A.C. (20: Noche de bodas)
Ajdet, finalmente, no sólo acaba por aceptar la boda entre su hermanita y el extranjero, sino que preparará una fiesta grandiosa para celebrar la unión.
- Es hora de que superes la prueba si de verdad quieres casarte con mi hermana -escupió Ajdet-. Si de verdad la amas... ¡Vénceme!
El Rey Toro enarboló su espada y se colocó en posición de batalla.
Yasid dudó. Frente a él estaba posiblemente uno de los guerreros más capaces que jamás hubo visto. Sin embargo, cuando miró hacia atrás y vio a Ayna frente a la puerta de su casa, mirándolo con el miedo metido en su cuerpecito frágil, todas sus dudas se disiparon. Cerró sus dedos sobre la empuñadura de la espada y avanzó hacia Ajdet.
La espada de Yasid tenía una forma extraña, ligeramente curvada hacia uno de sus lados, y ensanchándose hacia el final, un trabajo especial que Yasid había pedido a Rutde. En sus viajes por el ancho continente del sur había visto a las tribus nómadas del desierto usar unas espadas parecidas, y le había encantado la manejabilidad que tenían.
Los dos guerreros se colocaron su armadura de bronce, que no pasaba de ser un primitivo peto que dejaba desprotegidos sus costados pero custodiaba los órganos más vitales del pecho, y comenzaron la lucha.
Yasid fue el primero en atacar, con un golpe lento, de arriba a abajo, que Ajdet no tuvo problemas en esquivar. El Gran Jefe respondió con un ataque lateral, buscando el costado izquierdo del negro, pero éste lo consiguió desviar con su prototipo de cimitarra.
Los golpes se sucedían. Los contrincantes, preocupados en evitar que las espadas hirieran su piel, recibían al protegerse de cada espadazo, una vez tras otra, golpes de la mano torpe del rival, que, si bien no eran demasiado potentes, sí desequilibraban y obligaban a los contendientes a recolocar su posición. Todo el pueblo había venido a ver la apasionante lucha entre esos dos titanes que se intercambiaban golpes y más golpes.
Yasid recibió un potente espadazo a la altura de su estómago que, a pesar de que la armadura se encargó de amortiguarlo, hundió lo suficiente la protección de bronce como para dejarlo sin aire durante unos instantes.
Ayna, que observaba la lucha junto al cada vez más numeroso grupo de curiosos, ahogó un grito de terror. Rayma la tuvo que agarrar para que no interviniera en la batalla.
El enorme negro reculaba, tratando de recuperar la respiración. Ajdet realizó un nuevo ataque y, con mucho esfuerzo, Yasid pudo rechazarlo con su alfanje. Necesitaba algo que le hiciera retomar la iniciativa del combate, así que, tratando de sorprender al Rey Toro, el extranjero se propulsó hacia él con un rápido salto. Lo consiguió. Ajdet recibió el impacto del enorme cuerpo y se desestabilizó momentáneamente.
El gigante negro aprovechó la debilidad de la postura del Gran Jefe y barrió con su pie las piernas de Ajdet, lanzándolo al suelo. Quiso atacarlo cuando su espalda chocó en la tierra, pero el joven era extremadamente ágil y rápido. Rodó sobre el suelo y se incorporó con velocidad, arrancando aplausos de los espectadores.
Yasid y Ajdet se miraron a los ojos durante unos segundos, calibrando el grado de cansancio de su oponente. Los dos eran jóvenes, habían sido duramente entrenados y se movían con inteligencia. No había ninguno que mostrara más debilidad que el otro, pero en los últimos minutos los movimientos se habían ralentizado notablemente, y ambos prácticamente navegaban en sudor.
Una sonrisa se abrió paso en el rostro del Rey Toro. Cambió el modo de agarrar la espada tras hacerla girar en su mano y avanzó hacia Yasid.
¡NO! -La pequeña Ayna, que se había logrado liberar de los brazos de su cuñada, se interpuso entre los contendientes, con los brazos abiertos en cruz- ¡Dejadlo ya! ¡No quiero que os pase nada malo a ninguno de los dos!
Apártate, Ayna -ordenó su hermano, sin dejar de sonre
í
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¡NO!
Apártate, Ayna -repitió, dejando caer su espada al suelo.
Ante la sorpresa de su hermana, Ajdet avanzó hacia Yasid y le extendió la mano. El negro también soltó su arma y completó el amistoso saludo que le ofrecía el Rey Toro.
- Bienvenido a la familia, Yasid. Ha sido una gran lucha.
Los chamanes no oficiaban ya las ceremonias, pero éstas se seguían celebrando aunque fuera solamente para hacer saber que la novia ya tenía un dueño y que cualquiera que intentara algo con ella tendría que vérselas con el marido y con la ley que decretase el jefe para compensar su ofensa.
Por eso, y aunque ya no se precisaba de todo el boato del que anteriormente se hacía gala para que la pareja agradase a los dioses, Ajdet usó gran parte de los alimentos conseguidos en la subasta para preparar el gran banquete de la boda de su hermana. Incluso sacrificó un par de toros mansos y ordenó que trajeran todo el vino del que disponía el pueblo del Monte Negro para que no faltara de nada. Hombres y mujeres de los diez pueblos del Reino del Toro acudieron a la colosal fiesta.
El vino corría, la carne de distintos animales rellenaba una y otra vez los platos, el tiempo de los bailes llegó y los hombres y mujeres comenzaron a danzar junto a la gran hoguera donde, según la tradición, Ayna debía echar sus ropas de niña para renacer, desnuda, como mujer casada. Una mujer nueva que se despojaba de todo lo que la atase a la niñez.
A medida que la fiesta avanzaba, Ajdet hablaba con unos y otros, aunque siempre en un discretísimo segundo plano. Por nada del mundo hubiera querido opacar a su hermana en una noche tan especial. La presencia de los dos Jefes de los pueblos de la Sierra le recordó que sus conquistas no habían terminado, aunque tendrían que esperar. Esa noche era para la pequeña Ayna. Finalmente, localizó a su madre, descansando sus pies hinchados en una esquina de la fiesta. Estaba hermosísima.
- Veo que Rocnar no ha mentido, madre. Nuestro hijo está creciendo fuerte y grande.
Sera sonrió y acarició su vientre ligeramente abultado. En cinco lunas, el pequeño o pequeña nacería y, con él o ella, la persona que aseguraría la línea de sucesión del Reino del Toro.
He intentado hacerlo lo mejor posible con todos mis hijos... y la verdad es que no me ha ido nada mal -dijo Sera, observando de reojo a la pequeña Ayna, que acababa de arrojar sus prendas al fuego destructor y mostraba su cuerpo desnudo a todo el que la mirase.
Es hermosa, ¿Verdad? Casi tanto como su madre -apuntó Ajdet.
Más que su madre. Mucho más que su madre.
Los tambores de piel de vaca se sobrepusieron al griterío de la fiesta. Cada uno era el eco exacto y sincronizado de otro, todos lo eran de uno y ese uno del resto.
¿Y qué tal te cuida Rocnar, madre? ¿Te trata como mereces?
No -dijo seriamente la mujer-. Me trata mejor de lo que merezco -añadió, antes de soltar una carcajada sincera a la que se sumó su hijo.
Ven, Ajdet, vamos a bailar -Del maremágnum de gente surgió Rayma, que agarró del brazo a su esposo y tiró antes de darse cuenta de con quién estaba hablando el Gran Jefe-. Ho-hola Sera, ¿Qué tal todo?
Muy bien, querida. Cuidas bien de mi hijo, ¿Verdad? -La actitud alegre de su suegra le convenció de que no le guardaba rencor por haberle, de alguna manera, usurpado el puesto junto a Ajdet.
Claro que lo hace, madre. Nos ha cuidado de maravilla tanto a mí como a Ayna.
Se nota. Pero ahora... ¡Ve a bailar con tu esposa! ¡No te vas a escapar!
Ajdet asintió y se perdió entre la gente agarrado de la mano de Rayma.
Sera... -Junto a la mujer de Rocnar se dibujó una silueta femenina. A pesar del contraste de luz y oscuridad que ocultaba su rostro, reconoció su voz... y la curva de sus senos, esos senos que había devorado en una noche de pasión.
¡Zuyda! ¡Qué... qué alegría verte!
Tranquila, sólo quiero hacerte unas preguntas como madre que eres. Me lo debes.
Cuando Sera pudo ver a la luz los ojos de la chamán, supo qué era lo que quería preguntar Zuyda. El brillo de los ojos de una mujer embarazada era inconfundible.
Yasid no sabía bailar. Su cuerpo enorme se tambaleaba de un lado a otro intentando imitar los extraños saltos y movimientos que la gente del Reino del Toro realizaba. Un nuevo cuenco de vino acabó en sus manos. Bebió la mitad y ofreció la otra mitad a su nueva esposa, que reía alegre y desnuda.
- Ven. Yo te enseño -musitó con la voz entorpecida por la bebida la pequeña rubia, estirando del brazo de su esposo.
Los tambores habían alcanzado un ritmo enloquecido. Un par de guerreros también habían descubierto la acústica de las armaduras de bronce al ser golpeadas por las espadas, y trataban de hacer su aportación a la música tribal.
Hombres y mujeres temblaban y sudaban por el espasmódico baile, los cuerpos se frotaban en múltiples grupos de dos, de tres, e incluso de cuatro o cinco personas. Ayna comenzó a moverse siguiendo el ritmo acelerado impuesto por los timbales, su cuerpecito adolescente brillaba de sudor y gruesos goterones se escapaban de su piel desnuda en cada movimiento. Se apretó a Yasid, poniendo su espalda junto a la verga del extranjero y colocando una de sus enormes manos negras sobre su vientrecillo plano.
Yasid comprobó la alta temperatura a la que estaba la chiquilla, mitad por el ejercicio y mitad por su propia calentura.
Miró a su alrededor y pudo ver cómo Ayna no era la única mujer desnuda. El vino había destrozado todas las inhibiciones y mujeres de todos los pueblos embutían en sus carnes la polla de sus maridos o de auténticos desconocidos.
Frotándose sobre él, Ayna jadeaba excitándose y excitándole cada vez más.
Lesc disfrutaba en medio de dos mujeres de la Sierra Este, que le besaban y le desnudaban mientras el joven a duras penas podía dar abasto con una mano en cada coño. Malda había conseguido que Nele, su propio abuelo y el todavía Jefe del Pueblo del Valle Alto, se olvidara de toda su ética y dejase que su nieta le hiciera la mejor mamada de polla que jamás había recibido. Pagul, finalmente, había decidido dejar de aparentar ser quien no era y, de rodillas, también se la mamaba a otro hombre, a quien no parecía importarle que la boca que le daba placer no fuera femenina. Veli y el resto de las aprendices de Zuyda animaban a cualquier hombre o mujer que vieran sin compañía, poniendo en práctica todo lo que habían aprendido en esa semana con la chamán.
Ayna extrajo la negra polla, grande, dura y caliente, de las vestiduras de Yasid y se la embutió en la boca hasta que no dio más de sí.
A su alrededor, las parejas follaban, y el pueblo del Gran Río se iba convirtiendo en un hervidero de gemidos, gritos, jadeos, calores, sudores, olores, vino, flujo y semen. Ayna vertió un cuenco de vino sobre la verga del extranjero, a quien el contraste de temperatura del fresco líquido con el aliento incendiado de la muchacha le arrancó un espasmo de placer que le sacudió el cuerpo entero.
La mezcolanza de sabores era extraña en la lengua de Ayna, lo agrio del sudor se mezclaba con la amargura inicial del vino y su dulce regusto final. La muchacha intentaba sobreponerse a la torpeza que la bebida convocaba en su cerebro.
Un par de mujeres, al ver el enorme tamaño del miembro de Yasid, se acercaron al negro, pero la pequeña las fulminó con una mirada que dejaba bien claro lo que pensaba de compartir a su esposo.
Unos gritos de éxtasis se impusieron a los demás, seguidos de aplausos y frases de ánimo de los afortunados
voyeurs
. Ayna reconoció la voz con facilidad, seguramente su hermano acababa de conseguir que Rayma se corriera en mitad del poblado. Disimuladamente, sin dejar de chuparle la polla a su esposo, la pequeña rubia deslizó una mano entre sus piernas y comenzó a masturbarse lentamente.
- Ayna... yo... no sigas... -murmuraba el negro, sintiendo que aguantaría poco, muy poco tiempo más si su mujer continuaba con su magnífico trabajo oral.
Su pequeña y joven esposa sonrió y se levantó.
- Vámonos de aquí, tengo un regalito para ti -dijo.
Nadie se dio cuenta de que la pareja de novios se alejaba. Ayna marchaba delante, agarrando de la negra verga a su esposo, dejando atrás la plaza del poblado, las parejas follando, el vino, los gemidos y el calor de la hoguera.
Y... ¿Lo sabe Ajdet?
Estoy segura de que tu hijo no es el padre. Posiblemente es uno de los pocos hombres del pueblo que no se han corrido nunca en mi coño.
Aún así. Él debería estar enterado. Llegará un momento en que tengas que dejar tu faena para cuidar a tu hijo.
Lo sé, pero retardaré ese momento todo lo posible, hay hombres que disfrutan más con una mujer embarazada. Nos encuentran más hermosas.
Sera sonrió. Rocnar, que siempre había sido una fiera, agresivo y visceral, en la cama, había empezado a hacerle el amor de una forma sensual y dulce en cuanto su vientre comenzó a hincharse, como si temiera romper la vida que se gestaba en su interior.
Sera... busca a Rocnar, te estás excitando. Es hora de que apaguen tu fuego.
Rocnar está hablando con los Jefes de otros poblados para hacer rutas de comercio. Me dijo que no lo molestara en toda la noche.
Entonces... Vamos a mi casa. Yo lo haré.
Ayna entró en su habitación y prendió las antorchas de aceite que decoraban la pared. Se la veía entorpecida por el alcohol, pero por encima de ello, excitada y nerviosa. Se volvió hacia Yasid, que había terminado de desnudarse y permanecía a la expectativa de lo que su joven esposa le hubiera preparado.
¿Quieres tu regalo? -preguntó la adolescente con voz pícara.
Solamente quiero hacerte mía -murmuró, desesperado, el negro.
Ya soy tuya, idiota -dijo tiernamente Ayna, abrazándose a su marido y poniéndose de puntillas para acercar sus labios a los de Yasid.
El beso desbordó amor y pasión a partes iguales. Si, en algún momento, el enorme miembro negro había empezado a decaer, después de ese beso se mostraba nuevamente tieso e hinchado.
Las manos del gigantón se engolfaron de nuevo con la piel adolescente de su esposa, en caricias largas, precisas y exactas, aprendidas después de tantas veces recorrido el mismo camino.
Ayna comenzó a ronronear cuando las grandes zarpas estrujaron sus nalgas y un par de dedos buscaron la entrada a su sexo. Un suspiro se escapó de los labios de la pequeña.
- ¡No! -dijo, retirándose del abrazo de Yasid- Te... te debo el regalo.
Ayna se volvió, dándole la espalda al negro. Tomó aire y tembló de nerviosismo. Se había estado preparando durante todo el día para eso, pero en ese momento tuvo dudas, no sabía si iba a poder llevarlo a la práctica. No obstante, el vino le había inducido más valor aún del que ya tenía de por sí. Espiró lentamente y se recostó bocabajo sobre su jergón, con las piernas colgando fuera.
- ¿Ayna? ¿Qué haces?
La muchacha no respondió, estaba usando toda su fuerza en vencer el miedo que la atenazaba. Simplemente cerró los ojos y, con las dos manos, abrió sus pequeñas y redondas nalgas.
A-Ayna... yo... -balbució Yasid.
Quiero que me la metas por... por el culo.
El corazón del enorme extranjero dio un vuelco. Su bella esposa le ofrecía su cuerpecito diminuto sin restricciones, como un corderillo dispuesto a ser sacrificado ante los dioses.
P... pero Ayna... no cabrá.
Sí, sí que cabrá, hazme caso. Sólo... trátame con ternura.
Fue Yasid el que tembló entonces. Se arrodilló tras su esposa y comenzó a besar con suavidad todo el cuerpo desnudo y cubierto de sudor de la adolescente. Se engolfó con el cuello, descendió por la espalda y, cuando llegó a las nalgas, Ayna no pudo evitar que un imprevisto espasmo de placer contrajera su cuerpo por un pequeño instante. La respiración de la pequeña se aceleró ostensiblemente, su sexo destilaba flujo y todo el cuerpo temblaba de excitación.
La lengua de Yasid se internó entre las prietas nalgas de su joven esposa y ella tuvo que apagar un gemido en las telas del lecho.
El negro lamía el oscuro agujero de su joven esposa mientras sus dedos empezaban a acariciar la tierna rajita, inundada de flujos que demostraban su altísimo nivel de excitación.
- Mmmmmm... por todos los dioses... es geni... genial -gemía Ayna, sintiendo cómo su coñito se electrizaba y los dos agujeros se humedecían.
La pequeña rubia se retorcía de ese placer extraño, recién descubierto. Rayma y Veli la habían ayudado a limpiar y preparar la zona para que Yasid sólo se tuviera que preocupar de divertirse con ella, pero nunca pensó que esas caricias pudieran resultar tan placenteras.
Un dedo, un enorme dedo negro de Yasid, se internó por el oscuro esfínter de la pequeña.
- Aahhh... ¡JODER! ¡QUÉ GUSTO! -exclamó Ayna, sintiendo cómo el dedo se introducía en el agujerito.
Yasid se sorprendió del lenguaje tan efusivo usado por la muchacha. Ayna se solía conformar con suaves gemiditos y algún que otro grito en el momento del orgasmo. Aquel vocabulario era muy impropio de su habitual ternura.
- Por... por lo más sagrado... ¿Qué... qué me estás haciendo?
El dedo de Yasid había empezado a moverse en círculos, ensanchando el apretado agujerito. La lengua rodeaba el dedo, acariciando los bordes del diminuto ano.
Un nuevo dedo buscó hueco junto a su congénere en el cálido conducto. El recto se cerró sobre los negros dedos y estos presionaron hacia abajo mientras la lengua se hundía entre los muslos y buscaba el erguido clítoris de la muchacha.
Ayna no pudo soportarlo más, su respiración ya era un vaivén enloquecido y el calor había envuelto todo su cuerpo. Por eso, al tiempo que la hábil lengua tomaba contacto con su delicado capuchoncito y los dedos buscaban a través de la carne ese placentero punto de su interior, estalló en un orgasmo brutal, explosivo, fugaz y potente que coronó con una retahíla de gritos y blasfemias.
Todo el cuerpo se convulsionó y Yasid sintió cómo el adolescente culito estrujaba sus dedos. Simplemente pensar en esa deliciosa y casi dolorosa presión sobre su verga le hizo desear más que nunca el perforar su anito con ella.
Aaahhhh... ahhhh... ahhhh... -Sera no podía más que gemir con aquella extraña polla de madera en su interior. Mientras tanto, la lengua de Zuyda se esmeraba en sus frotes contra su clítoris.
¿Te gusta, verdad? -inquirió perversamente la chamán.
El eléctrico orgasmo de la madre del Rey Toro fue la única respuesta que necesitaba. Un poderoso chorro de flujos surgió del coño de Sera y empapó el rostro de la joven Zuyda, sorprendida por la potencia y cantidad de líquido que brotó.
La mujer de Rocnar temblaba aún, gimiendo sin control, cuando la chamán extrajo la verga de madera de sus entrañas.
- Ha sido increíble... Creí que te habías meado -musitó la rubia, tumbándose junto a la morena, que ronroneaba a causa del extremo placer sufrido-. Cuando esté en esta etapa de gestación... ¿Mis orgasmos serán iguales?
- Oh, sí... oh, sí -murmuraba Ayna mientras la gruesa verga se deslizaba a través de su esfínter. El movimiento era suave, lento, todo pensado para que la polla se pudiera abrir paso en el estrecho conducto.
La pareja mantenía los ojos cerrados, tratando de disfrutar al máximo la deliciosa presión en el culo de una y sobre la verga del otro. La pequeña rubia estaba a cuatro patas y Yasid, arrodillado tras ella, se iba metiendo con parsimonia en su interior por la entrada más prohibida.
¡AY! ¡Ya no más! -chilló Ayna, al sentir el duro glande hacer tope en su interior.
Ni siquiera una mitad ha entrado -protestó, sonriente, Yasid-. Tu músculo debe abrirse. Relájate.
Ayna mordió la cama y se preparó para la dura arremetida, pero ésta no llegó. Yasid inició el movimiento contrario, sacando lentamente la enorme polla del ardiente culo. La adolescente se calmó y se abandonó al lento vaivén.
Poco a poco, las embestidas se fueron acelerando y, aunque la pequeña no se daba cuenta, también iban ganando profundidad. El esfínter se iba relajando más y más y el glande se iba abriendo paso a duras penas por el apretado orificio.
Finalmente, Yasid arremetió con fuerza sobre el culo de la chiquilla, y Ayna profirió un grito desgarrador. La polla se hundió hasta los cojones en el ano.
¡Ya! ¡Ya! ¡Por favor! ¡No más! -rogó la novia.
Tranquila. Ya está todo dentro. -El gigantón de piel oscura se inclinó sobre su esposa y llenó de besos el cuello y los hombres de la adolescente.
De... de acuerdo -gimoteó, con los ojos anegados de lágrimas.
Pasados unos segundos, fue la propia Ayna la que comenzó a moverse, lentamente, adelante y atrás, penetrándose ella sola con la verga del negro.
Yasid intentó acceder con sus manos al sexo mojado de su esposa. Sin siquiera pensarlo, Ayna rechazó de un manotazo la zarpa de su esposo.
- No. Deja mi coño. Sigue... ¡Ah! Sigue follándome el culo... ¡Aahh! Por favor.
El negro obedeció. Siguió con sus embestidas lentas pero potentes, mientras Ayna acompasaba sus movimientos y gemidos a los del extranjero.
- ¡Oh, sí!... ¡Qué bueno!... creo que... que voy a... ¡Oh, dioses!... ¡¡Me corro!!
Ayna fue todo temblor. Todos sus músculos se contrajeron mientras miles de volcanes estallaban en su interior.
Yasid, que había puesto todo su autocontrol en retardar su corrida, no pudo más y se dejó ir con un gruñido, inundando los intestinos con su esperma caliente.
Los dos cayeron sobre la cama, vibrado y jadeando, tratando de recuperarse de esos potentes orgasmos.
¿Te... ha... gustado el regalo? -preguntó Ayna.
Me encantó, pequeña Ayna. ¿Y a ti?
Gateando sobre la cama hasta poner su boca en el oído de su esposo, la adolescente dijo con una vocecilla dulce y sensual:
- Tanto que quiero repetirlo ya...
Continuará...
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