A.C. (2:La Viuda)

Tras la muerte de Agaúr, Sera debe decidir quién tomará el mando del pueblo del Gran Río.

Sera supo que algo había ido mal desde el momento en que vio la columna de humo manchar el cielo. Los cadáveres de uno de los dos bandos ardían en la hoguera, llenando el viento del asqueroso aroma de aceites, tela y carne quemados que la esposa del Gran Jefe conocía bien a pesar de llevar muchos inviernos sin oler.

Quemar los cadáveres de los enemigos caídos significaba que su bando había despertado un odio atroz contra el rival. Sólo así se entendía que el vencedor negara a los muertos un lugar digno donde sus familias pudieran llorarlos.

  • No han jugado limpio.- musitó Sera, más para sí misma que para el resto de las mujeres que la acompañaban en el centro del poblado.

Imaginaba, y estaba segura de ello, que los cádaveres quemados pertenecían al pueblo de Gabdo, a sabiendas de que su marido no hubiera permitido a los suyos una lucha deshonrosa, aunque a pesar de todo, en ningún momento pensó que Agaúr, el Gran Agaúr, podía haber caído. Por eso, cuando vio aparecer a Rocnar encabezando el grupo de guerreros, en el lugar que estaba reservado para el cabecilla de los soldados, y portando sobre sus hombros un cadáver ensangrentado, algo dentro de ella se rompió. La angustia le hizo un nudo en la garganta y cayó de rodillas al suelo, mientras sus ojos se empezaban a llenar de lágrimas de pena y rabia. ¿Cómo? ¿Cómo alguien como el niñato de Gabdo podía haber acabado con su poderoso marido?

  • No llores, madre.- le dijo su joven hijo Ajdet.- ahora dependemos de ti.

Parecía que Ajdet también había visto el humo elevarse al cielo y había llegado corriendo al centro del poblado para esperar el regreso de los guerreros. El joven estaba sudando y tenía sus ojos, vidriosos, clavados en los hombres que volvían, abatidos como sólo pueden estarlo los que han visto morir a su héroe.


Esa misma noche, después de enterrar a su marido y al resto de guerreros que habían muerto defendiendo la villa, Sera sacó a la entrada de la casa el cráneo de vaca que indicaba que una mujer adulta, o al menos una mujer con hijos (normalmente una viuda como ella), buscaba marido. Otros dos cráneos en otras dos viviendas distintas del pueblo acompañaban a Sera en su pena, pero ninguno de ellos estaba tan engalanado con cuentas y collares como el de la viuda del Gran Jefe. Ventajas de la posición de Sera.

El sol ya hacía horas que se había escondido cuando Sera recibió la primera visita de la noche.

En el Pueblo del Gran Río, la tradición dictaba que cualquier mujer en edad de merecer que buscara marido, podía recibir cuantos hombres quisiera para poder elegir sabiendo cómo se comportaban en la cama, una condición primordial para un buen matrimonio, y la viuda del último Gran Jefe y futura esposa del próximo, no podía ser una excepción.

Bajo la noche cerrada, el fulgor del fuego que Sera mantenía encendido destacaba aún más si cabe en la oscuridad. Los pasos, firmes, pesados, lentos, que se acercaban a la puerta, se detuvieron en la entrada. El extraño observó durante algunos segundos a la viuda que, de espaldas a él, fijaba sus ojos en el baile centelleante del fuego. Sin siquiera volverse, la mujer comenzó a hablarle.

  • Estaba segura que serías el primero en venir.

  • Sabes que, aun teniendo esposa, no puedo dejar pasar esta oportunidad.

  • Sin embargo, ya sé cómo follas. ¿Lo has olvidado?

  • Claro que no. Pero ha pasado mucho tiempo y he aprendido cosas nuevas.

Sera sonrió alegremente. Se levantó y se volvió hacia el segundo hombre que la poseyó, antes incluso que Agaúr. Con la sonrisa aún en los labios, se despojó de la prenda de lino que cubría sus grandes pechos, desnudándolos ante la mirada ansiosa de Rocnar. Sus pezones parecían centellear bajo la luz anaranjada del fuego.

  • ¿Y por qué no me enseñas esas cosas?

El resto de la ropa les duró muy poco a ambos. Junto a la hoguera, Sera se fundió en un beso lascivo aunque melancólico con quien fue su primer amante.

Rocnar respondió con caricias expertas sobre el cuerpo de la mujer, que comenzó a suspirar. No quería gemir muy alto para que sus hijos, dormidos en las habitaciones de la casa, no se despertasen y la descubrieran fornicando con alguien que no era su padre. Pero las caricias del hombre subían de intensidad, tan pronto rozaban en tímidos círculos sus grandes pezones como descendían hasta frotar con vigor el delicado clítoris de la viuda, y la mujer notaba que empezaba a perder el control. El delicado capuchón respondía a las suaves caricias hinchándose y asomándose entre los abultados labios mayores de una cada vez más excitada Sera.

Con suavidad, la propia mujer agarró la verga de Rocnar que, a medio camino de endurecerse, agradeció el contacto de la mano amiga que comenzó a subir y bajar sobre ella.

El rizado vello del pecho, que rozaba con sus senos, y el de la polla, que lo hacía con su mano, se le antojaron a Sera como los de Agaúr, y cuando Rocnar abrío las piernas de la mujer, ella quiso imaginarse que esas manos que la dirigían no eran las del guerrero, sino las de su propio esposo. Quiso, pero no pudo. El pensamiento cayó sepultado enseguida. Hasta Sera debía reconocer que Rocnar era mucho más apuesto que su marido, aun cuando este último había sido algo más fuerte. La comparación de ambos en su mente le hizo brotar un gemido de la garganta. Gemido que se convirtió en apagada oración de placer cuando la verga de Rocnar se colocó entre los labios de su sexo y comenzó a entrar despacio, muy despacio, como queriendo prolongar el agónico goce de la sensación que causaba entre las piernas de Sera.

Rocnar, mientras, repartía sus besos entre el cuello de la viuda y el indefenso lóbulo de la oreja de la misma, contribuyendo a que la respiración de Sera, ya acelerada, se convirtiera en un arrabal de jadeos cuando el hombre comenzó a bombear dentro de su cuerpo.

El guerrero no había mentido, tras tanto tiempo, había aprendido a llevar el ritmo, introduciendo su tieso bálano con fuerza, para luego recrearse en el movimiento anverso, ayudándose así a durar más tiempo y aumentando a su vez el placer de su pareja. La verga se hundía hasta lo más profundo del ser de la mujer, o al menos así lo sentía ella. Una y otra vez, sentía como la polla del que había sido el mejor amigo de su marido la taladraba sin piedad, arrancándole eróticos gemiditos guturales.

El primer orgasmo de Sera no se hizo esperar. Tuvo que morderse con fuerza el puño para no gritar de placer como el cuerpo le pedía. Pero en lugar de detenerse, Rocnar aceleró sus embestidas sobre su tembloroso cuerpo, y la mujer se corrió una vez más, encadenando los dos clímax con gritos callados y apresando con las piernas la cintura del hombre, que se vio obligado a parar. Si bien él era un p

oderoso guerrero, los músculos de Sera en pleno orgasmo se contrajeron con tal fuerza que inmovilizaron el cuerpo del pretendiente, impidiéndole seguir con ese movimiento de vaivén en el interior de la mujer.

Tras largos e intensos temblores, el cuerpo de la viuda se relajó y pudo recuperar la respiración.

  • ¿Puedo continuar?- preguntó Rocnar al oído de la mujer.

  • No.- respondió, empujándolo para que saliera de su cuerpo, pero sólo para mandarle arrodillarse y que ella, con la boca, pudiera acceder a esa polla rosada y cabezona que, ahora, tenía ese sabor tan extraño que le quedaba a toda verga tras estar en un coño y que a la viuda, no sabía por qué, tanto la excitaba.

Sera degustó cada gota de su propio flujo y del sudor de Rocnar que habían quedado adheridas a la verga. Paladeó el líquido preseminal que destilaba la polla, advirtiendo del alto grado de excitación del hombre, que se estremecía con cada lametón recibido y ronqueaba de placer.

Apresó entre sus labios los velludos testículos del hombre, para luego subir con lúbricos besos por todo el tronco del pene. Finalmente, se introdujo el glande en la boca, y jugueteó con él y con su lengua.

  • Sí... sigue así.- era lo único que Rocnar pudo decir, o más bien susurrar, cuando Sera comenzó a mamarle la polla, tragándosela y escupiéndola por completo.

La lengua de la mujer trabajaba duro con el frenillo del erecto invasor de su boca, sentía cada latido, cada estremecimiento, cada respiración incluso del hombre a través de su polla.

Tras unos pocos segundos, Rocnar, con la verga embutida en la boca de Sera, empezó a convulsionarse, llenando toda la acogedora cavidad con su semilla, que salió en múltiples y potentes descargas que se estrellaron contra garganta y paladar de la mujer. Sera, una de tantas mujeres del poblado que creía que la fuerza, el vigor y la energía de un hombre se encontraban en su semen, tragó la blanca sustancia sin desperdiciar una gota.

Tras descansar un rato, desnudos y abrazados, ambos decidieron que esa aventura había tocado a su fin. Los dos querían, a su manera, a la mujer de Rocnar y no podían romperle el corazón obligando a que su marido la repudiara para casarse con la viuda, y menos ahora que la pobre Pula estaba embarazada de su cuarto hijo.El último beso, pese a que fue largo y sensual, a los dos les supo a una despedida amarga. Tenían muy complicado estar juntos.

Rocnar no dejaba de pensar que había tenido su oportunidad hacía años, cuando ambos eran jóvenes, pero Agaúr había sido superior a él. Se maldijo interiormente y salió de la casa.


A lo largo de la noche, tres hombres más visitaron a Sera, aunque uno de ellos se tuvo que marchar tan pronto como había venido, rechazado por la propia Sera. Solamente era un adolescente, y para más inri, de una de las familias peor consideradas del pueblo así que, por mucho o muy bien que follase, no podía ofrecerle el puesto de Gran Jefe. La responsabilidad que tenía para con el Poblado hacían que la mujer no pudiera tomarse su elección a la ligera.

La noche siguiente, por su puerta pasaron tantos hombres que Sera se vio obligada a atrancar desde fuera las habitaciones de sus hijos para que no pudieran salir y verla y así poder empezar a recibir a los sexuales invitados de dos en dos. Junto a dos jóvenes hermanos de un pueblo cercano, descubrió el placer de recibir dos vergas a la vez en su interio

r, una

por el coño y la otra por el culo, lo que, doblemente empalada, la llevó a un orgasmo atronador que la dejó sin fuerzas durante varios minutos. Las risas de los hermanos, viéndola convulsionarse entre sus cuerpos, sonaban lejos, muy lejos para Sera. Ella sólo podía dejarse llevar por el placer que explotaba en su cabeza y volvía a cada latido de alguno de los tres corazones.


Dos días después, y viendo que el número de pretendientes no se estabilizaba, sino que, al contrario, iba aumentando e incluso jefe

s de otros pueblos acudían en busca de una unión matrimonial que duplicase su poder, Sera tomó una decisión que le pareció la única posibilidad de escapar de esa rara espiral de sexo en la que había entrado y con la que debía acabar. No hacía más que follar por las noches y dormir por el día y el pueblo necesitaba ya un líder que vengara a su difunto esposo y terminara con la guerra que Gabdo había empezado. Además, las mujeres del pueblo empezaban a cuchichear entre sí, y ya era cantinela común el que la viuda del Gran Jefe tan sólo quería sexo, y que se preocupaba más de los placeres de su cuerpo que del futuro del poblado. Sera no podía permitir que los rumores continuaran.

La idea que tuvo para acabar con todo aquello era simple, y además, la única posibilidad de que Rocnar, el hombre idóneo para el puesto, lo pudiera aceptar. Así, Sera se declaró incapaz para hacer una elección y dejó que los dioses fueran los que tomaran la decisión por ella. Para ello, la futura novia debía proponer una prueba a todos sus pretendientes y sólo los que la superasen podrían tener una posibilidad de tomarla como esposa. Si Rocnar la superaba, significaría que los dioses no sólo aceptaban sino que bendecirían la unión siempre y cuando el hombre pudiera mantener, proteger y cubrir las necesidades de sus dos esposas, algo de lo que era muy capaz.

Cuando Sera era joven, sus hermosos pechos y sus anchas caderas habían llamado la atención de todos o casi todos los jóvenes y hombres adultos del poblado. Sus padres, a sabiendas del tesoro en que la muchacha se estaba convirtiendo, eligieron una de las pruebas más difíciles que se conocían, casi un suicidio para los que no fueran unos guerreros imbatibles. Sólo dos jóvenes superaron la prueba, dos jóvenes del pueblo que se enfrentaron entre sí para disputarse la mano de la chiquilla. Finalmente, haciendo realidad los deseos de los padres de Sera y no los de la novia, fue Agaúr quien venció a Rocnar, y la entonces muchacha se convirtió en la esposa del futuro Jefe del pueblo. Ahora, reeditaría la misma prueba para nuevos y antiguos pretendientes.


La viuda del Gran Jefe reunió a los hombres en el centro del pueblo y les hizo saber lo que había decidido.

  • Avisad a los pueblos cercanos. El día después de la próxima luna, todo aquél que quiera ser el nuevo Gran Jefe del pueblo del Gran Río, deberá superar la Prueba del Toro.

Un murmullo de sorpresa se extendió por el poblado. ¿La Prueba del Toro? Decididamente, el cuerpo de Sera y el gobierno del pueblo del Gran Río eran un botín suculento, pero arriesgar la vida por ello tal vez no era la mejor opción.

Sin embargo, la viuda de Agaúr sabía que el premio atraería a los más poderosos y que sólo los mejores entre ellos podrían disputarse su mano. El pueblo del Gran Río no tendría un cualquiera dirigiendo su destino.

Estaba todo decidido y Sera rezaba a los dioses para que éstos bendijeran a Rocnar y le ayudasen a volver a superar la Prueba del Toro.

Continuará...

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