A.C. (21: El asedio)
Cuando una ciudad está demasiado fortificada para un ataque frontal, hay que encontrar otras formas de vencer.
Los guerreros salieron de los bosques y corrieron hacia la muralla de piedra.
- ¡AHORA! -gritó alguien desde el interior de la villa fortificada.
Decenas de saetas se alzaron en el cielo para luego caer sobre los invasores. Algunas armaduras de bronce rechazaron las flechas pero otras fueron perforadas y las afiladas puntas horadaron la carne. Los gritos de dolor de los hombres resonaron a las afueras del poblado.
¡Maldita sea! -Ajdet se encaró con el Jefe de la Sierra Norte, él había sido quien le había convencido de atacar el pueblo de la Sierra Blanca en primer lugar- ¡No me dijiste que hubieran arqueros en ese pueblo!
No... no lo sabía. Es la Sierra Sur quien entrena a sus guerreros con el arco -se defendió Braki, el Jefe-. Deben de haberse aliado con ellos.
El ímpetu de las tropas del Reino del Toro se había reducido con la sorpresa. Otra andanada de flechas brotó de la ciudad. Los guerreros estaban más preocupados en evitar los proyectiles que en seguir avanzando.
Ajdet tuvo que pensar rápido. Las flechas silbaban a su alrededor y sus hombres caían heridos. Había sido un error atacar el pueblo más grande de la sierra. Era el movimiento más lógico y, por ello, era el peor de todos. Aunque sin el liderazgo de la Sierra Blanca los restantes tres pueblos de la sierra no tardarían en caer bajo su dominio, tendría que haber supuesto que la villa no se conformaría con esperarlos y buscaría aliados entre los poblados cercanos. Mientras en el Gran Río festejaban la boda de Ayna y Yasid, los poblados de la Sierra se unían contra Ajdet y sus hombres.
- ¡RETIRADA! ¡VOLVAMOS AL BOSQUE!
Mientras los guerreros sufrían su primera derrota, en el pueblo del Gran Río las mujeres y los hombres que protegían el poblado los esperaban con los nervios a flor de piel. Solamente en una de las casas no tenían a nadie a quien esperar.
En ella, Zuyda se preparaba para cumplir una fantasía.
- Desnudaos -ordenó la chamán, y las dos mujeres que la acompañaban, dos hermosas rubias de rasgos toscos con un parecido tan asombroso que pasaba por ser algo más que una simple casualidad, obedecieron, despojándose de sus prendas lentamente.
Zuyda se paseó entre las mujeres, mirándolas de arriba a abajo. Una de ellas tembló de nerviosismo, y la otra, quizás algo más joven que la otra, simplemente sonrió.
- Veli, Veka, ¿Alguna vez os han dicho lo hermosas que sois las dos juntas? Sois como un reflejo en el agua.
Las dos hermanas cerraron los ojos y suspiraron, aunque seguramente el gesto no tuvo nada que ver con las palabras de la chamán, sino más bien con sus manos, que descendieron por sus espaldas desnudas, rodearon las nalgas prietas y se colaron entre los muslos para acariciar las húmedas entradas a sus vaginas.
Dieciséis muertos y veintidós heridos leves en un ejército formado por centenar y medio de guerreros no eran una pérdida demasiado reseñable o por la que tener que preocuparse. Obviamente, la veloz capacidad de respuesta de Ajdet había evitado que el número de bajas fuese astronómicamente superior, pero había un herido más que nadie veía. El orgullo del Gran Jefe había salido muy tocado de la lucha.
- ¡No se puede atacar un pueblo así como así! ¡Hemos sido derrotados por idiotas! -maldecía Ajdet, a voz en grito, rodeado por sus hombres, que trataban de curar a los heridos. Se giró hacia Braki y su rabia estalló- ¡Debiste informarte antes de aconsejarme atacarlos sin limitaciones!
Braki trató de pedir perdón, pero la furia del joven Rey Toro era miles de veces mayor que su clemencia. De un potente puñetazo, Ajdet envió al suelo al jefe de la Sierra Norte.
- ¡Yasid! ¡Rocnar! ¡Sanom! -gritó el Gran Jefe Ajdet- Escoged veinte guerreros cada uno. Se me ha ocurrido algo.
Antes de retirarse junto con sus tres comandantes para explicarles su plan, Ajdet le propinó una patada a Braki, que continuaba en el suelo y ahí permaneció durante varios minutos más, doliéndose de los golpes.
- Intentad no moveros -ordenó Zuyda a las dos hermanas.
Veli y Veka trataban de aguantar de pie, pero la chamán tardaba con cada caricia y sus piernas empezaban a cansarse. Las dos respiraciones, cada una más acelerada que la anterior, sumían la casa en un hervidero de suspiros, jadeos y algún que otro gemido furtivo.
Las manos de Zuyda estaban perfectamente sincronizadas, e imitaban a la perfección cada movimiento en uno y otro cuerpo.
Las suaves caricias con la yema de los dedos sobre el vientre dieron paso a otros roces más atrevidos un poco más abajo. Veka gimió quedamente y Veli siseó cuando las palmas de la curandera frotaron sendos montes de Venus, bajaron y luego volvieron a subir para repetir el movimiento de nuevo. La piel de las manos de la chamán se imbuyó de los sexuales flujos de las hermanas, que empezaban a temblar con pequeños espasmos en sus muslos y sus vientres.
Zuyda, sin detener sus caricias, se arrodilló para tener una mayor accesibilidad a los húmedos coñitos y, de paso, repartir besos entre las pieles calentísimas de las chicas.
Dos dedos de Zuyda se introdujeron de repente en cada santuario, y ni Veka ni Veli consiguieron evitar gemir la penetración. Las piernas de la hermana más mayor temblaron y estuvieron a punto de hacerla caer al suelo, sin embargo pudo mantenerse mientras la curandera continuaba masturbándolas, metiéndoles los dedos índice y anular en sus chochitos mientras frotaba sus clítoris con los pulgares.
Ninguna de las dos hermanas podía contener ya sus gemidos de gusto, Zuyda se había convertido en una experta en dar placer y no solamente a los hombres.
Veli gemía y jadeaba cada vez más, más alto y más rápido, mientras se mordía lujuriosamente el labio inferior y empezaba a pellizcarse los pezones. Su hermana, mientras/tanto, se agarraba al brazo de la chamán, como si tuviera miedo a que sus piernas dejaran de responderle y deseando, al tiempo, que ese maravilloso suplicio que Zuyda le infligía terminase de una vez.
Finalmente, todo pasó al mismo tiempo. De pronto, algo enorme, colosal, se tensó dentro de ella, robándoselo todo. Por un instante, Veka perdió el control de su cuerpo, la respiración, la consciencia e incluso los latidos de su corazón. Clavó sus uñas sobre el brazo de Zuyda mientras un gemido tembloroso, suave, placentero, que de tan largo parecía interminable, salía de entre sus labios, y las piernas le fallaron. Cayó de rodillas al suelo, estremeciéndose y gimoteante, con los dedos de la chamán aún retorciéndose en su interior.
El orgasmo de su hermana pareció ser el catalizador para que también Veli acabara corriéndose, aunque ella soportó el clímax en pie, agitándose y temblando pero sin llegar a caerse.
- Muy bien, mis niñas -susurró Zuyda mientras las hermanas se recuperaban de su orgasmo-. Ahora quiero que seáis vosotras quienes me llevéis a mí al cielo.
Ajdet no había permitido enterrar a los caídos. Había acampado a las afueras de la Sierra Blanca, rodeándolo lo suficientemente lejos del alcance de las flechas pero a la vista del poblado, y había colocado a los muertos alrededor de las hogueras, como cualquier otro guerrero más. Necesitaba hacer bulto mientras aguardaba a los tres pequeños batallones que había mandado a una misión diferente.
Los guerreros de la Sierra Blanca estaban confusos. Los hombres de Ajdet parecían haberse asentado a las afueras de la muralla y no tener ninguna prisa por levantar el campamento. Trataron de enviar dos mensajeros a los pueblos aliados, pero ante la imposibilidad de atravesar el cerco que formaban el centenar de guerreros liderados por Ajdet, tuvieron que regresar rápidamente tras las protecciones de piedra de la Sierra Blanca.
El primer ataque había ocurrido bajo las primeras luces del alba, y la noche comenzaba a caer. Los serranos temían que el Rey Toro se esperase a la noche para atacar, anulando así la presencia de los arqueros que, en la oscuridad, no podrían apuntar a los enemigos. Sin embargo, el propio Ajdet sabía que la Sierra Blanca estaba suficientemente reforzada y contaba con bastantes hombres en su interior como para resistir incluso el ataque cuerpo a cuerpo, dado la ventaja que ofrecía la muralla.
Lindaba la medianoche cuando las tres fuerzas comandadas por Rocnar, Sanom y Yasid regresaron. Con ellos venían una cincuentena de mujeres, y los guerreros que hacían guardia jalearon la llegada. Pensaban que eran un regalo de Ajdet para subir el ánimo de sus hombres, pero el Rey Toro los sacó de su error.
- ¡No las toquéis! Yasid... ¿La tienes?
El negro sonrió y asintió.
- La mujer y las tres hijas -dijo el gigante negro.
Antes de continuar, Ajdet se interesó sobre las posibles bajas ocurridas durante su lucha.
Esperé a que vinieran los hombres de Sanom. Había demasiados hombres todavía en la Sierra Sur. Tenemos menos de diez muertos sumados los tres grupos.
Perfecto.
Zuyda gemía. Dos dedos en su coño, una boca sobre su clítoris, otra boca en su pezón izquierdo, una mano acariciando su vientre, otra bajo sus nalgas... Veka y Veli no habían dejado punto sin tocar ni lamer en todo su cuerpo. La mano que acariciaba su culo se escurrió y la chamán notó un dedo, húmedo y delgado, allanando su ano.
No pudo aguantarlo más y se arqueó. El clímax la azotó y ella respondió gritando y contorsionándose.
Pasadas las últimas arremetidas del orgasmo, con la sonrisa satisfecha en el rostro, las dos hermanas se tumbaron junto a ella. Besó a cada una en los labios, sin reconocer quién era Veli y quien Veka.
Las tres rubias reían alegres, aunque la risa de Zuyda fue cortada por un siseo de placer.
Dos manos se juntaban otra vez sobre su coño.
- ¿Qué... qué demonios? -El vigilante no entendía aquello.
Los primeros rayos de sol se elevaban sobre el horizonte e iluminaban al Gran Jefe que permanecía a medio camino entre sus hombres y la ciudad, al alcance de los arqueros. Sin embargo, Ajdet se protegía tras el cuerpo de una mujer.
- ¡Maldito sea! -El vigía la terminó reconociendo-. Llama al jefe Friegg. Ese malnacido tiene a su esposa.
Friegg, el jefe del poblado de la Sierra Sur, no tardó en asomarse por donde sus hombres le decían.
- ¡Es sencillo, Friegg! -gritó Ajdet, con su daga sobre el cuello de la mujer del veterano jefe- ¡Rinde la ciudad y tu esposa no sufrirá daños! ¡Y avisa a los jefes de la Sierra Oeste y la Sierra Sudeste de que también hemos capturado a las suyas!
Friegg dudó. Sabía que Ajdet era capaz de ello. Las historias sobre los Hombres del Bosque habían corrido como la pólvora. Miró hacia el interior de la ciudad y observó los guerreros preparados para la lucha.
- ¡Está bien, Friegg! -gritó Ajdet- ¡Te ofrezco otro trato! ¡Salid tú y tus hombres y vuestras mujeres no sufrirán daños! ¡Decídete rápido!
El jefe de la Sierra Sur tomó aquella negociación como un signo de debilidad. Pensó que, de seguir así, el Rey Toro bajaría aún más sus pretensiones. Se equivocó.
- ¡Has tardado demasiado!
La daga se abrió paso en el cuello de su esposa, convirtiéndolo en un surtidor que expulsaba sangre a borbotones.
- ¡¡NOOOO!! -Friegg agarró su arco y lo tensó, pero Ajdet se le había adelantado.
Tras soltar el cadáver de la mujer, uno de sus hombres le llevó rápidamente a otra hembra, mucho más joven, y se protegió tras ella.
- ¡Jefe! -exclamó el primer vigía, reconociendo a la muchacha- ¡Es Sallana!
Friegg tembló. Sí, era Sallana, su hija mayor y la esposa del vigía.
- ¡Se te acaba el tiempo! -gritó el Rey Toro, colocando la sangrienta daga junto al cuello de la sollozante joven.
Un buen número de guerreros se había asomado a la muralla en cuanto la noticia se extendió por el poblado.
Zuyda era insaciable. Había perdido la cuenta de sus orgasmos y de los de las hermanas, pero no era suficiente para ella... ni tampoco para las otras.
A pesar de haber pasado toda la noche cumpliéndose los deseos mutuamente, tanto Veli como Veka habían descubierto esa noche la capacidad ilimitada que parecía tener su hermana para llevarla al orgasmo.
Las dos estaban en ese momento inmersas en un placentero sesenta y nueve mientras la chamán acariciaba sus cuerpos temblorosos. La lengua de Veka se introducía en el anegado coñito de su hermana, Zuyda se colocó tras Veli y, separando sus carnosas nalgas con ambas manos, lamió viciosamente el más oscuro agujerito de la joven, la más joven de las tres.
Al tiempo que Veli se corría, Zuyda coló dos dedos por su esfínter, potenciando la súbita sensación.
Desarmada, exhausta y sonriente, Veli se dejó caer sobre su hermana, sin fuerzas para continuar esa comida de coño que tanto estaba haciendo gozar a Veka. Zuyda tomó el relevo y, mientras la hermana menor descansaba, la chamán masturbó a la mayor introduciendo hasta cuatro dedos en su interior, que resbalaron sin problemas.
Zuyda se atrevió. Colocó el pulgar bajo la palma de su mano y empujó hacia dentro.
El puño se coló hasta la muñeca y Veka sufrió el orgasmo más potente y brutal que jamás hubo sentido en su cuerpo.
Ajdet hizo una seña a sus hombres. La discusión que se escuchaba en la ciudad era exactamente lo que estaba esperando. Cuando los gritos dieron paso a los insultos, las maldiciones y los choques de las espadas, supo que la victoria estaba hecha. La Sierra Blanca no iba a permitir que ni uno de esos valiosos guerreros dejaran la batalla, y esos guerreros de los pueblos de las Sierras Oeste, Sur y Sudeste no dejarían morir a sus esposas e hijas así como así.
- ¡Abrid las puertas! ¡Abrid las puertas y os ayudaremos! -gritó Ajdet.
La batalla continuaba y nadie parecía hacer caso al Rey Toro, cuyos hombres aguardaban junto a dichas puertas, arma en mano, dispuestos a vencer a quien quisiera ponerse delante.
Finalmente, la madera crujió y Ajdet ordenó empujar. Las puertas se abrieron y los hombres del Reino del Toro entraron, con su Jefe a la cabeza.
- ¿Cuáles son los nuestros, Friegg? -preguntó, feliz, Ajdet, como si su interlocutor fuera un viejo aliado.
Los ochenta y dos guerreros adultos de la Sierra Blanca no habían sido rival para los casi dos centenares que eran las fuerzas conjuntas de sus enemigos y sus aliados. Finalmente se habían rendido, y tras ellos, los tres pueblos que habían combatido codo con codo con el Reino del Toro, tras la promesa de Ajdet de liberar a sus mujeres, que habían quedado bajo la vigilancia de Yasid y unos pocos guerreros más.
Cuando Ajdet regresó junto a su cuñado, para ordenarle liberar a las mujeres, éste le recibió con una sonrisa y, tras obedecer la orden, se dirigió a él.
Esperé a que vencieras para darte la sorpresa -dijo Yasid.
¿Sorpresa? ¿Qué sorpresa?
¡Pasa! -De detrás de un árbol salió un cuerpo femenino. Desnudo, extremadamente joven y con una cabellera morena- El comerciante no sabía usar la espada pero me atacó. Ya no tiene quien la cuide.
La niña-mujer sonrió y miró con picardía a Ajdet. Sin poder contener su alegría, saltó a sus brazos.
¡Gran Jefe Ajdet! -exclamó la chiquilla, abrazándose al Rey Toro.
¡Nu-Nura! -Ajdet la había reconocido en cuanto la había visto. No hacía siquiera una semana que la había subastado, aceptando por ella un precio récord.
Sorprendido de volver a verla, y de que la muchachita estuviera tan feliz, el Gran Jefe no pudo más que corresponder al afectuoso abrazo de la nínfula.
Continuará...
Kalashnikov