A.C. (4: El Nuevo Jefe)
Ajdet comienza su mandato al frente del Pueblo del Gran Río.
El viento, en lo alto de aquel cerro en las afueras del poblado, soplaba con fuerza, alborotando la melena de Ajdet que, desnudo de cintura para arriba, gozaba de esos instantes de paz que precedían al amanecer, cuando el sol comenzaba a bañar suavemente toda la región, sacando de los frondosos bosques, los amplios prados y los campos de cultivo, colores que danzaban en tonos anaranjados, verdosos y amarillentos. Los primeros días de su mandato habían pasado demasiado rápido, entre copiosas comidas y cenas de celebración, intentos de fecundar a su propia madre y reuniones sin importancia pero que habían impedido al joven Jefe actuar de la forma que quería. Hoy, sin embargo, era el día.
El joven Jefe del pueblo dio una vuelta completa sobre sí mismo, observando todo aquello que tenía a su alrededor, contando a su vez los poblados que aparecían diseminados por el paisaje.
Finalmente, Ajdet se fijó en uno sólo de ellos: El más cercano de todos, el pueblo del Valle Bajo. La sonrisa se le borró de la cara y decidió que ya había perdido suficiente tiempo. Su pueblo comenzaría a despertar en esos instantes y él tenia una tarea que llevar a cabo.
Cuando Sera despertó, Ajdet hacía horas que lo había hecho. Palpó el vacío que había dejado junto a ella en el lecho y aspiró los restos de su aroma de hombre. Los recuerdos de las noches anteriores volvieron con violencia a su cabeza, y se mordió el labio inferior al recordar el trabajo que había hecho su hijo con ella. Sí, tal vez estaba mal, ella era su madre y las madres no debían hacer el amor con sus hijos, pero no demasiadas generaciones atrás, sus antepasados vivían los inviernos en cuevas, recluídos en pequeñas comunidades en las que el incesto era moneda común, y aún en esos días eran los padres los encargados de que sus hijas se convirtier
an en mujeres adultas.
Con las imágenes de su hijo cabalgándola, comiéndole el coño, llevándola una y otra vez al orgasmo, Sera comenzó a excitarse. Empezó a reconocerse el cuerpo desnudo por debajo de la piel de animal que hacía las veces de manta, y al llegar a su sexo, no pudo acallar un espontáneo gritito de placer. La respiración se le aceleró, sus pezones se irguieron y lentamente comenzó a frotar la cada vez más húmeda entrada de su sexo. Sus dedos comenzaron a resbalar sobre su clítoris y tuvo que taparse la boca con la mano que le quedaba libre para mitigar los gemidos de placer. Sin ninguna dificultad, Sera coló dos dedos en su mojado interior, y se arqueó de gozo al notarlos dentro, prácticamente patinando sobre sus fluidos.
- ¿Te diviertes sola, madre?
En la entrada de la habitación, apoyado sobre los bloques de adobe que hacían, uno tras otro, la pared, Ajdet observaba a su madre con una mueca divertida en el rostro.
Sera, en lugar de alterarse o avergonzarse, retiró las pieles que la cubrían, mostrando de nuevo a su hijo su cuerpo desnudo.
El joven se deshizo de los paños que le tapaban la polla y se acercó a su madre, con la verga morcillona bamboleando ante él, sin embargo, no se tumbó junto a Sera cuando llegó a su lado. En lugar de ello, se quedo de pie, junto al lecho, esperando a que fuera la mujer la que empezara con las caricias.
Sera sonrió, sabía lo que su hijo quería. El propio Agaúr, el padre de Ajdet, era también un ferviente seguidor del sexo oral, así que la mujer se dispuso a devolverle a su hijo el mismo tipo de caricias que ella había recibido la noche anterior. Sera abrió la boca e introdujo el glande aún medio retraído de Ajdet en ella, lo acarició sensualmente con la lengua, y notó el estremecimiento que causaba en el joven.
La verga ganó tamaño y dureza en segundos, pero Sera no se detuvo, siguió mamando la polla con glotonería mientras los dedos de Ajdet buscaban su sexo mojado para acariciarlo con lentitud.
Los jadeos del joven se mezclaron con los primeros gemidos ahogados de Sera, que siguió lamiendo la juvenil polla en toda su extensión, recreándose en ese punto tan delicado y placentero que era el frenillo del muchacho.
- Dioses del cielo...- murmuró Ajdet, mientras comenzaba a frotar más fuerte sobre el clítoris hinchado de su madre, tratando de equilibrar los placeres recibidos. Con soltura, el joven cambió el movimiento de su mano para acabar cada vaivén introduciendo un par de dedos en los interiores de su madre, que agradecía las caricias con cada vez más sonoros sonidos, el placer le empezaba a dificultar concentrarse en la mamada que estaba realizando.
Ajdet tuvo que detener a su madre, no podía permitirse perder ninguna oportunidad de derramarse en su interior para que ésta pudiera engendrarle un descendiente.
Sera lo entendió y se volvió a tumbar boca arriba sobre el lecho de lana, paja y piel, abriendo las piernas para enseñarle a su hijo su coño, rezumando flujo.
- no, no... mejor ponte a cuatro patas, madre.- ordenó Ajdet, y la mujer obedeció sin rechistar.
Teniendo a la vista los dos agujeros de su madre, el joven Jefe dudó por un instante. Pero recordó cuál era la finalidad de todo aquello y acabó eligiendo el agujero más natural. Ya habría tiempo de probar el culito de su madre.
En la primera intrusión, Ajdet atacó con todo. Su polla se deslizó en el coño de Sera hasta que su pelvis chocó violentamente con las nalgas de la mujer, que no pudo reprimir un gruñido de goce. Ajdet, por su parte, tuvo que controlarse para que la repentina presión que ejercía la vagina de su madre sobre su tieso bálano no le hiciera correrse a las primeras de cambio. Pasada la primera arremetida, el joven se aferró a las caderas de su madre para ayudarse en la penetración.
Los envites se sucedían, llevándose cada uno un gemido de Sera y un gruñido de esfuerzo de Ajdet, amén del consabido sonido de dos pieles que chocan una y otra vez.
Tras unos pocos minutos, la madre notó que el orgasmo volvía a atenazarla. El calor en su estómago empezó a arderle, sus pulmones se quedaron sin aire, apagando momentáneamente sus gemidos y, al final, sus piernas comenzaron a temblar descontroladamente al tiempo que un gemido largo, gozoso y profundo escapaba de su garganta mientras Ajdet continuaba penetrándola sin piedad.
El hijo, llevado tal vez por el temblor de su madre, tardó muy poco en seguirla al maravilloso momento del clímax, y volvió a inundar el sexo maternal del semen que salió a borbotones de su polla.
Ha... sido... estupendo...- musitó Sera, cayendo sobre el lecho, derrenglada.
Sí. Muy bueno, madre.- respondió lacónicamente Ajdet, limpiándose la verga con las pieles de la cama y dándose la vuelta para recoger su ropa.
Sobre las pieles, que ahora sí que olían a macho y a sexo, quedó Sera, rendida, desnuda, con su vagina rezumando semen, intentando encontrar una lógica en los actos de su hijo. Sin embargo, un pensamiento peligroso comenzó a pasar por su mente. Ajdet acababa de abandonar la habitación y ya le estaba echando de menos. ¿Quizá estaba empezando a enamorarse de él?
Cuando Ajdet salió de su casa, sus vecinos dejaron por unos instantes sus faenas, esperando que, tal vez, su líder les dedicaría unas palabras. En lugar de eso, el joven dirigente pasó ante ellos con un andar firme y decidido. Sólo se dignó a hablar cuando pasó junto a Rocnar, a quien un simple "Rocnar, sígueme" le bastó para dejar caer la guadaña de cobre con la que estaba despojando de hierbas no comestibles los campos y salir detrás de su nuevo jefe. Ajdet ignoró también a Zuyda, la chamán del pueblo, que le quería recodar que debía hacer un sacrificio a los dioses para agradecerles el puesto que ahora ostentaba.
¿Dónde vamos, Ajdet?- preguntó el veterano guerrero toda vez que se habían alejado del pueblo.
Al pueblo de Gabdo.
¿Qué? ¿Nosotros dos solos? ¡Es un suicidio!
no. No lo es.- sentenció Ajdet, y lo dijo con tanta seguridad que Rocnar acabó creyéndolo. ¿Cuál sería el plan del muchacho?
El guerrero observaba en silencio al joven, maravillado por esa recién descubierta actitud del muchacho. Parecía otro, una persona muy diferente de ese niño despreocupado que pocos inviernos atrás jugaba en la puerta de su casa con su
propio hijo. La muestra de poder, humano o sobrehumano, no lo sabía muy bien, que había llevado a cabo ante el toro, demostraba que en muy poco tiempo el joven se había convertido en un poderoso guerrero a quien tener en cuenta.
Rocnar estaba asombrado de la valentía y determinación de la que había hecho gala el joven Ajdet al presentarse prácticamente solo en el pueblo enemigo. Sin duda, era un digno sucesor de su padre.
No obstante, el guerrero estaba intranquilo. Ya hacía mucho tiempo que Ajdet había entrado en el templo del pueblo del Valle Bajo, donde los ancianos del poblado habían tenido a bien recibirlo, después de enterarse de que Gabdo había acabado huyendo del poblado tras su mala estrategia de batalla contra la gente del Gran Río. La decisión de Rocnar de no seguir a los enemigos había resultado la más acertada, pues de camino al poblado del Valle Bajo les habría estado esperando una emboscada con los mejores guerreros del pueblo de Gabdo, armados con armas de bronce, mucho más avanzadas que las que los jóvenes guerreros habían mostrado en la primera escaramuza. Sin emboscada, el resultado de la batalla simplemente había sido un montón de jóvenes (hijos, esposos, padres de niños demasiado pequeños) muertos y sin tumba, y una batalla perdida. Las culpas habian recaído sobre el líder, que fue quien propuso la estratagema. Ahora, Ajdet estaba negociando con los ancianos las condiciones de la rendición del pueblo del Valle Bajo.
Finalmente, poco antes del mediodía, Ajdet salió del templo con gesto serio, y tras él una joven morena, muy bella, pero con un desolador aspecto de tristeza, que no levantaba la mirada del suelo. La chica llevaba unas hermosas vestiduras, pero manchadas y desgarradas, como si la pobre muchacha hubiera recibido algún tipo de castigo.
- Rocnar.- dijo Ajdet, nada más salir del edificio.- escoge tres hombres de nuestro poblado. He de encargarte una misión.
La jovencita empezó a sollozar al escuchar esas palabras. Obviamente, sabía a qué se estaba refiriendo Ajdet.
Continuará...
Kalashnikov