Abuso en el bus

Revisor con malas intenciones,se aprovecha de una jovencita en el bus

Estrella, era una mujer decidida y atrevidamente obscena. Sus pensamientos cuando se encontraba a solas en su casa, acababan siempre en el mismo lugar, pensando en sexo, en sus aventuras, en sus primeros escarceos y como fue cambiando su manera de pensar en cuanto a amor y sexo se refiere.

Aquella noche, recostada en el sofá se sentía nostálgica, bueno, su sonrisa delataba la picardía con la que siempre había actuado ante la vida. Recordó sus primeros escarceos amorosos alrededor de los catorce años. Aquellos besos de adolescentes enamorados y aquellos tocamientos pudorosos, en una época en la que se vivía a caballo entre la libertad y la represión católica.

Disfrutaba de un buen trabajo que la permitía tener un horario flexible, una cuenta corriente saneada y una agenda llena de caballeros dispuestos a pasar un buen rato con ella. Estaba un poco loca, pero sanamente loca. Una locura de lujos, cenas, copas, drogas y buenas dosis de sexo, sin compromisos de amor.

Cuando era una adolescente, y en aquel enorme televisor que ocupaba la mitad del comedor de su casa, se anunciaban las películas de dos rombos, aquellas que limitaban su visión, se escondía, tras el resquicio de una puerta entreabierta, sus ojos y oídos se agudizaban para no perder un solo detalle de lo que acontecía tras aquellas películas en las que se sucedían escenas de sexo. Bajo sus sábanas, acariciaba sigilosa su clítoris, ávida y excitada, con las bragas muy mojadas a causa de sus cálidos fluidos provocado por aquellas escenas, algunas cargadas de grandes dosis de erotismo para aquellos años, como la famosa Enmanuelle o la Historia de O.

Con apenas 18 años se dio cuenta de lo sucia y puta que era. Se sentía un poco rara porque se veía diferente a las demás mujeres que soñaban con casarse y tener hijos y formar un hogar. Casi todas sus amigas ya tenían novios formales y ella noche que salía, noche que no sabía donde acabaría.

Lo mismo follaba en un parque, que en los baños de un oscuro garito, detrás de una puerta donde una cola de gente esperaba para meterse cocaína. Lo hizo en los sitios más tórridos, coches, chabolas, casas lujosas, daba igual, nada importaba, solo el sexo, ni tan siquiera se acordaba de los nombres de los candidatos.

La primera vez que sintió aquella sensación de ser tan guarra, fue en un autobús de línea que se desplazaba a las afueras de Madrid y la llevaba a su primer empleo. Aquellos autobuses en los que un señor te cobraba el billete una vez que te hubieras sentado. Ese día volvía bastante cansada y se sentó casi en la parte final, el revisor se acercó a ella y la cobró el viaje. El se desplazó a los asientos que estaban detrás de ella, algo que Estrella no dio importancia e intentó dormir un poco mientras el bus la llevaba hasta la capital.

Estaba recostada en el posa brazos de la parte que daba al pasillo, estaba adormecida cuando noto algo que golpeaba suavemente tras ella. Con los ojos entreabiertos se percató de que el revisor estaba pegado a su piel. Cerca de su brazo donde recostaba su cabeza sintió algo muy duro que se frotaba sobre su cuerpo. Todo ello, aderezado con el traqueteo que producía aquel viejo autobús, el hombre se rebozaba sobre ella y en sus ojos se veía como estaba disfrutando de aquella situación.

Estrella en vez de gritar, intentar zafarse de aquel hombre, se quedó callada sintiendo aquel viejo excitado bajo su pantalón, frotándose sobre ella, babeando de deseo. Estrella empezó a sentir un chorro entre sus piernas, una comezón en su sexo, se sentía tan excitada que el revisor siguió frotándose sobre ella. Hasta pudo sentir su orgasmo silencioso en medio de aquel autobús de línea, sentir el pantalón mojado sobre su cara la excitó aun más, la dejó tan mojada que su sexo ardía como si fuera el mismo infierno. El revisor se sentó en los asientos finales con una sonrisa en la que reflejaba todo el placer que acababa de sentir, de recibir gratuitamente de aquella joven zorrita.

Ella estaba caliente y mojada. Excitada hasta la médula, cuando llegó a su destino tuvo que meterse en un baño y correrse con sus dedos como una perra. Ese día se dio cuenta que había nacido para ser una gran puta.

Al recordar aquel incidente, se volvió a mojar como aquel día, se tumbó en el sofá, se empezó a acariciar, primero suavemente, para pasar a un ritmo frenético donde se mezclaban las imágenes de aquel momento y se corrió como una loca recordando la cara de aquel viejo y sucio revisor.