A.C. (8: Pequeño Ciervo)
La misión enviada por Ajdet regresa con buenas noticias y el Gran Jefe comienza a recordar...
Ajdet estaba molesto. Durante años, Ayna había sido simplemente una molestia, un ente extraño que vivía en su misma casa, que le robaba la atención de sus padres y que no servía para nada. Ahora, se había convertido en una mujer, quizás demasiado pronto. Nada en su cuerpo hacía presagiar el cambio que iba a sufrir en pocos inviernos. Si sus pechos no empezaban a crecer, y sus caderas a redondearse, ningún hombre se interesaría por ella. Por otra parte, tampoco era demasiado guapa, había heredado la nariz aguileña de su padre y su pelo rubio y enmarañado. Ajdet esperaba equivocarse y que alguno de sus convecinos se fijara en su hermana pronto y la sacara de su vida.
- ¡Gran Jefe! -El grito sacó al joven de sus divagaciones.
Cuando se volvió, vio un hombre que venía corriendo hacia él. Lo reconoció a la primera, era uno de los hombres que Rocnar se había llevado a la misión. Intentó no ilusionarse hasta recibir una respuesta satisfactoria, pero no pudo evitar ponerse nervioso.
Lo tenemos -dijo el recién llegado cuando llegó junto al Jefe, doblándose sobre sí mismo y recuperando la respiración.
¡Sí! -El Gran Jefe no se pudo contener, el grito salió de lo más profundo de su ser. Con aquello terminaba el particular calvario que había mantenido para poder cerrar su control sobre el pueblo del Valle Bajo.
Con la sonrisa aún en los labios, tomó el camino hacia la herrería de Rutde. Mientras caminaba, comenzó a recordar.
- ¡Por aquí, Pequeño Ciervo!
Ajdet odiaba que le llamara así. Dentro de unos inviernos, el año que le sacaba su compañero de juegos no se notaría, aunque por el momento, el joven hijo de Agaúr sabía que su amigo podía vencerle sin mucho esfuerzo, así que se resignaba a atender por ese nombre.
El pequeño Ajdet no hacía mucho tiempo, siquiera una estación, que había entrado en la adolescencia, y en su amigo había encontrado un espejo en el que reflejarse fuera del ambiente restrictivo de su familia.
- Es por aquí... reconozco el riachuelo... -dijo el más mayor de los dos.
Desde hacía muchas lunas, tres días después de cada luna llena, los dos amigos corrían casi quince quilómetros para encontrarse con uno de los muchachos de los pueblos de la costa, y éste les contaba las historias que los mercaderes extranjeros le transmitían de tierras lejanas, donde reyes con vestiduras de metal gobernaban pueblos tan grandes que cubrían los cuatro horizontes, y se creaban artefactos sorprendentes, grandes inventos que auguraban una era dorada para los hombres.
- Cuando yo sea Jefe de mi pueblo, crearé un imperio tan grande o más como el de esos reyes. ¿Sabes, Gran Ciervo? -decía Ajdet, casi siempre que enfilaban el camino de vuelta.
En su fuero interno, el otro joven envidiaba al hijo de Agaúr. Tarde o temprano, su pequeño amigo llegaría a ser el Gran Jefe de su pueblo. Él no tenía esa suerte, siendo como era de una de las familias peor consideradas en el Valle Bajo.
Espera un momento, Pequeño Ciervo -poco a poco, habían ido acercándose a sus pueblos de origen, y ahora estaban cerca del río que los bordeaba.
¿Qué pasa?
Mira.
En uno de los remansos del río, una joven se solazaba en el agua, completamente desnuda. Los dos muchachos se quedaron encandilados con la belleza de la chica, que no tendría más edad que el propio Ajdet.
- Agáchate, que no te vea -ordenó el Gran Ciervo.
Ajdet salió de su ensimismamiento y se ocultó tras unos arbustos desde los que podía observar a la chica sin que ella se diera cuenta.
¿Quién es?
Se llama Rayma, es la hija del jefe de mi pueblo, y la mujer más hermosa que he visto nunca -explicó su amigo.
¿Qué está haciendo ahora?
Los dos muchachos se quedaron espiando en silencio a la chica, que miró a su alrededor para cerciorarse de que estaba sola. No vio a los jóvenes ocultos en los matorrales, así que no tenía razón para no poner en práctica aquello que estaba pensando.
Con decisión, la joven se subió a una de las grandes piedras lisas que jalonaban la ribera del río y se tumbó sobre ella. Volvió a mirar a su alrededor y, una vez comprobado que seguía sin haber ningún movimiento extraño, comenzó a acariciarse el cuerpo desnudo, brillante del agua.
¿Qué está haciendo? -repitió Adjet, en voz muy baja, pero su amigo simplemente le hizo callar con un gesto.
Aammm... -los primeros gemidos de Rayma hicieron su aparición. La joven se frotaba la entrepierna con el puño semi-cerrado usando la yema de su dedo corazón para extasiar su pequeño clítoris en una caricia torpe por inexperta, pero también placentera.
El futuro Jefe del Gran Río notaba la boca seca, pero no podía separar su vista de la joven adolescente que, creyendo que nadie la observaba, se masturbaba lentamente. Rayma abrió aún más las piernas, permitiendo, sin saberlo, que los dos muchachos pudieran obtener mejor vista de su coñito casi sin vello, a ratos oculto por su mano. Los gemidos iban en aumento mientras la muchacha seguía acariciando su sexo y sus pezones. Su mente empezaba a alejarse, a volar lejos, muy lejos, elevándose sobre todo, sobre el bosque, el río, la tierra, subiendo al cielo en las alas que le daban sus caricias. Ajdet notó una dureza creciendo bajo sus ropajes, y supo que aquello tenía mucho que ver con aquella hermosa chiquilla.
¿Dónde vas? -preguntó el joven al notar que Gran Ciervo abandonaba su escondite.
Tengo una idea -respondió, bajando con cuidado hacia el río.
Ajdet observó cómo su compañero iba acercándose poco a poco a la joven, que seguía dándose placer ahora con dos deditos en el interior de su vagina, sin darse cuenta de nada que no fuera el propio placer de su cuerpecito de niña-mujer.
El amigo de Ajdet se detuvo junto a las ropas que la muchacha había depositado en sitio seco antes de meterse en el agua y, por señas, le indicó al chico del Gran Río que se iba a la cueva que había montaña arriba, a unos cien pasos de la orilla del río.
- ¡¡Aaaahhhh!! -Rayma se arqueó completamente, aguantada sobre la piedra solamente con la planta de sus pies y su cabeza, sus dos manos sobre su entrepierna y las caderas alzadas al cielo, como señalando aquellos lares donde volaba su mente, que volvió a caer sobre su cuerpo de forma violenta. Tembló durante algunos segundos, dedicándole sin ser consciente su orgasmo al joven muchacho del pueblo del Gran Río que la observaba desde su arbusto, con una erección dolorosamente dura en la entrepierna.
Rayma, tras recuperar la respiración entre gemiditos, se levantó y, lanzándose al agua, nadó hacia donde había dejado sus ropas. La sonrisa satisfecha que enarbolaba se borró al descubrir que las vestiduras habían desaparecido.
¿D-dónde están? -se alarmó la chiquilla. Ajdet se envalentonó y salió de su escondrijo.
¿Buscas algo? -le gritó.
¡AH! -Sorprendida y avergonzada por su desnudez, Rayma trató de ocultarla con sus brazos- ¿Y mi ropa? -inquirió, visiblemente irritada.
Creo que mi amigo la ha escondido en esa cueva de allá.
¡Tráemela! -gritó la muchacha, pero Ajdet ni se inmutó.
Aquí tú no mandas. Si la quieres... sube a por ella.
La crudeza y rotundidad de las palabras del chico sorprendieron a la muchacha. No estaba acostumbrada a que la tratasen así.
- Pero hay cardos... y ortigas... ¡No puedo subir así!
Ajdet observó el camino que tendría que recorrer la joven y tuvo que admitir que tenía razón. La subida estaba plagada de hierbas espinosas que podrían hacer estragos en los pies de la chiquilla si al final subía descalza.
- Está bien. Sígueme, te abriré el camino -dijo finalmente Ajdet, corriendo hacia ella.
Rayma dio un paso atrás cuando vio al chico justo frente a sí.
- ¡Ey! Sólo quiero ayudarte -replicó él, extendiéndole su mano-. Aunque si quieres volver desnuda a tu poblado y exponerte al resto de tus vecinos...
Tras pensarlo unos instantes, Rayma tomó la mano de Ajdet, descubriendo nuevamente sus pechos, cuyos pezones se mantenían aún erectos, y le siguió mientras el joven trataba de apartarle las plantas con sus sandalias.
¿Y... cuánto tiempo llevabas allí? -preguntó la muchacha.
El suficiente -respondió, muy seguro, el chaval- ¿Avergonzada?
Tal vez- mintió Rayma con un hilillo de voz-. Pero veo que te ha gustado mucho el espectáculo -dijo, señalando el bulto descarado que mostraba su entrepierna- ¿Avergonzado?
Tal vez -rió el joven.
Cuando llegaron a la entrada de la cueva, Rayma estaba tan cómoda con Ajdet que incluso había olvidado que estaba desnuda y ya no trataba de taparse el cuerpo tras sus manos.
- Vaya, vaya... parece que la niña del Jefe quiere sus ropas...
Rayma se ocultó tras Ajdet al escuchar la voz del otro chico.
Vamos, Rayma, ya sabes lo que tienes que hacer si quieres recuperar tu ropa. Dame la oportunidad que tu familia me niega sólo por ser hijo de quien soy.
Gabdo, tu padre era un traidor y un cobarde y ni yo ni mi familia queremos tener nada que ver con tu familia.
Mi padre está muerto y ni siquiera yo quiero tener nada que ver con él -replicó Gran Ciervo, irritado-. Así que túmbate y disfruta.
La muchacha buscó ayuda en los ojos de Ajdet, pero él sabía que contra Gabdo, o como él lo llamaba, Gran Ciervo, no podía combatir.
Resignada y con cierto gesto de arrogancia, Rayma se sentó en el frío suelo de la cueva y abrió las piernas para exponer su sexo adolescente ante el joven del Valle Bajo, que se arrodilló ante ella y la empujó suavemente hasta dejarla tumbada.
- Sssss -siseó Rayma cuando Gabdo lamió su tierna rajita, acabando con un par de poderosos frotes con la lengua en su clítoris.
Ajdet lo observaba todo sin atreverse a mover ni un músculo. No se perdía un solo movimiento de Gabdo. Gran Ciervo sabía cómo dar placer a una chica, y aunque Rayma intentaba ocultarlo, le estaba empezando a gustar todo aquello. Su sexo se mojaba cada vez más con cada roce de la lengua, los colores le subían al vientre y a la cara y cuando Gabdo introdujo un dedo en sus entrañas, no pudo evitar un estremecimiento que la hizo temblar de arriba a abajo.
Tienes un chochito muy estrecho, pequeña. Creo que voy a tener que trabajar mucho para poder meterte la polla.
Cállate y acaba de una vez -gruñó la joven, fingiendo su enfado. Lo que en realidad quería, aunque no podía mostrarlo, era que Gabdo siguiera masturbándola, comiéndole el coño, haciéndola gritar de placer hasta que se corriera en un orgasmo arrollador.
Ajdet sabía que no debía mirar, pero su excitación actuaba por él. Rayma empezó a gemir cuando Gabdo introdujo un segundo dedo en su sexo, y el joven hijo de Agaúr no pudo resistirlo más. Los excitantes sonidos que la muchacha profería se clavaron en su mente y, sin más, sin siquiera un simple roce, Ajdet se corrió. La sensación fue extraña, mareante, el calor que Rayma había provocado estalló a través de su polla, ensuciando los trapos que malamente la tapaban ya en un éxtasis que le hizo temblar las piernas.
Rayma seguía gimiendo, ajena a todo lo que no fueran esos dos dedos que buceaban en su humedad más privada, más personal, más placenteramente suya, abandonada completamente a la masturbación que le estaba haciendo su vecinito. Hasta que Gabdo se detuvo para desnudar su mayor arma.
En efecto, la verga del joven del Valle Bajo era descomunal, mayor incluso que la del padre de Rayma y que todas aquellas pollas que la muchacha hubiera visto con anterioridad, gruesa y larga, con un glande gigantesco y amoratado de cachondez. Ahora entendía la insistencia del joven en acostarse con ella. Ninguna mujer querría perder la oportunidad de poder disfrutar con eso todas las noches.
- Ahora, pequeña Rayma, te vas a empalar tú solita en mi amiguito -dijo Gabdo, tumbándose en el suelo, con su pene enorme y majestuoso apuntando al negro cielo de la cueva.
Rayma no rechistó. Quería saber cómo se sentiría esa monstruosidad en su interior, así que se acuclilló sobre Gabdo y comenzó a hacer descender sus caderas hasta dejar la punta del pollón a la entrada de su sexo.
Baja más -ordenó el superdotado jovencito.
No... No puedo... No cabe... -Rayma no podía siquiera introducirse el glande del joven en su totalidad.
Entonces, Gabdo agarró las caderas de la muchacha y empujó las suyas hacia arriba con toda su fuerza. La muchacha soltó un desgarrador grito de dolor. Durante un instante, sintió como si la partieran en dos, como si la abrieran desde dentro.
¡Rayma! -Ajdet se asustó al escuchar ese berrido- ¿Estás bien?
Sí... ya... ya está dentro -trató de tranquilizarlo la chiquilla.
Lentamente, Rayma se empezó a mover sobre Gabdo, arriba y abajo, jadeando por el esfuerzo y el placer. Se corrió en pocos segundos con un grito quebrado, ronco, como si la polla fuera tan enorme que le llegase a bloquear la garganta desde dentro. Aquella verga era demasiado grande.
La muchacha cayó sobre Gabdo, casi sin sentido. Su sexo se contraía y relajaba en cortas descargas, haciendo gruñir de placer al joven. Desde su posición, Ajdet podía ver cómo los muslos y las nalgas de Rayma prácticamente latían como su propio corazón, y observó el pequeño ano de la chica, que se abría y se cerraba en lentas contracciones.
Gabdo se fijó en cómo miraba su amigo y separó con una de sus manos las nalgas de la morena.
- ¿Por qué no lo pruebas? Es maravilloso sodomizar a una chica.
Rayma, entre las brumas del orgasmo aún, tardó en procesar las palabras de Gabdo.
¡¿Qué?! ¡NO! -intentó incorporarse, pero el joven la tenía inmovilizada con sus fuertes brazos.
Hazlo, Ajdet. Dilátalo como he hecho yo con su coño.
El pequeño adolescente salió de su inmovilidad. Volvía a tener su polla erecta, y ahora no perdería la ocasión de penetrar a la joven. Se arrodilló tras ella e introdujo, con dificultad, un dedo. Resbaló gracias al sudor que cubría a Rayma y, cuando ésta se amoldó al nuevo invasor, Ajdet pudo añadir un segundo dedo. Tras unos segundos en los que Rayma volvió a gemir, pudo sustituirlos por su polla.
Con las dos vergas en su interior, Rayma se sentía completa, llena por entero, y cuando los chavales comenzaron a moverse, el goce era doble. Encadenó tres orgasmos seguidos, que la dejaron sin fuerzas, a merced de esas dos pollas, una enorme y otra no tanto, que aceleraron sus acometidas haciendo que dolor y placer se unieran en una nueva sensación brumosa y confusa que potenciaba hasta niveles extremos este último.
Me gusta... me gusta... me gusta...- murmuraba, en los bordes de la inconsciencia, Rayma.
Me parece que esta jovencita va a volver aquí todos los días a recibir más polla -dijo Gabdo, con una sonrisa socarrona, sin dejar de meter y sacar su pollón del coño de la muchacha.
Rayma no respondió. Pero sabía que el hijo del traidor tenía razón, y lo maldecía por ello, aunque bendijera al mismo tiempo su gigantesca verga. Esa misma que arrancó un nuevo orgasmo de su cuerpo núbil.
Ajdet había llegado al antiguo templo, ahora transformado en herrería. Entró y atravesó sin hablar el lugar de trabajo de Rutde, que le saludó con una sonrisa mientras pasaba a la sala donde pocas noches antes el pueblo entero violaba a Zuyda, la chamán.
En lugar de Zuyda, esta vez un hombre era quien estaba inmovilizado y atado. Su cuerpo presentaba algunas heridas y moratones sin importancia. Rocnar se habría tomado su pequeña venganza por la muerte de su amigo.
Hola, Gran Ciervo -saludó Adjet a su prisionero-. Has tenido suerte de que hayan sido mis hombres y no los tuyos los que te han encontrado.
Lo sé. Por eso he callado. Bueno, por eso y porque tus hombres me amordazaron nada más atraparme -rió Gabdo-. Pero sé que contigo puedo negociar, Pequeño Ciervo.
¿Negociar?
Claro. Déjame libre y tus hombres jamás se enterarán quien era el arquero que disparó por la espalda a tu padre y que me ayudó a preparar el plan que tenía por objetivo que tu pueblo fuera derrotado en aquella emboscada, todo para dejarte el camino libre al trono. Creo que en tu pueblo tampoco tienen mucho cariño a los traidores, por muy Gran Jefe que sea.
Ajdet recordó. Posiblemente el momento más duro de su vida fue el instante en que, oculto entre los árboles, tensaba su arco y apuntaba a la espalda de su padre. Sin embargo, tenía mucho que ganar si finalmente daba en el blanco y su padre moría. Y así fue. Aunque le costó mucho más de lo que había imaginado en un primer momento.
Ah, eso... ¿Quién hubiera imaginado que Rocnar era tan listo como para adivinar la trampa, eh? -dijo el joven Jefe, acercándose a Gabdo-. Tuve suerte de que mi madre escogiera la Prueba del Toro. He crecido junto a ese animal y lo tengo domado por completo. Reconoció mi voz sin problemas. Así que ya ves, las cosas me han salido bien. Una pena que a ti no, querido Gabdo.
Bueno, he tenido mala suerte. Déjame huir hacia el sur y volveré a empezar de cero, soy un superviviente.
¿Sabes, Gabdo? Es fácil saber cómo piensas -Ajdet cambió de tema deliberadamente-, porque piensas igual que yo. Mis hombres supieron dónde encontrarte porque los dirigí al lugar donde yo habría huido. Sabía que lo de irte al norte era una distracción. Al este hay más prados y pueblos en los que sobrevivir.
No te entiendo, Pequeño Ciervo. ¿Cómo que sabes cómo pienso yo?
Es fácil. Como te digo, puedo adivinar lo que vas a hacer pensando qué es lo que yo haría. Y, pensándolo bien, con esa información en mi poder, no tardaría en volver para pedirte más favores, y yo no puedo vivir tranquilo pensando que puedes volver en cualquier momento para chantajearme. Tengo demasiado que perder contigo por aquí, Gran Ciervo.
Ajdet... ¿estás hablando de...?
No, ya no hablo, Gran Ciervo. Seguramente nos volveremos a encontraren el lugar donde los dioses castiguen a los malvados. Hasta siempre.
Sin más contemplaciones, Ajdet sacó la daga de bronce y apuñaló a Gabdo en el corazón.
- Un superviviente ¿Eh? -rió el Gran Jefe mientras su amigo de la adolescencia expiraba.
Dos horas después, Ajdet entraba en el poblado del Valle Bajo con una saca de piel de cabra a la espalda. Pidió dos lanzas a uno de los Ancianos y, en cuanto las tuvo en su poder, las clavó en el suelo, en la plaza central del poblado.
- ¡Cumplo lo prometido! -gritó Ajdet, vaciando el saco y clavando los dos fardos que habían salido del morral en la punta de las lanzas-, a partir de ahora, el pueblo del Valle Bajo pertenece a los hombres del Gran Río.
Tras decir esto, salió del pueblo mientras la gente del Valle Bajo rodeaba las dos picas clavadas.
En una de ellas estaba empalada la cabeza ensangrentada de Gabdo, en una mueca de horror exagerada. En la otra, algo que hizo entender a todas las mujeres del pueblo cómo Gabdo había podido desposarse con Rayma. La enorme verga cercenada del antiguo Jefe pendía de la lanza como un jirón más de carne desgarrada. Un enorme jirón de piel sin vida.
Continuará...
Kalashnikov