A.C. (18: Sangre en las Montañas)

La mejor arma para enfrentarse a unos salvajes son... otros salvajes. Ajdet lo sabe bien. Mientras Yasid está fuera, Lesc tendrá su oportunidad con la pequeña Ayna.

  • ¡Vamos, preparaos! ¡Los mercenarios nos esperan en el Valle Alto!- Ajdet se había colocado la coraza y el casco de bronce y arengaba a los Hombres del Bosque y a unos pocos guerreros del Gran Río. No quería dejar, como la otra vez, el pueblo sin protección. Menos aún ahora que Tarsis podía tomar represalias por la muerte de sus emisarios.

  • Estamos listos, Gran Jefe Ajdet.- dijo Ethú, al frente de los salvajes.

  • Está bien. ¡Andando!

Ajdet dirigía al grupo de treinta y dos guerreros que se dirigían al pueblo del Monte Negro, entre los que se encontraba Yasid. El Rey Toro había decidido llevárselo, y no solamente para comprobar la habilidad del extranjero con la espada. También quería alejarlo de la pequeña Ayna esperando enfriar así los sentimientos de una y otro.

Al paso de las tropas junto al Valle Alto, otra quincena de guerreros se unieron al grupo.

Llegaron al pueblo del Monte Negro poco antes de que la noche cayera sobre la región. Los guerreros pasarían allí la noche y saldrían con el alba en busca de los salvajes de las montañas.

  • ¡Bienvenido, Rey Toro!- saludó el Jefe del Monte Negro a Ajdet- Os hemos preparado una pequeña fiesta de bienvenida.

Los hombres de Ajdet estaban encantados con esa bebida dulce, rojiza y suave que entraba por la boca, acariciaba la lengua, caía por la garganta, aterrizaba en el estómago y les calentaba la sangre.

  • Y... ¿Cómo dices que se llama a esto, Utón?

  • Vino, Gran Jefe Ajdet. Se llama vino y se extrae de la uva.

Ajdet elevó su copa y la chocó contra la del líder del Monte Negro. Una miríada de gotitas rojizas los cubrió, como una diminuta lluvia de rubíes que brillaban a la luz de las hogueras.

  • Gran Jefe Ajdet, también en mi país conozco esta bebida- interrumpió Yasid, sentado a la diestra del Rey Toro-. Aconsejo que tus hombres no beban mucho o mañana no se podrán luchar.

  • Cierto, extranjero- terció el Jefe del Monte Negro-. Pero unos tragos no harán daño a tan grandes guerreros.

Ajdet sonrió efusivamente, era un gesto que podía pasar desapercibido entre las risas etílicas de sus hombres, pero él estaba agradeciendo a los dioses que le hubieran facilitado tanto su plan. No podía creerlo, sin lugar a dudas estaba protegido por las divinidades.

Tras acabar su copa, se levantó y fue uno por uno a sus hombres, ordenándoles que dejaran de beber el dulce néctar. Sin embargo, cuando llegó a la zona en que los Hombres del Bosque reían, gritaban y bebían, directamente tiró de un manotazo la copa del primero de ellos que se puso a su alcance.

  • ¿Qué demonios te crees que haces, maldito niñato?- bramó el salvaje, levantándose y enfrentando su ancho cuerpo ante el delgado ser del Jefe. Ajdet no se amilanó. Sin más diálogo, abofeteó fuertemente al hombre del Bosque con el dorso de su mano, mandándolo al suelo.

  • ¡He dicho que dejéis de beber! ¿No escucháis cuando os habla vuestro Jefe o qué?

Algunos de los salvajes se levantaron también y se encararon al Jefe, que pronto fue respaldado por los hombres del Gran Río y del Valle Alto. La figura de Yasid ayudó a amedrentar a los salvajes, que todavía sospechaban que el enorme negro era más un demonio que un hombre.

La pelea, sin embargo, se evitó por la rápida actuación de Ethú, que separó a los contendientes y obligó a sus hombres a soltar sus bebidas.

  • Ya habéis oído al Gran Jefe. Se acabó el beber por esta noche.

Los salvajes tiraron las copas y se retiraron, visiblemente enfadados, a las cabañas que el Monte Negro había preparado para que descansaran antes de la batalla del día siguiente.

  • ¿Por qué hiciste esa cosa?- inquirió Yasid mientras veía a sus asilvestrados compañeros abandonar la plaza.

  • Todo tiene su razón de ser, querido Yasid.


  • ¡Aaahhh! ¡No! ¡Por todos los dioses! ¡Ya... ya no... ya no...! ¡Aaaahhhnnnnn! ¡NNYYA!

Ayna se arqueó, siguiendo el movimiento de los dedos de Rayma. Una ola de placer la envolvió de pies a cabeza, haciéndola cerrar las piernas sobre el brazo de su cuñada, contraer los deditos de sus pies y poner los ojos en blanco, todo al mismo tiempo que un débil chorrito de flujos escapaba de su sexo para empapar la mano de Rayma, sobre la que la infantil vagina se contraía en potentes espasmos de placer.

Sobre el suelo de la sala de entrenamiento, desnuda, sudorosa y satisfecha, quedó la pequeña rubia, gimoteando y con los ojos cerrados, tratando de disfrutar los últimos ramalazos de placer que atravesaban su cuerpecito.

  • Joder, pequeña Ayna. ¡Menudo orgasmo! ¡Te has corrido casi como un hombre!

  • Ahhh... ahh...- La hermana del Gran Jefe no podía contestar. Su respiración seguía enloquecida y de su garganta simplemente brotaban gemiditos cortos y agudos mientras seguía gozando de las postreras arremetidas de su clímax.

  • Mira cómo me has dejado la mano. ¡Empapada!- rió la mayor de las dos jóvenes- Pero aún te tengo otra sorpresa.

Rayma salió de la sala, y volvió unos segundos después con un cilindro de madera lisa, cuyo perímetro

su mano

abarcaba con dificultad, y que acababa rematado en dos extremos romos, sin ninguna arista visible.

  • ¿Qué... qué es eso?- preguntó Ayna.

  • Hazte a la idea de que es la polla que más te gusta- sonrió la exuberante joven, metiéndosela luego en la boca para ensalivarla y volviendo a arrodillarse ante el pequeño cuerpo desnudo de su cuñada.

El pequeño falo de madera, perfectamente

pulido

para evitar hasta la más pequeña astilla, se internó entre los hinchados labios mayores de la adolescente, metiéndose en el húmedo agujerito al tiempo que un nuevo gemido casi

extático

surgía de la boca de Ayna.

  • Mmmmm... ¡Oh, sí!- gruñó de placer la pequeña.

Sin embargo, al mismo tiempo que esa polla vegetal se introducía en su coñito y barrenaba su sexo, la pregunta que Rayma le hizo se introdujo en su cerebro y barrenó sus pensamientos. No se atrevió a responder.

  • Y... Ayna... ¿De quién te estás imaginando que es esta polla?

El sol se alzaba, perezoso, por encima del Monte Negro. En el poblado, Ajdet trataba de despertar a sus hombres. Era hora de dejar la civilización y meterse de lleno en la naturaleza.

Eran casi una cincuentena de guerreros los que se internaron en el bosque, guiados por uno de los hombres de confianza del Jefe Utón, en busca de las cuevas donde los Hombres de la Montaña se guarecían del insoportable calor húmedo de las noches.

El bosque estaba lleno de sonidos inquietantes. Pájaros que acallaban sus trinos en cuanto el pequeño ejército se acercaba, gruñidos repentinos que salían de detrás de los árboles, sonido de hojas y ramas quebrándose bajo algún peso insospechado... todo rodeaba a los guerreros al mando de Ajdet, obligándolos a caminar en un permanente estado de alerta.

  • ¡Cuidado!

El grito de Ethú alertó a los guerreros del Imperio del Toro con la suficiente antelación, reduciendo a la mínima expresión el efecto sorpresa de la emboscada.

Los Hombres de la Montaña saltaron justo tras los guerreros que cerraban la marcha, y aunque dos de ellos murieron con la cabeza abierta por sendas hachas de piedra, el resto se colocó rápidamente en formación, protegiéndose del repentino ataque.

Los salvajes de la zona que formaban el asalto no eran más que una decena, sin embargo sus movimientos eran rápidos y ágiles, a pesar de la robustez de sus cuerpos. Los guerreros de Ajdet perdieron otro hombre antes de conseguir abatir a la mitad de los salvajes, haciendo huir a la otra mitad por la espesura.

  • ¡Quietos! ¡No los persigáis! ¡No debemos separarnos!- ordenó el Gran Jefe.

Los guerreros obedecieron y comprobaron el estado de las bajas. Yasid remató a uno de los atacantes caídos, que agonizaba con el pecho abierto en canal.

  • Buen trabajo, Yasid- dijo Ajdet, tras ver cómo se había desenvuelto en la lucha anterior-. Eres un gran guerrero.

El negro asintió y limpió el filo de su espada con su colorida túnica. La sangre de los dos hombres con los que había acabado terminaron manchando sus ropajes, algo que, de donde él venía, demostraba el verdadero valor de un

soldado.

Cuanta más sangre manchase su túnica, o la armadura de cuero que ocultaba bajo ella, más enemigos se suponía que había derrotado.

-

Mi familia es familia de

grandes guerreros y dirigentes.- aseveró el extranjero. No mentía. No sólo su padre era el Comandante en Jefe de los Ejércitos de su nación, sino que su abuelo y su tío habían gobernado una vasta región antes de que las tropas del Rey-Dios la ocupasen, perdonando la vida a su Pueblo por su valentía, su fiereza y la inteligencia de la que habían hecho gala durante la lucha, lo que granjeó a su padre un puesto de mando en las tropas del Rey-Dios, puesto desde el que había ascendido hasta el escalafón más alto en un tiempo muy escaso. Cuando Yasid expresó su deseo de conocer mundo, a

su padre le resultó sencillo

encontrarle un puesto entre los exploradores del Reino.

  • Shhhh... ¡Allí están! ¡En esas cuevas!- Pagul señaló hacia unas aberturas en la ladera del monte, frente a las que algunos hombres y mujeres paseaban intranquilos.

Poco a poco, los hombres de Ajdet habían llegado frente a la guarida de los salvajes. El Rey Toro se preparó para la última fase de su plan. Reunió a sus hombres y sacó

varios odres de piel rellenos de algo que los primeros en probar reconocieron como esa dulce bebida llamada vino que sus nuevos compañeros les habían enseñado en el pueblo.

  • ¡Tomad! ¡Un regalito del Pueblo del Monte Negro!- dijo, extendiéndoles a sus hombres los recipientes.

Ethú recibió para sus tropas varios odres de piel negra, que los Hombres del Bosque no tardaron en abrir y comenzar a beber de su interior. El rojizo brebaje se derramaba por las comisuras de los labios de Ethú y los suyos, incapaces de tragar tanto y tan rápido como sus ansias pedían, mientras el Gran Jefe sonreía mirándolos. Pronto los odres quedaron vacíos.

  • ¡ATACAD!- bramó Ajdet, y los Hombres del Bosque salieron de su zona natural y subieron gritando ladera arriba.

Cuando Yasid, a la cabeza del grupo de guerreros, intentó seguir a los hombres de Ethú, se encontró con una mano sobre su pecho, deteniéndolo.

  • ¿Qué? ¿Ajdet?

  • Dejadlos.- musitó el Rey Toro, sin moverse ni separar la vista de la lucha que comenzaba.

Salvajes contra salvajes. Fuerza bruta contra fuerza bruta. Veinte Hombres del Bosque contra más de cuarenta Hombres de la Montaña con el terreno a su favor. La sangre empezó a regar las piedras del monte.


  • Pequeñaja... Ayna... Despierta, dormilona.

  • Mmmm... ¿Qué?...

La pequeña rubia se semi-incorporó sobre la cama, aún adormilada. Tras la larga sesión de sexo lésbico de la noche anterior, había acabado tan exhausta que se había quedado dormida en cuanto su cuerpo tocó el agradable lecho. A pesar de las horas de sueño, aún se sentía ligeramente cansada.

  • Buenos días... te he traído un pequeño regalo...- dijo Rayma.

Ayna terminó de abrir los párpados y pudo ver el mentado presente que su cuñada le había tra

í

do.

En un rincón de la habitación, Lesc aguardaba, desnudo y mostrando una erección considerable. Su verga brillaba, erecta y mojada, y la primera idea de Ayna, aunque extraña, fue pensar que se había estado divirtiendo con ella mientras dormía, pero se sentía tan seca de momento que dedujo que lo que cubría aquel enhiesto trozo de carne debía ser saliva o incluso flujo de Rayma.

  • ¿Lesc?

  • Tu hermano no está aquí, y yo no voy a ser tan exigente como él para buscarte divertimentos...- respondió la morena.

  • ¿Cómo?

  • Ayna- Esta vez fue el hijo de Rocnar quien habló, acercándose a la pequeña adolescente.- Voy a enseñarte de lo que soy capaz. Si me eliges, Ajdet no podrá negarse a darme tu mano.

La joven rubia aún dudaba entre si estaba despierta o todavía soñando. Todo a su alrededor tenía ese halo extraño que daba el día recién nacido y el no haber terminado de despertarse completamente aún.

Quizás Ayna se acabó de despejar cuando Lesc se sentó a su lado, o cuando puso sus duras manos de guerrero sobre sus jóvenes hombros, acariciándolos, o cuando su boca se unió con la suya y las lenguas comenzaron su sensual baile.

Lo único seguro es que, cuando Lesc la tumbó sobre la cama, y comenzó a acariciar dulcemente el joven coñito, Ayna estaba lo suficientemente despierta como para gozar por completo el lujurioso roce.

Rayma lo observaba todo con una amplia sonrisa.


Los gritos, el choque de los metales contra la piedra, los salvajes que caían al suelo... Ajdet veía la cruenta lucha entre los Hombres del Bosque y los de la Montaña con una cara libre de expresiones.

El resto de los guerreros del Rey Toro, fuera de la lucha, no podían creer lo que veían. Los Hombres de Ethú parecían fuera de sí, con aquella brutalidad,

con

aquella sed de sangre,

con

aquella forma bárbara de golpear y matar que parecían impropias incluso de esos salvajes.

Desde la lejanía, Yasid pudo vislumbrar los ojos de uno de los Hombres del Bosque. Un miedo irracional recorrió su cuerpo cuando se cercioró de que el resto de los salvajes tenían la misma mirada perdida que el primero. Sus cuerpos parecían inmunes al dolor, no dejaban nunca de atacar por más cortes o golpes que recibieran, la sangre cubría sus cuerpos y se ensañaban con una brutalidad más animal que humana contra todo aquello que se les ponía delante. Cuando vio a dos Hombres del Bosque destrozándose entre sí, sin importarles haber sido compañeros toda su vida, entendió finalmente que algo no funcionaba como debía.

  • ¿Qué pasa con ellos?- inquirió el extranjero. Entonces se acordó de que los salvajes habían bebido de unos odres negros, distintos a los que el Gran Jefe Ajdet les había entregado a

él y al resto de guerreros. Miró al Rey Toro y su sonrisa fue toda la respuesta que necesitaba.

Los salvajes de uno y otro bando caían sobre las entradas de las cuevas. Ethú y los suyos habían acabado ya con más de la mitad de los guerreros rivales, perdiendo pocos efectivos en la batalla por el momento, aunque las profundas heridas empezaban a hacer estragos con sus habilidades. Además, las mujeres habían salido también de la montaña y se lanzaban hacia los Hombres del Bosque atacando con uñas, palos, dientes y piedras.

La escaramuza era bastante más que sangrienta. Los atacantes caían ya con facilidad, no sin antes llevarse por delante a varios hombres y mujeres más.

Cuando el último de los Hombres del Bosque cayó, Ajdet ordenó al resto de guerreros que tomasen su relevo y acabaran con todos los rivales que quedaran vivos. No les fue difícil. Superaban al enemigo en número y muchos de los Hombres de la Montaña que restaban estaban gravemente heridos tras el violento ataque de los Hombres del Bosque.

  • Gr...gran Jjjj... Jefe... ¡Sálveme!- Tirado en el suelo, la boca y la nariz escupiendo sangre igual que las lacerantes heridas de su cuerpo, con la mirada perdida en algún punto imaginario del espacio, uno de los últimos hombres del bosque agonizaba lentamente- Sálvame de los monstruos verdes...

  • ¿Qué... qué le pasa?- preguntó Yasid, viendo el terrible estado en que estaba el hombre.

  • Simplemente alucina- explicó Ajdet, antes de rematarlo con una estocada en el pecho para aliviar su sufrimiento.

  • ¿Qué tenía el vino que tú diste a Hombres del Bosque?

  • Algo que ha solucionado los problemas que me daban. Ahora, rematad al resto de salvajes y capturad a las mujeres. Estoy seguro que los mercaderes que vienen al Pueblo Azul estarán encantados con ellas. Aunque tal vez los hombres del Monte Negro prefieran divertirse antes con ellas.


  • Ya... Ya... ¡Dámela toda, por favor!- rogó Ayna, sintiendo cómo la verga del hijo de Rocnar se introducía lentamente en su coñito inundado de flujo.

Lesc sonreía confiado. La pequeña hermana de Ajdet era puro vicio, su cuerpecito, pese a haber descubierto el placer hacía relativamente poco, se había convertido en todo un adicto a él. Si la conseguía encandilar, no habría nadie excepto Ajdet con más poder que él en todo el Imperio del Toro.

Su tiesa polla se metió finalmente por completo en el apretado conducto y, por el movimiento de caderas de Ayna, parecía no ser suficiente para colmar a la pequeña, que aun tumbada sobre la cama, comenzó a serpentear sobre e

l gentil

bálano, haciendo que éste saliera y entrara de su coñito, causándole un placer que quedaba patente con cada gemido de la pequeña.

Mientras tanto, Rayma, que había salido de la habitación para preservar la intimidad de la pareja, no había podido reprimir la cachondez que le había causado la situación y, nada más llegar a su propia habitación, buscó como loca el pequeño falo de madera con el que la noche anterior se follaba a su cuñadita, sacando de su cuerpo adolescente orgasmo tras orgasmo, y que todavía guardaba un leve aroma a hembra en celo. Después de desvestirse rápidamente, comenzó a masturbarse con desesperación, penetrándose con la polla de madera. Se la sacó de su hambriento coño tan sólo para chuparla lascivamente al igual que minutos antes había hecho con la verga de Lesc, la misma verga que en esos momentos taladraba a la joven Ayna.

Al casi espasmódico movimiento torpe de la chiquilla rubia se unían los movimientos del joven, que con su lento movimiento de vaivén, agudizó cada una de las sensaciones que recorrían a Ayna.

Los gemidos de la pequeña se elevaban por la habitación, mezclándose con los resoplidos de un cada vez más excitado Lesc, que disfrutaba tanto de la dulce presión sobre su polla como de ver y escuchar a la adolescente gozar cada intrusión.

En la otra habitación, los gemidos de Ayna no eran rival contra los de Rayma, apuñalada por el falso pene vegetal que resbalaba sobre sus fluidos mientras su dueña imaginaba a su esposo, o a un número ilimitado de ellos que la forzaban, que la penetraban, que le acariciaban todo el cuerpo con una muchedumbre de manos lascivas.

El orgasmo fue una reacción en cadena. Se corrió Rayma, gritando a los cuatro vientos ese arrebatador clímax, al escuchar el soberbio grito de placer imponerse a los gemidos de Ayna, Lesc eyaculó en el interior de la pequeña, y ésta, al sentir los chorros de semen golpearla desde su interior, alcanzó un orgasmo largo, agudo y profundo que la tensó hasta convertirla durante unos segundos en una estatua de piedra, una estatua que exprimía sin piedad aquella barra de carne masculina, dura y caliente que la atravesaba.


Rayma no tuvo tiempo de descansar tras su orgasmo. A pesar de que el sol ni siquiera llegaba aún a su punto más alto, y que Ajdet no regresaría hasta casi el anochecer, su esposo le había encomendado

una misión antes de partir hacia el Monte Negro.

Con la ayuda de Veli y la protección de un nutrido grupo de guerreros seleccionó a unas pocas Mujeres del Bosque (sólo jóvenes, hermosas y sin hijos), para convertirlas, por la fuerza, en nuevas aprendices de Zuyda.

El resto de mujeres y los pocos niños de los salvajes fueron capturados, reducidos y movilizados hacia el Pueblo Azul. La larga comitiva avanzaba entre los gritos, la incredulidad, las maldiciones, la confusión, los lloros y los insultos de los recientes presos. Cuando llegaron al pueblo costero, Ajdet, sus guerreros y sus adquisiciones acababan de llegar, excluyendo el pequeño grupo de tres mujeres custodiadas por Yasid y otros dos guerreros, que se dirigían a la casa de Zuyda.

  • ¡Ajdet!- Rayma se olvidó de la tropa que lideraba y se lanzó hacia los brazos de su esposo, que la recibió con un pasional beso.

  • ¡Amor!- gritó el joven Rey Toro- ¿Qué tal todo? ¿Ha funcionado el plan?

Por más que Rayma estaba reteniendo sus ganas de decir "Sí", por dentro sabía que resultaba en vano intentar engañar al Gran Jefe. Negó con la cabeza.

  • Creo que hemos llegado tarde, Ajdet.

El Rey Toro torció el gesto. No le gustaba, pero debía resignarse y aceptarlo.


Lejos de allí, en el Pueblo del Gran Río, Yasid llegaba, encabezando el pequeño grupo de guerreros y mujeres.

Alguien se separó de las casas centrales de la villa y corrió hacia los recién llegados.

Ayna se lanzó sobre Yasid, colgándose de su cuello mientras el negro la estrechaba de la cintura a varios centímetros del suelo, La pequeña tenía los ojos humedecidos de sentimientos encontrados.

  • ¡Yasid!- exclamó la adolescente, sin soltarse en ningún momento del gigante negro.- ¡Te he echado tanto de menos! Creo... creo que... que yo...

  • Tschhh...- Yasid se separó levemente de la chiquilla y colocó uno de sus enormes dedos sobre los sonrosados labios de Ayna- Te quiero.

Ayna simplemente sonrió y mirando a los ojos del negro, simplemente dijo:

  • Y yo.

Continuará...

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