A.C. (22: La pequeña Nura)

La nínfula morena regresa a poder de Ajdet, y hará todo lo posible para ser aceptada en su nueva familia, aunque haya quien no quiera aceptarla.

Costó un par de días pacificar por completo los pueblos de la Sierra. Friegg no perdonaba a Ajdet el asesinato de su esposa, pero al final el Rey Toro se descubrió como un brillante negociador y consiguió que los cuatro pueblos recién conquistados acabaran admitiendo su dominio, el pueblo de la Sierra Sur que Friegg gobernaba entre ellos.

De vuelta al Gran Río, Ajdet se encerró en su casa para reorganizar su reino. Antes, sin embargo, mandó hospedar a la pequeña Nura en una de las habitaciones libres de su casa. Rayma quiso protestar, pero un escueto “Yo soy el Rey Toro” de su esposo acalló la posible réplica de la joven. Dicho esto, pidió que le llevasen comida y agua una vez al día y se encerró a cal y canto en la sala donde tiempo atrás se había reunido con los hombres de Tarsis. Durante siete jornadas, el mando del Reino del Toro y de su capital recayó por entero en Rayma y Yasid, que se había convertido en el hombre de confianza del Gran Jefe por encima de viejos amigos como Lesc. Mientras, Ajdet permanecía en la sala y la única persona a la que se le permitía entrar para llevar la comida y asear la estancia era a la nínfula morena, la misma que había sido vendida y luego rescatada por el Rey Toro.


Ayna despertó y buscó el cuerpo de Yasid, pero sólo encontró un vacío junto a ella en la cama. Se levantó, completamente desnuda, y cogió su túnica con un mohín de disgusto.

  • Eres muy hermosa...

La hermana pequeña de Ajdet se sobresaltó y se tapó rápidamente con la túnica.

  • ¿Qué haces en mi habitación?

  • Oh, no tengas miedo -dijo la pequeña Nura, dando un paso hacia delante, abandonando la puerta en que estaba apoyada-. ¿Sabes? Te pareces mucho a tu hermano.

Ayna se vistió a gran velocidad, intimidada por la presencia de la muchacha.

  • No te vistas tan rápido, por favor -se quejó la morenita, acercándose más a la rubia-, no me niegues ver un cuerpo tan hermoso.

  • No tendrías que estar aquí.

Poco a poco, Nura había avanzado hasta situarse a pocos centímetros de Ayna.

  • Ese negro enorme... Es tu esposo, ¿Verdad? -preguntó, acariciando suavemente, con la yema de sus dedos, la mejilla de la rubia.

  • Sí... lo es -murmuró Ayna, y un escalofrío le recorrió el rostro, como si los dedos de la chiquilla transmitieran una extraña sensación, como un pequeño pero poderoso rayo.

  • Debe ser una delicia hacer el amor con él -susurró Nura, un instante antes de inclinarse hacia Ayna y depositar en sus labios un beso húmedo, sensual, eróticamente perfecto.

Durante unos segundos, la jovencita rubia se quedó petrificada, sintiendo cómo esos labios rozaban los suyos, calentándolos, cómo esa lengua violentaba su boca, tratando de abrirse paso.

Finalmente, una vez repuesta de la sorpresa, Ayna recuperó el control de su cuerpo y empujó a la otra chiquilla, enviándola al suelo.

  • Fuera de aquí -ordenó la hermana de Ajdet.

  • Pero...

  • ¡Fuera de aquí!

Algo asustada, Nura salió de la habitación de Ayna a la carrera, dejando a la pequeña rubia confusa y extrañamente excitada.


La presencia de Nura contrariaba a Rayma. Que fuera la pequeña la única que tuviera permitido el acceso a la sala donde su marido se había enclaustrado mientras ella se tenía que ocupar de todo lo referente al gobierno del Reino sin poder pasar ni un instante junto a su esposo era una espina que se clavaba más hondo a cada día.

  • Rayma... ¿Por qué me odias? -preguntó la pequeña, cuando pudo hablar con la esposa del Gran Jefe a solas.

  • ¿Odiarte? Eres nada más que una zorra salvaje que jamás debió poner un solo pie en este pueblo. No te mereces siquiera que te odie, lo mío por ti es absoluta indiferencia. Cuando Ajdet salga, haré todo lo posible para que te envíe con Zuyda y puedas abrirte de patas cuando quieras. Seguro que se te bajan los humos cuando un niñato gordo y feo te entierre bajo sus grasas y te deje preñada.

Nura se entristeció visiblemente. Agachó la cabeza y trató de ocultar las tímidas lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos.

  • ¿Qué puedo hacer para que no pienses mal de mí?

Nura se arrodilló ante Rayma y se abrazó a sus piernas, queriendo besar el vientre de la mujer.

  • ¡Estúpida guarra! -chilló la esposa del Gran Jefe, sacándose de encima a la tierna adolescente y saliendo de la estancia visiblemente irritada.

Al amanecer del octavo día, Ajdet salió de su vivienda y comentó con su esposa sus decisiones.

Su primera orden fue enviar a Malda, junto con otras cuatro de las aprendices de Zuyda, al pueblo de la Sierra Blanca. Allí seguiría haciendo el mismo trabajo pero para los hombres de los seis pueblos de la Sierra. La chamán también sonrió al ver cómo su peculiar imperio también se expandía.

Su segunda orden, la más discutida por Rayma por considerarla innecesaria e ineficaz, fue mandar el aviso a todos los pueblos que gobernaba de que mandaran al Gran Río a un grupo de hombres para convertirlos en guerreros a jornada completa. Así, pensaba Rayma, lo único que se lograba es que todos esos pueblos perdieran mano de obra.

De todas formas, Ajdet lo hizo, dieciocho hombres del pueblo del Valle Bajo, diez del Valle Alto, diecisiete del Pueblo del Gallo, once del Pueblo Azul, catorce del Río Pardo, diecisiete del Estuario, veintitrés del Monte Negro, diecinueve de la Sierra Norte, catorce de la Sierra Este, veintidós de la Sierra Blanca, quince de la Sierra Sur, trece de la Sierra Oeste y nueve de la Sierra Sudeste se sumarían a los veinte hombres del Gran Río sin contar a Lesc, Yasid y Ajdet. En total, doscientos veinticinco hombres para los que se tuvieron que habilitar veinticinco casas para ocho hombres cada una. Los constructores, leñadores y carpinteros tuvieron que trabajar a destajo en los días que precedieron a la llegada de los soldados. A pesar de que tras la desaparición de los Hombres del Bosque algunas casas del Gran Río habían quedado desocupadas, aún faltaban muchas más si se quería dar cobijo a tamaña tropa durante todo el tiempo que durase la instrucción. Rutde y su aprendiz del Valle Alto también tuvieron que trabajar a un mayor ritmo para preparar armaduras y espadas para todos, hasta agotar las reservas de bronce tanto suyas como la de los herreros de los pueblos de la Sierra, que también fueron obligados a colaborar en la fabricación del armamento.


Rayma dormía, sin nada de ropa para tratar de evitar del bochorno de las últimas noches del verano, cuando sintió unos labios trepar lentamente por sus piernas, tembló de excitación y un suspiro se le escapó entre los labios. Tras tantas noches teniendo que apagar sus pasiones ella sola, ahora que su esposo había salido de su encierro, por fin iba a poder gozar de su fenomenal polla.

Cuando esa boca llegó a su coño y succionó sobre su clítoris, Rayma gimió quedamente.

  • Mmmm... Ajdet... -murmuró aún adormilada la mujer.

Unos dedos finos acariciaron con ternura sus muslos y subieron hasta su sexo, pero Rayma despertó al sentir que esas manos eran demasiado finas y suaves para pertenecer a su esposo.

  • ¡Nura! -chilló la mujer- ¿Qué haces? ¿Dónde está Ajdet?

  • Tu esposo acaba de partir hacia el Pueblo del Estuario, parece que tienen algún problema y ha decidido arreglarlo personalmente. Y yo he decidido que puedo hacer que no te sientas sola.

Rayma se incorporó y se tapó el cuerpo desnudo con la sábana.

  • Vamos, Rayma... no seas tímida. Tengo entendido que yo no sería la primera mujer con la que disfrutarías...

  • Sal de aquí, puta barata.

  • Rayma... ¡Vamos!

  • ¡Que te vayas!

Al berrido de Rayma le siguió el sonido de su mano impactando con la cara de la pequeña Nura y el del golpe de la cabeza de la adolescente con el suelo tras caer del lecho.

  • ¿Qué ha pasado? -Ayna apareció tras escuchar el estruendo. También ella iba desnuda.

La joven rubia vio a Nura tirada en el suelo, inconsciente, y a Rayma con una mueca de furia y entendió lo que había pasado.

Sólo salió de su inmovilidad cuando escuchó a su cuñada.

  • Trae unas cuantas cuerdas. Esta zorra no sabe lo que le espera.

  • ¿Qué... qué pasa?

Lentamente, Nura recuperaba la consciencia. Al abrir los ojos, se encontró en la sala de entrenamiento de Ajdet, completamente inmovilizada sobre el suelo por unas cuerdas que le ataban las muñecas, las rodillas y los tobillos. De la forma en que había sido atada, Nura exponía completamente su coñito cerrado e infantil, y sus pechos parecían aun mas inexistentes dada su postura, bocarriba.

Ante ella, Rayma y Ayna exhibían sendas sonrisas de vicio y victoria.

  • ¿Qué... qué vais a hacerme?

Las dos cuñadas rieron.

  • Nura... mejor pregunta qué NO vamos a hacerte y acabarás antes.

Rayma y Ayna se apostaron a ambos lados de la adolescente que, por primera vez desde que fue capturada por Ajdet, quiso escapar del lugar donde estaba, sin embargo las ataduras eran fuertes y consistentes.

Las manos de Ayna y Rayma se posaron sobre el torso niño de Nura y lo acariciaron suavemente, hasta que los pequeños pezones morenos se fueron endureciendo al tacto.

  • Mmmmm... Soltadme, yo también quiero acariciaros -imploró Nura, una vez que el morbo se impuso a su temor, que iba desapareciendo-. ¡AAAHHH!

Rayma había pellizcado y retorcido uno de los erectos pezones de la chiquilla, y el grito de dolor le llenó la garganta.

  • Que no se te ocurra hablar a menos que una de las dos te lo permita... o te lo ordene -bufó Rayma.

  • P-perdón -dijo Nura sumisamente. Pese a todo lo que le pudiera achacar la esposa del Gran Jefe, Nura era una chiquilla muy inteligente, y sabía que en este juego al que le había tocado jugar esa noche, tenía que actuar de esclava obediente y no rechistar ante nada de lo que dijeran o hicieran cualquiera de las dos jóvenes que la habían atado si no quería ser dolorosamente castigada.

Por eso, aunque los músculos empezaban a dolerle por la incómoda postura y la inmovilidad, Nura se relajó y permitió que las manos de las dos cuñadas siguieran masajeándole todo el cuerpo, llegando a soltar un gemidito excitado cuando Ayna rozó suavemente su coñito sin pelos.

  • Parece que a la pequeña putilla le está gustando esto -dijo Ayna.

  • Sí, demasiado -apuntó Rayma mientras la pequeña Nura no podía más que jadear excitada.

La esposa del Rey Toro se separó de las dos adolescentes y volvió a los pocos segundos con una espada de madera en las manos. Con la parte más ancha de su gruesa hoja, azotó indiscriminadamente en los pechos, el vientre y los muslos abiertos de la muchachita morena, haciendo que los gemidos de placer que le causaban las cada vez más atrevidas manos de Ayna se contaminaran con quejidos y grititos de dolor.

  • ¡Ay! -gritaba la pequeña cada vez que la madera impactaba con su cuerpecito- ¡Ay! ¡Au! ¡Ah!

Los peores golpes eran los que caían sobre sus muslos en tensión, o al menos eso creía Nura hasta que la espada de madera golpeó contra su sexo.

  • ¡AAAAYYYY! -chilló de dolor.

Tal vez por clemencia, para compensar el dolor, o quizá por una extraña forma de crueldad, Rayma lamió la enrojecida rajita hasta que el dolor de Nura se convirtió en placer. Mientras tanto, Ayna jugueteaba con su lengua en los pezoncillos de la chiquilla.

Nura había comenzado a mover sus caderas, buscando esas lenguas hábiles que la estaban volviendo loca.

  • P-por el culo... por favor -logró balbucir la atada morenita-. Haré lo que queráis, pero metedme algo.

Rayma rió ante la súplica de Nura.

  • ¿Qué pasa? ¿Te has vuelto adicta al sexo anal? -inquirió, antes de meterse dos dedos en la boca, para ensalivarlos, ofrecerlos a Ayna para que la jovencita rematase el trabajo y, finalmente, introducírselos de una estocada por el ano a Nura mientras volvía a succionar violentamente su clítoris inflamado.

  • ¡Sí! ¡Sí! ¡SÍIIIII!- gritó la pequeña antes de ponerse a temblar sin control, con los ojos en blanco, mientras la voz se le quebraba completamente.

El orgasmo fue largo, intenso, arrollador. Los músculos de Nura se contrajeron tanto y tan rápido que la cuerda le hizo unas pequeñas abrasiones en muñecas y corvas.

Las dos cuñadas rieron perversamente mientras la adolescente morena gozaba su potente clímax.

  • Ayna... ¿La has traído? -inquirió Rayma, mirando a la hermanita de su esposo.

La rubia sabía a qué se refería la mujer y, con una sonrisa, elevó su mano izquierda, agarrando en ella un pequeño objeto cilíndrico de madera, con los extremos romos.

Nura no lo vio, pues aún tenía los ojitos cerrados, tratando de eternizar esa sensación inmensa que se había adueñado de su cuerpo pocos segundos atrás. Sin embargo, en cuanto notó su textura lisa, dura y fría, miró para saber qué era ese objeto que se rozaba con su clítoris.

  • ¿Qué es eso? -preguntó la morenita, retorciéndose por el gusto de la caricia- ¡AY!

Esta vez fue Ayna quien la golpeó en los pechos con la espada de madera.

  • Nadie te ha dicho que hables -dijo secamente la rubita.

Rayma jugueteaba con uno de los extremos semiesféricos de la polla de madera sobre la cerradita entrada al infantil coño, sin presionar, simplemente haciéndola rodar y dejando que la madera se fuera mojando de los flujos de la muchachita. Nura se retorcía. Por un lado, intentaba cerrar las piernas ante la oposición de las cuerdas, que no le permitieron variar la postura ni un centímetro, pero a la vez, su cuerpo pedía a gritos algo duro y enorme en las profundidades de su coño.

  • Pero no... no podéis... yo soy... ¡AAUU!

  • Te he dicho que no hables -La espada volvió a tomar contacto con su piel.

Tal vez no tenía modo de escapar de esa situación. Podía confesarlo todo en un grito, pero por un lado no sabía si iba a funcionar y por el otro cada vez deseaba más y más tener aquella polla de mentiras alojada en su interior. Así pues, se relajó y se dispuso a gozar por entero de aquella caricia impersonal y extraña mientras sus pezones eran atendidos cada uno por una boca.

  • Mmmm... es delicioso... oh, sí, continúa...- gimió Nura.

  • Hazlo ya, Rayma... quiero ver cómo goza -pidió, con una sonrisa de picardía, la pequeña Ayna.

La joven asintió y, de un único envión, enterró aquella verga de madera en el coñito de Nura.

La antigua niña de las Montañas se arqueó lo más posible al sentir la súbita penetración, que la dejó sin aire durante un momento. Pareciera como si su respiración hubiese huido de sus pulmones con ese grito sordo y quebrado que acompañó a la intrusión en su cuerpo.

  • ¡Qué! ¿Te ha gustado? Seguro que es la polla más grande que te ha atravesado el coño, ¿Verdad? -preguntó, sonriendo, Rayma.

Nura no respondió. Su cuerpo aún trataba de acostumbrarse al rígido invasor.

  • R... Ray -musitó, asustada, Ayna, señalando al coñito de la muchacha-. Mira eso.

La esposa de Ajdet miró. Y lo que vio no le gustó nada. La sangre ennegrecía el falo de madera, y goteaba desde el sexo de la adolescente hacia abajo.

  • ¿Aún eras... virgen? -se extrañó Rayma.

  • Sí...El mercader cobraba a los hombres para que me dieran por culo -confesó Nura, mientras su respiración se tranquilizaba un poco-. Pero estaba prohibido que me desvirgasen. Una virgen vale mucho más dinero.

  • ¿Y Ajdet? ¿Ajdet también te ha dado sólo por detrás durante sus días de retiro?

  • ¿Ajdet? Ajdet ni siquiera me ha tocado en todos estos días... muy a mi pesar. Yo sólo entraba para llevarle la comida y el agua y cambiarle la bacina. Decía que eso no era un trabajo digno para alguien que desciende de jefes.

Rayma miró a Ayna y ambas temblaron. Habían cometido un grave error. Su orgullo y sus celos habían obrado por ellas y las había metido en un problema muy grande.

  • Por favor, Rayma -suplicó Nura, mirando la media polla de madera que asomaba de su coño, y que había notado que empezaba a escurrirse hacia fuera-. No me dejes así. Fóllame o desátame, pero necesito seguir. Te lo ruego.

La esposa de Ajdet salió de su letargo. El mal estaba hecho, así que quizás sería mejor ofrecerle a la chiquilla lo que quería para ver si de esa forma les ayudaba a ocultarlo, en caso de que eso fuera posible.

  • Déjame a mí, Ray -pidió Ayna.

Rayma asintió y dejó que la chiquilla tomara posición entre las piernas abiertas de Nura y agarrase por el extremo libre el falo de madera, que estaba a punto de salirse completamente del estrecho y aún sangrante chochito, al tiempo que ella se encargaba de extasiar los duros y calientes pezoncillos. Sin embargo, sus caricias eran mecánicas, sin sentimiento. La joven se preocupaba más por el error cometido que por el cuerpecito de la nínfula.

Sin embargo, cuando Ayna comenzó a meter y sacar la polla de madera, y Nura inició su concierto de gemidos, la mujer del Rey Toro se dejó llevar lentamente y fue olvidándose de todo lo que no fuera la piel calentísima de la antigua niña de las Montañas.

Los labios de Rayma se pasearon por el cuerpo infantil, dejando húmedos y lascivos besos sobre sus pechos, vientre y cuello.

Ayna también se decidió a usar la lengua, y sin dejar de follar el coñito de la nínfula, comenzó a lamer y succionar su clítoris inflamado.

  • Oh, sí... por todos los dioses,  no pares... ¡Ah! ¡Mmm! -gemía Nura hasta que sus labios fueron tapados por los de Rayma en un beso lúbrico y pasional, donde las lenguas jugaron e invadieron la boca compañera.

En ese mismo beso Nura apagó los gritos de su orgasmo, convirtiéndolos en un "Mmmm" largo y eterno.

Desde los dedos de los pies hasta el último pelo de su cabeza, todo en el cuerpo de la nínfula fue temblor, al mismo tiempo que sus ojitos se quedaban en blanco y la voz se le cortaba, como si toda la respiración de su cuerpo hubiera escapado de sus pulmones acompañando a ese gemido callado.

Ayna, al notar el poderoso estremecimiento que recorría a la morenita, metió de un envión la polla de madera hasta el fondo, haciendo que un segundo clímax se encadenara al primero.

  • ¡Mmmmmnnggyaa! -gritó de placer Nura.

La nínfula sonrió satisfecha, y hasta una risita de complicidad se escapó de su boca. Mientras se recuperaba del orgasmo, Ayna y Rayma besaban cariñosamente a la muchachita por todo el cuerpo.

  • ¿Qué demonios pasa aquí? -sonó a sus espaldas.

La sangre se heló en los cuerpos de las dos cuñadas, que empalidecieron y se giraron lentamente para descubrir a Ajdet bajo el arco de la puerta.

  • ¡Ajdet!

  • Creí haberos dicho que no la tocara nadie hasta que yo lo hiciera.

  • Lo... lo siento, cariño. Ha sido culpa suya, se puso muy pesada... Lo estaba pidiendo a gritos.

  • ¡Era una orden directa y específica! -bramó el Gran Jefe.

  • Lo... lo siento, de verdad, Ajdet... Lo siento mucho.

  • ¿Y crees que me basta con eso?


Ajdet sacó a rastras de la casa a su mujer y su hermana, completamente desnudas tal y como las había encontrado con Nura. Ya hacía un par de horas que había amanecido y gran parte de los habitantes del pueblo paseaban por las calles y pudieron ver como Ajdet arrastraba a sus familiares hasta la plaza central.

Tras pedir algo a Lesc, las ató frente a frente, de rodillas, con las manos por encima de la cabeza y los cuerpos tan pegados que cada una podía sentir los latidos de la otra.

Los guerreros de todos los pueblos habían llegado ya al Gran Río, y se quedaron de piedra al ver la escena.

  • ¡Toda desobediencia merece un castigo! ¡Y me da lo mismo quién sea quien me desobedezca! ¡Será castigado de igual forma! -gritó Ajdet mientras Lesc regresaba con la vara de junco que Zuyda usaba para adiestrar a sus chicas. Se la entregó al Rey Toro y el primer varazo sobre la espalda de Rayma no se hizo esperar.

  • ¡AAAHHH! -gritó de dolor la morena.

  • ¡AAAAU! -La vara golpeó también contra la espalda de Ayna.

Los chasquidos de la vara sobre la piel eran seguidos por el inapelable grito de dolor de una de las dos mujercitas, que empezaron a llorar desconsoladamente.

  • ¡AY! ¡AAHH! ¡AAYYY! -gritaba la hermana de Ajdet, que parecía ser la que más sufría con el castigo, aun cuando su hermano trataba de golpear más fuerte a Rayma.

El pueblo, alertado por los gritos de las cuñadas, se iba reuniendo en la plaza para ver el inhumano castigo que sufrían.

  • ¡AAUU! ¡Por favor! ¡Para ya! ¡Para ya! ¡Para ya! -clamaba la rubia adolescente, sin que su hermano hiciera un simple gesto para hacerle caso. En lugar de eso, golpeó otra vez, con más fuerza, en la espalda de la muchacha- ¡AAAAAUUUUUUU!

Un charco de orina comenzó a crecer bajo el cuerpo de Ayna que, incapaz de soportar el castigo, se había meado encima.

Nura lo observaba todo desde la puerta de la casa, cubierta únicamente por una manta de pieles. El cuerpo le dolía por la inmovilidad forzosa que había sufrido durante casi toda la noche y por los golpes de la espada, y estaba segura de que los moretones en pechos, vientre y muslos pronto se convertirían en feos cardenales negros. Aún así, sintió una pena profunda por las dos cuñadas. No se merecían tamaño castigo.

Cuando Ajdet sintió que su brazo había perdido fuerza, extenuado, lanzó la vara al suelo y ordenó que desataran a las mujeres.

  • ¡Y que os sirva de advertencia! ¡No tendré clemencia con quien me traicione! -gritó, antes de salir del pueblo y dirigirse a su particular cerro.

Ayna y Rayma, doloridas, llorosas y humilladas, se fueron rápidamente en la casa para curarse las heridas, que no dejaban de manar sangre.


Esa misma noche, en cuanto Ajdet se tumbó en la cama junto a su esposa, pidió perdón.

  • Lo siento si me he excedido esta mañana -dijo Ajdet- pero me ha enfurecido mucho que hayáis desobedecido a las primeras de cambio.

Con ternura, el Gran Jefe comenzó a acariciar la espalda de su mujer, tratando de evitar las rojizas líneas que mostraban dónde había golpeado con la vara, lo que no dejaba mucho espacio que acariciar en la dolorida espalda de la joven.

  • No... No importa, Ajdet.

Rayma ni siquiera se atrevía a mirar a su esposo a la cara. Se sentía estúpida. Había escogido el peor momento para realizar una estupidez como la de prácticamente violar a Nura. Le había dado la excusa perfecta para hacer una demostración de fuerza y poder delante de los guerreros recién llegados.

La joven estaba furiosa consigo mismo, y el saber que la pequeña Nura dormía plácidamente en la habitación contigua, sabiendo que había ganado esa primera batalla, la enfureció todavía más.

Mientras tanto, en otra de las habitaciones de la casa, Ayna trataba de conciliar el sueño tumbada de costado, dándole la espalda a su esposo, que se preocupaba por las heridas de su diminuta esposa.

  • ¿Te hizo mucho daño? -preguntó el negro, tocando con la yema de los dedos una de las marcas y haciendo que Ayna siseara de dolor.

  • Oye, Yasid... -musitó la adolescente, que aún tenía los ojos hinchados de tanto llorar.

  • ¿Sí?

  • Si mi hermano muriese y Rayma, digamos, se fuera del poblado... ¿Tú y yo seríamos los nuevos Jefes?

Continuará....

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