A.C. (3: La Prueba del Toro)
¿Quién conseguirá vencer al toro y convertirse en el nuevo Jefe del Gran Río y esposo de Sera?
Recostado sobre la pared trasera de una de las casas del poblado, escondido de las miradas indiscretas, el joven no separaba su vista del palo clavado en el suelo. La Prueba no empezaría hasta el mediodía, justo cuando las sombras desaparecían y el Dios Sol castigaba con más violencia la tierra.
Finalmente, la delgada línea negra de la sombra desapareció bajo el palo y un ligero murmullo empezó a llegar a oídos del muchacho proveniente de la plaza central del poblado. Con una sonrisa, agarró la máscara de madera que él mismo había tallado y se la puso para que nadie pudiera reconocerlo.
Cuando llegó a la plaza, la encontró abarrotada de hombres que reían y vociferaban.
La Prueba del Toro había comenzado.
Algunos jóvenes pretendientes que habían venido de pueblos quizá demasiado alejados se marcharon nada más enterarse en qué consistía realmente la Prueba del Toro. Dominar un morlaco que pesaba casi diez veces lo que ellos usando únicamente sus propias manos era demasiado peligroso. Los llegados de pueblos más cercanos o en los que sí que se conocía el funcionamiento de dicha prueba también titubearon un poco al encontrarse cara a cara con el animal. Posiblemente sería el toro más grande que jamás hubieran visto, y también el más agresivo, pero el premio espoleaba a los valientes y a los imprudentes.
La mayoría de los contendientes llevaban cuerpo y cara decorados con sus pinturas de guerra, sabedores de que la lucha iba a ser encarnizada y que cualquier ayuda que tuvieran sería necesaria, fuera la posibilidad de semejar más amenazante frente al toro o, simplemente, cualquier ayuda que los dioses fueran capaces de otorgarles. Sin embargo, nada de eso sirvió a los tres primeros contendientes, que salieron despedidos en pocos segundos, y menos aún al cuarto, que se llevó una cornada en el muslo de la que empezó a brotar sangre que regó el cercado en el que se mantenía al potente animal. Sólo la rápida actuación del resto de los contendientes, que salieron para llamar la atención del toro y sacar al caído de su alcance, consiguieron, junto con los posteriores cuidados de la chamán del pueblo, salvar la vida al valiente.
Los pretendientes iban saliendo derrotados uno tras otro, algunos con peor suerte que otros, como Jalir, del Pueblo del Valle Alto, que recibió una cornada en el pecho y murió antes de que sus compañeros-rivales pudiesen rescatarlo. Entre los que iban quedando, estaba el joven enmascarado que despertaba el recelo de la mayoria del resto de pretendientes, sobre todo el de Rocnar.
- Sería demasiado estúpido, incluso para él, que ese niñato de Gabdo se atreviese a presentarse aquí.- pensaba el guerrero, pero sabía que, en el hipotético caso de que Gabdo fuera capaz de derrotar al toro, el joven líder del pueblo del Valle Bajo vencería la guerra sin necesidad de derramar una sola gota de sangre más.
Tal vez esa posibilidad fue la que empujó a Rocnar a no perder más tiempo y lanzarse a por el bovino.
Rocnar esquivó con un ágil salto la primera embestida del toro, pero éste se revolvió y a punto estuvo de alcanzar con una de sus astas al guerrero, a quien sólo sus reflejos le salvaron de una dolorosa cornada. Aprovechó entonces el guerrero para abalanzarse sobre el astado, intentando agarrarlo por el cuello con ambos brazos, queriendo vencer al toro de la misma manera que venció, veinte años atrás, al padre de la criatura.
Sin embargo, este toro era más agresivo, más nervioso, o simplemente más inteligente que su predecesor. Antes de que Rocnar pudiera obstruir completamente la entrada de aire a sus pulmones, el toro empezó a saltar y convulsionarse como si estuviera poseído. El guerrero, sorprendido por el repentino movimiento del toro, soltó sus manos y se vio rápidamente catapultado lejos del animal, cayendo de cabeza sobre la tierra seca.
Sera, que observaba la desigual contienda desde uno de los lados del cercado, no pudo evitar un gemido de angustia. Rocnar estaba en el suelo, inconsciente, bajo la atenta mirada del toro.
Y entonces saltó. El joven enmascarado saltó la cerca y se dirigió con paso firme hacia el toro, que dejó de mirar al hombre caído y se fijó en el nuevo rival.
- ¡Quieto!- gritó el joven, y Sera reconoció esa voz a la primera, y a la angustia se le sumó la extrañeza. ¿Él?
A un lado, el toro, sin separar la vista del enmascarado, resoplaba, cansado de tanta batalla inútil contra tanto humano. Al otro, el joven enmascarado seguía acercándose hacia el astado, con el brazo extendido ante él y mostrándole la palma de la mano al animal, como si a través de ella quisiera robarle la voluntad.
Y a fe de todos los testigos que presenciaban la acción, lo estaba consiguiendo, pues el toro no atacaba. Al contrario, seguía quieto, como esperando a que su rival llegase, con la mirada alta y echándose tierra en el pecho con sus pezuñas delanteras.
- ¡Quieto!- seguía gritando el joven.
Cuando llegó justo donde el animal aguardaba, con simplemente colocar la mano sobre la frente del toro, entre los nacimientos de los cuernos, el toro bajó más la cabeza y se postró ante el rival.
Cuando Rocnar despertó, los pretendientes habían admitido la supremacía del joven, ante la mirada horrorizada de Sera. Parecía que el enmascarado tuviera poderes mágicos, sólo así se entendía la facilidad que había tenido para amansar a la fiera.
Deja que salude al nuevo Gran Jefe del Poblado del Gran Río.- Dijo Rocnar, educadamente, cuando llegó al grupo que rodeaba al vencedor.- Pero dime, hijo, ¿Cuál es tu nombre?
¿Acaso no me reconoces, querido Rocnar?- dijo el joven Ajdet, hijo de Agaúr, quitándose la máscara y mostrando una enorme sonrisa de satisfacción.- ahora deja que hable con mi esposa mientras la chamán te cura esa fea brecha de la sien.
Esa misma tarde, antes de que la noche se cerniera sobre el pueblo, la chamán del pueblo, sobrina a su vez de Rocnar, bendijo ante los dioses la unión de madre e hijo, devolviendo el mando del pueblo del Gran Río a la familia de Agaúr.
Me alegro que hayas sido tú, hijo mío, el que haya heredado el puesto de tu padre al frente del Pueblo.- le dijo Sera a Adjet, una vez solos en la casa, después de mandar a dormir a la pequeña Ayna.
No sólo al frente del Pueblo, madre.- respondió el joven.
El gesto de sorpresa de Sera llenó su cara, y cortó de raíz la siguiente frase que iba a decir.
- ¿A... a qué t-te refieres, Adjet?
La mirada de su hijo asustó a la mujer. Nada quedaba allí del niño que ella suponía.
¿Qué pasa, madre, acaso puedes revolcarte con todos los hombres de la zona y no vas a hacerlo con tu marido, el Gran Jefe del pueblo y el hombre que ha dominado un toro para ello?
Pe... pero eso no está...
Sin peros, madre. Tienes que darle un heredero al pueblo antes de que tu matriz se agoste. Los dos sabemos que en pocos inviernos ya no serás fértil. Toma esto como la posibilidad de volver a ser madre. Además... -añadió, ensanchando una sonrisa que tomó tintes maléficos.- también será tu primer nieto.
Ajdet... yo...
vamos, madre, desnúdate, no me hagas obligarte.- sentenció el joven.
Sera, absolutamente anonadada con la actitud de su hijo, cerró los ojos y comenzó a despojarse de sus prendas.
Sera se revolvía sobre el suelo de la casa. Era increíble la habilidad que Adjet tenía con su lengua, obviamente ella no era la primera mujer con la que había yacido, y sus dedos, ágiles y delgados, escudriñaban el interior de su sexo con una sapiencia casi innata. A Sera le resultaba imposible contener los gemidos, su hijo le estaba volviendo loca con la mejor comida de coño que nunca le habían hecho.
- ¿Te gusta, madre?- preguntó, perversamente, el joven.
Sera no quiso contestar. Tampoco es que, entre tanto gemido, pudiera haber engranado una respuesta coherente.
- Pues esto te va a gustar más...- dijo Ajdet, obligándola a abrir todo lo posible las piernas y a cogerse de las rodillas para facilitar aún más el acceso a su coño.
Con fuerza y rapidez, Ajdet empezó a frotar el clítoris de su madre con la palma de la mano entera y, en cuanto Sera soltó el primer y sonoro gemido, cambió el movimiento e, introduciendo los dedos corazón y anular en sus hambrientas humedades, empezó a agitarlos con violencia.
Sera no pudo callar los imparables gritos de placer que aquello le causó. Se agitó como una endemoniada, las piernas se le escaparon de las manos y se cerraron sobre el brazo de Adjet. Del coño de Sera, entonces, brotaron chorros de flujos transparentes que empaparon por completo la mano de su hijo y sus propios muslos.
Ahh... ahh... ahh...- jadeaba Sera, tratando de recuperar la respiracion después de, posiblemente, el orgasmo mayor y más violento que nunca hubo tenido. Corrientes eléctricas hacían suyo el cuerpo sudoroso de la hembra, haciéndola convulsionarse sin control.
Abre la boca.- ordenó Ajdet, despúes de sacar los dedos de la vagina de su madre, para ponérselos bajo la nariz. Dedos que Sera, embrutecida tras su clímax, no se cortó en lamer con fruición, saboreando la gran cantidad de flujos que los habían impregnado.
Fueron también esos dedos los que se encargaron de apagar un nuevo gemido cuando la polla de Ajdet se deslizó con soltura en el interior de su madre.
- ¿Ma...má?
Sera se tensó. Aquella voz aguda y fina no entraba en el plan. Se volvió hacia su derecha, y descubrió a su hija Ayna, apoyada en el hueco de la puerta de su habitación, observando a la extraña pareja.
Vuelve a tu habitación, Ayna.- dijo, sin un solo temblor en la voz, el joven Ajdet, antes de seguir bombeando en el interior de su madre.
¿Es... estás bien, mamá?- dijo, haciendo caso omiso a su hermano, la niña.
¡A TU HABITACIÓN, AYNA!- bramó Ajdet, asustando a la pequeña.
Sí, cariño... ahora haz caso a tu hermano y... duérmete...- dijo, conciliadora, la madre.
En cuanto Ayna desapareció por la puerta de su cuarto, Ajdet volvió a penetrar a Sera, que se sorprendió de que la polla de su hijo no hubiera perdido ni un ápice de dureza tras la interrupción. Pero claro, él era joven. Demasiado joven quizás. Sin embargo, la fuerza de la que hacía gala mientras perforaba su coño, el mismo coño que le había dado la vida, era sin duda la de un hombre adulto. Tampoco su cuerpo se movía con las dudas y la torpeza que caracterizaban a los jóvenes de su edad. No sabía cómo, cuándo y dónde había aprendido su hijo a darle placer a una mujer, pero estaba claro que tenía mucha más experiencia que la que se debía presuponer en un muchacho de su edad.
La profunda embestida de Ajdet, tan honda y placentera que la dejó sin aire momentáneamente, borró sin embargo de la mente de Sera cualquier otro pensamiento que no fuera el de seguir disfrutando de esa polla en sus entrañas, sin importarle que fuera la de su hijo, la del niño que inviernos atrás recibía de ella la vida, alimentándose de sus pechos. El segundo orgasmo de la mujer, suave y largo, no se hizo esperar. Con un gemido lento, el cuerpo de la madre se tensó bajo el del hijo, que, llevado por la deliciosa presión que formaron los músculos vaginales de Sera sobre su polla, se embraveció aún más y aceleró sus arremetidas hasta un ritmo que la experta mujer creyó imposible.
La verga chapoteaba en el encharcado sexo de Sera a cada embestida, que eran respondidas por la mujer con un gemido corto e intenso por cada una, como diminutos orgasmos que le sobrevenían uno tras otro.
El joven, completamente cubierto de sudor, jadeaba sin remedio, anunciado la cercana corrida. Finalmente, tras llevar por tercera vez a su madre al clímax, Ajdet se corrió abundantemente, llenando el útero de la mujer con su juvenil semen.
Agotado y satisfecho, el joven se separó del cuerpo que le había traído al mundo y se tumbó en el suelo junto a su madre.
- Espero que pronto te quedes preñada, madre, porque tengo muchas cosas que hacer como Gran Jefe.- murmuró secamente el joven, antes de levantarse y marcharse a su habitación.- Te espero, Sera, a partir de ahora dormirás conmigo.
Continuará...
Kalashnikov