A.C. (14: El extranjero)

¿Quién demonios será enorme negro que ha aparecido en el poblado? ¿Qué querrá?

- Vamos, Samir, por todos los dioses, resiste, por favor. Pronto llegaremos a un poblado.

Los dos extranjeros avanzaban a duras penas por el prado, el más alto de los dos arrastrando consigo a su compañero, que sólo podía gritar y encogerse por el dolor lacerante que abrasaba su estómago.

- No...

N

o puedo continuar...

-balbucía, casi sin fuerzas, el hombre-

estoy demasiado... ¡AAARRGHHHH!

Samir se soltó del brazo de su amigo y cayó al suelo. Sentía un fuego devastador romperle las entrañas, reventarlo de dolor, robarle todas las fuerzas y dejarlo derrotado sobre la hierba húmeda aún del rocío de la mañana.

- ¡Mira! ¡Un poblado! ¡Voy a intentar pedir ayuda! ¡Resiste!

El hombre salió corriendo hacia la villa, dejando a su compañero doliéndose sobre la hierba. Cruzaba el verde prado con zancadas tan enormes como él mismo, el viento azotaba en su rostro, los pulmones le ardían y el corazón parecía querer salírsele del cuerpo, pinchando su pecho como si una daga le atravesara la piel desde dentro, pero la vida de Samir estaba en sus manos y no podía dejar de correr.

El poblado, a ojos vista, parecía crecer y elevarse a medida que se aproximaba, como si desde que él empezara su alocada carrera, hubiera ido evolucionando desde una casucha de pieles y huesos hasta la villa fortificada que ahora semejaba. Quizás, cuando llegase a ella, sus hombres habrían descubierto ya cómo volar y sus edificios serían tan altos como el mismísimo cielo.

  • ¡Pagul! ¡Mira eso! ¿Qué demonios es?

Uno de los guardias que vigilaban la puerta encarada al sudoeste del poblado señaló al hombre que corría hacia ellos vestido con una túnica de llamativos colores violáceos. Pero aquél no era un hombre normal. Era enorme, corría tan rápido como el mismo viento y, lo más inquietante, su cara era del color de la noche.

Los guardianes mostraron sus espadas mientras el gigante negro avanzaba hacia ellos a gran velocidad.

  • ¡Alto! ¡Det

e

nte ahora mismo! -ordenó el tal Pagul, arma en ristre.

El extranjero se detuvo justo frente a los guerreros, y se echó de rodillas, implorando algo en un idioma extraño y atropellado.

  • ¿Qué demonios dices? ¡No entiendo nada!

  • Es un conjuro, está intentando hechizarte... ¡mátalo, Pagul! -dijo el otro guardián. Sin embargo, su compañero no obedeció, en los ojos de ese hombre de piel oscura y gruesos labios encontró una sensación de angustia y miedo profundo que inspiraron su compasión.

  • Llama a Ajdet. Él sabrá lo que hacer.

  • Pero...

  • ¡Hazlo! ¡No me pasará nada, no está armado!

El guerrero se metió rápidamente en el poblado mientras aquel enorme negro intentaba recordar las pocas palabras que había podido aprender en quince días en el sur, en el imperio del que no hacía mucho había salido.

  • Amigo... dolor... comer malo... él morir... ayuda, por favor. -El extranjero parecía masticar las palabras pero, a pesar del acento, Pagul creyó tener suficiente información para transmitírselas al Rey Toro.

Ajdet llegó rápidamente, y tras él una larga comitiva de hombres y mujeres extrañados por la historia que había contado el otro guarda. Los Hombres del Bosque enseñaron sus dientes y enarbolaron sus armas al ver al extranjero.

  • Un demonio ¡Es un demonio! -gritaron algunos de ellos. Jamás habían visto un hombre con la piel tan oscura.

  • ¡

Basta

! -chilló el jefe, y se hizo el silencio entre sus hombres. Al imponente negro le asombró que alguien tan joven tuviera tal control y poder sobre tanta gente- ¿Qué ha pasado?

  • Creo que alguien que él conoce se está muriendo. Ha dicho algo así como "comer malvado"... puede que haya sido envenenado -respondió el guarda, alardeando de sus indagaciones.

  • Gracias, Pagul. Rayma, llama

a Zuyda

y dile que venga aquí rápido.

  • Voy, cielo.

  • ¿Dónde está tu amigo? -le preguntó al negro.

Al extranjero se le iluminó la cara, por gestos señaló hacia el oeste y el Gran Jefe asintió. El negro se levantó y estiró del brazo del Rey Toro.

  • ¡Lesc, Pagul, Maastri! ¡Seguidme!

Los tres asintieron, aunque el joven Maastri, uno de los hombres del Bosque, se sorprendió de su elección. Sin embargo, Ajdet había tenido su razón para escogerlo. Jamás había visto un hombre tan rápido corriendo. En caso de ser alguna emboscada, confiaba en el joven para salir a la carrera y avisar al pueblo antes de que fuera demasiado tarde, y confiaba en los otros dos para que le protegieran con su vida.

Los cinco hombres salieron como flechas tras el negro, que, mientras corría, gritaba "¡Samir, Samir!". Finalmente llegaron junto a un hombre que, quizás por el dolor y la fiebre, parecía mucho más blanco que el enorme extranjero que los había dirigido hasta allí.

Definitivamente, el hombre parecía más cadáver que ser viviente, y de no ser por los gritos de dolor, y los temblores en los que se veía envuelto cada poco tiempo, no hubiera habido otro síntoma de vida.

  • Comió... esto -dijo el negro, sacando del bolsillo de su amigo unos grandes trozos de seta marrón y larga. Ajdet torció el gesto. No pintaba nada bien para el pobre hombre.

  • Cogedlo. Vamos a llevarlo al pueblo. Espero que Zuyda pueda curarlo -dijo el joven Rey Toro.

Todos asintieron y, levantándolo de brazos y piernas, cada uno de un miembro, lo alzaron sobre sus hombros y comenzaron la rápida vuelta al Gran Río.

A medio camino se encontraron con la chamán, que llegaba corriendo, por delante de Rayma.

  • ¿Qué ha pasado? ¿Quién es? -Como única respuesta, Ajdet le enseñó el pedazo de hongo. La curandera lo entendió a la primera. Se volvió hacia el extranjero sano y preguntó- ¿Ha vomitado?

Aunque el negro no entendió las palabras de Zuyda, los posteriores gestos de ésta le hicieron saber qué quería decir.

  • No -respondió.

  • Bajadlo -ordenó la chamán, haciendo detenerse al grupo.

Los cuatro hombres lo hicieron y, nada más dejarlo en el suelo, Zuyda obligó a Samir a abrir la boca e introdujo un par de dedos en ella. Por la mente se le cruzó el pensamiento de que no era tan distinto a masturbar a una mujer. Simplemente había que llegar hasta el fondo y presionar el punto exacto para recibir una respuesta física e incontrolable.

Apartó la mano justo antes de que el torrente de vómito atravesara la garganta. Sobre la hierba quedó un poso de bilis infestado de trozos de comida a medio digerir. Una mezcla con un olor que hedía y que el poco viento que soplaba no ayudaba a disipar.

  • Vamos a mi casa. Rápido.

Zuyda encabezaba el grupo. El aire agitó sus ropajes y el extranjero pudo ver que la mujer no llevaba más ropa que esa suave túnica.

Entre los muslos se deslizaba un pequeño riachuelo de semen.


  • Yo soy Ajdet. ¿Cómo te llamas tú?

El Gran Jefe había ordenado llevar comida y bebida al extranjero mientras su compañero descansaba después de que Zuyda le aplicara los mejores remedios que podía. El enorme negro estaba ciertamente turbado, no podía quitarse de la cabeza la imagen de aquella adorable morena saltando y gimiendo sobre el cuerpo de un hombre mientras en la cama contigua su amigo se doblaba de dolor.

  • Yo, Ajdet. ¿Tú...? -repitió lentamente el Rey Toro.

  • ¡Ah! Yo Yasid.

  • ¿Yasid? -el negro asintió- Bien, Yasid -añadió Ajdet, agarrando la empuñadura de su espada- ¿Qué has venido a hacer aquí?

Yasid sonrió. En las florecientes ciudades del sur le hicieron la misma pregunta varias veces y aprendió a responderla en el idioma de esas tierras.

  • Soy explorador y cronista. Vengo muy del sur. Emperador de Yasid envía Yasid para que mí hablarle él de tierras desconocidas.

  • ¿Conoces mi idioma, entonces?

  • Poco. Yo, Samir y Jasán aprender palabras en imperio sur.

  • ¿Jasán? ¿Dónde está Jasán ahora?

  • Sí. Él quedar imperio sur. Él aprender de Agantón.

  • Entiendo... -Ajdet todavía desconfiaba del negro. Fácilmente podía ser un enviado de ese imperio para controlar e informar del crecimiento de su reino. ¿Pero qué clase de espía suelta, a la primeras de cambio, información de quién le envía? Tal vez Yasid era sincero, y si así era, el Rey Toro quería aprender también de todos los imperios y maravillas que el extranjero hubiera visto en su viaje.


  • ¿Cómo está el extranjero? -preguntó Ajdet, mientras Zuyda miraba el estado de las heridas sufridas en el pueblo del Gallo.

  • No tan bien como tú, me temo. Has tenido suerte y la herida no se te ha infectado, pero te aconsejo que dejes de entrenar durante algunos días hasta que se cierre la carne de nuevo.

  • Sabes que no te haré caso -rió el joven, apretándose él mismo el emplasto que Zuyda había preparado sobre su hombro-. ¿Pero se salvará? -añadió, volviendo a señalar al hombre que descansaba en el lecho contiguo.

  • No lo sé. Se durmió hace dos días. Si su cuerpo puede expulsar todo el mal pronto, quizás tenga suerte y pueda continuar curándolo.

  • ¿Cuánto tardarías en curarlo completamente si despierta?

  • No lo sé. ¿Media luna, quizás?

  • Perfecto.

Ajdet salió sonriente de la casa de la chamán. Tendrían que construir otra morada para que Malda y Zuyda pudieran trabajar tranquilas sin un moribundo en la cama de al lado, tal vez una casa más amplia y con más habitaciones. Quizás pudiera ampliar el número de mujeres que trabajasen con ellas. Lo que no sabía todavía es si lo harían antes o después de obligar a rendirse al Pueblo Azul. El pueblo de la costa nunca había destacado por su fiereza y ni siquiera recordaba haber visto un guerrero decente en sus filas, desde siempre habían preferido dedicarse al comercio en lugar de a la batalla. No pondrían demasiada oposición a sus huestes.

Cuando el Rey Toro salió de la vivienda de Zuyda, se encontró a una mujer esperándolo.

  • Te prometo que sólo me ha curado la herida del hombro, Rayma.- juró Ajdet.

  • No es eso... simplemente quería decirte que he acomodado a Yasid en una de las habitaciones libres de nuestra casa, y que he apartado y enviado ya una parte de la caza y la cosecha de hoy al pueblo del Valle Alto, ya sabes que no tienen hombres suficientes para realizar todas las tareas.

  • ¡Vaya! ¡Qué eficiencia!

  • Pero... hay algo más que quiero comentarte. Ven.

Rayma agarró de la mano a su esposo y tiró de él mientras avanzaban hacia el sur del pueblo.

  • ¿Dónde me llevas?

  • Mira.

Acababan de salir del poblado, desde la puerta podían ver a una mujer medio desnuda sentada en la hierba. Sus ojos rebosaban tristeza y en su cara y su cuerpo se veían heridas de alguna lucha que, al menos en apariencia, había sido encarnizada.

Por sus rasgos toscos y su amplia frente, Ajdet identificó en ella una de las mujeres del bosque.

  • ¿Quién es?

  • Se llama Veli. Era la esposa del hombre que mataste en el Valle Alto. Mientras hablabas con el negro vinieron Zima y sus hijas a quejarse de que había una mujer del bosque robando en sus campos. Veli ha sido expulsada de los hombres del bosque por negarse a yacer con hombre

ninguno

.

  • ¿Y esas heridas?

  • La may

oría de ellas son por culpa de un cerdo salvaje que intentó cazar pero que acabó embistiéndola y huyendo. Otras son golpes de las piedras que los hijos de esos salvajes le tiraron. Bastardos...

  • ¿Y por qué querías enseñármela? Los problemas de los salvajes son problema de los salvajes.

  • Puede que su problema sea nuestra ventaja. He estado hablando durante un tiempo con ella. Por lo visto, es una mujer muy, muy caliente, sólo que está harta de los Hombres del Bosque, y he pensado que, quizá, podría ayudar a Malda y Zuyda ahora que se está corriendo la voz por los pueblos de alrededor de su trabajo y habilidades.

  • Eres la mejor esposa que un Rey puede desear. Hermosa, inteligente, poderosa... -Ajdet abrazó a su esposa por detrás y depositó un beso, húmedo y sensual, en el nacimiento del cuello de la joven, haciendo que se escapara un suspiro caliente de los labios de la mujer- ¿Cómo podría agradecértelo?

Las manos del Rey Toro acariciaron sin recato el cuerpo entero de Rayma sobre la ropa.

  • Creo que se me ocurre una manera... -siseó, excitada.

A ciegas. Oscuridad. Unas manos acariciaban su cuerpo y el Rey Toro resoplaba de placer con los ojos vendados. No sabía dónde había atado Rayma sus manos y pies, pero eso no le importaría mientras esas otras manos, esos diez dedos con sus diez largas uñas, siguieran recorriendo su cuerpo, dejando líneas de fuego sobre su piel. Era extraño, su esposa ni siquiera había tocado su zona genital y él se sentía con la verga erecta, llena de sangre y de ansias, esperando, dura, alguna de esas suaves caricias que el resto de su cuerpo sí que recibía, especialmente sus pezones y la cara interior de sus muslos.

  • Oh, joder... si no me follas pronto creo que me correré ya - musitaba el Gran Jefe.

  • No tengas prisa, querido... recuerda que esto es mi premio por ser tan buena esposa -le susurró Rayma, sensualmente, al oído, sin dejar de acariciarle aunque, esta vez sí, sus manos se engarfiaron sobre la polla dura y ardiente.

  • Hha... ha... -gimió. La mano de Rayma se embadurnó del líquido transparente que destilaba su polla.

  • Ahora, cielo, ha llegado el momento de que me cuentes alguno de tus secretos -dijo la mujer, sin dejar de sobar con la palma de su mano el glande repleto de cachondez y el delicado frenillo del Rey Toro, haciéndola resbalar con su líquido pre-seminal -¿No crees que deberías permitir que alguno de los pretendientes follase con ella? No deja de ser una mujer, y como mujer, tiene sus necesidades.

El tono de voz de Rayma era grave y sensual, el Gran Jefe tenía que esforzarse mucho en atender a lo que decía y no perderse en los susurros que se acunaban en su oreja y en las manos que seguían extasiando la piel con caricias que, por la ceguera obligada en la que estaba, sentía el doble de placenteras.

  • Que se masturbe si quiere orgasmos. No pienso dejar que un cualquiera se tire a mi hermanita. Sssss...- las caricias de Rayma se volvían más valientes, ahora ya se dedicaban sobre todo a su polla, mientras dejaba besos leves sobre sus muslos y vientre. Ajdet ya no podía controlar su respiración, ni tampoco su cuerpo, que se movía inconscientemente buscando el calor de su esposa. De haber tenido libres sus manos, habría agarrado a Rayma y la habría penetrado salvajemente mucho tiempo atrás.

  • No te digo un cualquiera... Pero por ejemplo Lesc es hermoso y de buena familia... podrías dejar que tu hermana se divirtiera un poco.

  • ¡Oh, sí! -gimió Ajdet, al notar cómo una boca tragaba su enhiesto falo. La calidez y suavidad de la húmeda cavidad envolvió toda su longitud y tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no derramarse en esa primera caricia.

Durante unos segundos, la lengua se enroscó sobre la verga, los labios subieron y bajaron sobre el tronco, mientras el hombre se retorcía de placer. De pronto, la mamada cesó y Rayma volvió a hablar.

  • Eso quiere decir que dejarás que tu hermanita... ¡Ah! -el gemido acompañó a la introducción de la ya más que erecta verga en un coño hambriento y mojado que lo abrazó con gratitud al sentirlo llenando sus paredes- que dejarás que tu hermanita tenga una polla de vez en cuando, ¿Verdad?

  • No... no puedo -murmuraba Ajdet entre gemidos-. Soy... soy un hombre y puedo luchar contra cualquier hombre... hombre que... que se atreva a tocar a mi hermana. Pero no puedo luchar contra el amor...

La verga entraba y salía del coñito, los gemidos femeninos pronto solaparon a los masculinos, los sudores se mezclaban y la velocidad del cuerpo de la joven iba aumentando poco a poco.

  • ¿Contra el amor?- inquirió Rayma.

  • No puedo permitir que mi hermana se enamore de cualquiera. Si ella quiere a un hombre, si se enamora de alguien, no me atreveré a hacerla infeliz.

  • Eres estúpido- sentenció Rayma, y sus palabras sonaron por encima de los sonidos del sexo, de los jadeos masculinos... y de los gemidos femeninos.

Unas manos, distintas a las que se apoyaban sobre sus hombros cansados por la postura, se posaron sobre la frente de Ajdet y le retiraron la venda.

  • ¿Acaso no te das cuenta, Ajdet de que Ayna, al igual que yo... estamos enamoradas únicamente de ti?

La escena se abrió ante el Gran Jefe. Rayma seguía vestida y sonriente junto al lecho. Había atado sus manos con una larga cuerda que daba la vuelta sobre el petate de pieles en que estaba tumbado. El cuerpo que latía, gemía y se movía sobre él, por lo tanto, no era el de su esposa, sino uno más joven, más rubio, mucho más parecido al suyo.

  • ¿Ayna?

Ajdet se derramó en el mismo instante en que sus ojos contactaron con los de su hermana, que lo miraba con el rostro arrebolado de excitación. Los trallazos de semen golpearon el útero de la chiquilla, y su abundancia fue tal que acabó por desbordar la estrecha cavidad de Ayna, que gimió una vez más al sentirse rellena de la blanca sustancia que empezó a rebosarle muslos abajo.

Rayma se situó tras la muchachita, que había dejado de moverse.

  • No permitas que pierda dureza -ordenó la mujer, obligando a la pequeña a seguir follándose a su hermano.

Ayna siguió cabalgando a Ajdet mientras su cuñada cortaba las cuerdas que mantenían inmovilizado al Gran Jefe. Una vez libres sus manos, teniendo la posibilidad de sacarse de encima a su hermana o abrazarse a ella para seguir follando, se decidió por lo segundo. Su boca atrapó el diminuto y tieso pezón y Ayna lo agradeció con un suspiro.

Rayma se desnudó y se tumbó junto a la incestuosa pareja, masturbándose lentamente.

Lo que había aprendido de Sera, en aquellas largas noches junto a Ajdet, ahora le tocaba enseñárselo a la joven Ayna.

La pequeña se corrió cinco veces antes de que Ajdet volviera a eyacular en su interior.

Continuará...

Kalashnikov