A.C. 23 (La instrucción)

A Ajdet no le basta con tener un grupo de guerreros. Quiere un ejército y él mismo se encargará de entrenarlo.

Doscientas veinticinco espadas, el mismo número de armaduras y cascos, veinticinco lanzas con punta de bronce, doscientos arcos y cerca de quinientas dagas.

A las afueras del Gran Río, los doscientos veinticinco guerreros del Reino del Toro se preparaban para la primera instrucción observando el arsenal que tenían delante.

  • Sé que algunos de vosotros

pensáis que sois

buenos guerreros, habilidosos con el uso de la espada y feroces en la lucha. Pues bien... ¡Eso no os va a servir de nada cuando marchemos de conquista! -gritó el Gran Jefe Ajdet- ¡No quiero guerreros! ¡Quiero un ejército! ¡Un grupo de soldados que luche como uno solo, donde cada uno de sus integrantes pueda cubrir los puntos débiles de sus compañeros y potenciar sus mejores habilidades! ¡A partir de ahora aprenderéis a batallar en formación, a luchar de una forma más eficiente, a moveros con una armadura pesada y a atacar al enemigo protegiendo vuestra vida! ¿ENTENDIDO?

  • ¡SÍ, GRAN JEFE! -gritaron todos los soldados.

  • Muy bien. Los que hayan sido elegidos para montar a caballo, coged una armadura, un casco, una espada, dos dagas y una lanza y seguid a Yasid, él os instruirá.

Veinticuatro hombres además del gigante negro avanzaron y tomaron lo que el Gran Jefe había dicho. Luego, Yasid los dirigió hacia el sudoeste del poblado, donde esperaban veinticinco caballos.

  • ¡Los demás! ¡Casco, armadura, espada, arco y dos dagas! ¡YA! -gritó Ajdet, y todos se apresuraron a cumplir la orden del Rey Toro.

Ajdet observó a sus soldados. Todos jóvenes, fuertes, y decididos a convertirse en una auténtica fuerza brutal y sangrienta.

  • ¡Poneos las armaduras! ¡Veremos a dónde llega vuestra fuerza!

El primer guerrero en caer desfallecido lo hizo al poco de completar la tercera vuelta al exterior de las murallas del poblado. El ritmo de carrera que impuso Ajdet, que no sólo llevaba la armadura, sino también el casco, la espada y un enorme morral que nadie sabía que llevaba, era inhumano.

No habían tardado ni media hora en recorrer diez quilómetros. El Rey Toro detuvo a sus soldados y los dejó descansar mientras les daba una de sus primeras lecciones.

  • Jamás os voy a pedir que hagáis nada que yo mismo no pueda hacer. Pero si yo puedo hacerlo, al final conseguiré que vosotros también podáis -Y tras decir eso, Ajdet vació el morral frente a sus soldados. Una docena de piedras tan grandes como la cabeza de un niño cayeron al suelo ante la atónita mirada de los guerreros. Fácilmente las rocas podrían pesar tanto como una niña pubescente.

A la hora de comer, los soldados que entrenaba Ajdet estaban exhaustos. Tras la carrera, habían tenido que entrenar diversos movimientos con sus espadas y dagas, todos ellos enfocados a protegerse de un ataque frontal y atacar al rival. Tan agotados estaban que incluso algunos no pudieron evitar vomitar de cansancio.

Afortunadamente para ellos, por la tarde Zuyda había aceptado ofrecerles unas clases de herbología, para que, estando de campaña, supieran qué plantas podrían ayudarlos a curarse por sus propiedades astringentes, analgésicas, relajantes o cicatrizantes y qué otras los matarían sin remedio.

Mientras los soldados mascaban tila para templar sus nervios, especialmente indicada para los arqueros antes de disparar, el Rey Toro se acercó a la chamán.

  • ¿Cómo va la otra instrucción? -preguntó Ajdet.

  • Fenomenal. Es inteligente y aprende muy rápido. Será una gran arma si la sabes usar.

  • Sabré -respondió el Gran Jefe, con una amplia sonrisa.


  • ¿Qué tal los jinetes, Yasid?

El extranjero se volvió y vio a Ajdet caminando lentamente hacia él.

  • Son buenos guerreros. Saben montar a caballo y saben luchar. No saben usar las lanzas montados en el caballo, sin embargo.

  • Por estas tierras no se ven muchos lanceros a caballo, Yasid.

  • Vengo de un pueblo experto en luchar a caballo. Las lanzas son la mejor arma para un jinete.

Ajdet observó los guerreros entrenándose. Cabalgaban, sujetando la lanza, y embestían con ella contra un montón de paja con un golpe aparentemente mortal.

  • No lo hacen tan mal. Es un golpe potente.

  • Pero nuestros enemigos no serán montones de paja, Gran Jefe. Observa.

Yasid se alejó de Ajdet y se colocó junto al pequeño montículo de paja.

  • ¡Atacadme a mí! ¡Como si fuera un enemigo! -gritó el imponente negro.

Los jinetes dudaron. Sabían que podían matar a su instructor si acertaban el golpe.

  • ¡Vamos! ¡Al Gran Jefe no le gustan los cobardes en su ejército! -volvió a gritar, señalando a Ajdet.

La visión del Rey Toro espoleó a uno de los jinetes, que arreó a su montura y cabalgó hacia el negro.

Yasid aguardó. La punta de bronce de la lanza destellaba bajo el sol vespertino. El jinete se acercaba cada vez más a él, enarbolando su afilado brazo de guerra.

Cuando llegó a la altura del negro, y la lanza parecía a punto de atravesar su enorme cuerpo, Yasid agarró el arma con fuerza e hizo palanca con ella.

El jinete salió catapultado lejos de su caballo, y cayó de espaldas al suelo, con un golpe que la hierba no pareció capaz de amortiguar. El hombre aún se dolía en el suelo cuando Yasid se colocó sobre él, poniendo su enorme pie sobre el pecho del desafortunado soldado y desenvainando su espada para apuntar con ella sobre su cuello.

  • Estás muerto -le dijo Yasid con rostro serio. Luego, girándose hacia el resto de soldados, continuó-. Y ha muerto por no coger bien la lanza.

Tras ayudarle a levantarlo, Yasid buscó con la mirada al Gran Jefe, pero éste había visto más que suficiente y se alejaba satisfecho de vuelta al poblado.


A Ajdet ya tan sólo le quedaba comprobar si lo que Zuyda había dicho era cierto. Todos sus soldados iban mejorando poco a poco, ya solamente le quedaba por saber si quien iba a convertirse en su soldado más letal también mejoraba a un ritmo igual o más rápido que sus guerreros.

Entró en la casa de Zuyda, la que se había quedado convertida en enfermería, no la "Casa de los orgasmos" como empezaba a ser conocida la vivienda en que Zuyda, Veli, Veka y otras dos antiguas salvajes calmaban las pasiones de todos los hombres que las requerían, y siguió el aroma a hierbas y a caldero que provenía de una de las tres habitaciones. Abrió la puerta y vio a una muchacha machacando distintas hierbas en un cuenco hecho de piedra, porque cualquier otro material se abollaría, rajaría, o directamente se rompería en mil pedazos tras los golpes que la adolescente le daba con la pequeña maza de roca.

  • ¿Qué preparas, Nura? -preguntó Ajdet.

  • ¡Gran Jefe! -El semblante se le iluminó a la muchacha- Es un pequeño veneno urticante, pero muy diluido y suavizado para que no sea tóxico. Zuyda me ha enseñado a prepararlo -dijo alegremente la pequeña.

  • ¿Y para qué sirve un veneno que no es tóxico? -preguntó Ajdet.

Nura se ruborizó levemente y se mordió el labio inferior con picardía. La chamán le había asegurado que era un gesto que hacía enloquecer a los hombres y que quedaba perfecto en un rostro aniñado como el suyo.

  • Es... una especie de "potenciador" de sensaciones.

  • ¿Potenciador de sensaciones?

  • Sí. Mmmm... -Nura dudó- ¿Quieres probarlo?

  • ¿Es seguro?

  • Sólo si confías en mí -respondió, con aplomo, la nínfula morena.

  • Está bien.

  • De acuerdo. Pero primero desnúdate.

Ajdet obedeció y se quitó su túnica sudada por todo el ejercicio del día. Mientras, Nura se impregnó las manos en la viscosa papilla de hojas y semillas y se acercó al Gran Jefe.

La pequeña nínfula se arrodilló ante Ajdet y depositó un tierno beso sobre la polla morcillona, haciéndola estremecerse. Luego la tomó entre sus manos y comenzó a acariciarla lentamente, haciendo que el mejunje se extendiera por todo el tronco de la verga.

El miembro del Rey Toro comenzó a endurecerse y crecer merced a los delicados roces de Nura. Ajdet suspiró. La sustancia aceitosa estaba caliente y provocaba sobre la piel acariciada un agradable hormigueo que aumentaba el placer de cada contacto.

La verga se alzaba dura, erecta y caliente, y la nínfula empezó a masturbarla con una habilidad que Ajdet creía imposible. Las manos se deslizaban sobre toda su longitud, reponiendo una y otra vez la sustancia que la piel absorbía. Nura abarcaba el falo con ambas manos, mientras el Gran Jefe sentía cada poro de su ariete latir y vibrar gracias al calor y al cosquilleo del preparado de la nínfula y también a sus diestras caricias.

Nura se humedeció los labios y se introdujo el tieso bálano en la boca, sin dejar de mirar a los ojos al Rey Toro. La imagen de la tierna adolescente devorando su verga era posiblemente lo más erótico que Ajdet había visto últimamente. La lengua de la

chiquilla traveseaba sobre s

u glande, calmando levemente el hormigueo de la pasta de hojas y semillas, pero Ajdet no pudo soportarlo más. Con un gemido que más parecía un gruñido, agarró a la nínfula de la nuca y se corrió en su boca.

Cada trallazo de semen parecía capaz de vaciar sus cojones, pero Nura los aguantó y tragó sin dejar escaparse nada. El Gran Jefe tuvo que apoyarse en la mesa para no caer tras el potente orgasmo que lo hizo convulsionarse de arriba a abajo. Su respiración se había quedado convertida en un ir y venir descontrolado de aire en sus pulmones. Aire tan caliente que quemaba.

Nura se separó del hombre y él pudo ver su polla, que seguía dura, tiesa, húmeda, caliente y cosquilleante sin dar ningún indicio de que fuera a empezar a decaer.

  • Aún siento ese agradable hormigueo. ¿Cuándo parará?- preguntó Ajdet.

Nura se limpió los restos de la corrida de su boca y sonrió.

  • No parará a menos que te pongas el antídoto. Y tu polla seguirá erecta hasta entonces.

  • Muy lista... ¿Y dónde está el antídoto? -dijo, mirando a todos los cuencos con hojas, semillas y bayas.

  • No lo busques por ahí. Lo tengo yo. Aquí -musitó Nura, señalando su sexo lampiño. Zuyda había depilado los primeros pelillos con unas brasas. Un tratamiento doloroso y peligroso pero eficaz.

  • Lista no... listísima. Vamos a la cama.


Ayna y Rayma hablaban distendidamente en la cama de la segunda. Desde la boda de la pequeña no habían podido disfrutar de esas conversaciones que solían tener desde que Rayma llegó al poblado.

  • ¿Aún te duele la espalda? -preguntó Rayma.

  • Sí. ¿Y a ti?

  • Un poco.

  • Mi hermano se excedió con el castigo. No debería habernos hecho tanto daño -se quejó la rubita.

  • Nos lo merecíamos. No debimos habernos propasado tanto con Nura.

  • ¡La única que se merecía lo que le pasó es esa zorra! -exclamó Ayna.

  • ¡Ayna! -se alarmó su cuñada, podía sentir la rabia de la chiquilla.

  • ¡No! ¡No tenía derecho a venir aquí! ¡Es sólo una puta salvaje!

Rayma se sorprendió, no pensaba que aquello hubiera afectado tanto a su pequeña cuñada. Incapaz de decir nada que la tranquilizase, simplemente la abrazó con ternura.

  • Sabes que tu hermano te sigue queriendo, ¿Verdad? -dijo Rayma mientras su cuñada adolescente estallaba en llanto.

  • ¿Tú crees? -preguntó entre sollozos. Sinceramente, ya no sabía qué pensar.

  • Por supuesto, pequeña -dijo Rayma mientras notaba cómo su cuñada le devolvía el abrazo.

No les importaba ya el dolor de las heridas de sus espaldas. Tan sólo querían fundir su calor y cariño en el de la otra.


Ajdet se tumbó sobre la cama, con su verga erecta y levemente enrojecida apuntando al techo. Nura se montó a horcajadas sobre él, sin meterse aún la polla, sino colocando su coñito sobre ella y moviéndose adelante y atrás, dejando que el tieso ariete se fuera mojando con sus flujos.

El frenillo de uno y el clítoris de la otra se frotaban el uno contra el otro en cada movimiento, haciendo que los gemidos tomaran las dos gargantas. Nura se esforzaba en no separar su vista de los ojos de Ajdet, no quería perderse ni una de las reacciones que causaba en el Rey Toro y, al tiempo, permitía que él pudiera disfrutar del brillo de lujuria y cachondez que destellaba en sus ojitos negros.

  • Ammmnggg... -gimió Nura, al dirigir la verga a su coño y empezar a empalarse lentamente en ella.

  • ¡Dioses del Cielo! -balbució Ajdet. En el coñito de la

nínfula se entremezclaban todas las sensaciones posibles. Suavidad, calor, humedad, frescor, presión, temblor...

  • ¿Sabes, Gran Jefe? Eres el primer hombre que mete su polla en mi coño -confesó la chiquilla-. Zuyda no ha dejado que ningún chico entrase en mi entrenamiento.

  • ¿Y te gusta sentir una polla viva y caliente? -Ajdet penetró el estrecho coñito con un rápido movimiento de caderas.

  • ¡Mmmnnghhaa! ¡Sí! -gritó Nura- Es... Espera... Déjame a mí.

El Rey Toro se relajó y permitió que la nínfula comenzara a cabalgarlo con lentitud inicial, para acelerar luego sus movimientos al tiempo que sus gemidos y los jadeos de Ajdet se iban extendiendo por la habitación.

Nura trataba de contraer sus músculos vaginales en su cabalgata, tal y como Zuyda le había enseñado, sin embargo, la polla de Ajdet no tenía punto de comparación con los dedos de la chamán. Era más gruesa, más larga, y mil veces más placentera.

Gimiendo y botando sobre la verga, Nura estalló en un orgasmo brutal y húmedo, que la tuvo temblando durante unos segundos sobre el cuerpo de Ajdet, clavando sus dedos sobre el ancho torso del rey.

Si no se dejó caer, rendida, sobre el cuerpo del hombre, fue tan sólo porque no quería acabar hasta que el Gran Jefe se derramara en su interior. Así pues, una vez recuperada de su éxtasis, siguió cabalgando sobre el cuerpo de Ajdet, aunque éste la obligó a cambiar de postura, dejando a la nínfula a cuatro patas mientras él embestía sobre su diminuto cuerpo desde atrás.

Tras unos cuantos minutos más de intensa actividad, y después de tres orgasmos más de Nura, el Gran Jefe volvió a correrse, esta vez llenando el útero de la chiquilla con su caliente esperma.

Cuando la nínfula sintió el semen desbordando su estrecha cavidad, se venció hacia delante, gimoteando y estremeciéndose de placer.

Ajdet se tumbó junto a la muchachita y la abrazó con suavidad.

  • A este ritmo de aprendizaje, podrás salir dos semanas antes que el resto de guerreros -dijo el gran Jefe, estrechando a Nura en sus brazos.

La pequeña no respondió. Tan sólo se acomodó entre los fuertes brazos del Rey Toro y se dispuso a dormir escuchando el potente tamborileo de su corazón calmándose.

  • Una luna... -pensaba para sí mismo el Gran Jefe- En una luna los guerreros estarán preparados y someteremos todos los pueblos conocidos...

Pensando en las próximas conquistas, Ajdet se durmió abrazado a la adolescente.

Sin embargo, su sueño pronto se convirtió en una pesadilla.

Continuará...

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