ella me respondió que se encontraba en la misma situación así que también se quedaría. Entonces le comenté: -Bueno, yo no me he traído nada para cenar así que podíamos acercarnos a cualquier bar de tapas de estos que están por aquí cerca, ¿que te parece?- entonces se empezó a reír y me respondió: -No te preocupes, cuando le he dicho a mi madre que venía a estudiar toda la noche a la biblioteca me ha hecho tres bocadillos y yo me acabo como mucho uno así que te invito a cenar en el parque de ahí enfrente.- Me encandiló su generosidad y amabilidad así que le dije que yo sacaría un par de refrescos de las máquinas de la biblioteca para por lo menos poner yo las bebidas. Una vez dicho esto decidimos ir a estudiar un rato más para esperar que fuera más tarde para ir a comernos los bocatas.
Serían las once y medía cuando nuestros estómagos berreaban de hambre. Habíamos aguantado más porque estaríamos toda la noche estudiando. Cogí un par de Coca Colas de la maquina de la biblioteca y caminamos unos cinco minutos hasta estar algo apartados de la gente para comer así tranquilos. Hacía calor a pesar de la hora así que en vez de sentarnos en un banco nos tumbamos en el césped que estaba más fresquito. Ella sacó los bocatas, había dos de tortilla de patata y uno de jamón York. Nos comimos los de tortilla mientras bebíamos los refrescos. Estábamos tumbados boca abajo y apoyados sobre los codos, uno en frente del otro.
De vez en cuando se entreveían sus preciosos pechos debido a la posición y a su falta de sujetador, que bonitos se mostraban. Menos mal que estaba boca abajo porque mi erección cada vez era más fuerte, incluso estaba empezando a dolerme mucho por la presión que mi cuerpo ejercía. Empezamos una conversación animada. Le eché un piropo a la tortilla de su madre. Mi vista alternaba entre sus dos preciosas peras y sus preciosos ojos negros con largas pestañas. Estábamos muy cerca el uno del otro y alguna vez haciendo el tonto choqué su bonita y puntiaguda nariz contra la mía. Terminamos las Coca Colas y los bocatas y me dijo: -¿Te parece que demos una vuelta por el parque?- Respondí afirmativamente, me puse de pie y le estiré la mano para ayudarla a levantarse.
Empezamos a caminar, estuvimos casi una hora andando alrededor del parque y por dentro de él. Pasado ese tiempo estábamos ya, casi sin darnos cuenta, bastante alejados de la biblioteca. En concreto nos encontrábamos al final del parque. Suspiró profundamente y me dijo: -Estoy muy cansada, me duelen los pies. Vamos a descansar un rato sobre el césped.- Dicho y hecho. Nos tumbamos, ella boca arriba y yo de lado a sus pies. Era mi oportunidad de tocárselos. Con una inocente voz que intentaba mostrar naturalidad dije: -Si quieres te hago un masaje, no se me dan nada mal.- Miró con una sonrisa pícara y me dijo: -Me parece que tienes tú más interés que yo en dármelo. Pero adelante, seguro que te lo agradeceré.- Me puse manos a la obra. Le cogí el pie derecho con suavidad con ambas manos, los pulgares apoyados sobre la planta, subía por el puente de pie presionando mis dedos con fuerza pero con delicadeza.
Ella sonreía. Recorrí con mis dedos su pie haciéndole un delicioso masaje. Cuando terminé con ese pie tome el izquierdo. Tenía intención de hacer el mismo masaje que a su compañero así que me puse a la tarea intentando no pensar en mi tremenda erección. Fue entonces cuando ella mientras se dejaba masajear un pie acercó poco a poco el otro a mi cara. Tocó suavemente mi cuello, me quedé en ese momento paralizado. Siguió subiendo y acarició con la punta de sus dedos mis pómulos. Se quedó quieta ahí. Entonces yo me giré y besé la planta de su pie. La miré y vi su cara transformada. Era la encarnación misma de la lujuria, su respiración era entrecortada y a un ritmo desenfrenado. Me recreé en besar sus pies y saborearlos. Metía mi lengua entre sus dedos, besaba la planta, el empeine. Olía a una excitante mezcla de sudor y saliva. Lucía me miraba fijamente. Entonces solté sus pies y me incliné sobre ella que seguía boca arriba. La besé en los labios. Muy profundamente, en silencio absoluto. Me abrazaba con fuerza. Yo tenía mi brazo izquierdo bajo su cuello a modo de almohada y el derecho apoyado en su cadera. Sólo duró unos segundos porque poco a poco esa mano bajó de su cadera hacia su culo a la vez que nos recostábamos de lado uno frente al otro. Se lo tocaba a placer, por debajo de su falda. La sensación de tocar sus glúteos era increíble, al pasar de uno a otro notaba el hilo de su tanga.
Ella bajó sus labios por mi cuello y lo besó con fuerza. Yo conseguí meter mis dedos entre el hilo de su tango y su ano, el cual recorría con mi dedo por encima. Mi dedo índice acariciaba con fervor su ano. Paramos en seco. Respiramos ambos profundamente en un intento desesperado de intentar comprender la locura de lo que hacíamos. Entonces ella se quitó el top dejando sus dos precioso pechos al aire. Las aureolas eran oscuras y grandes, sus enormes y excitados pezones apuntaban a mis labios, los cuales se acercaron y comenzaron a succionar en el mismo momento que yo sentía su mano buscar entre mis pantalones cortos un miembro apresado y dolorido. Comenzó a masturbarme, movía su mano arriba y abajo mientras yo lamía y chupaba con fiereza sus dos firmes pechos.
Estuvimos así unos tres o cuatro minutos hasta que empecé a bajar mis besos por su estomago, luego su barriga. Le quité la falda y el tanga como pude mientras ella me bajaba los pantalones, entonces descubrí con un tremendo encanto que estaba depilada completamente. Hundí mi cara en su sexo, que desprendía un olor excitante a humedad, mientras ella juntaba los pies con las rodillas flexionadas, de esta manera puso su dos hermosos pies rodeando mi miembro. Mientras yo con mi lengua buscaba su clítoris y experimentaba la nueva sensación de besar un coño desprovisto de pelos ella con sus pies masajeaba mi poya, a punto ya de reventar. Estuvimos un rato así hasta que primero ella empezó a tener unas pequeñas convulsiones que desencadenaron en un mar de flujos sobre mi boca y poco después yo eyaculé copiosamente manchándole sus pies de semen. Nos tomamos un momento para respirar. Me acerqué a sus labios y no besamos mientras con mi mano acariciaba por encima y lentamente sus labios vaginales sintiendo la suavidad de su sexo ahora además completamente bañada en sus propias secreciones vaginales. Permanecimos así un rato. Luego con cleenex nos limpiamos y decidimos que debíamos seguir estudiando, me quedé con su tanga y le dije que sería gracioso estudiar así frente a ella. Nos cogimos de la mano y nos dirigimos a la biblioteca.
Ya nada era igual. Nos mirábamos pícaramente mientras simulábamos estudiar. Pasó casi una hora, eran las cuatro de la madrugada. No habíamos hecho nada de nada. A mi "se me caía el lápiz" cada dos pos tres y me agachaba a cogerlo, ella abría las piernas y podía ver su vulva depilada. Eso me excitaba cada vez más y más. Serían las cuatro y media cuando me descalcé y con mi pie derecho empecé a hurgar entre las piernas de mi compañera de enfrente. Encontré la suavidad y humedad de su entrepierna con la punta de mis dedos. Ella bajo una mano aferró mi pie y hundió mis dedos entre sus labios. Yo movía los dedos masajeando su clítoris guiado por su mano notaba mi pie mojado por sus jugos, ella seguía acariciándose con él. Pasados unos minutos le llegó un orgasmo, apretó las piernas apresando mi pie a la vez que le clavaba las uñas y ahoga un suspiro que mostraba satisfacción. Me sonrió.
Yo ya no aguantaba más. La miré y le dije: - Lucía, yo no consigo concentrarme, me gustaría dar una vuelta por la playa contigo. ¿Te apetece que vayamos?- Creo que fui muy descarado en mi declaración pero lo acontecido esa noche me permitía la licencia. Respondió afirmativamente. Nos levantamos, recogimos nuestros apuntes y nos dirigimos a mi coche que estaba aparcado en el parking.
Tardamos poco en llegar. Apenas diez minutos. La playa es fea pero tampoco estábamos allí por eso. La luna menguante hacía que andásemos casi a oscuras por la arena. Íbamos andando abrazados. Yo le cogía su precioso culo por debajo de la falda y ella iba agarrada a mi cintura. Después de pasear, charlar y reír un rato paramos y nos tumbamos sobre una manta de viaje que siempre llevo en el coche.
Comenzamos a besarnos mientras le agarraba su precioso y redondito culo. Ella me tenía cogido por la cintura. Me quitó la camiseta y empezó a besarme el pecho, bajo por la cintura. Yo estaba panza arriba a su merced. Me desabrochó el pantalón, me lo bajó junto con mis calzoncillos y cuando vio mi miembro liberado se lo metió en la boca. Chupaba muy despacio, yo cerré lo ojos y me dejé llevar. Me lamía a la vez que con su mano me masturbaba. Levantó la cabeza, entonces yo al ver que ella paraba abría de nuevo los ojos y la miré. Se había quitado la falda y el top. Se colocó sobre mi con la intención de que hiciéramos un sesenta y nueve.
Su vagina y la entrada de su ano estaban al alcance de mi lengua. Ella comenzó de nuevo a lamer mi falo y a menearlo con fuerza mientras yo me dediqué a explorar con mi lengua todo el camino que discurría entre la entrada de su vagina y el agujero de su ano. Saboree todo lo que había en cada rincón de su zona perineal. Los sabores y olores se mezclaban intensamente en mi cara, estaba muy excitado, me iba a correr de un momento a otro. Ella lo noto y apresuró su marcha bordeando con su boca mi miembro para tragarse todo lo que saliese de él. Comencé a eyacular mientras apretaba mi boca contra su vagina. Ella bebía de mí. Succionaba con fuerza, me hacia casi hasta daño. Acabé de eyacular justo cuando a ella le venía un orgasmo. Seguí con mi boca pegado a su vagina dispuesto a catar una vez más sus fluidos. Cuando hubo acabado giró sobre si misma y se unió a mí en un profundo beso. Yacía sobre mi cuerpo, los dos desnudos y abrazados besándonos. No quería que ese momento acabase nunca.
Estábamos sudados y exhaustos, como hacía calor decidimos bañarnos a la escasa luz de la luna. La sensación de bañarse desnudo es maravillosa. Estábamos con el agua por la cintura. Sus oscuros pezones estaban erectos por la temperatura del agua. Nos bañábamos abrazados, fundidos en uno solo. El agua estaba fría pero hacía mucho calor, la terrá, como le llamamos aquí en Málaga, hace que por las noches la temperatura no descienda de 26 o 27 grados centígrados. Nos acercamos a la orilla y nos sentamos. Las olas golpeaban nuestros pies. Su lengua se encontraba con la mía. Su boca sabía al dulce de sus labios contrastado con el sabor salado del agua marina.
Volvíamos a respirar aceleradamente. Estaba al borde de un ataque al corazón, me latía con tanta fuerza que hasta ella se dio cuenta y se asustó. Se sentó encima mío. Sus piernas abrazaban mi cintura y sus pechos quedaban a la altura de mi boca. Le besé entre los dos pechos, fui moviendo mis labios de uno a otro pezón, reteniéndolos entre mis labios con suavidad. Mientras jugaba con mi boca en sus tetas con mis manos agarraba su culo. Ella movía la cadera rozando su zona púbica contra mi pene que volvía a estar duro como una piedra. Mi dedo corazón bajó entre sus dos glúteos buscando su orificio anal. Lo encontré y comencé a acariciarlo por fuera. Masajeaba su esfínter poco a poco. Ella seguía frotándose contra mí, dejando que le besara esas dos preciosas peritas que tenía como pechos y dejando que mi dedo hurgará cada vez más en su negro agujero.
Estuvimos un rato así, yo acariciando por fuera, ella restregándose en mi entrepierna. Entonces presioné y metí el principio de mi dedo en su esfínter. Notaba como su estrecho agujero presionaba mi dedo. Esperé a que se relajara y poco a poco fui hundiendo el resto de mi dedo en su culo. Empecé a mover rítmicamente mi falange adelante y atrás. Ella se tumbó boca abajo y dejó que siguiera explorando su interior con mi dedo, comencé a besarle sus glúteos. No me olía desagradable, el agua del mar y sus flujos vaginales hacían que el olor a caca fuera muy suave, casi imperceptible. Saqué mi dedo, ella se puso a cuatro patas ofreciéndose a mí. Yo metí mi boca entre los dos cachetes y comencé a explorar con mi lengua mientras mi mano acariciaba su pelada vagina. Movía su cadera adelante y atrás. Me levanté, me situé sobre ella y acerqué mi pene a la entrada de su culo. Metí primero el glande, poco a poco, con suavidad y despacito. Su ano me apretaba con mucha fuerza.
Me dijo que le estaba doliendo que esperase un poquito a que se acomodase mi glande dentro de ella. Esperé como me pidió y luego apreté con fuerza. Conseguí meterla entera por todo su recto. Su expresión de dolor fue poco a poco apaciguándose y tornándose en placer a medida que mis embestidas iban haciendo más flexible su culo. Mientras apretaba con mis manos acariciaba su desnudo clítoris. Seguí bombeando sin parar hasta que me corrí dentro de ella. Bañé con mi leche el final de su aparato digestivo. Exhausto caí boca arriba al lado suyo.
Me miró y me dijo: -David, todavía no he acabado.- La miré con la cara más viciosa que pude y le indiqué que se sentara sobre mi cara. Así lo hizo. Su vagina quedaba en mi boca así que mi lengua exploraba sus paredes. El clítoris me quedaba de difícil acceso así que se lo masajeaba ella con la mano. Poco después de estar en esa asfixiante posición, sus paredes vaginales empezaron a contraerse y sobre mi boca comenzó a caer el jugo que emanaba de su fuente. Cayó junto a mi. Se acercó y me besó mientras los rayos del amanecer empezaban a vislumbrarse entre las montañas que teníamos al fondo.
Nos vestimos apresuradamente cuando vimos al fondo de la playa a una pareja de ancianos que se había levantado temprano para supongo ir a andar. Llegamos al coche corriendo y riendo por la situación, esperando que no nos hubieran visto. La acerqué a su casa. La besé por última vez y quedé en recogerla al día siguiente para ir a la facultad.
Han pasado ya un par de semanas desde entonces. Ambos suspendimos nuestros respectivos exámenes pero creo que ha merecido la pena. Lucía y yo hacemos una pareja casi perfecta. Llevamos apenas unos días saliendo. Espero que esta relación dure mucho tiempo.