A.C. (9: Una nueva mujer)

Llega la hora de que la pequeña Ayna deje de ser una niña para convertirse en mujer.

La muerte de Gabdo, y el consiguiente vasallaje del pueblo del Valle Bajo enardecieron el espíritu de Ajdet, pero sus ambiciones iban más allá. Durante los últimos años habían ido llegando noticias de que al sur, donde la tierra acababa y sólo a lo lejos se divisaba otra tierra que era objeto de leyendas y fantásticas historias, se estaba formando un gran imperio, y el Gran Jefe quería poder hacerle frente si sus ambiciones y las del otro reino se cruzaban.

Lo primero que hizo fue ordenar la construcción de una enorme vivienda nueva para él y su familia, con varias habitaciones, un patio interior y una sala para que el joven Jefe pudiera entrenar sus habilidades con las nuevas espadas de Rutde, amén de mandar levantar una gigantesca muralla de piedras a doscientos pasos del poblado, lo suficiente para permitir el crecimiento intramuros.

  • Mañana saldré para hablar con los Hombres del Bosque. Los quiero en mi bando -le decía Ajdet a Rayma, los dos tendidos sobre el lecho, después de hacer el amor.

  • ¡AJDET! -el grito alertó a la pareja, que se levantó y corrió hacia la puerta.

  • ¿Qué pasa? -preguntó el jefe, desnudo todavía, en la entrada de su casa.

Hacia ellos llegaba corriendo Sera, con las lágrimas brotando de sus ojos.

  • Es Pula, se puso de parto y...

Rayma colocó una túnica sobre Ajdet, para cubrir su desnudez.

  • Ve. Te necesitan.

Cuando el Gran Jefe llegó a la casa de Rocnar, una multitud de curiosos se agolpaba ya en la puerta. Ajdet entró y se encontró a Rocnar con un bebé recién nacido entre sus brazos. Sin embargo, las lágrimas del guerrero no parecían de alegría. El joven observó al niño y se horrorizó al ver las deformidades en sus manos y pies. Sus ojos, en medio de la cara hinchada, estaban cerrados.

  • Han... han... han muerto -sollozaba el hombretón- Los dos... han muerto los dos.

Zuyda, arrodillada junto al lecho donde yacía el cadáver de la mujer de Rocnar tampoco podía retener las lágrimas por su tía y su primo. No había podido hacer nada más por ninguno de los dos. El niño había nacido muerto y su madre había sufrido un desgarro importante durante el parto.

  • ¡LA CULPA ES TUYA! -estalló de rabia Rocnar, señalando al Gran Jefe que acababa de llegar- ¡Es un castigo de los dioses por haber convertido su templo en una sucia fábrica de armas!

Los vecinos que estaban dentro y fuera de la casa miraron al desconcertado jefe, que se vio acorralado. Si su gente comenzaba a pensar que por culpa suya los dioses los estaban castigando, no tardaría en recibir una puñalada por la espalda.

"Piensa, Ajdet, piensa".

Los primeros murmullos de desaprobación empezaron a sonar.

"Piensa, Ajdet, piensa".

  • ¿Castigo? -Al fin. Lo tenía. Bravo por él- Ésta es la demostración de que los dioses están de nuestro lado. ¡Ese niño jamás habría podido llevar una vida normal ni trabajar para ganarse la vida con honradez! ¡Los dioses han tomado por ti la difícil elección de acabar con su vida y su sufrimiento para que no tuvieras que malgastar tu vida en sus cuidados o decidir abandonarlo en el bosque! ¿Y tu mujer? ¡Deja de fingir! ¡Todo el mundo sabe que hacía mucho tiempo que ya no la amabas!, ¡Que a quien en verdad pertenece tu corazón es a mi madre!

Rocnar se quedó petrificado. Ajdet tenía razón, su rabia no le había dejado pensar con claridad. El fardo que era el cadáver de su hijo no nacido le resbaló de las manos y cayó con un ruido seco al suelo. El barbudo guerrero se dejó caer de rodillas y retomó sus lloros. Las palabras del Gran Jefe podían sonar crueles, pero eran ciertas.

  • Querido Rocnar -dijo Ajdet acercándose al destrozado hombre y colocando su mano en el hombro, en gesto paternal-, sé que es un momento duro para ti, y que esta casa, sin Pula, te resultará muy oscura. Por eso, te voy a ofrecer algo, si mi madre no se opone, y creo que no lo hará.

  • ¿A qué te refieres, hijo?

  • Necesito a alguien de confianza en el pueblo del Valle Bajo para gobernar como lo haría yo. Iba a ofreceros el mando de ese pueblo a ti y a Pula, pero creo que esto es un mensaje de los dioses para que tomes como esposa a mi madre y gobernéis juntos.

  • ¿Cómo?- se extrañó Sera.

  • Vamos, madre, sé que amas a Rocnar como amaste a mi padre. Sé que serás más feliz con él que conmigo y Rayma.

Sera no sabía cómo sentirse. Confusa, tal vez. Decidió que ya tendría tiempo de pensar en ello y se agachó junto a Rocnar para consolarlo.


Al día siguiente, enterraron a Pula en el bosque y quemaron el cadáver del niño a quien consideraban culpable de la muerte de la mujer. Nadie había visto la aguja que Zuyda había introducido en su útero durante el parto. Sólo Ajdet había visto cómo se la guardaba mientras fingía llorar. Pensó que tal vez, sólo tal vez, su madre había tenido algo que ver.

En el camino de vuelta al pueblo, Sera se acercó a su hijo.

  • Ajdet.

  • Dime, madre.

  • Sobre lo de Rocnar y yo...

  • Dime que no es lo que deseas realmente. He visto cómo lo llevas mirando desde la muerte de mi padre...

  • Gracias- le interrumpió la mujer, antes de que su hijo continuase hablando.

  • No tienes nada más que hacer a mi lado. Has cumplido tu misión.- dijo Ajdet, señalando el vientre de su madre.

  • ¿Y Ayna?

  • Está limpia. Esta noche cumpliré con ella, pero se quedará en este pueblo. Tú lo dijiste, yo soy su padre ahora y ella es una mujer. O lo será esta noche.

Ambos sonrieron. Sus planes habían salido a la perfección.


Esa misma tarde, Rocnar y Sera, junto a los dos hijos más pequeños del primero, salieron hacia el Valle Bajo. Ajdet no salió a despedirlos, tampoco salieron ni él ni Rayma ni Ayna a cenar con el resto del poblado.

Aunque su nueva morada estaba a punto de terminarse, Ajdet prefirió dormir por última vez en la casa en la que había crecido.

  • ¿Cómo fue tu primera vez, Rayma?- preguntó el Gran Jefe.

  • No fue del todo mal. Mi padre era un poco bruto pero me quería. A él le gustó, sin embargo, mucho más que a mí. Tardó dos lunas en sacar el cráneo de ternera para tenerme sólo para él.

Ajdet enarboló una sonrisa amarga. Besó con dulzura a su esposa y salió de su habitación. Decididamente, él hubiera hecho lo mismo de haber sido el padre de Rayma. Era tan hermosa...

  • ¿Ayna? ¿Dónde estás? -preguntó Adjet al entrar en el cuarto de su hermana y hallarlo vacío.

  • E-estoy aquí, hermano -el hilillo de voz de la pequeña llegaba de la habitación que hasta hacía poco había ocupado la madre de ambos.

Cuando Ajdet llegó a la habitación donde su hermana le aguardaba, no pudo reprimir un gesto de asombro.

Ayna le esperaba completamente desnuda, de pie junto a la cama, con su cuerpecito iluminado por un par de antorchas que había colgado en la pared. El Gran Jefe se sorprendió de las curvas del cuerpo de su hermanita. Sus cambios habían pasado desapercibidos ante sus propias narices, la pequeña Ayna ya tenía dos acusados montículos en sus pechos, coronados por dos pezones pequeños y sonrosados que descansaban sobre unas areolas breves e infantiles. Sus caderas habían ganado rotundidad, y guardaban un sexo de labios carnosos y cerrados, más morenos que el resto de la piel de la niña-mujer, y sin rastro de vello. La melena rubia, limpia y peinada por las manos de Rayma y Sera, caía sobre la espalda de la chiquilla, enmarcando una carita angelical.

Por primera vez en su vida, Ajdet observaba a su hermana y no veía una niña, sino una mujer.

  • Veo que estás preparada -dijo el Gran Jefe.

  • Sí... ¿Me encuentras hermosa?

Ajdet bufó. Sabía que en algún momento su hermana haría algo que rompería el encanto.

  • Mejor que te calles y aprendas rápido -gruñó Ajdet.

El joven se desnudó y ante Ayna apareció aquello que hasta ese momento era solamente un misterio, algo construido en su mente a base de historias, sueños y alguna frase subida de tono en boca de alguna de las mujeres del pueblo que no se daban cuenta de que ella pasaba por al lado.

La polla de Adjet pendía orgullosa e hinchada de la mata de pelos que el joven tenía en la entrepierna.

  • ¿Esto he de metérmelo en...?- preguntó la chiquilla acercándose y tomando el miembro morcillón entre las manos.

  • No tengas prisa, niña. Primero he de enseñarte cómo cuidarlo. Métetelo en la boca.

  • ¿Cómo?

  • Hazlo -ordenó Ajdet, que sentía cómo se estaba excitando de verdad.

Ayna se arrodilló y obedeció como buena hija, o buena hermana, o buena amante, o buena mujer... ya no sabía qué era ella en ese momento para su hermano. A su nariz llegó el intenso olor a macho que exudaba aquella verga que, cuando cerró los labios sobre ella, notó crecer sobre su lengua.

  • Mmmpfffff... ¿Qué pasa? -se alarmó la niña al notar cómo ese ente parecía cobrar vida, queriendo aumentar de tamaño hasta ahogarla.

  • ¿Quién te ha dicho que pares, Ayna? Vuelve a chuparlo.

  • D-de acuerdo.

La verga de Ajdet se había terminado de alzar, dura y caliente, merced a las caricias torpes de la pequeña Ayna. La chica volvió a enfrentarse con ella y sacó la lengua para darle un apasionado lametón al miembro de su hermano, subiendo por todo el tronco hasta llegar al colorado glande. Ajdet suspiró, el calor y la humedad de la lengua de su hermana le arrancaron un suspiro de placer que revoloteó en la habitación y se perdió, tal vez devorado por el calor y el olor a sexo que empezaban a cubrir toda la estancia.

  • Métetelo en la boca, haz un círculo con los labios y mueve la cabeza adelante y atrás.

  • ¿Así? -inquirió la jovencita, haciéndolo todo tal y como le había dicho su hermano, sin llegar a meterse más que una o dos pulgadas del endurecido miembro.

  • Sí, así, muy bien.

Ayna sonrió, con la sonrisa atravesada por el caliente y erecto invasor, pero sonrió. Se sentía orgullosa, era la primera vez que mamaba una verga y, por los jadeos cada vez más sonoros de su hermano, no lo estaba haciendo del todo mal. Se envalentonó y, aunque la mandíbula se le estaba empezando a cansar, aceleró los movimientos de su cuello, imprimiendo más velocidad a la mamada.

  • ¡JODER! ¡Ten cuidado con los dientes, estúpida!

Ayna lo había hecho sin querer, entremedias del movimiento había relajado el labio superior y sus dientes habían raspado con la más delicada piel de su hermano. Sacándose con celeridad el miembro de la boca, miró hacia arriba y descubrió que el gesto de dolor de Ajdet se convertía en mueca de furia. Se asustó y cerró los ojos.

El guantazo resonó por toda la casa. Ayna salió propulsada hacia atrás y se golpeó de espaldas con la pared.

  • ¿Qué ha pasado? -Rayma llegó casi al momento de escuchar el golpe y los quejidos de Ayna, y se encontró a Ajdet acariciando su polla con el pulgar y a su hermana tirada en el suelo, gimoteando- ¿Qué le has hecho?- le increpó a su esposo.

  • Nada. Ha... Ha sido culpa mía -Asombrosamente, Ayna salió en defensa de Ajdet-, le he hecho daño. ¿Me dejas seguir, hermano?

Sorprendido por la fuerza de voluntad de la chiquilla, el Gran Jefe asintió.

  • ¿Quieres que te enseñe yo? -preguntó Rayma, viendo cómo la pequeña se arrodillaba de nuevo ante su hermano y se tomaba unos segundos de duda para retomar la felación.

A la pequeña Ayna se le iluminó el rostro. Si Rayma le mostraba cómo se hacía eso de dar placer a un hombre, estaba segura de que no volvería a cometer otro error.

  • Por favor, Rayma... sí.

Rayma se arrodilló junto a su cuñada y prendió entre sus labios la verga hinchada de su marido. La pequeña vio cómo la lengua de la joven aparecía entre el rosado glande de su hermano y sus propios labios.

  • Oh, sí, tú sí que sabes, Rayma.

La mujer embutió la erecta polla en su boca, hasta lo más hondo, hasta que el glande rozó con su campanilla, y repitió el movimiento varias veces, arrancando un gemido de labios del hombre.

Rayma extrajo la verga, brillante de saliva, de su boca y se la ofreció a su pequeña cuñada. Se colocó tras ella y empezó a darle directrices que la niña se encargaba de cumplir.

  • Pon la punta entre tus labios, y con la lengua, haz pequeños circulitos sobre ella. ¿Notas cómo tiembla? Eso es que le gusta -decía la morena en voz muy baja, casi haciendo ronquear la voz, y ese tono de voz, sin saber por qué, excitaba a Ayna, que cerró los ojos y se dejó llevar por esas palabras que caracoleaban en su oído y le calentaban el cuello y la oreja-. Ahora ve metiéndotela lentamente, hasta que no puedas más, tienes que descubrir dónde está tu límite. Luego te preocuparás de superarlo poco a poco. Ahora, en cuanto tengas náuseas o vayas a toser, te la sacas y lo vueves a intentar.

Ayna respondió con un sonido nasal. Le daba igual lo que dijera Rayma, quería demostrar a su querido hermano hasta dónde podía llegar. Así, resistió la primera arcada e introdujo la polla, que le asemejaba enorme, un par de centímetros más. El vello púbico de su hermano le hacía ya cosquillas en la punta de la nariz, pero supo que, de momento, su boca no podía albergar más carne en su interior.

  • Bien, pequeña, ahora repítelo, más rápido. Otra vez. Otra más -Ajdet murmuraba de placer. La boca de su hermana pequeña era un refugio confortable, cálido y acogedor del que su polla no quería salir. Sus labios y su lengua estaban haciendo un trabajo excelente.

Sin embargo, Rayma tenía otros planes. Aún mejores, si cabe.

  • Ahora sácala y empieza a darle besitos. En la punta, ahora ahí, en el frenillo, y sigue bajando, llega a los huevos, lámelos, chúpalos, sube de nuevo, usa tu lengua, lame de nuevo el frenillo...

Las órdenes se sucedían, y la niña-mujer las obedecía con rapidez y entusiasmo, mientras su hermano se dejaba hacer. La torpeza de ciertos movimientos de su felatriz tenía sin embargo un punto excitante que empezaba a enloquecer al Gran Jefe.

  • ¡Vale ya! -gritó Adjet, alejándose de golpe de las gozosas caricias- no quiero correrme todavía.

Rayma sonrió. Le estaba gustando mucho. Ese juego de usar a otra persona para llevar a su esposo a los límites del éxtasis la volvía a hacer sentir poderosa.

  • Ven aquí, pequeña -le dijo la joven morena a Ayna, tras sentarse en el jergón, abriendo las piernas para dejar sitio a la pequeña entre ellas.

Ayna se sentó donde le indicaban, recostándose sobre los firmes pechos de su cuñada, que notó enseguida la alta temperatura a la que estaba la piel de la pequeña.

  • ¡Ah! -Ayna se sobresaltó al notar los dedos de su cuñada posarse sobre su clítoris.

Frente a ellas se situó Ajdet, con la cara a escasos centímetros del coñito infantil de su hermana.

  • Está muy mojada para no haberla tocado casi -musitó el joven jefe.

  • Yo sé por qué es -intervino Rayma, mientras empezaba a rozar suavemente el capuchón de la niña, y notaba cómo ésta comenzaba a retorcerse de placer-. Ni tú ni yo la hemos tocado, pero seguro que ella sí que ha estado imaginándose cómo se sentiría algo en su chochito. ¿Te has estado masturbando antes de que tu hermano llegase, verdad? -dijo, apresando el diminuto clítoris de Ayna entre dos dedos.

El "Sí" de la niña se fundió con un gritito de placer. Sí, se había estado tocando, descubriendo el placer que yacía soterrado en su cuerpo, obligándolo a salir a flor de piel, y parecía a punto de explotarle en cada uno de los poros cuando su hermano la había interrumpido.

Otro dedo se sumó a las caricias de Rayma, éste acariciando suavemente los labios hinchados de la pequeña y haciendo que pequeñas corrientes eléctricas salieran de tan delicada zona directas a su cerebro.

  • MMmmm... mmm... mmm... -gemía la pequeña, notando cómo toda su sangre se incendiaba de cachondez, merced a los dedos de Rayma y al de Ajdet, que pronto dejó de acariciar para introducirse en el anegado coñito de la chiquilla, tan hondo como pudo, hasta que el himen frenó su avance. Aquel dedo comenzó a dibujar pequeños círculos en su interior, al tiempo que Rayma usaba sus dedos índice y corazón para acariciar el hinchadísimo promontorio que era el clítoris inflamado de la pequeña.

Ayna no dejaba de retorcerse del gusto, gimiendo cada vez más alto y más rápido, sin poder hacer más que apretarse los diminutos pechos y morderse el puño para no acabar profiriendo un grito de placer tan alto que lo escucharan en todo el mundo, desde las extrañas tierras del sur hasta más allá de las montañas del norte.

La pequeña rubita sintió de nuevo esa sensación crecer, crecer y crecer desde su sexo, extendiéndose por sus muslos y su vientre, como un fuego que crecía y se calentaba cada vez más a cada paso, como si se estuviera alimentando de su carne infantil, y que acabó por estallar cuando llegó a sus pulmones y su corazón, que se detuvieron durante un instante mientras el mundo entero desaparecía y Ayna se sentía reventar de dentro hacia fuera.

  • Mmmmnnngggg -el violento orgasmo trajo consigo un grito que fue callado en su propio puño, pero también una ráfaga de incontrolables temblores y contracciones que fueron imposibles de ocultar. Tampoco pudo la niña evitar el borbotón de flujos que surgió de su coñito empapando los dedos de su hermano.

  • Aahhh... ahh... ah... -trataba de controlar la enloquecida respiración la joven niña-mujer, con sus pechitos subiendo y bajando.

  • Relájate, pequeña... ahora relájate y disfruta de tu orgasmo -decía Rayma mientras llenaba el cuello y los pechos de la niña de tiernos besos.

Ayna sintió su cuerpo completamente relajado, agotado y satisfecho como cuando se tumbaba en la cama después de un día largo. Sin embargo, su sexo aún no estaba saciado, y el potente orgasmo no había hecho sino aumentar su deseo. Dirigida por Rayma, se tumbó boca arriba y abrió las piernas. Tuvo un instante de duda cuando vio el potente ariete de su hermano apuntando a su tierna rajita, pero había soñado mucho con llegar hasta ese momento y no podía echarse atrás.

  • Vale, cariño, ahora te va a doler un poco -trató de advertirle su cuñada, con una voz suave-, pero te prometo que después, lo que acabas de sentir hace un rato te va a parecer una tontería en comparación con los orgasmos que vas a disfrutar.

Ajdet introdujo el glande en la cueva dilatada de su hermanita, y empujó suavemente hasta llegar al himen.

  • ¿Preparada? -Ayna asintió con la cabeza y su hermano clavó lo que le quedaba de verga en el interior de aquel pequeño, húmedo y suave coñito, llevándose consigo todo aquello que había que llevarse.

La recién desvirgada niña consiguió acallar el grito de dolor, haciendo que de su boca no surgiera más que un casi inaudible quejidito seco.

  • Muy bien, has sido muy valiente, pequeña -dijo Rayma, premiando a la niña con unas caricias más en su clítoris, mientras su hermano comenzaba a bombear lentamente en su interior.

Ayna no podía más que suspirar y jadear con la boca abierta mientras mujer y hombre le daban placer. Su pezón izquierdo, pequeño y erecto, desapareció entre los labios de Rayma. La polla de su hermano seguía entrando y saliendo de su coñito, arrancándole escalofríos de placer, y la lengua y los dedos de su esposa no paraban de juguetear con sus pezones y su clítoris. La niña-mujer pensaba que se volvería loca si aquello duraba demasiado, sentía el cuerpo caliente, moviéndose sin control, cubierto de sudor... Recordó que, inviernos atrás, su amado hermano Ajdet había sido víctima de una virulenta enfermedad, que lo había tenido en cama con fiebres y delirios durante casi media luna. Ahora, pensaba que ella misma estaba sufriendo los mismos síntomas, pero la pequeña no quería que acabasen, si tenía que morir de esas fiebres, moriría feliz, gritando su placer.

Una y otra vez Ajdet se introducía en el pequeño cuerpo de su hermana y una y otra vez la pequeña respondía a las embestidas con un gemido corto y agudo.

El hombre fue el primero en correrse. No le importó hacerlo dentro de su hermana, inundando su coñito infantil de andanadas de semen que vaciaron por completo sus testículos. Los trallazos estrellándose en su útero le dieron a Ayna el último empujón que necesitaba. Volvió a gritar, volvió a tensarse y su coñito volvió a contraerse, esta vez sobre el placentero invasor. La pequeña Ayna arqueó su cuerpo, con la polla de su hermano en lo más hondo de su intimidad aún vomitando una y otra vez su semilla, mientras el placer volvía a hacerle perder el control de su cuerpo.

  • Te has portado muy bien... -murmuró Rayma, besando pasionalmente a su esposo mientras Ayna se iba relajando poco a poco sobre la cama.

Un último gemidito sordo brotó de los labios de la adolescente cuando su hermano extrajo la polla de su satisfecha rajita, destapando la entrada para que se derramara de su interior una pequeña mezcla de fluidos bisexuales, perlados de sangre.

  • Va a ser una gran mujer. ¿Verdad? -preguntó Ajdet, viendo cómo la pequeña Ayna quedaba sobre la cama, completamente desnuda, cayendo poco a poco en un reconfortante sueño.

  • Lo va a ser. Ahora... ¿Mi poderoso marido está preparado para enfrentarse a una mujer hecha y derecha? -preguntó Rayma con una sonrisa pícara, cogiendo el exhausto falo de su esposo, que comenzaba a decaer.

Continuará...

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