A.C. (7:Alguien que me ame)

Sera tiene una buena noticia para Ajdet. ¿Será suficiente para que su hijo la escoja por encima de Rayma?

Los días en el pueblo del Gran Río pasaban lentos. Ajdet intentaba trabajar de sol a sol lo máximo posible para no pensar en la promesa que había hecho a los ancianos del pueblo del Valle Bajo. Una promesa de la que dependía la verdadera conquista del pueblo de Gabdo.

Rutde hacía un par de días que había llegado y se había metido de lleno en la faena de la fabricación de armas de bronce. El cobre y el estaño extraídos de las minas cercanas se convertían en puro arte en las manos del herrero, que se instaló en lo que antes fuera el templo, y pronto el sonido del metal y el calor de la fragua sustituyeron a los cánticos y al aroma a hierbas. Zuyda se había mudado a la primera nueva casa fabricada por los constructores designados por Ajdet, que pronto se convirtió en la casa más transitada por los hombres jóvenes del pueblo.

Ahora, además de ser la curandera del pueblo, Zuyda era también el coño obediente de todos los hombres necesitados de sexo o de los muchachos que buscaban lecciones de cómo complacer a una mujer en la cama. Aunque los más jóvenes duraban más bien poco ante una mujer hecha y derecha como Zuyda, que en pocas jornadas se había convertido en una experta en sexo, a la chamán le maravillaba la capacidad de recuperación que tenían los adolescentes, con los que podía hacer el amor varias veces en una hora.


La noche había caído sobre el poblado. Sera caminaba con la vista fija en el cielo, donde la Luna había empezado a crecer después de un par de noches de descanso, en las que había dejado el negro cielo completamente huérfano de su luz. Decidió que ya había esperado demasiado tiempo para asegurarse y buscó a Ajdet por el poblado. Los vecinos le dijeron que se había ido a descansar

junto con la joven Rayma

nada más acabar su cena.

La madre del Jefe sintió un pinchazo en su orgullo. Aunque le encantaba hacer el amor con los dos, ya hacía muchas noches que no follaban madre e hijo solos. Parecía ser que Ajdet había terminado por preferir a la ex-esposa de Gabdo y a su ardiente juventud antes que a ella.

  • Bien, a ver a quién prefiere después de saber la sorpresa que le tengo preparada.

Cuando Sera entró en la casa, percibió enseguida los gemidos de Rayma. Esos dos volvían a estar follando otra vez. Antes sin embargo de entrar en la habitación de Rayma, pasó por el cuarto de su hija. La pequeña Ayna estaba despierta, tumbada en su cama y con los ojos fijos en la puerta. Ella también tenía que escuchar los gemidos de la muchacha que se revolcaba con su hermano.

  • ¿Mamá?

  • Sí, soy yo, cariño, pero ahora duérmete.

  • Ajdet está...

  • Aún eres joven para algunas cosas, cielo. Duérmete.

  • Pero me duele la tripa...

  • Duérmete y se te pasará -añadió la madre, depositando un cariñoso beso sobre la frente de su hija.

  • Está bien... -se resignó la niña, aunque algo hastiada ya de ser siempre demasiado joven para tantas cosas.

Sera salió de nuevo de la habitación de la pequeña y se dirigió hacia donde los gemidos sonaban con más fuerza. Como esperaba, Rayma estaba cabalgando a su hijo con energía, gimiendo de placer cada vez que la polla de Ajdet se hundía hasta lo más profundo de su ser.

La madre no lo podía evitar, ver follar a la joven pareja le excitaba, no sabía muy bien si por su hijo, por la joven Rayma, o por la unión de ambos.

  • Hola, madre. ¿Quieres unirte? -preguntó Ajdet cuando vio a Sera entrar a la habitación.

  • No, Ajdet... sólo he venido a decirte algo.

Rayma, al ver a la otra mujer, frenó su desbocada cabalgata y la sustituyó por cortos y suaves movimientos casi imperceptibles que mantenían el grado de excitación sin aumentarlo.

  • Pues tú dirás -dijo el joven Jefe mientras Rayma continuaba jadeando sobre él.

  • Hace ya una semana que tenía que haber sangrado.

  • ¿Eso quiere decir lo que yo creo?

  • Sí -respondió orgullosa su madre-, estoy embarazada.

  • ¡Genial, madre! Ves a descansar a tu habitación, en cuanto acabe iré contigo.

La expresión de la cara de Sera mudó por completo. ¿Eso era todo? ¿"Genial, madre, ves a descansar"? Después de tantos intentos para dejarla encinta, cuando al fin lo logra ¿No era capaz de decir más que

"Genial, madre, ves a descansar"?

La mujer se ofendió gravemente. No hizo caso a su hijo, por supuesto. En su lugar, salió de la casa y atravesó el pueblo en mitad de la oscuridad. De todas formas conocía al milímetro cada paso de ese pueblo y podría recorrerlo de punta a punta y con los ojos cerrados.

Cuando al final llegó a la casa que buscaba, un chaval poco más joven que su hijo salía de ella, intentando esconderse en la negrura.

Sera tocó a la puerta en cuanto el adolescente se hubo alejado, y no tardaron en abrirle.

  • ¿No descansáis, eh?... ¡Sera! -Zuyda se sorprendió al ver que quien tocaba a su puerta no era otra que la madre del Gran Jefe del poblado y no otro jovenzuelo con su pequeña polla erecta- ¿Qué... que es lo que quieres?

  • Alguien que me ame, ¿No te dedicas ahora a eso?


Zuyda jamás había sido acariciada tan sensualmente por una mujer. Sera parecía conocer cada uno de los puntos más sensibles de su cuerpo y en cada uno de ellos dejaba un beso, un lametón, un roce, una caricia...

La chamán comenzó pronto a suspirar, atacada por la lengua de Sera, que se movía sobre su cuerpo con sapiencia. Un fino reguero de saliva cubría a Zuyda desde el pezón derecho, donde la otra mujer había empezado a lamer, hasta más allá del vello púbico, atravesando el vientre plano de la curandera. Un grito se le escapó de la garganta cuando la madre del Jefe apresó el inflamado clítoris entre sus labios. Sera sí que sabía cómo comerse un coño.

Sobre su mullido jergón, Zuyda se retorcía de placer, nunca hubiera imaginado las posibilidades de gozar que podían ofrecerle las mujeres del pueblo.

  • Date... date la vuelta, pon tu coño en mi boca -rogó la rubia, y Sera no tardó en obedecer. Como pedía la chamán, colocó su sexo al alcance de su lengua, inundando las fosas nasales de su compañera con el intenso olor de su coñito excitado, pero sin perder la oportunidad de seguir lamiendo esa cueva tan rica que tenía Zuyda entre las piernas.

La chamán intentó repetir sobre el sexo de Sera las mismas caricias que ella recibía en su propio coño, pero su cerebro estaba más ocupado en disfrutar de ese placer sin permitir ni un solo escollo en su carrera hacia el clímax que en memorizar la secuencia de lametazos, besos y succiones que tanto goce le causaban. Como podía, la chamán comenzó a lamer la humedecida raja de Sera, prestando especial atención al sonrosado capuchón que se erguía majestuoso entre los hinchados labios mayores de la mujer. La sangre hervía en los cuerpos de las mujeres, y ellas disfrutaban de ese calor nuevo, extraño, prohibido...

Los dedos empezaron a entrar en acción, resbalando en el interior de los coños, añadiendo al sonido de los gemidos el lúbrico chapoteo de los apéndices en las femeninas humedades.

Las mujeres gozaban, se estremecían, temblaban, gemían... sus músculos se convulsionaban de placer a cada pocos segundos.

  • Dioses... estoy... estoy a punto -musitaba Sera-, vamos a...

La mujer calló. En lugar de explicar nada, se levantó, con la respiración acelerada, la piel cubierta de sudor, el sexo anhelante de más y más caricias, y se sentó frente a Zuyda, que estaba tan cachonda como ella. La chamán asintió. Entendía lo que proponía Sera. Colocó una de sus piernas sobre el cuerpo de la mujer, al mismo tiempo que ella hacía lo propio. Sus sexos se unieron, las pelvis comenzaron a moverse y a frotarse entre sí, haciendo que los clítoris se encontraran una y otra vez.

Cada choque se correspondía con un doble grito de las mujeres, que intentaban abrazarse y besarse lascivamente mientras sus sexos se juntaban repetidamente.

  • No puedo... aguantar... más... -murmuró Sera, y tuvo que detenerse. Todo su cuerpo se detuvo, inclusive su respiración.

Sus piernas, aunque cansadas de tanto trajín, comenzaron a temblar y estremecerse. Se dejó caer hacia atrás con los ojos en blanco y un grito de placer atravesado en la garganta. Sus manos habían abandonado el cuerpo de Zuyda y se apretaban con fuerza los pechos, mientras los latigazos de placer la recorrían de arriba a abajo.

Zuyda se encontraba también tan próxima al orgasmo que no pudo detenerse y siguió frotándose contra el cuerpo de Sera, cuyo desaforado temblor la ayudó a acabar corriéndose sobre la madre de Ajdet con abundancia de fluidos, dejándola empapada.

Las dos mujeres, cansadas y sudorosas, se abrazaron sobre la cama de Zuyda, cubiertas de flujos y sudores femeninos y repartiéndose besos leves y cariñosos.

  • Creo que están llamando a la puerta -dijo Sera, al escuchar unos golpes sobre la madera.

  • Que esperen. Prefiero estar aquí -respondió la chamán, acomodándose entre los brazos de la viuda de Agaúr.


Mientras Sera volvía a su casa, no podía borrar la sonrisa de su boca. Siempre le costaba aseriar el rostro después de un buen orgasmo, y más aún después de tres buenos orgasmos, que eran los que Zuyda le había acabado por regalar.

Nada más entrar en su vivienda, le sorprendió ver que había una luz encendida. Más sorprendida aún cuando vio que la luz provenía de la habitación de Ayna.

Al acercarse, empezó a escuchar unos apagados gimoteos. Estuvo a punto de no entrar, creyendo que su hija había aprendido a masturbarse, y que la pequeña necesitaría tiempo consigo misma, pero cuando se acercó un poco más pudo escucharla más claramente. La pequeña Ayna estaba sollozando. Hacía ya unos inviernos que no la escuchaba llorar.

  • ¿Ayna? ¿Qué pasa?

La hija de Sera se sobresaltó y miró hacia la puerta.

  • ¡Ma... mamá!

La pequeña estaba sentada sobre el suelo, desnuda de cintura para abajo, con una antorcha cerca de ella. En su coñito casi sin pelos resaltaban algunas manchas oscuras que parecían haber contaminado también los dedos de la niña.

  • ¿Qué ha pasado, Ayna? ¿Eso es sangre? ¿Ha sido Adjet? -Sera se acercó corriendo hacia su hija. ¿Cómo se había atrevido a hacerle eso? ¡Ayna todavía no estaba preparada!

  • No, mamá... no ha sido nadie... me sentía un poco mal y... ¿Me estoy muriendo?

Sera tocó con los dedos las manchas rojas de la entrepierna de su hija y los acercó a su nariz. Respiró aliviada. Después de todo, su hija sí que estaba preparada.

  • No te preocupes, Ayna, eso sólo significa que eres ya toda una mujer.

  • ¿En serio? -La pequeña sonrió orgullosa, cesando al instante de llorar.

  • Claro que sí, mi niña, ahora vamos a lavarte y luego a dormir. ¿De acuerdo?

  • Está bien -dijo la hermana de Ajdet, aunque en su mente estaba gritando: "¡Por fin!".


Sera se tumbó junto a su hijo, que entreabrió los ojos al notar el calor de su madre a su lado.

  • Has tardado mucho, madre. No me has dejado celebrar la buena noticia -dijo, aún soñoliento, pegándose más al cuerpo de Sera.

  • Pues tengo otra buena noticia para ti. Tu hermana acaba de tener su primera regla.

El rostro de Ajdet se convulsionó. Sabía lo que eso significaba, pero al contrario de lo que su madre pensaba, al joven no le apetecía, para nada, cumplir esa obligación.

  • Su padre está muerto.

  • Su padre eres ahora tú -replicó su madre.

Ajdet arrugó el gesto y se dio la vuelta sobre el jergón, maldiciendo en voz baja. Sabía que era su deber como cabeza de familia, pero lo que menos quería en este mundo era tener que perder una de sus valiosas noches con una inútil como su hermana.

Tan sólo esperaba que esa chiquilla se pareciera en algo a su madre.

Continuará...

Kalashnikov