Abusada en el polígono industrial
Con 18 años decidí atajar por un polígono a oscuras. Cuando me arrepentí...ya era demasiado tarde.
ABUSADA EN EL POLÍGONO INDUSTRIAL
Al escribir la anterior historia ("Por puta me rompieron el culo") me fueron viniendo los recuerdos de un suceso que me ocurrió un par de años antes, justo por la época en que acaba de conocer a Alfonso pero aún no éramos novios.
Yo tenía 18 años y era una chica muy tímida y -como muchas de mi edad- bastante acomplejada. Es cierto que soy bajita (1,50 m) y mis pechos son más bien pequeños, (aunque con unos bonitos pezones rosados) pero tengo un lindo rostro de rasgos elegantes, ojos negros y rasgados y un cutis muy fino que en aquel entonces era de verdadera porcelana.
Ni que decir que yo nunca había tenido relaciones sexuales. Sólo había tenido un novio con el que no hubo más que besos y algunas caricias inocentes. Era muy tímida y muy romántica, y la verdad es que siempre había tenido una mezcla de miedo y curiosidad frente al sexo, pero aún no estaba preparada o no había encontrado a la persona apropiada para mi iniciación.
Aquel día me habían invitado a una fiesta en casa de una amiga. Quería estar muy atractiva porque iba a estar en la fiesta un chico que me gustaba mucho, precisamente el que después se convertiría en mi novio: Alfonso. Llevaba algún tiempo tonteando con él y esperaba que aquella noche se decidiera a declararse.
Me puse unas preciosas braguitas blancas, unas finas medias de cristal negras y un sujetador blanco de aros que realzaba mis pechos. Después una blusa blanca y ceñida y una minifalda negra que me llegaba un poco por encima de las rodillas. Y finalmente los zapatos: mis primeros zapatos de tacón. Delante del espejo, me pinté la raya de los ojos y me puse un suave carmín en los labios. Recuerdo que Ana, mi hermana, me dijo: "Estás preciosa". Luego cogí el abrigo y salí de casa. Me sentía muy bien aunque estaba bastante nerviosa.
Mi amiga, Luisa, vivía en un barrio bastante apartado y para llegar tenía que dar mucha vuelta por lo que decidí acortar por un atajo que atravesaba por un polígono industrial. No sé cómo se me ocurrió semejante temeridad, pues ya había oído contar a Luisa que se trataba de una zona muy peligrosa. Al parecer, tres o cuatro meses antes, a una chica vecina suya la habían forzado. Se rumoreaba que -además de otras horribles vejaciones- había sido víctima de una violación anal. Me horrorizaba pensar en lo que debía de haber sufrido la pobre chica, degradada sin piedad por un asqueroso pervertido.
Cuando me fui adentrando entre las calles, flanqueadas de viejas naves y edificios ruinosos, sentí un estremecimiento. Había atravesado por el polígono más veces pero siempre de día, cuando estaba en plena actividad, y no me hacía la idea de lo oscuro y solitario que se quedaba aquello por la noche. Comenzaba a estar arrepentida de haber tomado este atajo.
Entonces escuché unos pasos detrás de mí. Me volví asustada y vi a un hombre muy cerca de mí que me llamaba chisteando " Chavalita, eh, escucha, que no te hago nada; mira, que tengo una cosa para ti..." *.* No sé por qué, me detuve y me quedé mirando para él. Era de mediana edad, alto y muy corpulento; ya estaba casi encima de mí y venía tocándose el bulto del pantalón, que me pareció que lo tenía muy abultado.
Me asusté mucho y empecé a caminar a toda prisa, tenía que salir de aquel lugar cuanto antes, pero estaba muy aturdida y sin darme cuenta me había metido en un callejón que estaba completamente a oscuras. No veía ni donde ponía los pies. No podía dar la vuelta, el tipo alto que me seguía estaba parado a la entrada del callejón. En ese momento vi algo de luz al final del pasaje y decidí seguir adelante, el corazón me latía acelerado y casi no me sostenían las piernas del nerviosismo. De repente noté que me sujetaban por el pelo tirándome hacia atrás y una mano enorme me tapaba la boca. A continuación me pusieron una navaja delante de los ojos y escuché: "Tranquila, sé buena chica que lo vamos a pasar muy bien..." .
La visión del arma anuló todas mis ganas de resistirme. Aquel individuo me retorció a la espalda mi brazo derecho y me obligó a caminar inclinada hacia delante, advirtiéndome que no volviera la cabeza ni levantara la vista del suelo en ningún momento. De este modo me llevó hasta el interior de una nave abandonada: allí pensé en ese momento- nadie desde la calle o desde las viviendas próximas al polígono podría escuchar mis gritos. Estaba muerta de miedo, imaginando lo que iba a ocurrirme y sin poder hacer nada para impedirlo, paralizada por el pánico. Aquel hombre era mucho más fuerte que yo y, sobre todo, tenía una navaja.
Empecé a suplicarle, muy bajito, que me dejara ir y que no diría nada a nadie. Pero me respondió, con tono intimidante, que la zona estaba "llena de pervertidos" y que si me dejaba marcharme sola no creía que pudiera llegar a la calle sin que me pasara "nada". No me atrevía a mirarle a la cara pero por la voz me parecía muy mayor, como de unos 60 o 65 años:
"Precisamente acabo de ver rondando por aquí a uno que es una verdadera bestia, tiene una verga como la de un burro y verdadera obsesión con metérsela por el culo a las chavalas ji, ji...desde luego que si ese te coge te hace un destrozo considerable, creo que te iba a hacer llorar demasiado, ji, ji... Yo voy a ser bueno contigo, y si haces lo que yo te diga no te va a pasar nada malo y luego te saco de aquí".
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Al final, entre lágrimas de desesperación, le tuve que prometer que haría lo que él me dijera pero que no me hiciera daño.
Me ordenó que me quitara el abrigo, luego la blusa y la falda. Yo temblaba de frío pero sobre todo de miedo, si me mandaba desnudar era porque pensaba abusar de mí. Además me daba mucha vergüenza estar en ropa interior delante de aquel extraño: a través de las cristaleras rotas entraba algo de luz de alguna farola próxima que -aunque tenuemente- iluminaba mi cuerpo semidesnudo e indefenso.
A medida que me iba desprendiendo lenta y nerviosamente de la ropa, iba escuchando sus comentarios obscenos sobre las distintas partes de mi cuerpo. Cada vez estaba más avergonzada: noté la sangre acumulándose en mis mejillas y un escalofrío que me recorría la columna.
Cuando me quedé en ropa interior, el hombre me sujetó por el cuello y me puso mirando contra la pared, con la cara pegada a su fría y rugosa superficie. En esta postura me colocó las manos juntas hacia atrás y me las ató con una cuerda muy fina. Yo me asusté mucho pues ahora quedaba completamente a su merced, y le rogué de nuevo que no me hiciera daño. Su respuesta fue que estuviera tranquila porque no pensaba penetrarme pero que tenía que ser muy obediente.
Luego se colocó detrás de mí, pegando su cuerpo al mío, y me apoyó el bulto entre las nalgas y comenzó a restregármelo. Al mismo tiempo me metió las manos debajo del sujetador y se puso a amasarme los pechos y me besaba la nuca y los hombros. Como era mucho más alto que yo y bastante gordo, yo sentía su voluminosa barriga apoyándose en mi espalda.
Cada vez estaba más nerviosa, no paraba de sollozar: aquello era tan humillante... Además, a pesar de lo que el hombre me había asegurado, yo seguía temiendo que me fuera a penetrar, no me quitaba de la cabeza la idea de que se trataba del maníaco que había violado a la vecina de mi amiga. Esta idea se veía reforzada por la insistencia con que refregaba su pene endurecido contra mis nalgas, que también estaban sufriendo todas clase de lascivos tocamientos.
Para mi sorpresa, y con gran vergüenza, percibí que me estaba excitando con los manoseos y besuqueos de aquel viejo repugnante, lo cual me hacía sentirme muy mal conmigo misma. Mi inquietud se multiplicó cuando percibí que se sacaba el pene y comencé a notarlo directamente sobre mis cachetes, por un momento creí que había llegado el terrible momento en que iba a perder mi virginidad a la fuerza a manos de un extraño.
Pero no ocurrió lo que tanto temía, y después de un rato de sobos y restregones, me volvió a coger por el pelo y me obligó a ponerme de rodillas. Luego me colocó delante de la cara su pene maloliente, muy grueso y con la cabeza hinchada. Aquello me dio mucho asco, el olor era muy fuerte, pero cuando quise volver la cara me amenazó con la navaja. Asustada, abrí un poco la boca y entonces el aprovechó y me introdujo en ella todo su miembro; a continuación me presionó con la punta de la navaja en el cuello y me ordenó que chupara.
Empecé a succionar sin saber muy bien lo que tenía que hacer, pues era la primera vez que me veía en semejante situación, nunca se la había chupado a nadie. Pero el viejo parecía estar muy satisfecho, empujaba mi cabeza hacia su cuerpo para que me entrara toda su polla dentro de mi boca, hasta tocarme con la punta en la garganta, y me decía "Así, cariño, me haces gozar, siiii...cómetela, te gusta, verdad, te gusta chuparla..." , mientras me acariciaba el pelo. Yo estaba cada vez más avergonzada, pues aunque la situación era tan humillante y yo estaba haciendo aquello obligada, empecé a sentir una extraña sensación morbosa que me ponía cada vez más caliente.
Estuvimos así mucho rato pero el viejo no se corría. Me sujetó con fuerza con las dos manos por detrás de las orejas, empujó su glande viscoso contra mi paladar y empezó a moverse, literalmente violándome por la boca, obligándome a tragar su pene de tal manera que me hacía introducir la nariz hasta el fondo de su maloliente mata de vello púbico. Me daban arcadas y me ahogaba toda.
"Así, bonita, muy bien, me vas a hacer correr..." Se me revolvía el estómago de pensar que se fuera a correr en mi boca, pero sabía que no estaba en condiciones de negarme ni hacer para impedirlo. "Después de todo pensaba yo en esos momentos- peor sería que me desvirgara y encima me dejara embarazada; y no quiero pensar en que me quiera dar por el culo, es que me muero...". Así que me resigné a tragar lo que fuera cuando llegara el momento.
Se puede decir que después de todo tuve suerte pues el hombre no me obligó a someterme a esa vejación. De repente me sacó el pene de la boca y me hizo humillar la cabeza hasta que toqué con la barbilla en el suelo, advirtiéndome que no se me ocurriera levantar la cara ni un momento. Yo no sabía qué pretendía y como en esa posición quedaba con el culo en pompa creí que había llegado el momento que tanto temía. Noté que se estaba masturbando, sus gemidos se volvían cada vez más fuertes y de repente sentí sobre la piel de mi espalda una salpicadura de un líquido caliente " Toma, zorrita, toma mi leche...arrrffggg....toooma..."
Derramó toda su corrida sobre mi espalda y mi nuca y finalmente en mi pelo. Sentí con un estremecimiento cómo los chorros de líquido caliente resbalaban por mi hombros y mi cuello provocándome una terrible sensación de morbo y de humillación. Cuando acabó me dijo que era mejor que no lo denunciara ni contara nada a nadie, que si mis padres se enteraban se iban a llevar un buen disgusto y mi novio seguramente me iba a dejar, me hizo prometer que guardaría silencio y entonces me desató las manos y me dejó levantarme.
Luego me dio unos pañuelos de papel para que me limpiara; así lo hice, como buenamente pude, pero no me atreví en ningún momento a mirarle a la cara, no tanto por miedo como por la vergüenza que me daba estar casi desnuda delante de él y limpiándome el semen que me acaba de tirar encima. Aunque parezca mentira, después de haber sido violada por él, era yo la que me sentía avergonzada por todo lo ocurrido y porque en cierto modo me había gustado lo que me había hecho y me daba mucho coraje que él se hubiera podido dar cuenta de ello.
Mientras me vestía, me dijo que a lo mejor había sido un poco brusco conmigo pero que si me había gustado lo que me había hecho que volviera por allí, y que estaría encantado de "presentarme" a hombres a los que les gustaban las chiquitas jóvenes y complacientes ( "Como tú ", recalcó), y que él se encargaría de que ninguno me hiciera "nada malo". Luego me acompañó hasta la salida del polígono no sin antes hacerme prometer que iba a volver por allí.
Al llegar a una luz saqué un espejito del bolso y vi mi rostro sofocado y ojeroso, con churretes de rimel por las mejillas y algunos pegotes de saliva reseca en las comisuras de la boca que no había acertado a quitarme en la oscuridad. Me limpié un poco y me fui directa a casa.
Sentía mucho calor y humedad entre las piernas e iba pensando en que era una verdadera puta y que tenía la culpa de que me hubieran violado por haberme metido por aquel lugar solitario a sabiendas de lo que podía pasarme.